Por The New York Times | Erin Griffith
El mes pasado, Mark Zuckerberg pasó horas pregonando su amor por el jiujitsu, la lucha y la UFC en el pódcast de Joe Rogan, conocido por su hipermasculinidad. Ver televisión no era algo suficientemente activo, afirmó Zuckerberg. En comparación con las redes sociales, la televisión era “beta”.
Elon Musk, quien firmó un acuerdo para comprar Twitter aparentemente por mero capricho y ahora está en un lío judicial porque quiere retractarse de la compra, le ha lanzado provocaciones tipo “debate conmigo, bro” al director ejecutivo de Twitter, mientras da consejos sobre el ayuno intermitente y se preocupa por el declive de la población mundial.
Marc Andreessen, un inversionista de la industria tecnológica de alto perfil, se opuso recientemente a un plan para construir viviendas multifamiliares en la localidad de Silicon Valley donde vive y, acto seguido, anunció su acuerdo comercial más grande: una empresa emergente de bienes raíces residenciales dirigida por Adam Neumann, el empresario tristemente célebre por haber hecho que el valor de WeWork perdiera miles de millones de dólares.
Las acciones de este trío parecen diseñadas para causar la máxima indignación posible. ¿Cómo? ¿Que a “Zuck” le gusta luchar con sus amiguitos? ¿Que Elon cree que está por encima de la ley? ¿Que Andreessen le confió cuánto dinero a ese empresario?
La élite más poderosa de la industria de la tecnología parece estar adoptando un nuevo tono últimamente. Es más desafiante, combativo y, sin duda, un cambio en comparación con el de hace apenas unos años, cuando la industria fue sacudida por las denuncias sobre su cultura “bro”.
A partir de 2017, una serie de reportajes revelaron la rampante discriminación, el acoso y la cultura de silencio y acuerdos extrajudiciales de Silicon Valley. Poderosos inversionistas y ejecutivos fueron denunciados durante los primeros días del movimiento #MeToo. Un libro titulado “Brotopia”, escrito por la periodista Emily Chang, delineó de forma metódica el sexismo profundamente arraigado en la industria tecnológica, conectando lecciones de la historia con los deprimentes informes sobre diversidad de la actualidad.
Los líderes de la industria al menos intentaron aparentar que estaban haciendo un esfuerzo por desmantelar los sistemas que habían concentrado el poder en las manos de unos cuantos hombres blancos. Dado lo arraigadas que estaban las empresas de tecnología y sus productos en la vida de las personas, se consideró urgente solucionar las disparidades y los problemas entre quienes los crean. Así que hicieron promesas, ascendieron a algunas mujeres y donaron dinero.
Hubo algunos avances, entre ellos que más mujeres comenzaron a hacer cheques en las firmas de capital de riesgo y a liderar empresas emergentes de miles de millones de dólares. All Raise, un grupo activista por los derechos de las mujeres en la industria tecnológica, apareció en la portada de Forbes en 2018.
“Tuvimos un ligero progreso, pero siento que fue casi una cortina de humo”, afirmó Christie Pitts, inversionista de Backstage Capital, una firma de capital de riesgo. Hoy por hoy, “definitivamente hay una sensación de reincidencia”.
Han surgido dos Silicon Valley paralelos. Por un lado, está la arena de combate a muerte de Twitter, donde los líderes de opinión tecnológica recopilan me gusta publicando memes provocadores y escupiendo opiniones políticas frívolas para luego clamar ser víctimas de la cultura de la cancelación cuando son criticados. Se abren paso con troleos hacia adquisiciones impulsivas de 44.000 millones de dólares y luego reculan. Promueven una existencia completamente en línea dentro del llamado metaverso.
Luego está la realidad del día a día, en la que las mujeres todavía obtienen solo el 2 por ciento de los fondos de capital de riesgo y los fundadores de empresas negros solo el 1 por ciento. Es la realidad en la que las compañías de tecnología más grandes han tenido avances insignificantes en la diversificación de su personal y en la que el acoso y la discriminación siguen siendo habituales.
El mes pasado, Estelle McGechie, exdirectora ejecutiva de Atomos, demandó a esta empresa de tecnología electrónica por discriminación de género y retaliación. Aseguró haber sido despedida luego de haber alertado a la junta directiva sobre un fraude. Este mes, las voces más relevantes de la industria tecnológica prácticamente se hundieron en un silencio estratégico en torno a un reportaje de Vox sobre agresión sexual y silenciamiento de víctimas en Launch House, una “casa hacker” respaldada por la firma de Andreessen.
