Kevin Johansen espera la entrevista con mate y termo en la mesa del hotel. Cuenta que hace unos cuatro años que no toca en Montevideo. "Lo que pasa es que como para ustedes está barato Argentina son ustedes los que van para allá", dice.
Pero, pese a las diferencias cambiarias, el próximo 16 de octubre el músico argentino nacido en Alaska actuará en el Teatro Solís. El show traerá las canciones de su disco doble "Bi", editado en 2012 y de su disco y DVD "Bi-Vo en México", una grabación semi en vivo en un estudio mexicano, con la presencia de público y la participación del dibujante Liniers. Con Liniers, con quien trabaja hace tiempo, acaban de editar también el libro "Bis", continuación de "Oops", combinando las letras de Johansen con los dibujos de Liniers.
Desde que editó su disco "The Nada" en 2000, retornando a Buenos Aires luego de una estadía de diez años en Nueva York, Johansen se convirtió en uno de los nombres más importantes -con su particular mezcla de idiomas , géneros musicales y sonoridades- de cierta renovación cancionística que se ha dado en las últimas dos décadas.
Su recital del Solís casi que cerrará un ciclo que lleva unos cuantos años en su carrera. Para Johansen el DVD es siempre una especie de resumen, un "hasta acá llegamos a ver como venimos", cuenta.
En gran parte de tu música se puede escuchar la influencia de la música uruguaya, ¿La escuchás desde chico, o es algo que te llegó más recientemente?
Esa influencia viene de "fábrica". Primero que nada viene por mi vieja, una mina muy particular. Ella se fue a estudiar becada a los Estados Unidos en los años sesenta. Era un bocho, un bicho raro, nacida en una familia conservadora de clase media argentina. Mis abuelos vendían medias en el barrio de Colegiales y les salió una hija que hablaba tres idiomas a los 16 años. Era una persona muy culta y muy melómana, con una conciencia muy latinoamericanista, quizás por el hecho de haberse ido de su país tan joven. Yo tengo fotos de cuando vivíamos en Alaska con las boleadoras colgadas en la pared de casa. Y mi madre me servía la leche chocolatada con bombilla de mate. Escuchábamos mucha música latinoamericana y ahí entraba Julio Sosa, Viglietti, Zitarrosa, Los Olimareños. Mi mamá que rasgueaba la guitarra y cantaba muy bonito quería ser una cruza entre Joan Baez y Violeta Parra.
Después yo llegué a Buenos Aires con 11, 12 años a hacer sexto de escuela viniendo de una escuela pública de San Francisco; o sea, era un gringo. Y al año nos vinimos a vivir a Montevideo y estudié en el British de Carrasco porque mi madre había encontrado trabajo de profesora allí. Era el hijo de la profesora en un colegio súper high class. Y, las vueltas de la vida, mi primer profesor de guitarra fue Luis Ibarburu, que fue tío de los músicos Martín, Nicolás y Andrés Ibarburu. Ahí aprendí mis primeras milongas. Y también estaba la música de la calle, los tambores de candombe, "A redoblar", eso no se va fácil.
¿Y cuándo escuchaste rock argentino por primera vez?
Cuando volví, desde Montevideo a Buenos aires, en los años 1979 o 1980, años de dictadura todavía, una época muy oscura. Yo fui a hacer segundo de liceo a Buenos Aires. Ahí empecé a escuchar el primer rock argentino de los 70 y después a Serú Girán y su "Grasa de las capitales". Y con los albores de la democracia empecé a escuchar todo el pop rock que comenzaba, Virus, Los Abuelos de la Nada. Yo iba a un liceo progre, La Escuela del Sol y era compañero de Javier Calamaro, el hermano de Andrés, que es unos cinco años mayor que nosotros. Yo merendaba en su casa y vi arrancar a Andrés, primero en el grupo Raíces del uruguayo Beto Satragni y después con Los Abuelos de la Nada.
Sos un compositor muy prolífico, ¿cómo decidís qué canciones van y cuáles no en un disco?
