Ian Astbury no recuerda absolutamente nada del show que dieron los británicos The Cult en Montevideo en 1991. Ni una sola imagen. Tampoco guarda muchos detalles de ese período de la banda, que marca curiosamente el punto más alto de su popularidad y también el comienzo de su declive popular. Tres años después de aquel show y de editar Ceremony ("definitivamente no es mi disco favorito", dice Astbury), la banda tuvo su primera ruptura y pasó de ser una máquina de sacar discos platino a una relativa oscuridad, fagocitada por la llegada del grunge.
Los recuerdos de los uruguayos que fueron a aquel show en el estadio Centenario tampoco son muy homogéneos. Para algunos, fue una noche contundente, redonda y memorable, especialmente porque en aquella época no era común recibir artistas internacionales en su mejor momento. Para otros, fue un recital muy flojo, en el que abundaron los problemas técnicos y se notó la falta de conexión entre los integrantes.
Se entiende que Astbury no logre recordar momentos de una noche específica, teniendo en cuenta su inclinación por lo etéreo más que por lo terrestre, su tendencia a saltar de un tema a otro (en la conversación, no en los shows en vivo), sus pausas reflexivas de viejo chamán y su concepción de las performances musicales como un rito de transmutación o posesión (no es tan raro; según el ensayista Michael Ventura las raíces del rock and roll se encuentran en la cultura vudú)
Bajo su batuta y la máquina de riffs del guitarrista Billy Duffy, su compañero de todas las horas, The Cult mezcló el interés por la espiritualidad y filosofía de los indígenas americanos con el gótico, el rock duro, la psicodelia e incluso la experimentación electrónica, en ocasiones adelantándose a su tiempo.
Admirador de David Bowie, del artista Francis Bacon y de Jim Morrison (cantó con los Doors sobrevivientes bajo el mote Riders of the Storm y pudo ser el protagonista de la biopic dirigida por Oliver Stone, algo que rechazó), Astbury superó gracias a la música una adolescencia complicada, que incluye tres atropellamientos, un caso de abuso sexual del que habla en el disco Choice of weapon y el uso extendido de drogas y alcohol.
Ahora, con la paz de espíritu que le dio todo el proceso, Ian Astbury regresa con The Cult a Uruguay y lo hace con un disco nuevo, recibido positivamente por la crítica: Hidden city. Lo estará presentando junto a sus clásicos el 25 de setiembre en La Trastienda, a partir de las 21 horas. Antes, habló con Montevideo Portal de la necesidad de conectarse con la naturaleza, las redes sociales, Nietzsche, la industria musical y cualquier otra cosa que se le ocurriera en el momento, fiel a su naturaleza reflexiva.
La tapa de Hidden city (una flor manchada con sangre) parece marcar un contraste entre belleza y violencia, o entre naturaleza y violencia. ¿Esa es la visión de The Cult de lo que vivimos en el mundo hoy?
Todo en el disco es un reflejo del estado actual del mundo en el que vivimos. Mi posición siempre fue reflexionar sobre lo que experimento en el día, más que tratar de crear un pastiche sobre lo que hicimos en el pasado. El pasado no me interesa demasiado, no me van mucho las lecciones de historia para The Cult. Y el momento en que fue hecho el disco se refleja en las imágenes, las letras, la música. El conflicto entre la violencia y la belleza es una observación cierta, pero hay muchas capas y texturas, y nos interesa dejarlas abiertas a interpretaciones, que es algo que yo disfruto con las obras de otros artistas; me gusta tener mi propia relación con la imaginería, las letras, el arte.
Lo que hace a la música tan especial es que todos tienen su experiencia personal con ella. Alguna música es muy buena para el entretenimiento, te da ganas de bailar o te pone en determinado estado de ánimo, y después está la música que es más intimista, que se parece más a la relación con un amigo, es más conversacional. Y el lugar desde el que me gusta trabajar es justamente el de la conversación con un amigo.
Siempre estuviste interesado en la espiritualidad y las filosofías nativas americanas. ¿Sentís que esa necesidad de conexión con la naturaleza es más urgente hoy que nunca?
Yo nunca me sentí separado de ello. En la cultura occidental separamos la naturaleza de quienes somos. O más bien diría que los medios masivos separan nuestra experiencia de la naturaleza, nos dan esa idea de que la naturaleza es otra cosa. Es una cuestión existencial distinguir un ambiente o lugar que opera con sus propias reglas; la naturaleza es incuantificable para el hombre, que la etiqueta como algo externo. Pero yo siempre me sentí fascinado por las pulsaciones de vivir.
Desde niños nos han implantado la noción de que dos personas pueden estar en desacuerdo sobre una misma situación, basándose en su cultura y su crianza, pero el mismo sol brilla sobre ellos y sin ese sol no habría vida. Luchamos y luchamos por posesiones materiales, adquisiciones, símbolos de poder y riqueza, pero si te ofrecieran un millón de dólares por tus pulmones, ¿los venderías? Lo que planteás es un dilema profundo desde que el mundo se volvió industrial, no es tan viejo. En cierta forma es una nueva situación el modo en que la tecnología está cambiando nuestras experiencias y relaciones con otros individuos. Tenemos muchos problemas para comunicarnos hoy en día. Las redes sociales prácticamente extinguieron nuestra necesidad de lograr intimidad. Todo es calificado, cosificado o juzgado a través de las redes sociales y los comentarios de la web, y somos muy complacientes con ello. O al menos muchos individuos en Occidente.
¿Creés que lo mismo sucede con la música?
