Mentiras verdaderas, verdades mentirosas: cuarta entrega. Por el perito semiólogo Washington Silveira. Ver los demás capítulos.
La semiótica peirceana ha definido el signo como "algo que representa algo para alguien en algún aspecto o carácter". Y un candidato político es un arquetipo de la polisemia de un signo, es decir de la pluralidad de significados que puede adquirir un mismo significante. De ahí que la figura de un candidato busque adquirir algún rasgo distintivo que lo identifique y lo diferencie de los otros. Esta puede ser la clave para concebir el afán de Luis Lacalle Pou de presentarse como el candidato "por la positiva". Sin embargo, el "ser positivo" no es algo que pueda deducirse de un simple slogan, sino que se relaciona con los demás significantes asociados a esa condición.
En este marco, la concepción de "imaginario colectivo", que desarrolla Edgar Morin, nos permite acercarnos al "fenómeno" que representa el postulante blanco a la Presidencia. Sin dudas, ha habido un proceso de construcción de su imagen, al que podríamos denominar de "imagen pretendida". Pero, simultáneamente, ha existido una decodificación más rica y compleja, por parte de los destinatarios, la cual supone una elaboración paralela de los interpretantes y a la que llamaríamos "imagen lograda". Ocurre que para los receptores -y de un modo casi inexorable- los contextos ideológicos, culturales y otros cumplirán, en ese proceso, una función más o menos fiscalizadora que derivará en la aceptación o el rechazo final de la propuesta originaria del emisor.
De cualquier manera, la mayor dificultad para sostener una imagen es que ésta debe ser respaldada por su tótem. Entonces, ¿logra el novel candidato presidencial blanco respaldar con solvencia la imagen proyectada?
Para constelar la "positividad" no podía estar ausente la imagen virtuosa de la "renovación", ejemplificada en la "juventud" del candidato. Este traslado semántico de la imagen de "joven" a la de "nuevo" es un claro ejemplo de un viejo recurso metonímico de la publicidad cuando se apunta a generar una transposición de significados. Sin embargo, si se profundiza en la complejidad semiótica de los términos, es bien claro que ambos conceptos -el de juventud y de renovación- no representan una sinonimia.
El rap y el discurso
Pero, ¿qué nos trasmite Luis Lacalle Pou a través de su comunicación y perfil semiótico?
En otra entrega señalábamos que, en esta instancia electoral, se ha delegado al spot, al jingle y a los slogans la responsabilidad de generar adhesión política. No hay ejemplo mejor que la campaña del candidato presidencial blanco. Difícil de saber si el rap precedió al discurso o el discurso al rap. "Somos hoy, somos ahora", "gobernar ahora y gobernar bien" han sido el leit motiv de una sonatina discursiva sumamente monótona y estereotipada en los clisés.
Pero más allá de la música y del estribillo, pegadizos y aglutinantes, el más joven de los presidenciables no ha presentado concatenaciones dialécticas rigurosas ni originales desgloses que revelen gran sagacidad. A tal punto que se viera desbordado, e incluso insolvente, en alguna urticante entrevista, como la que le realizara el audaz periodista Gabriel Pereyra en el programa "En la Mira" de VTV; sin lugar a dudas uno de los momentos más críticos del delfín político del Herrerismo. Más indulgente, pero no menos incisivo fue el periodista Joel Rosenberg en su programa "No toquen nada" de Océano FM, donde nuevamente el presidenciable blanco fue puesto a prueba en su capacidad de respuesta.
Sin observarse rasgos sobresalientes de creatividad e innovación en el discurso, no hay margen para suponer una improvisación intelectual de aristas retóricas cautivantes, y tan ha sido así que se ha llamado a sí mismo "aburrido" por reiterarse en sus disertaciones, e incluso excusándose por ello ante periodistas y auditorio. En entrevista que le realizara Código País llegó a sostener en su defensa: "Soy aburrido, pero coherente".
Rehén de una estrategia de campaña, no ha sabido o no ha querido arriesgar cuestionamientos profundos a sus contendores. Lejos de ello, ha ponderado los logros del actual partido de gobierno, y más que ponderarlos los ha utilizado cual si fueran un ícono de esperanza para su eventual gobierno futuro. Así las ceibalitas y los molinos eólicos nutren a sus "creadores de sueños", casi sin advertir que ello ya forma parte de una realidad que no se le debe. Sin embargo, ello constituye un estilo innovador en tiempos electorales y representa una apuesta a la positividad que pregona.
No obstante, y sin apartarse de las consignas de "no agresión", ha dejado deslizar expresiones y actitudes rayanas con la socarronería, aludiendo a "consejos de ancianos" y desafiando a su principal oponente político en la habilidad física de "la bandera". Pero también hay lugar para pedir perdón de un modo tan irónico como la causa original que le lleva a hacerlo: "Perdón por la alegría que le ponemos a este trabajo...Perdón por no hablar mal de nadie, por no gritar, perdón por haber presentado más de 800 propuestas y hasta el momento no lograr que el candidato del oficialismo quiera intercambiar ideas". Naturalmente, nadie pide perdón por lo que se suponen "cualidades" y menos por responsabilidades ajenas. Traslúcidamente no es un acto de humildad, sino de tunantería.
