Cada entrevista es diferente y en esta ocasión lo que cambia es el conocimiento previo del laburante del humor con el que conversé. A Rafael Cotelo lo conocí en 2007, cuando comenzamos a pensar un espectáculo que se llamaría De Pie. Durante muchísimos meses lo vi todos los viernes y sábados por la noche, lo escuché hablar de sus vicisitudes y él escuchó las mías. Es imposible no hacerse amigos después de eso.
No será el único amigo que pase por este espacio, básicamente porque he tenido la suerte y la capacidad de rodearme de gente que hace cosas interesantes vinculadas con hacer reír. O hacer sonreír, o hacer que alguien piense: "¿Cómo pudo decir esto?".
La historia de Rafael está íntimamente relacionada con el barrio del Cerro, así que la charla comenzó recorriendo esas calles. Figurativamente, ya que el encuentro fue en Magnolio Sala, espacio que él dirige. Conversamos de la murga que le permitió recorrer el mundo, los innumerables trabajos y su transformación en un comunicador familiar. En medio de todo eso, este "aplicado lateral derecho" nacido en 1981 será demasiado autocrítico, pero no le hagan mucho caso. Es mucho mejor de lo que cree.
En la adolescencia, ¿cuál era tu rol en los grupos humanos?
El gracioso amigo de los matones, pero con mejor desempeño escolar que ellos. Muchas veces el autor intelectual de algunos desbundes, muchas menos veces el autor material. Pero era hábil para conseguir que los matones no me pegaran, porque me hacía amigos de ellos. Es una cualidad que mantengo.
¿Pensaste alguna vez el origen de ser "el gracioso"?
Tuve un abuelo que disfruté y conocí hasta los 12 años de vida, y doy fe que era muy gracioso, muy divertido. En el barrio es medio legendario por el sarcasmo, el humor negro y la bandideada. Era un loco muy pillo, con mucho carnaval y mucha cantina encima. Mucho ir a acampar con amigos. Cosas que con el tiempo he ido repitiendo, aunque no siento que haya sido un mandato genético. Me da una linda emoción que en el Tito Borjas, lugar donde yo paro, para los más veteranos soy el nieto del Gordo Caetano. No soy ni Rafa, ni el Cotelo, ni el de acá a la vuelta, ni mucho menos el de la tele. Eso está bueno.
El humor suele aparecer como herramienta para llamar la atención, lo que cambia es a quién: nuestros padres, una mina... ¿A quién querías llamar la atención?
La vida y la naturaleza no me dotaron de herramientas que hubiese preferido. Si me das a elegir, hasta el día de hoy te cambio cualquiera de las marionetas graciosas que pueda llegar a tener por medir 1,90, estar todo trabado, ser rubio y de ojos celestes. Pero ta, ya me resigné. Sí, claramente "las minas", entre comillas, eran uno de los motivos, pero también la aprobación. La aprobación y la risa y el aplauso. Esto es más en un estadio inconsciente que consciente, o por lo menos te vas dando cuenta después. A mí lo que me gustaba era que, ya sea las minas o los matones o el resto de la clase, dijeran: "Se pasa, este. Te matás de la risa". Me pasa hasta el día de hoy. Y es más la aprobación generalizada que la de un público objetivo.
¿Cómo llegaste al teatro?
De chico, mi papá tenía una única preocupación: que yo fuera hincha de Cerro. Mi madre también tenía una única preocupación: que yo fuera un hombre sensible. Mi padre me llevaba a ver a Cerro, mi madre me llevaba al teatro, talleres de dibujo y exposiciones. Claramente fue mucho más exitoso el emprendimiento de mi padre, pero de la semillita que sembró mi mamá algo germinó. Porque tenía algunas inquietudes por la lectura, por la historia y por algunas cuestiones artísticas. En primero de liceo dimos Pateando lunas, el libro de Roy Berocay, y yo me encargué de leerlo para toda la clase. Todas las cases de idioma español yo leía, lo declamaba muy terrajamente, y la profesora me felicitaba. En segundo de liceo dimos Galileo Galilei, y hay una obra de teatro sobre él. La profesora dijo: "¿No se animan a realizar un par de escenas?". Yo me re copé y lo hice con un par de compañeros y compañeras, e hice de Galileo. Siempre muy pretencioso.
¿Pretencioso o ambicioso?