Siempre fui la vez muy prolífico y muy "vago". Es decir, llego a la esencia de una canción, soy muy de empezar con los estribillos por ejemplo. Cuando tengo el título de la canción y tengo el estribillo dejo la composición descansar. Tengo una obsesión rara con la música y el tiempo. Los cancionistas no queremos tener un hit que dure dos meses y que después solo se recuerde en la noche de la nostalgia, queremos perdurar en el tiempo. Y ahora que lo hablo con vos, me doy cuenta de que eso de dejar macerar una idea también tiene que ver con un desafío, de decir "¿a ver qué pasa si dejo este estribillo un tiempo y lo agarro después, perdura, tiene chances? Es un poco lo que decía Paul McCartney, "si no me acuerdo al día siguiente de la melodía es porque no valía la pena".
¿Siempre queda mucho material afuera de tus discos?
Sí, siempre. En los años que viví en Nueva York, del 90 al 2000, de mis 25 a mis 35, donde más que un artista de culto era un artista oculto, tuve la suerte de trabajar en el CBGB, un boliche mítico. El dueño del lugar me apañó y me dio la posibilidad de foguearme en un escenario, sin que fuera intimidante, porque tocaba para 20 o 50 personas. Y CBGB tenía un lugar abajo para grabar y tuve la posibilidad de pasar mucho tiempo ahí. Fue mi escuela musical. Esa experiencia me dio el gusto por esa cosa de laboratorio de dejar reposar las canciones y darles chances en la medida que veía que valían la pena. Tengo mucho material en archivo digamos.
A mí me gusta la cosa conceptual, la idea del álbum, soy como a la vieja usanza en eso. Aunque sea el concepto de no tener concepto.
Con Bi me pasó una cosa muy bonita. Yo venía después del disco "Logo" con ganas de hacer un álbum que fuera un guiño a Uruguay y Brasil, nuestros vecinos del Atlántico. Empecé a grabar con Oski Amante,lo que terminó siendo el primer disco de Bi, el "Jogo Subtropicalia". En ese disco participaron Ruben Rada, Fernando Cabrera, Lea Bensasson. En el 2010, ya terminando el proceso de esa grabación, me encuentro en México con Tweety González y pegamos onda para hacer un disco más pop rock. Él es un talibán del rock de los ‘80 y ‘90. Grabó con Cerati, con Fito Páez. Y yo le dije que tenía ideas para canciones que conservaba hasta en casetes, grabados a fines de los 80 y principios de los 90. Y lo dejé elegir que temas le parecía a él que tenían que ir. Y ahí surgió el "Fogo pop heart", como subtitulé al disco dos de Bi, un homenaje al corazón pop que también tengo.
Esa idea conceptual del disco se lleva bastante mal con cómo la mayoría de la gente escucha música hoy, ¿te molesta que la gente escuche tu música en forma fragmentaria, porque vio un video tuyo en YouTube o escuchó una canción en una telenovela?
Por un lado me molesta, pero por el otro también soy así. De repente me engancho con un artista por una canción, o porque me gusta su voz o cómo compone. Un artista te enciende o no por motivos muy mínimos. Y, a veces, hay cosas que crecen dentro de uno y de repente te sorprendés de que te gusten. "Cómo me gusta Damon Albarn" y ahí te das cuenta que el tipo era un grosso desde la época de Blur "Y ¿cómo le dábamos más bola a Oasis y no a este pibe que era mucho más grosso?". Eso es, otra vez, la música y el tiempo, cómo florece un artista con el tiempo.
Lo que me parece interesante de estas épocas es el desafío hacia la creatividad. Si tenés una sola chance con un video clip y con una canción, más vale que tengas una buena idea. En los últimos diez años algo que se dio es que se volvió a "cortar el bacalao" en el show en vivo. Ahí es donde la gente compra o no compra un artista, si se emociona en el momento. "Me gustó cómo sonaba Kevin y The Nada, entonces a fin de año compro un disco de ellos para regalárselo a mi tía".
¿Te sorprende cómo reacciona la gente con determinadas canciones tuyas, el éxito que tienen algunos temas que capaz no esperabas, o al revés, temas que esperabas que llegaran y no pasó anda?
Sí, claro. Te sorprende. A veces pasa que tenés una canción a la que apostaste, hiciste un video clip, tuvo su difusión en la radio y no pasa nada. Y otra canción con la que no hiciste nada, la gente te la pide en los shows. Y a veces pasa que alguien hace un clip espontaneo en su casa con alguna canción mía y lo pone en YouTube y se va corriendo la bola y la gente lo difunde mucho más que otro video "oficial". Es muy interesante todo eso.