Bueno, es parte del ambiente y la cultura. Quizá la experiencia de la música ahora es más fragmentada con las nuevas tecnologías. Pero si tocás con músicos hay un grado mayor de intimidad, en el sentido de intercambio. Es distinto lo que se puede hacer en tiempo real con músicos reales que cuando hacés un collage sonoro de distintas piezas. Pero son los tiempos en los que vivimos. Aquí estamos ahora.
¿Cómo evolucionó The Cult a través de estos cambios?
La banda evolucionó en todos estos períodos y respondió a los distintos ambientes no necesariamente siguiendo criterios comerciales. Por ejemplo, el disco Ceremony fue en un período muy interesante para el grupo, porque habíamos sido un éxito comercial simplemente haciendo lo que creíamos que estaba orgánicamente bien. Pero cuando salió Ceremony había mucha más influencia de managers, productores, del sello discográfico, para establecer una fórmula para el éxito. Vieron que esta era una buena forma de hacer plata. Y fue ese el momento en que empecé alejarme de todo ello, en que sentí que no era correcto para mí, por lo que comencé a buscar un camino distinto y a hacer canciones que sonaban diferente. Un ejemplo lo ves en "The witch" (1993), que hicimos junto a los productores Rick Rubin y Matt Dike (conocido por el trabajo Paul's Boutique, de los Beastie Boys). Se convirtió para mí un ideal no hacer música como vehículo comercial, porque no me interesaba para nada.
¿Te sentiste liberado de la presión de tener que vender discos o de lograr el éxito?
No, me sentí confundido y disgustado. Me daba pena lo que yo era, parte de una industria que estaba interesada en explotar a gente joven por ganancias comerciales. The Cult tiene una carrera modesta. Esta es mi forma de ganarme la vida, mi ocupación, por la que tengo mucha pasión y respeto. Yo respeto mi ambiente. Y cuando salgo a tocar estoy totalmente presente, me entrego. La performance es para mí la parte más importante de la experiencia, es la expresión más pura, la versión más pura del hombre.
Foto: Jas Harshman
Mucha gente vería una contradicción entre la vida espiritual y el estilo de vida comúnmente asociado al rock. ¿Es posible tener una conexión espiritual verdadera en ese ambiente?
(interumpe) Todo es una contradicción. El mismísimo concepto de la naturaleza es contradictorio. Si uno quiere acudir a los grandes filósofos, Nietzsche decía que si no te contradecís a vos mismo sos un idiota. Te convertís en un dictador. Mirate a vos mismo. Si no intentás o experimentás nuevas cosas, o permitís que tu pasado natural se desarrolle en tu existencia, te estás perdiendo esta gran oportunidad de crecer en la vida, de tener una vida plena. No digo que tengas que probar todo, porque definitivamente hay cosas que no querrías experimentar, pero colocate en nuevas situaciones. Viajá. Cuando uno viaja seguido conoce gente de otras culturas, que hace las cosas de diferente manera y tiene otras perspectivas. Siempre es bueno poder experimentar la vida de otros, sus ambientes, sus ciudades, qué les interesa.
¿Te pasó viviendo en Canadá?
Sí, yo fui un inmigrante muy joven. Me mudaba mucho de ciudad cuando era chico, y como no permanecía en un solo lugar, siempre me interesaban las cosas nuevas. Iba a una ciudad y los chicos estaban metidos en una cosa, iba a la siguiente y era algo completamente nuevo, y cuando llegué a Canadá en los 70 era una cultura totalmente diferente, con gente de muchos países. Experimenté la cultura nativa, me hice amigos de Turquía, China, Jamaica, Alemania, e inmigrantes de todas partes que llegaban a buscar trabajo. Pero la música era además interesante porque tenía la radio FM y vivía cerca de Nueva York. Toda la cultura que experimentaba llegaba de Nueva York, además de Toronto o Buffalo: radio, TV, medios. Y por supuesto David Bowie estaba por todas partes. Fue una figura consistente para mí siempre. Crecí con Bowie cuando estaba en Inglaterra, y luego cuando fui a vivir a Canadá su carrera recién estaba despegando en Norteamérica. Fue siempre una gran referencia. Todo el mundo lo criticaba cuando yo era adolescente, por cambiar tanto. "No puede hacer esto", decían. Bueno, lo hizo. Y ahora miramos en perspectiva la vida del hombre y nos damos cuenta que fue algo hermoso que hiciera esos cambios. Cuando sentía que ya había terminado con algo, que se aburría, se iba.
¿Cómo comparás esos tiempos, en los que creciste como músico, con los actuales? ¿Son épocas superficiales para el rock?
No, cada cual habla desde su propia experiencia y eso es auténtico. Creo que en cierto modo lo que hay que hacer no es tomar distancia, observar desde lejos y hacer comentarios. El verdadero propósito de la vida es participar, saltar a la piscina e intentarlo. Porque todo, incluso la cultura, se está moviendo rápidamente. No veo que vaya a parar. Quizá solo encuentre una barrera en el consumismo moderno. Es decir, ¿cuánto más plástico podemos producir sin asfixiar nuestro propio medio de vida? Ese es el verdadero dilema, y mi deseo es que los artistas comiencen a reflejarlo en su trabajo, en búsqueda de soluciones. Hay un montón de sufrimiento y problemas psicológicos en el mundo, y siento que la música siempre fue una buena manera de contactar con la gente que es más superficial para compartir ideas, para comulgar juntos. Me siento optimista sobre el futuro, Siento que vamos a encontrar una solución y que hay algo increíblemente hermoso en los artistas jóvenes que son honestos y que intentan expresarse en su manera personal, única.
Martín Otheguy/motheguy@montevideo.com.uy