Capaz que las dos cosas. Me gustaba eso de destacarme. Era siempre el delegado de clase, llevaba la voz del grupo, me gustaba conciliar y la pseudo lucha. En tercero se armó un grupo de teatro en unas viviendas del Cerro que se llaman Cerromar, al que no me invitaron. Yo me moría de la envidia por los que iban, porque aparte venían como buenos adolescentes y se hacían los cracks con los que no íbamos. En quinto de liceo se reabre el Teatro Florencio Sánchez y yo me entero que los mismos docentes de Cerromar iban a dar talleres gratuitos para adolescentes. Eran un grupo de titiriteros del Cerro que se llama La Gotera, y encima era de Cerro el loco. ¡Se daba todo! Un día paso por la puerta, porque el teatro quedaba entre el liceo y mi casa, y veo 200 adolescentes en la puerta haciendo cola para inscribirse. De los 200, 150 eran chiquilinas. 120 las conocía. A 100 las quería enamorar. Solo pude con una, que luego fue mi esposa y mamá de Clarita y de Ema. Logré anotarme, inscribirme y participar. Éramos 200 gurises del Cerro haciendo teatro, una cosa re linda. Mi grupo se presenta en Teatro Joven y ganamos. Encima a mí me dan una mención, porque era muy desfachatado. Pésimo actor, pero no le tenía miedo al ridículo. Hacía el ridículo. Fue un "Esto es para mí". Obviamente pasé por etapas de delirio místico donde quería hacer drama, otras donde quería hacer más performance y andaba en zancos y escupía fuego. Literalmente. Hasta que me dijeron: "Vení, nene. A lo sumo sos gracioso, a veces. Subite a hacer chistes".
¿El siguiente paso fue el Carnaval?
Ese grupo sigue y se presenta a un Fondo Capital, esos fondos de apoyo a la cultura que tenía la Intendencia. Vos presentás un proyecto y si te lo aprueban te financian una parte. Queríamos hacer un espectáculo sobre la historia del Teatro Florencio Sánchez, que anteriormente se llamaba Apolo, y del barrio. Nos dieron la plata, y con ella le pagamos a Fernando Cabrera para que hiciera la musicalización, a un director argentino que justo andaba por el Cerro, y a Tabaré Cardozo para que hiciera una canción. Ahí conozco a Tabaré y también conozco, porque era vecino, a Pancho Cancela, que es un carnavalero del barrio. Él, un poco por atrevimiento y otro poco por insistencia de mis profesores, quedó entusiasmado con la posibilidad de que yo algún día saliera en un conjunto suyo, que se llamaba De todas partes y salía como Mascarada Musical, una categoría que ya no existe más. Uno de esos años él decide sacar Humoristas y me invita a salir. Y yo, que uno de los sueños de mi vida era salir en una murga, estaba resignado a no salir nunca porque no sé cantar. Así que dije: "No voy a salir en Murga, pero salgo en Humoristas". Mi abuelo, el gordo Caetano, sacaba con unos amigos el conjunto de Humoristas Los Fabios. Me cerraba todo: historia romántica, álbum familiar. Redondo. Salí y fue divino. Salimos quintos compartidos y eran siete.
¿Qué edad tenías?
19 años. Fue una experiencia alucinante. Tomar vino cortado en la bañadera, ver ese mundillo, el folclore, que te metan la pesada en la cantina, aprender a jugar al truco, a hacer paquete, aprender que cuando te mandan la vuelta después tenés que mandar vos, códigos de vestuario... De esas cosas que en realidad son una porquería, pero está bueno saberlas.
Todo el mundo debería salir en Carnaval por lo menos una vez.
Vos lo sabés. Viste que en realidad pensás: "¿Esto por qué se festeja?". Porque es una mierda, pero está bueno que lo sepas. Ta, lo hice y al otro año ese mismo grupo de gente sale como Revista. Me invitaron a salir y yo loco de la vida. Como todas las revistas, hacíamos muy pocos tablados. Y a mí lo que me fascinaba eran las murgas, así que un día fui al Teatro de Verano a ver la murga que ese año mí me gustaba más, que era Curtidores de Hongos. Hacían el espectáculo de "La Noche", año 2002, y Tabaré Cardozo era uno de los protagonistas. Yo había dejado de verlo después de aquella obra de teatro por la que había hablado tres veces en mi vida. Terminan los Hongos y me voy a comprar un chorizo al pedregullo. Ahí me cruzo a Tabaré, sin esperanzas de que me reconociera. "¿Cómo andás?", le digo. "Pah, guacho. Justo estuve hablando de vos con mi hermano, porque aparte tu tía trabaja con la madre de la novia de mi hermano...". Esas cosas del Cerro y de Montevideo. "Mi hermano armó una murga joven y yo me acordaba de vos por la obra de teatro que hacías lo del caramelero, que me mataba de la risa. Y me habías dicho una vez que te morías por salir en murga". "Sí, pero ta, yo no canto nada". "No, pero yo le dije a Yamandú que vos no cantabas nada. Esto no es de cantar, es una murga joven, es ir a chivear. Mirá, allá está mi hermano". Señaló a un gordo peludo de barba, que era Yamandú. "Él armó la murga con dos amigos más", me dice. "Uno se llama Martín Duarte, que ya ha salido en murga, y el otro capaz que lo conocés porque sale en la radio, se llama Carlos Tanco. Están armándola. Capaz que te copa". Al otro día estaba en la casa de los gurises, entrando medio de costado y por nepotismo a la murga, sin entender mucho qué hacer. La murga no entendió que hacía yo hasta 15 días antes del espectáculo, porque en los ensayos ellos cantaban y yo me quedaba al costado tomando mate. Era de verdad un parásito. Y bueno, ahí me absorbió la vida la murga y fue el lugar que encontré.
