Por The New York Times | Isabelia Herrera
Si te sumerges en los rincones de YouTube, encontrarás un video de una presentación de Daddy Yankee en el final de su adolescencia, viste una cazadora plateada con la cremallera hasta arriba y tiene un incipiente bigote. Era 1996, y el futuro embajador mundial del reguetón improvisaba a capela frente a una multitud de cientos de personas. Hizo alarde de una entonación y fluidez intensa para seguir el ritmo con toques de entonación en patuá, algo característico de la época, cuando el género “underground” —predecesor del reguetón— estaba floreciendo. El ritmo seleccionado por el DJ estaba formado por en una mezcla de breaks de batería y riddims sincopados de dembow que Yankee siguió sin ningún problema, y rapeó con la hipervelocidad que lo terminaría convirtiendo en una superestrella en la siguiente década.
Daddy Yankee, con mejillas de querubín y unos 19 años, terminaría convirtiéndose en un capo del reguetón, una estrella del pop y un exitoso empresario, y ayudaría a hacer de un sonido callejero una mina de oro de la industria. En 2004, anunció su ascenso a la cultura de masas con una declaración inicial simple y estratégica: “Who’s this? (¿Quién es este?) ¡Da-ddy Yan-kee!”. Poco más de una década después, llevó los rasgueos de guitarra acústica y el ritmo accesible del popetón, una mezcla de pop y el reguetón, de “Despacito” a la irritante ubicuidad internacional.
Pero tras una carrera de 32 años, ¿ya es hora de que Yankee se duerma en sus los laureles? En un video emotivo publicado el 20 de marzo, el “Big Boss”, como también se le conoce, anunció su retiro de la industria musical. Queda una última vuelta de la victoria: una gira final y un álbum con el título impecable de “Legendaddy”.
Los álbumes de despedida pueden ser difíciles. Algunos artistas se equivocan al basarse en tendencias recientes a fin de reproducir la estética de una generación más joven; otros se limitan a repetir los trucos que los hicieron famosos; los más exitosos se atreven a desnudar sus almas y a crear una nueva intimidad con los oyentes.
Yankee, de 45 años, en realidad nunca ha sido uno de esos artistas con una vulnerabilidad profunda. Sin embargo, siempre fue honesto sobre su juventud en los caseríos de Villa Kennedy en San Juan, Puerto Rico, donde junto a DJ Playero, otro pionero del reguetón, jugaron con el reggae en español y el “freestyle”, y distribuyeron sus experimentos en compilaciones a principios de los noventa. Una tarde frente al estudio de Playero, cuando Yankee tenía 16 años, una bala producto de un fuego cruzado se alojó en su pierna derecha. Eso lo obligó a pasar más de un año en recuperación, cerró la puerta a sus ambiciones en el béisbol de las Grandes Ligas y reorientó sus energías hacia la música.
A medida que el underground, y luego el reguetón, se fue expandiendo, Yankee perfeccionó el arte de fusionar el sexo y la rimbombancia en canciones. Valiéndose de chulería callejera y la charla sucia, impulsó su vertiginosa entonación y fluidez en himnos carnales de las pistas de baile, como “Latigazo” de 2002 o su éxito de 2004, “Gasolina”. Estas se convirtieron en las canciones que le enseñaron a toda una diáspora sobre sexo y el éxtasis del perreo sucio, el tipo de baile “fajado” en el que se intercambia tinte de mezclilla y sudor con una pareja de baile.
Ha habido momentos esporádicos de crítica social en la música de Yankee, como en el exitoso álbum histriónico “Barrio Fino”. Pero luego de que “Gasolina” se sumergiera en la corriente principal de la música en inglés, su estatus de celebridad creció, y Yankee cambió su imagen de playboy lascivo por la de un empresario acaudalado: tan solo en 2005, firmó una sociedad de marca con Reebok para diseñar zapatillas, ropa y accesorios; accedió a modelar para la colección de primavera de Sean Jean; consiguió un contrato de patrocinio con Pepsi; y firmó un acuerdo de cinco álbumes por 20 millones de dólares con Interscope Records. A principios y mediados de la década de 2010, Yankee lanzó una serie de discos, pero muchos de ellos carecieron de dimensión y energía, y se apoyaron en temas recurrentes comerciales poco creativos. Alrededor de 2016, comenzó a incursionar con dos sonidos emergentes: la primera cresta de las fusiones entre la música electrónica dance y el reguetón, y el incipiente género del trap latino, en el que se convirtió en un invitado muy solicitado. Ambos le permitieron permanecer en el centro de atención, magnificar su imagen de veterano estadista y evitar competir con una nueva ola de artistas que estaban refrescando el movimiento con sentimentalismo y determinación.
