:: Fragmento TRES
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Siempre detesté que no llamen a las cosas por su nombre. Detesté entonces que Luna se refieriera a todo lo que ocurría con el eufemismo de “estallido social”. ¿Qué quería decir con esa frase vacía, propia de la liviandad de los informativos de televisión? Aquello no puede ser considerado como un estallido social. En primer lugar porque se trató de algo un tanto más sórdido, silencioso, como una fiebre que fue envolviéndolo todo lentamente, cambiando apenas día a día, imperceptiblemente. Nadie avisó a nadie. Nadie gritó fuerte. Nadie se instaló contra ningún poder establecido. Simplemente la ciudad se oscureció, se volvió otra, dejaron de suceder las cosas que sucedían habitualmente para ser ocupadas por otras que molestaban un poco pero que después se convirtieron en nuevas costumbres. Sucedió eso con la escasez de alimentos, con los cortes de luz, con los muertos que se contaban por millares, con la aparición de los tanques en las calles, todas cosas que yo presencié desde aquí arriba, desde lo alto de esta torre que me hizo sentir invulnerable y al mismo tiempo definitivamente cercado. Además estaba muy concentrado en mis cosas, primero en mi trabajo como moderador de Vidas Cruzadas y luego en intentar persistir con lo que estaba viviendo, pero eso supongo que le pasó a todos, porque hasta que una peste como esta no llega a la puerta de tu casa es imposible sentirla tuya, que verdaderamente te acorrale. Esa sensación tuve en mi relación con el cajero de la casa de crédito, única persona real con la que mantuve un poco de conversación antes de que apareciera Carmen. El tipo seguía diciendo las mismas cosas que podría haber dicho un año o mil años atrás en este mismo sitio del planeta. Que todo está difícil, que capaz que mejora, que la culpa la tiene el gobierno, que igual acá no va a llegar. Esto último es lo más trágico, porque es en esencia lo que impide que se tome conciencia de los problemas que pueden pejudicarnos en un futuro próximo. Por ese tipo de razonamientos limitados fue que no me sorprendí al ver gente corriendo por las calles, ver el supermercado de la otra cuadra ardiendo después de una mañana de saqueo, ver a un hombre desquiciado intentar tirarse de una azotea. Todo lo observaba como si fuera un espectador pasivo. En definitiva lo era, pero en el momento en que se aparecía otra miserable rata la sorpresa volvía a provocar desesperación. El mundo estaba irremediablemente mal, por eso es muy simple afirmar eso del estallido social. No es eso; nada más y nada menos fue que todo se fue por un buen rato a la mierda.

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