Por The New York Times | Anna P. Kambhampaty
“Tan solo poder salir se siente como si hicieras ejercicio”, dijo Arianna Gaujean, de 18 años, mientras ojeaba la sección de descuentos en Awoke Vintage en Greenpoint, Brooklyn. Era una abrasadora tarde de julio y Gaujean, una estudiante en St. Francis College, llevaba un vestido corto negro con espalda tipo ‘racerback’ (un escote típico de la ropa deportiva), la prenda ideal, según sus palabras, para hacer prácticamente cualquier cosa durante un día caluroso.
En el dialecto de los menores de 35, esto se llama un “vestido deportivo”, una prenda todo en uno que quizá hayas visto rondando por tus redes sociales, dependiendo de tus hábitos de navegación en internet, con anuncios que promocionan su comodidad (¡de elastano y nylon superflexibles!), versatilidad (¡’shorts’ incluidos!) y silueta favorecedora para todas las figuras (¿a quién no le sienta bien un vestido en línea A?).
Una de las versiones más populares fue lanzada por Outdoor Voices, una marca de ropa ‘athleisure’, en 2018 y, este año, lo actualizaron con bolsillos, tirantes ajustables y elásticos en los ‘shorts’ para aferrarse bien al muslo. Muchas compañías más, como Reformation, Nike, Girlfriend Collective y Halara (una marca aparentemente construida alrededor de dicha prenda), venden sus propias versiones, la mayoría de las cuales se comercializan de manera agresiva en Instagram y TikTok.
En comparación con el año pasado, las ventas de vestidos deportivos casi se han duplicado, según datos del Grupo NPD, una empresa de investigación de mercados. A su vez, el vestido deportivo, en el caso de aquellos que están condicionados para fijarse en él, se ha convertido en algo así como el abrigo de Amazon: un objeto cultural que se ha vuelto omnipresente sin que nos hayamos percatado de ello.
De hecho, durante un periodo de dos semanas a mediados de julio, no pasó un solo día sin que esta reportera viera a alguien luciéndolo. Los vestidos estaban por doquier: en la pista de baile de una fiesta en una azotea de Chinatown, en la lavandería de Greenpoint, circulando por las calles de Manhattan y Brooklyn.
“En los tiempos prepandémicos, quizá no me habría comprado el vestido. Pero ahora usamos ropa ‘athleisure’ todo el tiempo, se siente más aceptable tener puesto esto siempre”, comentó Amanda Hayes, de 27 años, que trabaja en mercadotecnia, mientras usaba un vestido color lila de la marca Outdoor Voices en un pícnic en Washington Square Park.
Un creciente hastío por la ropa netamente deportiva quizá sea en parte responsable de la popularidad de la prenda. “La gente está harta de usar solo mallones y sudaderas”, afirmó Jaehee Jung, psicóloga de la moda y profesora en la Universidad de Delaware, y añadió que el aburrimiento tiende a impulsar muchas tendencias de consumo.
La facilidad y la versatilidad también son factores de venta importantes. “Me encanta la sencillez de un vestido, nada más tener que pensar en una sola prenda”, dijo Michaela Brew, de 25 años, que vive en el barrio Gramercy Park de Manhattan y trabaja en la banca inmobiliaria. “Me encanta lo fácil que es solo ponérselo".
La gente también quiere poder vestirse para cualquier ocasión, todo en uno. “Varias veces me he puesto mi vestido deportivo y he ido a estudiar y luego me invitan a jugar un partido de ‘spikeball’”, relató Zoee D’Costa, de 24 años, estudiante de medicina en la Facultad de Medicina Robert Wood Johnson de la Universidad Estatal de Nueva Jersey. “Es agradable poder combinar cosas que me hacen ver y sentir bien con algo que también es funcional”.
Varias personas se mostraron reticentes a usar el vestido para entrenar o hacer ejercicio en forma. “En realidad no lo uso para hacer ejercicio de verdad ”, dijo Brianne Sabino, de 27 años, quien trabaja en comunicación y estaba en el pícnic con Hayes. “No iría a correr con este vestido”.
“Me gustaría que tuviera algo tipo brasier, aunque fuera solo una costura, tal vez rellenos removibles porque no ofrece nada de soporte y entonces es difícil hacer ejercicio intenso sin ponerte un sostén deportivo”, expresó Brew, que usa los vestidos de Outdoor Voices. “También me gustaría que hubiera una solapa o algún tipo de accesorio para los pantalones cortos y así no tener que quitarme todo el vestido cuando voy al baño”.
“Intenta ser una prenda para hacer ejercicio, pero el secretillo de todos es que en realidad nadie se ejercita con él”, admitió Christina Nastos, de 24 años, que vive en Chelsea y es directora de cuentas de Peerless Clothing.
Bueno, quizá no todo el mundo. Sarah Moser, de 35 años, que vive en Sunnyside, Queens, y trabaja en recursos humanos, recientemente lucía un vestido deportivo de Outdoor Voices de color azul marino en el tren de la ruta 7 mientras se dirigía a correr. “Es mi ropa para correr en los meses de calor”, comentó. Se compró el primero antes de un medio maratón. Ahora, Moser tiene una docena de colores y diseños diferentes de la dichosa prenda.
No es la única que tiene tantos vestidos iguales. En Reddit, una usuaria publicó una foto de su “colección de vestidos deportivos”, que incluía unos 20 colores y estampados diferentes. Brew y Gaujean tienen tres cada una.
Y aunque la mayoría de las personas que usan estos vestidos tienden a ser de la generación Z y milénials, la publicidad de estos vestidos hace hincapié en que son para todo mundo. En una publicación patrocinada en TikTok del vestido de Halara, por ejemplo, una mujer mayor dice que el vestido la hace sentir “30 años más joven”.
“El impacto de las redes sociales es innegable para las empresas de moda y tendencias”, dijo Jung. “Parece que todo el mundo está pendiente de algo, al mismo tiempo, donde sea y cuando sea”.