¿Lo primero fue Murga Joven?
Murga Joven con Agarrate Catalina en 2002. El espectáculo se llamaba "El tablado amateur", que era un tablado de barrio armado por una comisión barrial. Tenía una presidenta de la comisión que se llamaba Rotaria De León, que la hacía Ivanna Amarillo, y un presentador del tablado que era Edison Campiglia. Muy distinto al Edison Campiglia de hoy, pero era Edison Campiglia. Nació en el 2002. Hacemos Murga Joven y nos va bien, damos la prueba para Carnaval, y entramos. Hacemos Carnaval 2003 con exactamente el mismo espectáculo. O peor, porque un par de los murguistas que estuvieron en Murga Joven salían en murgas de verdad y nos dijeron: "En Carnaval no cuenten con nosotros, no vamos a salir en esta murga de mierda cuando estamos saliendo en los Curtidores". Y se fueron.
¿En qué momento te diste cuenta de que Agarrate Catalina podía ser algo diferente?
Estuve varios años enamorado del género murga y también de la Catalina. A mí, sinceramente, desde que entré y me mostraron lo que habían hecho en Murga Joven en 2001 dije: "Esto está mortal". Lo único parecido que yo había visto y que me gustara tanto era La Mojigata o Demimurga. Porque era un género que amaba de chico, pero capaz que desde el '92 con Falta y Resto no veía una murga que me identificara con lo que estaban cantando. Ni siquiera con Contrafarsa me había pasado. Me pasó con la Mojigata, de decir: "¡Por fin alguien dice lo que pienso!". Y me pasó con la Catalina. Me acuerdo que los Diablos Verdes habían hecho un homenaje un poco grandilocuente que hablaba de Onetti, y obviamente lo hacían rimar con Benedetti y Viglietti. "¡De la mano de China Zorrilla, viene Julio Sosa, no sé cuánto...!". Y estos al año siguiente hicieron un homenaje hablando de las series de la infancia. "¡De la mano de Mario Baracus, viene Bud Spencer junto a Terence Hill...!". Que hoy es un poco trillado, pero en ese entonces me encantó, porque era una parodia a un homenaje súper grandilocuente, con una pajería. Al toque me pareció que estaba mortal, aunque temía que pasara lo que hasta ahora había pasado: todo lo que yo hacía me parecía que estaba buenísimo, pero a nadie más. Pero no. Pasó que le fue muy bien a la murga. Y en realidad eso me parece que responde más a causas externas que internas. La murga hubiese hecho el mismo espectáculo y capaz que no hubiese tenido ningún suceso. Se alinearon los astros y le fue bien.
Era una época brava. ¿Puede ser por ese lado?
Puede ser. También muy fermental en cuanto al género Murga Joven. Yo siento que de verdad la Catalina, La Mojigata, Demimurga, Queso Magro, Japilong y algunas más, lograron expresar arriba del escenario lo que una generación de gurises pensábamos abajo. El país estaba hecho mierda y un sector de gente encontró como un parlante. Después pasaron otras cosas más, y es que la Catalina profundizó un discurso que también coincidió con el triunfo del Frente Amplio. Creo que todo eso ayudó y terminó siendo como un gran empujón para el tren.
¿Nunca te pareció demasiado grande o demasiado rápido?
Sí, demasiado grande y demasiado rápido. Nosotros en el 2002 poníamos 60 pesos por mes para la murga y nos atrasábamos. En el 2006 estábamos cantando en La Sorbona en París. Hay una escena que recuerdo claramente, en un balcón en Gandía, un balneario de Valencia que da al Mediterráneo. Tomando latitas de cerveza y diciendo: "Bo, ¿qué pasó?". En ese momento fuimos conscientes. "¿Cómo estamos acá? No puede ser, si hace pocos años poníamos 60 pesos por mes". A fines del 2002 fuimos a actuar a un boliche en 18 de Julio que se llamaba La Bodeguita y nos pagaron 250 pesos. A toda la murga. No daba ni para el flete, fuimos pintados en ómnibus de línea. Obviamente en el público estaban mis padres, los padres de Yamandú y algún padre más. Y en 2005 ganamos y nos llevaron al Estadio Centenario a la entrega de premios, y había 15.000 personas cantando "¡Dale campeón, dale campéon!" y nosotros dando la vuelta olímpica.
