Esta vez se hizo todo bien: una producción que comenzó a trabajar varios meses antes del inicio del rodaje de los capítulos, contratación a guionistas para cada una de las distintas parejas protagonistas de las historias, además se trajo de Argentina a una de las más reconocidas directoras de actores para entrenarlos especialmente para esta ficción y se preparó una escenografía en un estudio arrendado para la ocasión. Y es importante decirlo, durante todo ese proceso los actores cobraron por cada ensayo. Ninguna de estas cosas se había hecho en Uruguay de esta manera tan profesional. Lamentablemente no basta sólo con ello.
A pesar de las agradables declaraciones de Hugo Arana pasando la mano por el lomo al talento oriental, es su participación la que no está a la altura. Se trata de uno de lo mejores actores de comedia de Argentina, un hombre que hoy mismo se lo puede ver en “Los exitosos Pells” para confirmar lo antedicho. Acá en “Hogar dulce hogar” sin embargo, parece apurado, como diciendo sus líneas en primera toma, para irse rápidamente. Da la impresión de que el actor no es muy exigente con su propio trabajo o que la dirección de la ficción no se anima a indicarle cuando algo no está bien realizado. La dupla Arana - Graciela Rodríguez está en constante tirantez, no actúan sus personajes de amor-odio y solo se quedan con la segunda parte. No hay feeling, no hay piel, no hay empatía. Y no hay declaración de Arana que pueda desmentir esto, como cuando estuvo en “Malas Compañías” e indicó con cierto eufemismo que Rodríguez era una loca bárbara.
Y Rodríguez tiene años haciendo comedia, años de escenario y años de televisión. Nadie puede decir que no sabe de este negocio. Claro que no es lo mismo hacer “Decalegrón” que una ficción. Pero su carita trasmite más angustia que felicidad. Así no hay forma de hacer reír a nadie.
Cargarle todas las culpas al actor argentino es un exceso, porque casi nadie en el elenco responde a las exigencias. No hay ritmo, fallan los remates y vistos los primeros capítulos, parece que nadie sabe muy bien cómo viene o hacia dónde va la historia. Y eso es porque no hay historia, hay una secuencia de gags y sketches sobre la vida en pareja en las distintas etapas etarias. A ser sinceros, eso no es culpa de los guionistas que trabajan sobre un concepto pre-existente, pero tampoco ayuda poner chistes viejos que se han visto en carnaval y en algunos casos, material que se puede leer en internet.
Básicamente lo que está mal en esta sit-com charrúa es que no cumple su función esencial: hace reír. El resto: el buen trabajo previo, la escenografía, ser la primera ficción en HD y la canción del show, no sirven para nada si el objetivo primario no se logra.
Carlos Ignacio Altavista
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