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En el invierno boreal de 1917, la Gran Guerra ya llevaba más dos años diezmando vidas y recursos en Europa. En el frente occidental, franceses, belgas y británicos (con el concurso de tropas de sus dominios y colonias) superaban en número y recursos a los alemanes. Sin embargo, las tropas del kaiser Wilhelm gozaban de una superioridad táctica y estratégica, y estaban mejor atrincheradas que sus enemigos.
Esta circunstancia produjo un virtual "empate técnico" que se prolongaría hasta los últimos meses del conflicto. En ese contexto se produjeron tragedias como las grandes ofensivas de 1916, cuando los alemanes presionaron en Verdún y los británicos lo hicieron en las márgenes del río Somme, más al oeste. La ofensiva alemana fue repelida al cabo de diez meses, y la británica sólo logró una parte irrisoria de los objetivos que se había propuesto.
Si bien estas batallas no fueron decisivas en el curso de la guerra, sirvieron para que los altos mandos tomaran conciencia -aunque tarde- de que no era posible luchar una guerra del siglo XX con tácticas y estrategias del XIX.
La artillería y las ametralladoras demostraron su terrible poder aniquilador y dejaron claro que los tiempos habían cambiado. Verdún y Somme costaron la vida a más de un millón y medio de combatientes de ambos bandos.
Estados Unidos y la Gran Guerra
Hasta 1917, Estados Unidos había logrado mantenerse neutral e incluso había asumido una suerte de rol arbitral en la contienda. Y si bien las simpatías del presidente Wilson estaban con los franceses e ingleses, tenía motivos para estar molesto con ambos bandos.
Por un lado, el bloqueo naval que la flota británica había colocado en el Atlántico Norte para asfixiar a sus enemigos, cerraba el paso al comercio estadounidense y mundial no sólo con Alemania, sino con países neutrales como Suecia, Holanda o Dinamarca.
Si bien esto crispaba la relación anglo estadounidense, la respuesta alemana fue peor: una guerra submarina sin restricciones, que echaba a pique a cuanto buque se dirigiera a las Islas Británicas. En mayo de 1915, un submarino alemán torpedeó al buque escocés RMS Lusitania, que se hundió matando a 1198 personas, cientos de ellas estadounidenses. Los alemanes alegaron que el navío transportaba municiones de forma clandestina, algo que todavía es objeto de controversia. Con o sin tales municiones, el incidente del Lusitania fue el primer paso que dio Alemania para ganarse un enemigo que se revelaría formidable.
El telegrama
El 16 de enero de 1917, el ministro de Relaciones exteriores de Alemania, Arthur Zimmermann, telegrafió a su embajador en México, conde Heinrich von Eckardt, enviándole instrucciones que a la postre serían trágicas para su país.
En el telegrama se hacía referencia a la frágil neutralidad de Estados Unidos y se proponía un plan de contingencia para el caso de que esta terminara. Se sugería formar una alianza entre Alemania y México, en cuyo marco la potencia europea brindaría ayuda económica para que los mexicanos invadieran Texas, Nuevo México y Arizona, regiones que habían perdido a manos de los estadounidenses a mediados del siglo anterior.
"Nos proponemos comenzar el primero de febrero la guerra submarina, sin restricción. No obstante, nos esforzaremos para mantener la neutralidad de los Estados Unidos de América.
En caso de no tener éxito, proponemos a México una alianza sobre las siguientes bases: hacer juntos la guerra, declarar juntos la paz; aportaremos abundante ayuda financiera; y el entendimiento por nuestra parte de que México ha de reconquistar el territorio perdido en Nuevo México, Texas y Arizona. Los detalles del acuerdo quedan a su discreción.
Queda usted encargado de informar al presidente [de México] de todo lo antedicho, de la forma más secreta posible, tan pronto como el estallido de la guerra con los Estados Unidos de América sea un hecho seguro. Debe además sugerirle que tome la iniciativa de invitar a Japón a adherirse de forma inmediata a este plan, ofreciéndose al mismo tiempo como mediador entre Japón y nosotros.
Haga notar al Presidente que el uso despiadado de nuestros submarinos ya hace previsible que Inglaterra se vea obligada a pedir la paz en los próximos meses".