¿Esa conciencia evitó que se reventaran por ir tan rápido?
La virtud del grupo fue que mil veces nos reventamos y nos agarramos a las piñas entre nosotros. Metafóricamente; nunca nos agarramos a las piñas. Pero siempre estuvimos muy cerrados y tuvimos la capacidad de parar la pelota, ver las diferencias y buscarle la vuelta. Ha habido etapas de: "Estoy un poquito cansado, agobiado. Déjenme sacar la cabeza para respirar y vuelvo". A mí me ha pasado en estos últimos años que saqué la cabeza para respirar, pero no por cansado o agobiado, sino por otras tareas. Pero, de verdad, cada vez que vuelvo a la murga la siento mi casa. No tengo que explicar nada. Continúo la conversación que dejé interrumpida hace ocho años.
En la murga tenés el rol de cupletero. ¿Cómo se maneja la responsabilidad? Porque hay una parte importante del espectáculo que recae en tu efectividad.
Nunca le tuve demasiado miedo a esa responsabilidad. También es cierto que he jugado siempre con compañeros que, desde la concepción o la creación del texto, saben lo que puedo dar y no me dan cosas que no pueda hacer. Me conocen claramente, y saben que "al Rafa es mejor llevarlo para este lado o para este otro". Después, capaz que mi única virtud ha sido siempre la de entender que menos es más. Siento que tengo una forma de hacer o de interpretar que, si la sobrecargo, hace que pierda eficiencia. Y justamente mi forma de hacer humor tiene mucho que ver con la eficiencia. Yo creo que no soy ni creativo, ni talentoso, ni inteligente, ni absurdo, ni nada, a la hora de hacer humor. Pero puedo ser eficiente. Vos venís con el risómetro y puedo andar bien. Ahora, si venís a hacer una crítica teatral, te vas a llevar una desilusión.
¿Concebís el humor desde un lugar más de oficio y laburo?
Sí, sí. Al menos como lo hago yo. Digo, porque estoy tratando en los últimos años de identificar la falsa modestia y dejarla un poco de lado. Porque yo te puedo decir: "En realidad no sé hacer nada". No, no. Pará. Me parece que puedo llegar a hacerte reír arriba del escenario con las dos o tres herramientas que tengo. Que me encantaría tener veinte, pero no tengo o no las sé manejar. Lo que sí creo que conozco bien son esas dos o tres. Y esas dos o tres, que capaz que son pico, taladro percutor y maceta para romper, las sé usar. Entonces le busco la vuelta por ahí.
¿Eso lo ejercitás de alguna forma?
Para mí se ejercita haciéndolo. Después es importante tener la autocrítica de decir: "No funciona". Y justamente, si tu cualidad pasa por ser eficiente y con lo que estás haciendo no se ríen, entonces está mal. Si yo te digo: "Yo voy a que se rían" y tengo 10 minutos en los que no se rieron, los tengo que sacar. O los tengo que modificar o lo estoy haciendo mal. Y en eso soy medio despiadado: corto y saco a la mierda.
¿Cómo te afecta el tema de la repetición? Tener que hacer lo mismo cinco veces por noche, para gente que ya te vio diez veces.
Es horrible. Espantoso. Yo no le he encontrado solución. Es más, muchas veces me he sentido un estafador por estar haciendo lo mismo. Lo que pasa es que decís: "Yo no tengo la culpa. ¿Para qué viniste otra vez?". Porque no se me va a ocurrir otro chiste en lugar de este, que encima tendría que durar el mismo tiempo, porque la murga va a entrar. Ni cambiar el sentido de la lógica, ni quemar... No se me va a ocurrir.
¿Si todos los públicos fueran nuevos sería más fácil?
Igual a veces me aburre. Me doy cuenta, por ejemplo, con los eventos o los monólogos para fiestas empresariales. Vos te podés escribir uno y si querés podés estar diez años con el mismo. Yo he estado con alguno varios años, porque es otra empresa y otra empresa y otro evento y otro casamiento y otro no sé qué. Hasta que llega un momento en el que decís: "Ni yo me aguanto decir esto una vez más".
¿No tenés una partecita que va cambiando dependiendo de si es una farmacia o una automotora?
Sí, pero es una partecita. Porque si no tenés que escribir un monólogo para cada uno, y te volvés loco. Me ha pasado que un año no agarro ni un evento y me dicen: "Vení y hacé lo que estabas haciendo". "No, mirá, lo que tengo es viejo". "Hacelo, si acá no te vieron". "No puedo. Te estoy robando la plata".
Recuerdo una época en la que, antes de salir a un evento, ofrecías plata para que otro fuera en tu lugar. ¿Era tan grande el sufrimiento?