La textura discursiva
En Lacalle Pou resulta interesante la existencia de dos modelos bien diferenciados de acción discursiva que, sin mayor exigencia para el observador, exhiben los alcances y limitaciones de la competencia comunicacional del candidato. El primero refiere a la acción monologal, que es la que remite a los discursos públicos, preferencialmente para la parcialidad de la tribuna. El segundo es el dialogal, sometido a la interacción con interlocutores, periodistas, interpelantes. Al novel candidato se le ha visto siempre más cómodo dentro del primero, pues un discurso lineal permite "elegir" los tópicos, mientras que el diálogo -siempre más sinuoso- deja al desnudo los posibles baches de sus "saberes". No en vano, uno de los slogans más difundidos ha sido el de "nace un gobierno de equipos". No hay mejor manera de deslindar responsabilidades y asumir limitaciones. Ello no deja de ser un acto de sinceramiento, pero también una proyección de dudas sobre la ascendencia de su liderazgo y su capacidad de gestión. No obstante, ha proclamado, anticipadamente, que será el responsable de los errores que se puedan cometer, delegando los méritos en sus asesores y escogidos. Se advierte, sin mayor dificultad, que ello no es precisamente lo que llamaríamos una "garantía".
La crisis de la discursividad con fines electorales es equilibrar lo emocional a lo racional. A Lacalle se le ha asociado (1) a un "estilo Paulo Coelho", predominantemente voluntarista, con más referencias al "qué" que al "como", lo cual lo sitúa en los umbrales que median entre la intencionalidad y la efectividad de la política.
En las entrevistas, y ante las preguntas que le representan complejidad, suele apartarse del núcleo de la interpelación para derivar en anécdotas y ejemplos que distan de responder las demandas concretas que se le formulan. Este es un medio de la discursividad, empleado habitualmente para generar "tiempo mental" ante las dificultades de una respuesta directa e inmediata. Futbolísticamente se diría que Lacalle es un zaguero que abusa de "tirarla al córner" y pocas veces "sale jugando".
Otra forma de eludir una respuesta es responder con otra pregunta, lo que también se aprecia recurrentemente en su repertorio de recursos dialógicos. Sus contenidos discursivos parecen más el producto de un guión consensuado que de una matriz ideológica propia, aspecto que le vuelve vulnerable en la especificidad de algunos tópicos.
La comunicación no verbal
Desde la comunicación no verbal, este joven político ofrece una riqueza expresiva importante y merece un capítulo exclusivo.
Su presentación pública le asemeja más a un cantante pop (2), asumiendo que más allá de su música debe dar espectáculo y no solo salir a cantar sus canciones después que los "teloneros" han hecho su trabajo. Tendrá que dedicarle un buen tiempo a sacarse fotos con sus fans a la salida del show, verse bien, sonreír casi siempre, saludar, "recordar", dedicar unos segundos a cada admirador, cuidar los detalles y no perder la compostura de la imagen proyectada por sus asesores y su autoconvencimiento "positivo". La puesta en escena cuida la fidelidad a un estilo de vestir, de pararse, de moverse, siempre adaptable, que deja la corbata reservada para las "solemnidades" de ciertas ocasiones y los buenos mates amargos para otras. Realmente una propuesta versátil y esmerada no solo por "ser" sino por "parecer".
Sus manos acompañan moderadamente todas sus manifestaciones, hay un control "aprendido" de las mismas, por momentos demasiado rígido, casi impostado y lindante con un esfuerzo por dar con la imagen de la circunspección y la seriedad; particularmente observable en algunas entrevistas como la sostenida con Blanca Rodriguez para Subrayado electoral. Otras veces se le ha visto más espontáneo y menos "maniatado" gestualmente, como en la entrevista de Buscadores del 14 de mayo de este año -aun en campaña por las internas- lo cual es un indicador de que hubo "ajustes" comunicacionales después de ellas, que le han llevado a cierto acartonamiento, perdiendo algo de la frescura original.
Los hombros van generalmente hacia atrás y son reacomodados en círculo, sus cabellos son permanentemente apelados por sus manos y hay frecuentes y llamativas manipulaciones de su nariz, a la que suele mover por sí misma al tiempo de inhalaciones profundas y repentinas que delatan su conformidad con lo que acaba de decir o el aplauso generado. Este es un comportamiento frecuente cuando se siente seguro de haber llegado "de buena forma" a sus interlocutores. Estos gestos, también asociables a cierta vanidad y nerviosismo, dejan al descubierto que el candidato necesita reafirmarse, tan permanentemente como los realiza, en la aprobación de los otros.
Epílogo semiológico
Ciertamente, la "positividad" es un valor emocional altamente estimado por todos. Y en esta campaña política, ha sabido calar en quienes han querido apartarse de un modelo de "actitud" resentida y rencorosa -propia de la izquierda- que ha llevado a una casi irreversible estigmatización de los adversarios y de las experiencias de la historia más reciente. En este sentido, el "golpe de efecto" del joven y "positivo" candidato, tuvo sus primeras consecuencias favorables dentro de la propia interna de su partido, con un resultado que fuera tildado de "sorpresa". Y decimos "tildado" porque denominarlo de esa manera deja en evidencia que no se esperaba -ni por propios ni ajenos- que el novel líder tuviera las suficientes cualidades para ubicarse en esa posición ganadora. De modo que -salvado el primer escollo- la positividad debía ser la consigna inequívoca del incipiente adalid del Partido Nacional.
Ya en las instancias definitivas de su ascenso político, se ha construido sobre su persona una imagen que parece no tener un tótem autentico, lo cual no ha sido un obstáculo para su crecimiento. Y esa construcción de sentido, logrado o no, lleva al imaginario de seguidores y oponentes a buscar el verdadero significado de su "política razón de ser". De ello emerge la justificación de nuestro título para esta última columna sobre los presidenciables.
(1) - Politólogo Daniel Chasquetti en Caras y Caretas
(2) - El prestigioso semiólogo Fernando Andacht divulgó el apelativo "Lacalle POP" tomado de la expresión equívoca de un niño que acierta al modelo implícito.