Inaceptable e imposible de cumplir
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La propuesta era un verdadero absurdo. En primer lugar, porque el presidente mexicano Venustiano Carranza afrontaba serios problemas internos (eran los tiempos de Zapata y Pancho Villa) y ni siquiera podía controlar la totalidad del territorio del país. En ese contexto resultaría suicida entablar un conflicto con un país militarmente más poderoso, y con el que ya sostenía una áspera relación.
Por otra parte, en caso de que los mexicanos aceptaran la propuesta, los alemanes estarían en aprietos para cumplir su parte. El desgaste causado por la guerra y el bloqueo no les dejaba demasiado margen económico como para asistir a nuevos amigos. Y en caso de hacerlo, los británicos seguían dominando los mares pese a los submarinos, y no había forma de que barcos alemanes navegaran hacia América de forma segura.
Cómo te lo digo
El telegrama fue enviado de manera codificada por varias vías, y todas ellas fueron interferidas y descifradas por los servicios de inteligencia del Reino Unido, que estaban al tanto de los sistemas de cifrado de sus enemigos. Uno de los envíos enfurecería luego de forma especial al presidente Wilson, ya que se empleó una terminal telegráfica situada en la embajada de Estados Unidos en Berlín, y que el mandatario había puesto a disposición de los alemanes como medio de contacto directo y señal de buena voluntad.
Los británicos enfrentaron entonces un dilema complejo. Obviamente, se salían de la vaina por revelar la información al gobierno de Wilson, pero hacerlo dejaría en evidencia que su espionaje metía las narices en las comunicaciones diplomáticas estadounidenses, ya que el telegrama había viajado por esa vía.
Fue entonces que se pensó en otra opción. Los servicios de inteligencia de Londres supusieron con acierto que el telegrama enviado desde la embajada estadounidense en Berlín gracias a la "línea Wilson", había sido dirigido en primera instancia a la embajada alemana en Washington, algo que no despertaría sospechas ya que era el cometido de esa línea.
El punto vulnerable de la cadena de comunicaciones residía entonces en el reenvío del telegrama desde EEUU hacia la legación germana en México: los alemanes usaron el sistema telegráfico público de Estados Unidos en el entendido de que así no despertarían sospechas, ya que ambos países americanos eran neutrales. Así las cosas, los británicos enviaron a un agente a la oficina central de correos y telégrafos de la capital mexicana, para comprobar si había una copia del telegrama, ya que estas normalmente se hacían como constancia de recibo.
El agente, denominado Señor H, confirmó la existencia de esa copia y se hizo con ella. Días después, el embajador del Reino Unido en Estados Unidos, Walter Page, entregaba personalmente el telegrama al presidente Woodrow Wilson.
Consecuencias
La existencia del telegrama cobró pronto estado público y generó en el pueblo estadounidense una corriente de antipatía hacia los germanos. El 2 de abril de 1917 Wilson pidió al Congreso que declarara la guerra a Alemania, propuesta que fue aprobada y concretada el día 6.
En ese momento, el país no contaba con un ejército lo suficientemente grande y preparado como para afrontar la Gran Guerra, pero contaba con los medios y recursos suficientes como para formar uno a corto plazo. La Fuerza Expedicionaria Americana (AEF) fue concentrando a lo largo de los meses miles y miles de efectivos en Francia, bajo las órdenes del general John J. Pershing.
Por aquel entonces, los ejércitos de Francia y Reino Unido estaban muy necesitados de tropas de refresco, y quisieron incorporar a los estadounidenses a sus propias filas. Sin embargo, Pershing se negó a que sus soldados fueran usados como carne de cañón e insistió en mantener su autonomía. "Nadie echa vino nuevo en odres viejos", fue su respuesta.
Para mediados de 2018, la AEF contaba con cerca de un millón de hombres bien pertrechados, y tenía sus propios hospitales de campaña y redes logísticas. Su intervención consolidó las posiciones de la Entente e impidió a los alemanes gozar de la transitoria superioridad numérica que habían obtenido en el oeste, gracias al traspaso de tropas desde el frente oriental luego de la capitulación de Rusia. Las tropas estadounidenses jugaron un papel importante en la Ofensiva de los Cien Días, que pondría en retroceso a los alemanes hasta obligarlos a pedir un armisticio.
Si bien es imposible escribir la historia de lo que podría haber sido, la mayoría de los historiadores creen que sin la intervención estadounidense, las Potencias Centrales podrían haber resistido al menos un año más de combates, y algunos estiman que hasta podrían haber ganado la guerra.
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