Eduardo Cuitiño publicó tiempo atrás "Jack el Destripador, un enigma con solución", en el que indaga sobre los asesinatos ocurridos a fines del siglo XIX en Inglaterra, atribuidos al tristemente célebre Jack The Ripper.

Intentando descifrar una de las mayores incógnitas policiales de la historia, Cuitiño, docente de Matemática y Estadística, presentó numerosas pistas que apuntan a un médico británico cuya caligrafía coincide notablemente con la de las cartas firmadas por el misterioso asesino.

El matemático habló con Montevideo Portal sobre sus hallazgos en varias oportunidades. Ante la reciente noticia de que un nuevo libro, titulado "Naming Jack The Ripper", identificaba a un joven polaco como el cruel asesino en serie a partir de una prueba de ADN, Cuitiño compartió con Montevideo Portal sus opiniones e informaciones que descartan la veracidad de esta nueva hipótesis:

Cuando se habla de prueba de ADN, uno asocia automáticamente el planteo a una evidencia contundente, con una probabilidad de acierto que por lo general supera al 99,99%, como lo fue en los casos de identificación de desaparecidos tanto en Uruguay como en Argentina, por citar un ejemplo. Pero, en realidad, no siempre que aparece una prueba de ADN tiene que ser concluyente.

En contra de lo que muchos creen, el ADN no es como una marca propia de cada ser humano como si de una huella digital se tratase. Humanos y chimpancés comparten casi el 96% de su material genético. Cuando se habla de ADN hay que aclarar que existen diferentes tipos, el ADN más discriminante es el llamado ADN cromosómico. Es decir, existen ciertas zonas estandarizadas por el FBI -e internacionalmente aceptadas- que diferencian a cada ser humano por su ADN cromosómico. El punto es que buscar el ADN cromosómico al analizar evidencia forense antigua es casi imposible. En este caso, la evidencia es un chal que contiene sangre y semen, y que supuestamente perteneció a una de las víctimas, Catherine Eddowes.

El primer detalle que salta a la vista es que Catherine Eddowes era muy pobre, recurría a la prostitución en los barrios bajos londinenses de Whitechapel y Aldgate para sobrevivir al día a día, cobrando 2, 3 o 4 peniques por cliente. Un chal de por sí es vestimenta cara para una prostituta del bajo. Por otro lado, la evidencia forense que había sobrevivido era un delantal y no un chal.

No se pudo extraer ADN cromosómico de este chal. Lo que se pudo extraer fue ADN mitocondrial (es transmitido por la madre), que por lo general sus trazas lo comparten entre 3 y 4 personas de cada 10. Se usa a nivel forense para refutar parentescos o para probar una relación madre-hijo, pero no es el tipo de ADN concluyente que imaginamos previamente.

En otras palabras, las pruebas de ADN mitocondrial con evidencia antigua son muy dudosas, pues presentan una probabilidad de error muy alta. No es la idea matemática que todos tenemos prefijada de un error casi insignificante.

Por otro lado, que exista semen en la vestimenta de una prostituta de la época no resulta novedoso, aún si ese semen fuera de Aaron Kosminski no es prueba irrebatible de que fuera el asesino.

Es importante resaltar que el estudio nunca utilizó el ADN directo de Aaron Kosminski ni el de Catherine Eddowes, utilizaron el de descendientes. Vale aclarar que Aaron Kosminski no tuvo hijos, y lo que encontraron fueron descendientes de sus hermanos en cinco generaciones posteriores. Algo similar ocurrió con Catherine Eddowes donde se consiguió el material genético de descendientes actuales.

Lo llamativo del estudio es que aclaran que la similitud entre los perfiles de ADN es del 100% en ambos. Es decir, el ADN mitocondrial de los descendientes de Kosminski coincide en un 100% con el ADN mitocondrial del semen hallado, y el ADN mitocondrial de los descendientes de Eddowes coincide en un 100% con la sangre del chal. Esto, para los especialistas del caso (opinión tomada de foros de discusión en internet), es concluyente como fraude. Y es que luego de tantas generaciones y recombinaciones genéticas sería casi imposible, desde el punto de vista probabilístico, encontrar trazas perfectas e iguales; que el ADN mitocondrial sea compartido y no diferenciador hace que toda esta evidencia no sea más que humo.

Aaron Kosminski sufría de paranoia y esquizofrenia (comía de las alcantarillas y escuchaba voces) por lo que su perfil no cuadra en absoluto con lo que se busca, un psicópata. Se busca un psicópata y no un psicótico.

En contra de lo que muchas personas creen, los psicópatas asesinos no son enfermos, no tienen un problema orgánico. Poseen un trastorno, un trastorno antisocial de la personalidad. En la mayoría de los casos los psicópatas asesinos no son más que hombres que se masturban asesinando mujeres. Poseen gustos especiales y no les importan las barreras éticas con tal de satisfacerse. Pero no son enfermos, no necesitan medicamentos, no se sienten perseguidos, no ven monstruos ni escuchan voces.

Los testigos indicaron que el asesino rondaba los 40 años. Aaron Kosminski tenía 23 años en 1888. Los testigos también indicaron que el asesino hablaba inglés distendidamente (una mujer lo vio hablando con una víctima antes de su crimen). Aaron Kosminski era un inmigrante judío casi analfabeto que prácticamente no hablaba en inglés, hablaba Yddish.

Un testigo clave, Israel Schwartz, fue expulsado del lugar del crimen por el asesino y fue insultado por su carácter de judío. Es muy extraño que el asesino entonces fuera judío.

Llegaron aproximadamente unas 100 cartas firmadas como Jack the Ripper con caligrafías muy diversas. Sin embargo, la evidencia forense más sólida en el caso no es un chal estudiado unilateralmente, sino una carta titulada From Hell (desde el infierno), la cual vino acompañada por un riñón humano. Los forenses de la época (entre ellos el Dr. Openshaw) identificaron al riñón como perteneciente a Catherine Eddowes. El asesino le extirpó el riñón izquierdo como trofeo. Esta carta From Hell está escrita con una caligrafía anglosajona cuidada y aparecen detalles lingüísticos irlandeses. Esta carta no la escribió un inmigrante judío casi analfabeto.

Bajo la hipótesis de que el asesino hubiera sido Kosminski hay que explicar por qué los crímenes se frenaron en el lapso que va desde diciembre de 1888 hasta julio de 1889 y entre setiembre de 1889 hasta febrero de 1891. Kosminski fue internado en un hospital psiquiátrico días antes de que ocurriera el último crimen misterioso de este caso según Scotland Yard, el crimen de Frances Coles de fines de febrero de 1891.

Por otro lado, Kosminski no tenía conocimientos de anatomía y el asesino extirpaba órganos (como úteros y riñones) rápido, en la oscuridad y muy bien.

Hay que apuntar a otro tipo de sospechosos, no a los inmigrantes judíos, pobres, esquizofrénicos y analfabetos de la zona, sino a los cirujanos que rondaban los 40 años.

Eduardo Cuitiño