Sigue siendo. En un teatro como en el que estamos, anunciás un espectáculo, ponés a la venta las entradas y la gente viene a verte. Viene dispuesta a verte a vos. Estará loca o no estará loca, pero lo hace. En un evento, ponele un casamiento o un cumpleaños de 15, ¡es una locura que te llamen! O en un evento empresarial. No te fueron a ver a vos y seguramente el 99% de la gente no quiere verte a vos. Ni siquiera por animosidad en contra tuya, es porque piensan: "Tengo cuatro horas de fiesta para comerme unos canapés o para mamarme y decirle a mi jefe que es un sorete porque me dio la licencia en febrero y no en enero. Y venís vos a pudrirme 45 minutos hablándome y me tengo que quedar quieto y callado, y reírme y aplaudir. No quiero". Y los mozos están pasando por adelante tuyo. Y las luces a todo trapo. Y el micrófono no anda. Y es de tarde, en un club de pesca al rayo del sol. Te estoy hablando del sábado pasado. Te querés matar. La verdad, no hay forma de que lo disfrute. No me gusta. Cada vez lo hago menos. ¿Por qué menos y no dejo de hacerlo? Porque es una guita. Se paga mejor que cualquier otra cosa.
También estuviste en salas con gente que paga para verte, desde que hiciste De Pie. ¿Cómo llegaste al stand up? Que existía en Uruguay, pero no salía de un circuito más chico.
Por Carlos Tanco, con quien nos habíamos hecho amigos en la murga, Movie le ofrece hacer un espectáculo de stand up a imagen y semejanza de uno que había en Argentina que se llamaba Cómico. Le dijeron: "Estaría bueno hacer esto acá". "Bueno, déjenme a mí elegir con quiénes". Fui uno de los que llamó. Llamó a cinco: a vos, a Gonzalo Cammarota, a Pablo Aguirrezábal, al Eyhe, que duró una sola reunión en tu casa, y a mí. Para hacer en principio cuatro funciones, como mucho. Arrancábamos con dos, y si nos iba bien hacíamos cuatro. Porque era más experimental que otra cosa; ninguno de los involucrados sabía lo que íbamos a hacer. Eso derivó en un espectáculo de monólogos. Creo que en el primero yo los presentaba.
Eras el maestro de ceremonias. Hacías lo mismo que los demás, pero intercalado.
Para lo cual conté con una gran ayuda de Carlos, porque yo no tenía experiencia de escribirme, y menos monólogos. Eso anduvo bien y finalmente el espectáculo duró más de un año. Después vino De Pie 2 y De Pie 3. Fueron casi cinco años. Al toque fue el furor del stand up en los boliches, las pizzerías, los cumpleaños... Me empezaron a llamar y ta, funcionó. Y en realidad hasta el día de hoy algunos seguimos disfrutando el viento de cola.
¿Qué te acordás del trabajo de creación de aquellos textos?
Era entre los dos. Todo lo que Carlitos me mandaba lo hacía, porque siempre confié mucho más en el texto de otro que en el mío, aunque lo fuera a interpretar yo. Tenía una enorme inseguridad. Un cagazo gigante. Por suerte tengo muy mala memoria, porque ahora estoy viendo mucho más a Gonzalo y él se acuerda de mis monólogos y yo no. Para mí es como sentarse a ver un monólogo de él. Y cuando lo escucho decir las cosas que yo decía, me quiero matar. En la desesperación tiraba manotazos para cualquier lado.
Después Carlos se fue. ¿Seguiste escribiendo con él o armabas los monólogos solo?
Lo tenía como asesor consultor, pero como es medio irregular para responder mails. A veces te encaja el freezer y después cae con veinte minutos de material, y vos decís: "Estreno mañana, Carlos. Voy a tratar de agarrarlo, porque esto es mucho mejor que lo que escribí y ensayé, pero no me da de acá a mañana para aprendérmelo". Era una relación medio así. "Yo me armé esto, ¿qué te parece?". Él siempre me ayudó, siempre fue muy generoso. Me donaba sus mejores chistes, incluso algunos que él pudo haber explotado muchísimo, ya sea desde el personaje o en otros curros. "No, esto lo tenés que hacer vos". De verdad, una generosidad muy grande. Hasta que de a poquito fui cortando el cordón umbilical. No porque quisiera, sino porque lo estaba viviendo. Hoy me autoabastezco.
¿Sentiste en estos años un crecimiento como escritor y como intérprete?
No, sinceramente no. No creo que escriba mejor que hace unos años y sinceramente creo que interpreto mucho peor que hacer unos años.
¿Por qué?
