Por The New York Times | James Poniewozik
En Hollywood, los rostros populares se han unido a las manifestaciones.
No quiero ofender, como escritor, a los guionistas que llevan más de dos meses en huelga contra los estudios de cine y televisión. Pero los guionistas saben lo que hacen. Somos las palabras, no las caras. Ni el chiste más ingenioso de una manifestación es rival para el poder de atención de Margot Robbie o Matt Damon.
SAG-AFTRA, el sindicato que representa a los actores de cine y televisión, se unió a los guionistas en una huelga contra la manera en que Hollywood reparte el dinero en la era de la emisión en continuo y para determinar cómo los humanos pueden prosperar en la era de la inteligencia artificial. Con ese poder estelar viene un fácil golpe bajo: ¿por qué debería importarnos que un grupo de élites privilegiadas se quejen de un trabajo de ensueño?
Sin embargo, a pesar de todo el interés que suscitará esta huelga, los invito a considerar un término que ha surgido mucho en las negociaciones actuales: “Actores de fondo”.
Quizá no pienses mucho en los actores de fondo. No se supone que lo hagas, de ahí el nombre. Son las figuras que no hablan y que pueblan los márgenes de la pantalla, haciendo que Ciudad Gótica, Desembarco del Rey o las playas de Normandía parezcan reales, vivas y habitadas.
Y puede que tengas más en común con ellos de lo que crees.
Los actores peor pagados, que constituyen la mayor parte de la profesión, se enfrentan a simples amenazas a su sustento. Intentan mantener sus ingresos en medio de la desaparición de los pagos residuales, pues la emisión en continuo ha acortado las temporadas de televisión y diezmado el modelo de sindicación. Buscan protecciones para evitar que la IA invada sus puestos de trabajo.
También hay una cuestión particular y escalofriante sobre la mesa: ¿A quién pertenece el rostro de un actor? Los actores de fondo buscan protección y una mejor compensación en la práctica de escanear su imagen para su reutilización digital.
En una rueda de prensa sobre la huelga, un negociador del sindicato dijo que los estudios pretendían obtener los derechos para escanear y utilizar la imagen de un actor “para el resto de la eternidad” a cambio del salario de un día. Los estudios sostienen que ofrecen una protección “innovadora” contra el uso indebido de la imagen de los actores, y replican que su propuesta solo permitiría a una empresa utilizar la “réplica digital” en el proyecto específico para el que se contrató al actor.
Aun así, las implicaciones a largo plazo que parecen salidas de “Black Mirror” —esta práctica fue la premisa real de un episodio reciente— no se pueden ignorar. Si una réplica digital de ti —sin tu molesta necesidad de dinero y tiempo para vivir la vida— puede hacer el trabajo, ¿quién te necesita a ti?
Supongo que se podría argumentar que, si alguien es tan insignificante como para ser sustituido por un programa informático, se ha equivocado de profesión. Pero los trabajos de fondo y los pequeños papeles son precisamente las vías para que algún día promuevas tu superproducción en la alfombra roja. Y muchos artistas de talento construyen carreras enteras en torno a una serie de pequeños trabajos. (La serie “Better Things”, de Pamela Adlon, es un magnífico retrato de la vida de los actores que trabajan de manera ordinaria).
A fin de cuentas, la lucha de Hollywood no está muy alejada de las amenazas que se ciernen sobre muchos de nosotros en la economía actual. “Todos vamos a correr el riesgo de ser sustituidos por máquinas”, aseguró Fran Drescher, presidenta del gremio de actores, al anunciar la huelga.
Puede que tú y yo seamos los protagonistas de nuestras propias historias, pero en el panorama general de la vida, la mayoría de nosotros somos actores de fondo. Nos enfrentamos al mismo riesgo: que cada vez que se produce un cambio tecnológico o cultural, las empresas reescriben las condiciones de empleo a su favor y alegan presiones financieras mientras pagan a sus altos ejecutivos decenas y cientos de millones.
Quizá sea injusto que la explotación reciba más atención cuando afecta a un sindicato al que pertenece Meryl Streep. (Si la inminente huelga de UPS se materializa, los trabajadores podrían acaparar la atención). Y sin duda hay una crítica legítima a los trabajadores de cuello blanco que se mostraron indiferentes ante la automatización hasta que la IA amenazó sus propios puestos de trabajo.
Pero el trabajo es el trabajo, y algunas dinámicas son universales. Como escribe la periodista y crítica del mundo del espectáculo Maureen Ryan en “Burn It Down”, su investigación sobre los abusos en el lugar de trabajo en todo Hollywood: “Las entidades más importantes de la industria del entretenimiento comercial no tienen la disposición ni el hábito de valorar a las personas que fabrican sus productos”.
Si no le crees a Ryan, escucha al ejecutivo anónimo de un estudio que, hablando de la huelga de guionistas, declaró a la publicación especializada Deadline: “El objetivo final es permitir que las cosas se alarguen hasta que los miembros del sindicato empiecen a perder sus departamentos y sus casas”.
Puede que pienses que los creativos de Hollywood son una clase privilegiada pero, si sus empleadores piensan así de ellos, ¿estás seguro de que los tuyos piensan algo distinto de ti? La mayoría de nosotros, en Hollywood o fuera de él, nos enfrentamos a una pregunta común: ¿podemos tener un mundo laboral en el que se pueda sobrevivir sin ser una estrella?
Puede que nunca te fijes en los actores de fondo si hacen bien su trabajo. Sin embargo, son la diferencia entre una escena estéril y otra viva. Dan la impresión de que, más allá de los bellos protagonistas, existe un universo completo, ya sea la galaxia de “La guerra de las galaxias” o la realidad mundana en la que vivimos.
Están ahí para decir que nosotros también estamos aquí, que hacemos del mundo un mundo, que al menos merecemos nuestros pequeños lugares en la esquina de la pantalla. Miembros y simpatizantes del Sindicato de Guionistas de Estados Unidos forman una manifestación frente a las oficinas de Netflix en Los Ángeles, el 14 de julio de 2023. (Jenna Schoenefeld/The New York Times).
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