Cuando a fin de año los politólogos hagamos nuestro balance,
diremos que el año 2004 no fue, precisamente, un año intrascendente.
Diremos que fue, por ejemplo, el año en que la izquierda ganó
la elección presidencial, y el del desplome de los liderazgos de Lacalle,
Batlle y Sanguinetti que han signado la historia reciente de blancos y colorados.
Mirándonos al espejo, deberemos decir también que el 2004 fue
un año muy especial por otra razón: nunca los politólogos
habíamos sido tan dura e insistentemente cuestionados desde que la Ciencia
Política comenzó a ser cultivada sistemáticamente en el
país.
En estos días, precisamente, se está escribiendo el capítulo
más interesante de esta historia: Álvaro Rico, Profesor de Ciencia
Política en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación,
acaba de acusarnos de haber renunciado durante casi dos décadas al ejercicio
de la crítica y de haber construido un relato autocomplaciente de la
política uruguaya y, de hecho, funcional al poder. Me quiero sumar al
debate. Sintéticamente, voy a argumentar que aunque Rico no entiende
ni valora los aportes realizados por nuestra disciplina durante todos estos
años, tiene razón en algo fundamental: nos faltó, ¡por
supuesto que nos faltó!, capacidad crítica. Pero vayamos por partes.
Hasta dónde yo sé, todo empezó hace aproximadamente un
mes cuando, en el programa de TV de Sonia Breccia (Hoy por hoy, Canal 5 y TV
Libre), Gerardo Caetano, director del Instituto de Ciencia Política de
la Facultad de Ciencias Sociales (FCS), propuso con impactante elocuencia ''interpelar
a la democracia uruguaya''. De improviso, el ''interpelador''
resultó ''interpelado'': la dura visión de los problemas
de la democracia uruguaya ensayada por Caetano, provocó que Álvaro
Rico, desde las páginas de Brecha, escribiera que la ''crítica
de la autocomplacencia'' de Caetano era ''tardía'', y
desarrollara un severo cuestionamiento al rol de los politólogos durante
la democracia posdictadura (13/08/2004).
En el número siguiente, Brecha transcribió algunos pasajes del
texto en el que Caetano, junto a Gustavo De Armas y Laura Gioscia, habían
formulado sistemáticamente la necesidad de adoptar un punto de vista
más crítico acerca de los ''déficit'' de la democracia
uruguaya (20/08/2004). En el número siguiente del mismo semanario, Rico
retomó su argumento y fue mucho más explícito en su cuestionamiento
a los politólogos (27/08/2004). Ignoro si algún colega está
pensando en sumarse al debate en las páginas de Brecha. En lo personal,
como me siento aludido, pido la palabra.
SOY CULPABLE
¿Cuál es, en esencia, el punto de vista de Rico? Según
Rico, durante los años que él denomina de ''democracia posdictadura'',
es decir, durante las últimas dos décadas, los politólogos
habríamos contribuido a legitimar a la democracia ''elitista'' que sustituyó
a la dictadura como ''modelo de dominación político-estatal''.
Según Rico, hemos realizado esta tarea reciclando las miradas más
conformistas (los ''mitos'' propuestos por Pivel Devoto, Real de Azúa
o Rama acerca de la centralidad de los partidos, de la ''amortiguación
de los conflictos'' o de la ''hiperintegración social''), y aportando
nuevos argumentos conformistas acerca del desempeño de la democracia
y sus partidos durante las últimas dos décadas (en este caso,
Rico cita los elogios a la ''ejemplar'' transición a la democracia, a
la ''productividad'' y capacidad de producir innovación del sistema político,
a la ''fecundación'' entre técnicos y política, etc.).
Debo decir, para no defraudar ni a Rico, ni a mis colegas, ni a los ocho lectores
de dosmil30, que, en lo personal, me declaro absolutamente
culpable de todos estos cargos.
Es cierto que, en general, los politólogos desde comienzos de los 90
hasta ahora, hemos propuesto una visión ''optimista'' de la
política uruguaya. Mirado en perspectiva, lo que hemos estado haciendo
es revisar a fondo todos y cada uno de los puntos de vista acerca de la política
uruguaya que prevalecían antes de la dictadura entre los intelectuales.
Antes del golpe, las sucesivas camadas de lo que Ángel Rama denominara
''generación crítica'', habían terminado imponiendo
una visión de la política sumamente negativa. Dicho de un modo
muy sintético, según la ''conciencia crítica'',
blancos y colorados no eran más que coaliciones electorales sin programas
ni ideas, que lograban mantenerse unidos gracias a la ''tramposa''
''Ley de Lemas'', y que sustentaban su dominación política
en el clientelismo.
La generación de estudiosos de la política nacional a la que
debemos agradecer el despegue de la Ciencia Política uruguaya (en la
que descollaron, en mi opinión, Jorge Lanzaro, Luis E. González,
Romeo Pérez Antón, Carlos Pareja, Gerardo Caetano y José
Rilla), ejecutó un programa de investigación que, en esencia,
consistió en revisar a fondo la visión ''negativa''
acuñada por los ''críticos''. Como hemos dicho otras
veces, hemos colaborado en la ''crítica de la crítica''.