Lo he pensado. Creo que mi personaje público ha ido mutando en los últimos años en detrimento de mi personaje humorístico. Entonces me cuesta más hacer el ridículo, o jugarme a una exposición un poquito más elaborada y arriesgada. Trato de hacer humor desde un lugar un poco más encorsetadito y eso limita mis facultades interpretativas. Si antes tenía que hacerme el pelotudo haciendo títeres, lo hacía. Lo disfrutaba y era divertido. Hoy creo que me costaría. Hace un par de meses, escudado en el personaje de Campiglia, he vuelto a explorar el "Vamos a jugar arriba del escenario". Me voy a disfrazar, me voy a maquillar, me voy a peinar y voy a tratar de componer un personaje. Que es nada, es una basura. Mentira que es un personaje.
Como una máscara de carnaval de plástico.
Ahí va. La máscara con los elastiquitos. A mí me sirve y me escuda, y yo con ese personaje me animo a hacer algunas cosas que, si las tuviera que hacer yo, no las hago ni en pedo. Pero no solo por el lenguaje. Por ejemplo, en un momento del espectáculo que hago junto al Tío Aldo, Campiglia entra vestido de una manera que, si el espectáculo fuese Rafa Cotelo Stand Up, ni loco lo hago. Ni mamado entro así. Pero como es Campiglia, está bueno.
No te quiero arruinar, pero ¿sos consciente de que la gente sabe que Campiglia sos vos?
Creo que se dieron cuenta. Y sé que hay mucha gente que dice: "Es el personaje que encontró el Rafa para decir lo que realmente piensa". Pero en el 95% de las cosas yo pienso lo contrario. Lo que él disfruta, le gusta y festeja, a mí de verdad no me gusta. Lo que no quiere decir que eso que festeja me parezca una porquería, porque de hecho he aprendido en los últimos años a valorar la autenticidad de las expresiones. Muchas veces me emocionan más las murgas que están peor, que las que están más buenas. Porque a las más buenas ya las conozco, conozco las moñas, veo el hilo de las marionetas, sé lo que están buscando cuando hacen esto o lo otro. Las que están peor, que son un desastre, tienen una pasión ahí arriba... Un amor, un sacrificio, unas gomas eva pegadas con silicona fría, unos polifones pintados con spray y una hermana que fue y los maquilló, que de verdad me emociona. Esos locos están enamorados de lo que hacen; los otros quieren ganar. Como quiero ganar yo cuando me subo, y está de más. Y el espectáculo estará mucho mejor, pero los de los otros me encantan.
¿Sería difícil un regreso a los escenarios con Rafael Cotelo sin máscara?
Sería difícil, sí. Porque me daría mucho laburo escribir. Aparte me ha pasado con Campiglia y las últimas veces que escribí un monólogo para eventos y demás, que voy, lo hago sin mucho ensayo y digo: "Acá la mitad es para tirar". Entonces a la segunda función voy sin la mitad. Es bravo. De cualquier manera, lo debería hacer por una cuestión de ejercitar. Y también porque económicamente te sirve hacerlo.
Si conocieras al director de alguna sala, sería más sencillo...
¡Para programarme! Me pongo los sábados a las 9, me doy horario central a morir.
¿Cómo fue adaptar tu personaje humorístico a otros públicos?
Cuando empecé a participar de programas más familiares, para la vecina y el vecino, los primeros tiempos tuve que corregir y me corrigieron los modos. Ahí creo que tuve el mérito de decir: "Bo, ¿para quién estoy hablando?". Porque en La Mesa de los Galanes, si bien el público por suerte es bastante masivo, puedo hablar de una manera y expresarme de una forma. Y dar por sobreentendidas algunas capas de ironía o de sarcasmo, porque estamos todos compartiendo los códigos. Y cuando digo "todos" me refiero a conductores y oyentes. En un programa magazine matinal los códigos son otros. En El Espectador, con Sonsol y el Tano Abadie son otros y el público es otro. Eso es aprender y saber dónde estás hablando. Yo jamás podría haber hecho a Campiglia en La Mañana en Casa.
¿Pero reconocés, entre tus avances, la versatilidad?
Sí. A fuerza de: "Rafa, ¿qué dijiste? ¡Tas loco! ¿Cómo vas a hacer ese chiste en La Mañana en Casa?". O: "Ah, esto no causa gracia. No entienden. No es por el lado de la ironía". Siento que, con el pasar de los años, ya no tengo miedo si tengo que ir de vuelta con los amigos de La Mañana en Casa o si tengo que ir a conducir con Sonsol ahora a las 4...
O un programa de preguntas y respuestas.
Exacto. Me puedo adaptar. Vos me dirás: "¿Dónde te sentís más cómodo?". En el Tróccoli me siento más cómodo.
¿Y dónde te sentís más cómodo haciendo humor?
En La Mesa... o en la murga. Que es básicamente donde lo hago, también. En los otros hago entretenimiento.
Tenés momentos en los que estás en muchas cosas al mismo tiempo. ¿Cómo hacés para que no se diluya la creatividad?