Para “Legendaddy”, su primer disco en solitario en una década, El Cangri ha hecho un inventario de los sonidos y estilos que han definido su carrera: rap automitificado, perreo, EDM y popetón. Los momentos más dinámicos llegan cuando Yankee busca la magia del pasado, ya sea permitiéndose la arrogancia jactanciosa o convocando a los oyentes a una sesión de baile de ensueño. “Uno Quitao y Otro Puesto” es una explosión contundente de actitud de un veterano, completada con acentos de disparos similares a los de “Sácala”. En “Enchuletiao”, Yankee no rapea, sino que ladra las letras en las que, con gran fuerza, habla de su eminencia incomparable en el género. “¿Qué tú me va’ a enseñar, si yo he esta’o en to’a las era’?”, sentencia. Es un recordatorio de sus habilidades técnicas: hacía años que Daddy Yankee no sonaba tan eléctrico y tan deliciosamente abrasivo.
Con sus masivas trompetas y vibrantes líneas de piano, “Rumbatón” y “El Abusador del Abusador” son emocionantes y nostálgicas remembranzas de las fusiones de salsa y reguetón de mediados de la década de 2000 (apropiadamente, Luny del dúo Luny Tunes fue el productor de “Rumbatón”). “Remix” y “Bloke” son piezas enérgicas de reguetón clásico que utilizan el tipo de fantasías sexuales e intercambios lascivos que alguna vez hicieron irresistible ese sonido; “Remix” incluso tiene una alusión a la canción “Impacto”, de 2007. "Legendaddy" también tiene algunos desaciertos enormes: dos fusiones de EDM, el estilo mundialmente popular que desde hace un tiempo se ha apoderado de las listas latinas. “Bombón”, con Lil Jon y El Alfa, el visionario del dembow, es casi imposible de escuchar: es música universitaria de vacaciones de primavera, completada con ad-libs de “Yeah!” provenientes de una época ya extinta. “Hot”, dominada por la presencia del invitado Pitbull, es en esencia una caricatura de la vida nocturna de Miami.
Yankee deja espacio para un refrescante momento de experimentación con “Agua”. La canción, una colaboración con Nile Rodgers y la estrella del reguetón Rauw Alejandro, resplandece con el brillo típico del disco-pop, y está completada con riffs de guitarra bailables de la leyenda de Chic.
Como álbum de despedida, “Legendaddy” rinde homenaje a todos los estilos de la trayectoria de Yankee, y destaca el superpoder que le ha permitido sobrevivir como figura veterana en un terreno de artistas jóvenes: la flexibilidad. En ese sentido, el disco también refleja la historia del propio reguetón: un sonido que ya es irreconocible de sus inicios políticos y populares y cuya historia implica una transformación constante.
Siempre habrá la posibilidad de que Yankee reaparezca en algún tipo de gira de regreso, como lo han hecho muchos gigantes del hiphop tras retirarse. Yankee recibió apreciación cuando todavía estaba activo, y su impacto indeleble no puede exagerarse. Sin embargo, “Legendaddy” también deja en evidencia lo que más necesita el reguetón en este momento: sangre fresca, una estética poco ortodoxa y creadores de mundos narrativos que busquen inyectarle al género la euforia, los fuegos artificiales y la profundidad narrativa que el movimiento ha prometido desde sus inicios. Daddy Yankee se presenta en el Reggaeton Block Party, en el Madison Square Garden de Nueva York, el 3 de octubre de 2007. (Michael Falco/The New York Times). Daddy Yankee se presenta en el Madison Square Garden de Nueva York, el 7 de septiembre de 2007. (Robert Caplin/The New York Times).