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Desde la antigüedad y hasta bien entrado el siglo XIX, médicos, barberos y matasanos de todo pelaje recurrieron a un método terapéutico tan difundido como ineficaz: la sangría. Un rápido corte en la piel abría una vía de escape por donde la "mala sangre" salía del cuerpo, hecho que en teoría determinaba el alivio o la cura del doliente.
Desde la antigüedad, y hasta bien entrado el siglo XIX, se confeccionaron en varios países y a pequeña escala libros encuadernados en piel humana. Así, en más de una ocasión los restos de un condenado a muerte acabaron por alojar los propios códigos jurídicos que habían determinado su ejecución.
Estas añosas curiosidades podrían parecer una introducción inadecuada a las memorias de una joven uruguaya de poco más de veinte años. Pero quizá sin saberlo, Zulma Saadoun convirtió su propio cuerpo en una versión posmoderna de estas piezas del museo de la historiografía.
Hija de madre uruguaya y padre argelino, Zulma vivió una adolescencia signada por el acoso moral -o bullying- en el liceo, el rechazo hacia su propio cuerpo y la presión de las expectativas familiares, así como por la imposibilidad de encontrar un adecuado ámbito de diálogo, las herramientas para plasmar su padecimiento.
Luego llegó el castigo disfrazado de premio, y una importante beca la llevó a la ciudad francesa de Poitiers, donde descubriría o aceptaría gradualmente algunas realidades: que la carrera a estudiar no respondía a su vocación, sino a lo que otros habían elegido por ella, que estaba sola y lejos de casa, y que así como a ella no parecía importarle al fin y al cabo la universidad -aunque no dejara de esforzarse- a "La Máquina" académica tampoco le importaba ella.
"Cortarme era como pinchar ese globo lleno de problemas, para volver a un tamaño normal y poder respirar de nuevo (...) sentía un alivio adictivo, una brisa refrescante que entraba por la incisión de mi brazo hasta mi cabeza" escribe Zulma en sus memorias, describiendo su revisitación de las antiguas sangrías en procura de alivio. No por ansias de morir, sino como una forma de sentirse viva.
"¿Cómo explicar la autolesión, cómo ponerle palabras a algo que reemplaza las palabras?" se interroga e interroga a todos. Cuando esa convención llamada lenguaje no se acomoda a la interioridad, cuando es necesario expresar lo inexpresable, la piel de Zulma se convierte en un libro en el que ella misma escribe su historia, con su propia sangre como tinta y una cuchilla de afeitar a modo de pluma.
Cien cicatrices es el testimonio de una realidad oculta pero más común de lo que se cree. A través del relato de su propia experiencia, la autora intenta explicar lo incomprendido: ¿por qué hay jóvenes que se lastiman a sí mismos?
Entrevista: Gerardo Carrasco
Edición: Nina Blau
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