Se diluye. Obvio que se diluye. Se apaga. Igual, vos también lo sabés, la exigencia es como un motor que hace andar la creatividad o lo que mierda sea. Pero el deadline y el "hay que entregar y hay que hacer" a veces te hacen bajar la vara de exigencia... A veces no, siempre. "Si esto lo trabajara un par de días más, iba a quedar mejor. La idea iba a estar más redondita, más linda. Pero hay que entregar hoy. Estoy tiene que salir al aire hoy, o tiene que ir a imprenta hoy. Va hoy". Es un juego medio perverso. Y si bien yo siempre digo: "Me encantaría dedicarme a una sola cosa. Tener todo el tiempo del mundo para dar todo acá", creo que me volvería todavía más improductivo. A vos supongo que te pasaría lo mismo. Te digo: "Nacho, mirá. Yo te voy a pagar todos los meses lo que necesites para vivir cómodo y tranquilo. Y dentro de un año, venime con un libro". Seguramente no hagas un libro mucho mejor de los que hacés todos los años. No va a ser mucho mejor, y dejaste de hacer un millón de otras cosas. Es así.
Siguiendo con la creatividad y la cantidad de trabajo, ¿cuál es la influencia del cansancio?
Es otro de los motivos que te hace bajar la vara. El cansancio, donde lo noto más, es en la memoria. Hoy de verdad no me acuerdo de nada. Pero nada de nada. No me acuerdo lo que dije ayer. Se lo adjudico al cansancio, porque tan viejo no soy. Eso es un peligro, porque puedo estar repitiendo; me puedo estar robando a mí mismo o estar robando a otro. "Pah, te juro que no era mi intención robarte, pero la verdad no me acordaba". Con Carlitos, el año pasado en Rusia, me pasó un par de veces que dijera: "No innové, no innové", y me miraba con complicidad. "No entiendo, Carlos". "Bo, lo decías vos en un monólogo. Con mi mujer nos quedó y hasta el día de hoy decimos 'no innové, no innové'". No me acuerdo de nada.
¿Cuántas horas estás durmiendo?
¿Promedio? ¿Siendo generoso? Cinco.
Estuviste peor.
Estuve peor. Claro que estuve peor.
Mencionaste a Campiglia. ¿Cómo encontraste los límites del personaje? ¿Solo lo hiciste cuando te reventaste contra algo? Como el INAU, por ejemplo.
Eso es más una leyenda urbana que otra cosa. Un par de oyentes llamaron a la radio y también al INAU, para quejarse por unas cosas que había dicho. Pero el INAU lo único que hizo fue decir: "Rafa, si podés bajá la pelota, porque en realidad creemos que tiene razón el hombre". "¿Cómo? ¡Toda la razón tiene el oyente!".
Esperaban por lo menos que forcejearas un poco.
No, ¡toda la razón tenía! Y a mí, que quería matar al personaje unos cuantos años atrás, me sirvió para decir: "Antes de comernos un lío de verdad, vamos a matarlo". Lo maté. Lo que pasó después fue que, con esta movida de Del Sol, sentimos que había que salir a jugar el partido con todo. Básicamente, y esto es en serio, la única condición que me puso el Piñe fue: "Rafa, hacé lo que quieras, armá el cuadro, lo único que te voy a pedir y te voy a exigir es que hagas a Campiglia. Bajale el tono, buscale la vuelta, pero funcionaba y siento que puede funcionar". Y desde hace tres años de nuevo lo estoy sufriendo. Porque de verdad lo sufro.
Pero le bajaste el tono.
A veces. Campiglia baja el tono cuanto más tiempo tengo para preparar el personaje o la columna. Ahí sí, porque al escribir y armar, digo: "No, esto no". Igual con tiempo la he macaneado sarpado. El problema es cuando... Por ejemplo, pasado mañana hay columna y no tenemos nada. Y va al vacío. ¡Mamá! Agarrate. Porque ahí entro a tirar piñas para todos lados.
¿Qué tan importante es hacer humor en buenos ambientes?
Es determinante. Absolutamente determinante. Es mucho más liviano, más divertido, menos engorroso y burocrático, porque tenés un trato directo y sin cuidados con tus amigos. Y la verdad lo disfruto pila. Así como sufro cuando eso no pasa.
¿No está la chance de que te achanches?
Sí. Eso me pasa y nos pasa a todos. De hecho, me pasa mucho como responsable de un área o de una tarea. A veces tengo que exigirles a determinados compañeros una mayor atención, pero establecí un vínculo y una relación en la que me pueden decir en la cara: "No hago nada porque me chupa un huevo, porque no tengo ganas, porque me mamé anoche y estoy con una resaca ahora y no voy a hacer lo que te dije que iba a hacer". Yo me chupo, me caliento, pero digo: "Capaz que esto es lo que yo tengo que pagar para tener lo otro". No quiero perder lo otro ni loco. Si los tengo en régimen militar y me cumplen con el trabajito, pero me tratan de usted y yo los trato de usted; si cumplen con redactar lo que les pedí y no con crear, ponerse el cuadro al hombro, meter, disfrutar... No quiero.