Al impulsar este programa, los fundadores de la disciplina mostraron valentía
y lucidez. Fueron valientes: no fue fácil para ninguno de ellos tomar
distancia de nociones sobre la política uruguaya tan fuertemente arraigadas
y tan bien defendidas. Sin embargo, hicieron lo correcto: se atrevieron a dudar.
Poco a poco, los ''defectos'' empezaron a parecerles ''virtudes''.
En un auténtico ejercicio hermenéutico, empezaron a redescubrir
la racionalidad de la tradición política uruguaya: el DVS pasó
a ser interpretado como un factor clave en la estabilidad de los partidos y
en su capacidad de renovación política; comenzó a admitirse
que los partidos tradicionales podían ser capaces de desempeñarse
con idoneidad en tanto actores de gobierno; la ya mencionada capacidad de ''amortiguación''
del sistema tematizada por Real de Azúa fue entendida como un rasgo de
pluralismo y/o de consensualismo. Al haberse atrevido a impulsar este auténtico
giro copernicano en la interpretación de la política uruguaya,
los politólogos hicieron un aporte valioso a la comprensión del
funcionamiento de nuestro sistema político y a la superación del
sesgo ideologizado y parroquiano que presidía la lectura ''crítica''
de la política nacional. Álvaro Rico, ciertamente, no nos reconoce
este mérito.
NI COBARDÍA NI MIOPÍA
Pero, además de valientes (insisto, se precisa valor, mucho valor para
dudar), los politólogos fueron lúcidos. Hay quienes piensan que
ser lúcido implica solamente descubrir problemas. En mi opinión,
ser lúcido no quiere decir solamente señalar errores o descubrir
fallas en el ''sistema''. Un intelectual lúcido es también
aquél que es capaz de descubrir y proclamar que el ''sistema funciona'',
cuando de hecho, esto realmente es así. Creo que a los politólogos
uruguayos no les faltó lucidez: me parece evidente que la política
uruguaya luego de la dictadura alcanzó un estándar de calidad
elevado. A lo largo de estas dos décadas a Uruguay no le ha ido tan mal:
la democracia se consolidó; el país se modernizó; la economía
logró, hasta 1998, un dinamismo importante; en el terreno del bienestar
social, hasta que la crisis descargó toda su furia, se habían
logrado algunos avances muy relevantes.
En todo esto, mucho tuvo que ver el sistema político uruguayo que, entre
1985 y 1999, logró un desempeño muy superior al de los quince
años previos al golpe. Los partidos, en el gobierno y en la oposición,
actuaron (en líneas generales) con seriedad y responsabilidad. No decirlo
no sólo era un acto lamentable de cobardía intelectual. Además,
implicaba poner de manifiesto una enorme miopía. Los politólogos
uruguayos ni fueron cobardes ni fueron miopes.
Por cierto, lamentablemente, la crisis 1999 2003 nos tomó por
sorpresa. No veo por qué no admitirlo. No esperábamos presenciar
tantas fallas en el liderazgo presidencial, tanto dogmatismo en el gobierno
de la economía, tanta falta de sensibilidad social, tanta torpeza en
el manejo de las relaciones internacionales. Aunque no somos economistas, no
esperábamos una crisis tan aguda y de consecuencias tan terribles en
el plano social. Es cierto, no vimos venir la crisis a tiempo. No pudimos avisar.
Fallamos.
¿Por qué no fuimos capaces de advertir a tiempo que algo podía
realmente salir muy mal durante la presidencia de Batlle? ¿Por qué
no advertimos antes los problemas de nuestra democracia? ¿Por qué
no vimos venir la tormenta? No tenemos más remedio que, otra vez, recorrer
el camino de la duda. Otra vez nos tenemos que formular preguntas incómodas.
Bienvenidas.
LAS CUENTAS PENDIENTES
Tenemos que impulsar, como disciplina, un nuevo programa de investigación
centrado en las cuentas pendientes de la política uruguaya. ¿Qué
le falta a nuestra democracia? ¿Cuáles son los problemas de nuestras
instituciones? ¿No habrá que eliminar una cámara? ¿No
habrá que disminuir de una buena vez el tamaño de algunas circunscripciones
electorales? ¿Cómo habría que reformar la política
a nivel municipal para dejar atrás la Edad Media? (Los intendentes son
señores feudales). ¿Cuáles son los principales defectos
de nuestros partidos? ¿Tienen una organización moderna? ¿Y
qué pasa con el Estado? ¿Qué tipo de servicio civil debemos
tener? ¿Cómo debería ser la interfase entre conocimiento
especializado y políticas públicas si queremos construir un país
en serio y una ''democracia inteligente?'' La lista de proyectos específicos
que la debacle reciente nos obliga a abordar es muy extensa.
En ese sentido, Gerardo Caetano, con su ''interpelación de la democracia'',
tomó por el camino correcto. Claro, la autocrítica, por ahora,
brilla por su ausencia. Ahí Álvaro Rico tiene toda la razón
del mundo. No podemos pasar del elogio encendido de las virtudes de nuestro
sistema político a la crítica de nuestra democracia sin un debate
público. Tenemos que dar la cara y asumir públicamente nuestros
errores. Es muy bueno que nuestro colega nos lo haya recordado. |