Por Gerardo Carrasco
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Cuando sobrevino la crisis de 2002, yo llevaba ya unos cuantos años desempeñándome como vendedor de libros, labor en la que en Uruguay era -y es- imprescindible estar en contacto con Gussi Libros. Se construyó así una grata relación que perdura y que considero un honor.
Aquel cimbronazo económico y financiero afectó a todos los rubros, incluido el mercado editorial, y se manejaron hipótesis catastrofistas: los precios de los libros importados podrían dispararse por la suba del dólar, las ventas podrían desmoronarse por la caída del poder adquisitivo. Se avizoraban cierres de editoriales, librerías y distribuidoras. Ninguno de estos temores se concretó por completo, pese a que el ajuste de cinturones fue general.
En una de mis entonces frecuentes visitas a Gussi, recuerdo haber conversado al respecto con Álvaro Fuentes, actual encargado de la empresa y hermano menor de su fundador, Gustavo Fuentes, fallecido en marzo de 2016. En esas conversaciones, Álvaro no ocultaba su preocupación, pero se mostraba optimista. Confiaba en la capacidad de su hermano para trabajar y negociar, y sabía que tenía a su favor una carta fuerte: la autonomía.
Ante la crisis, los gerentes locales de las firmas multinacionales no tenían la última palabra, sino que esta provenía de sus matrices en España. O de los inversionistas propietarios de éstas, en cualquier parte del mundo. Sin embargo, en el caso de Gussi, "Gustavo se prepara unos mates y va pensando qué hacer" sin necesidad de esperar ninguna orden de afuera, decía su hermano. Nunca sabremos qué tanto tuvieron que ver la yerba y el agua caliente en la inspiración del fundador de la distribuidora, pero lo cierto es que logró salir adelante, fortalecida.
Ese buen tino empresarial siempre estuvo unido al interés cultural. Desde la importación de libros "complicados" en tiempos de la dictadura, hasta el hecho de trabajar con títulos que se sabía de antemano que no darían mayores ganancias, pero que "había que tener", aunque se vendiera sólo un puñado de ejemplares, porque su importancia trascendía lo comercial.
Además de traer al país numerosas editoriales extranjeras -con destaque para Anagrama, cuyo fundador, Jorge Herralde, es un amigo de la casa- la empresa mueve la gran mayoría de las editoriales locales y de los lanzamientos independientes. Eso permitió tejer una valiosa red de contactos comerciales -y personales- que arrojaron un resultado singular: nadie en el mercado editorial uruguayo considera a Gussi como un monopolio, sino como un valioso aliado.
Comencé a frecuentar Gussi en 1995, cuando ya era una empresa con músculo desarrollado. Atrás había quedado el garaje de la casa de Gustavo y su esposa Silvia, donde dieran sus primeros pasos, y también era historia el pequeño local de la Galería Costa, al que se trasladaron después. La empresa funcionaba entonces en un viejo caserón de la calle Guayabos, y pronto se mudaría a su locación actual: un enorme "silo de libros" en Yaro y Maldonado, que se ha convertido en el hub por excelencia del mercado libresco local.
Como distribuidora, Gussi no abre sus puertas al público y sólo vende a librerías, valijeros y grandes superficies. Por ello, parte del motivo de esta columna es compartir con los lectores ese "pequeño secreto" que probablemente no conocieran: es muy probable que ese libro que compraron en su librería favorita, haya pasado primero por las ilustradas estanterías de Gussi.
Otro motivo -más importante- es saludar a un grupo de personas y a un emprendimiento, pero no desde las páginas de la sección de Empresas y Negocios, sino desde las de Cultura.
Sí, Gussi no es una ONG, sino una compañía que procura ganancia. Pero posee ciertas características a destacar en estos tiempos de conglomerados editoriales, country managers, automatización y despersonalización. Es una empresa que en sus ya más de cuarenta años ha sabido crecer sin perder su identidad, sin venderse- ni figurada ni literalmente- y apostando por el trato humano, la calidez y la amistad.
Quienes hemos estado en "eso de los libros" sabemos que en Gussi nos encontramos todos. E incluso en medio de las prisas de una zafra navideña o de Día de la Madre, siempre hay un minuto para un poco de charla distendida sobre mil y un asuntos.
Como en cualquier empresa actual, en Gussi hay computadoras y bases de datos. En ellas se lleva registro de un catálogo de miles y miles de títulos. Pero en el mundo del libro, esas herramientas son útiles, pero no bastan.
A diferencia de lo que sucede con otros rubros de venta, en el mundo de los libros -y más allá de las categorías y géneros- cada producto es único, y trabajar con semejante universo requiere un interés y una pasión que van más allá de cualquier algoritmo.
A muchos libreros y lectores -y me incluyo en ambos grupos- nos sucede algo similar a lo expresado por el coronel Kilgore en la película Apocalypse Now. "Me gusta el olor del napalm por la mañana", decía el despiadado militar. Pues a nosotros nos encanta el olor de los libros.
Cual pregón de caramelero, el adicto a ese perfume encontrará en Gussi "calidad, cantidad y buen sabor", y una experiencia para olfatos exigentes: el aroma de las cajas de libros recién abiertas, luego de su viaje a través del océano.
Por Gerardo Carrasco. Reportero, librero, aprendiz de pintor.
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