¿Y cómo se hace humor en las malas?
Me ha pasado. Hace muchos años, estaba atrás de un escenario con Ovidio (Fernández). Yo tenía 19 años y pereza. La función era un sábado al mediodía y yo estaba tirado. Me pregunta qué me pasa. "La verdad, no tengo ni ganas de salir. Se me cae un huevo. Una función ahora, para veinte personas, con 35 grados. Se me cae un huevo". Él, que conocía a toda mi familia, me dice: "¿Qué te pensás que sentía tu abuelo cuando arrancaba a las 5 de la mañana para el frigorífico a meterse en la cámara? ¿Tendría ganas?". "No, calculo que no". "¿Y tu viejo cuando se levantaba 4 y media para ir al puerto a laburar? ¿Vos decís que tenía muchas ganas?". "Y no, Ovidio. Calculo que no". "¿Y por qué te pensás que lo hacían?". "Porque era el laburo de ellos". "Bueno, este es el tuyo. Andá a laburar".
De eso sí te acordás.
¿Viste? Me marcó. Una vez estábamos en un tablado con la Catalina, medio fastidiados, cansados, y el Nico Arnicho dice: "Pensar que tenía que ir a los Grammy". "¿Cuándo?". "En estos días, porque me invitaron". "¿Los Grammy en Miami?". "Sí, sí". "¿Y qué hacés acá?". "Tenemos tablado, gurises. Hay que subir". Y después resulta que ganó el Grammy con Bajofondo. Ni que hablar que si estás mal y cortás el pasto, que es una actividad que a mí me fascina, es más fácil. Porque mirás para abajo y cortás el pasto. Es más fácil que hacer humor. Pero igual es laburo. Andá y laburá.
¿Hay que ponerse las anteojeras y darle para adelante?
Sí. Por la exigencia. Yo hace muchos años que no tengo la instancia de "Ahora voy a crear. Me voy a tirar en esta hamaca paraguaya, en este All inclusive de Punta Cana, a ver qué sale de mis pensamientos". Yo cuando digo "Ahora voy a crear" es porque mañana tengo un evento. O mañana tenemos que entregar tal cosa para la radio. O pasado mañana tenemos el estreno de no sé qué. Más que crear, es "Ahora lo voy a hacer". Es una macana, porque casi siempre la primera idea va, y la primera idea nunca es buena. Capaz que sí, pero nunca es la mejor. Tendría que revisarla y a veces no da el tiempo de revisarla.
Esa autocrítica excesiva casi constante, ¿es parte de tu humor o es algo más grande?
De muchas de las cosas que digo estoy convencido. Otras me dan gracia. Otras son mecanismos de defensa. De otras se podría decir que son estrategias, en el sentido de "No esperes nada de mí". Es como cuando va a jugar Defensor-Flamengo por la Libertadores y pensás: "Si nos comemos cinco estamos bárbaro". Después perdés 2-0 y ¡opa! Pero en realidad perdiste 2-0. Y también, y esto te lo digo de corazón, yo no me consumiría. No me gustaría.
¿No serías tu espectador?
No sería mi público. Exactamente. Eso opera.
¿No sentís que tanto darte para atrás te puede afectar?
Sí, y muchas veces he tenido que decir: "Mirá que soy un gil, pero me hago más el gil. Y mirá que, por más que yo me permita y habilite pegarme hachazos en la nuca, no quiero que vos me los pegues". Por eso está el ejercicio de abandonar la falsa modestia. "Soy un gil, soy un nabo, soy un terraja, soy un impresentable. No me consumiría. Pero en 'esto' yo me tengo fe".
¿Y cuál es ese "esto"? ¿En qué te tenés fe?
Voy a usar la metáfora futbolera, el mal de los uruguayos: vos dejámela picando cerca del área, que yo voy a encontrar la manera de que sea gol. Seguramente no sea el gol más lindo, pero va a ser gol y vale uno. Lo reduzco al chiste y al centro-remate porque me parece que es súper honesto, aunque está un poco bastardeado. No te digo que me preguntes "¿A cuánto tenés los huevos?", pero si estamos hablando de algo y vos decís "huevos", quedate tranquilo que algo voy a hacer.
Para cerrar la metáfora, lo tuyo es rematar.
Creo que sí. Siempre fui un aplicado lateral derecho, con muy poca proyección y mucha vehemencia. Pero en el terreno de lo humorístico se ve que soy 9.
Ignacio Alcuri