Luego Verdaka, una empresa emergente de seguridad que ha enfrentado demandas de acoso a empleadas y de tener controles internos laxos de acceso a sus herramientas de vigilancia, recaudó 205 millones de dólares de las principales firmas de capital de riesgo. Además, Shervin Pishevar, un capitalista de riesgo que fue acusado por cinco mujeres de conducta sexual inapropiada en 2017, resurgió como ejecutivo en la empresa de Kanye West, Yeezy.
Todo esto es más que suficiente para cuestionarse si la industria realmente puede cambiar.
“Por como lo veo, nunca habrá consecuencias para los hombres”, afirmó Pitts. “Es desalentador”.
El director ejecutivo de Launch House respondió al artículo de Vox con una publicación de blog este mes en la que se disculpó por los problemas de seguridad pasados de la compañía. Verdaka declaró que había aprendido de incidentes anteriores y que tenía “protocolos claros, capacitaciones y personas enfocadas en resolver los problemas relacionados con el sexismo y el acoso”. Atomos declaró en un comunicado que las acusaciones de McGechie no tenían fundamento. Pishevar no respondió a nuestra solicitud de comentarios.
El multimillonario acuerdo de Musk por Twitter subraya cómo la industria de la tecnología sigue operando como un club de viejos millonarios. Musk forma parte de la “mafia de PayPal”, un grupo de fundadores y primeros empleados de la compañía de pagos digitales, muchos de los cuales han tenido posteriormente éxitos aún mayores en la industria tecnológica. “Las mujeres no tienen el tipo de redes profundas y duraderas que estos hombres han tenido durante décadas”, afirmó Taryn Langer, fundadora de Moxie Communications Group, que realiza labores de relaciones públicas con fundadores y empresas de capital de riesgo. “Definitivamente todavía existe esa cultura del club exclusivo para hombres”.
Otros miembros de la mafia de Paypal, incluidos David Sacks y Joe Lonsdale, recibieron citaciones por sus mensajes de texto con Musk sobre su acuerdo con Twitter, el cual está ahora atorado en los tribunales. De inmediato expresaron su descontento al respecto compartiendo memes en Twitter y calificando las citaciones de “acoso” en la televisión. Musk también ha luchado contra la exposición de sus comunicaciones privadas a través de sus abogados.
Al mismo tiempo, un grupo de mujeres que trabajan en SpaceX, la empresa espacial de Musk, han presentado múltiples denuncias de acoso y retaliación en el último año. La firma de Andreessen tiene 35.000 millones de dólares bajo su gestión. Andreessen ha tuiteado sobre bloquear personas cuyas opiniones no le gustan, ha dirigido memes insultantes hacia figuras como el cofundador de Twitter, Jack Dorsey, y ha criticado a quienes apoyan “lo que está de moda”, o las causas populares. Además de tener un puesto en la junta directiva de Meta, la empresa matriz de Facebook e Instagram, Andreessen ingresará a la junta directiva de Flow, la empresa de bienes raíces de Neumann.
El anuncio del acuerdo de Flow el mes pasado provocó escepticismo entre aquellos que dudan de la perspicacia empresarial de Neumann tras el desastroso colapso de WeWork. Pero también causó indignación entre las mujeres y las personas pertenecientes a minorías raciales, quienes vieron como un hombre obtenía una generosa segunda oportunidad, mientras que ellos han tenido que pelear con las uñas para conseguir apenas una primera oportunidad.
Un portavoz de Andreessen Horowitz se negó a hacer comentarios sobre la situación. Meta no respondió a nuestra solicitud de comentarios.
Los 350 millones de dólares que invirtió Andreessen Horowitz —el cheque individual más grande que ha hecho la firma— valoraron a Flow, que aún no ha sido lanzada, en mil millones de dólares.
Diana Lee, cofundadora de la firma de tecnología y publicidad Constellation, afirmó que ha tenido que luchar por lograr una valoración justa para su empresa. Para ello, ha tenido que mostrar a los inversores un crecimiento anual del 80 por ciento, cientos de clientes y ganancias constantes. Con respecto a la recaudación de fondos de Neumann, Lee afirmó: “Ni siquiera ha habido una ejecución. Él solo muestra la cara y obtiene mil millones de dólares”. La élite más poderosa de la industria de la tecnología parece estar adoptando un nuevo tono últimamente. Es más desafiante, combativo y, sin duda, un cambio en comparación con el de hace apenas unos años, cuando la industria fue sacudida por las denuncias sobre su cultura “bro”. (Cari Vander Yacht/The New York Times) Elon Musk en el Centro Espacial Kennedy, en Florida, el 5 de febrero de 2018. (Todd Anderson/The New York Times)
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