"Un hombre que trabajaba en un pequeño despacho del piso más
alto de un rascacielos de Manhattan se mosqueó mucho cuando de repente
se fundió el único tubo fluorescente que le iluminaba. Para no
molestar al personal de mantenimiento, fue a comprar un tubo nuevo y cambió
personalmente el estropeado.
Entonces se encontró con que tenía que hacer algo para librarse
del tubo viejo: Era demasiado largo para dejarlo en la papelera, así
que decidió que a la hora de salir se lo llevaría y lo tiraría
en un contenedor de desperdicios.
Pero cuando llegó a la estación del metro no había encontrado
ningún contenedor, de modo que se montó en el tren con el tubo
agarrado en posición vertical, como el cayado de un pastor, para no molestar
a la gente.
Durante el viaje, varios pasajeros sin asiento se agarraron al tubo, convencidos
de que era una barra del vagón.
Cuando el hombre llegó a su destino, notó que había varias
manos aferradas al tubo. Se encogió de hombros, soltó el tubo
y se apeó del metro con una sonrisa."
Una historia tan divertida e interesante como falsa. El "cuento del tubo"
se ha venido repitiendo, con ligerísimas diferencias en varias ciudades
del planeta, siempre como un hecho verídico que le había pasado
a "el amigo de un amigo".
Caimanes en las alcantarillas, ratas en los envases de pollo frito, niñeras
antropófagas, psicópatas escondidos bajo las camas y un infinito
etcétera. Historias que recorren el mundo a lo largo y a lo ancho, desaparecen
por unos años para regresar, con pequeños retoques, al imaginario
colectivo ¿Algún tipo de conspiración, de conjura universal?...Quizá;
lo cierto es que desconocemos el origen de estos relatos, pero hay personas
que al igual que el autor de este libro, han escuchado, investigado y recopilado
cientos de historias sospechosas, agrupándolas bajo el nombre de Leyendas
Urbanas.
Toda una mitología contemporánea está al alcance de nuestra
mano.
Son proteicas estas leyendas. Aquí en el sur, todos hemos oído hablar de alguien que estiró la pata por comer sandía regada con vino. Pues en los EEUU circula una versión más consumista y sofisticada que asegura la muerte a quien mezcle bebidas cola con una golosina llamada pop rock, (prohibidos los chistes musicales).
En El fabuloso libro de las leyenda urbanas, Jan Harold Brunvand, especialista
en folklore de la universidad de Utah, recoge las más reiteradas y persistentes
historias, reunidas en su larga carrera académica y periodística
dedicada a la investigación de este fenómeno.
Brunvand establece algunas reglas elementales para la detección de las
leyendas urbanas. La primera de ellas es el ADUA, (Amigo De Un Amigo). Todas
estas curiosas historias siempre le sucedieron a "el amigo de una prima
de un vecino de mi cuñada, que estaba allí y lo vio todo"
En todos los casos resulta imposible localizar a esa persona o confirmar el
testimonio.
La segunda regla ha sido mencionada líneas arriba, y tiene que ver con
la difusión geográfica y la tenacidad con que se repiten las historias...pero
hasta que no subamos al metro con el tubo de luz no podremos comprobar nada.
Y por último, una definición arbitraria pero eficaz. ¡Es
demasiado bueno para ser cierto!. Las leyendas urbanas son excesivamente exactas
y logradas, y abundan en detalles que fuerzan un final de efecto, que sin embargo
encaja armoniosamente en el cuento. El mito perfecto, como la geometría
perfecta, no existe en la naturaleza.
El fabuloso libro de las leyendas urbanas está publicado en español
por la editorial Alba, pero no sabría decir cuál es su precio.
Sucede que en la librería donde lo compré, me dijeron que en realidad
no sabían como había llegado el libro hasta allí. Nadie
lo había pedido, no figuraba en el catálogo de la editorial, y
cada mañana aparecía en un estante diferente y con un precio distinto.
En una ocasión, uno de los vendedores, harto del asunto, lo tiró
por la alcantarilla de la esquina. Al día siguiente el libro estaba sobre
el mostrador, limpio y seco. Pagué el precio de ese día, irrisorio,
mientras intentaba recordar en qué librería de qué ciudad
había sucedido algo similar.
Salí a la calle con el libro bajo el brazo y corrí a mi casa,
escéptico, perplejo, asustado.