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Cultura

Una historia de novela

Ruben: 80 años de una librería iniciada por un niño “con once revistas y un cajón”

Comenzó en la calle y casi como un juego. Conoció el auge y la decadencia. Hoy procura reinventarse y seguir haciendo historia.

15.06.2020 12:44

Lectura: 22'

2020-06-15T12:44:00-03:00
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Por Gerardo Carrasco
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Semanas atrás fue noticia el anunciado cierre de la Librería Cooperativa del Cordón, un establecimiento con larga tradición en la compraventa y canje y que supo ser un verdadero clásico de la libresca calle Tristán Narvaja.

Dicha librería surgió a fines de los años 80 como una escisión -que debía ser temporal y fue definitiva- de la más antigua Librería Ruben, instalándose en un local pegado al de su hermana mayor. Este origen y vecindad hicieron que mucha gente las considerara siempre un mismo comercio, algo que -como se verá más adelante- no estuvo en principio muy alejado de la verdad.

Tras el cierre de la Cooperativa, la Librería Ruben continúa su actividad, luego de capear las mismas tormentas que acabaron por mandar a pique a su vecina. Pablo Tealde, actual titular, no echa las campanas al vuelo, pero se permite un moderado optimismo. En diálogo con Montevideo Portal, recuerda que fueron muchos los años consecutivos con números para llorar. Sin embargo, su establecimiento inició en tiempos recientes un lento pero sostenido repunte, algo que duró al menos hasta la llegada del coronavirus y las medidas de confinamiento, situación que afectó a comerciantes de todos los rubros.

Entrar a la Librería Ruben es una experiencia que puede resultar muy diferente para cada persona. Donde algunos quizá no vean más que un cambalache saturado de papeles viejos, otros sienten de inmediato en las manos un impulso irrefrenable por revisar, hurgar, hojear y otros infinitivos asociados a la cacería del libro usado.

Ahora, y tras el cierre de su librería hermana, Ruben se convirtió en una especie de elefante blanco, o de rinoceronte negro: uno de los poquísimos sitios de la zona -y de Montevideo- donde todavía el canje de libros y revistas es común, y significa buena parte del negocio.

Una historia de la calle

Dentro de la librería, cruzado a lo ancho por encima de las estanterías, un cartel de madera reza lo siguiente: "Fundada en 1940 con once revistas y un cajón. Ruben. Sin sucursales ¡No se deje engañar!"

El curioso letrero hace referencia a los orígenes de la librería, cuyo inicio se remonta a 1940 y fue, literalmente, un juego de niños.


"Yo no conocí el puesto de Ruben, pero dicen que era una cosa increíble, como una empresa entera en la calle. Lo tenía armado con cajones, y entrabas como si fuera una librería"

Un domingo hace ya 80 años, Ruben Buzzetti (1928 - 2000) se instaló en una esquina de la feria de Tristán Narvaja con los escasos objetos ya mencionados: un cajón de verduras vacío y once revistas.

"Ruben era un niño al que le gustaba leer, y se dio cuenta de que no podía pedirle siempre a sus padres plata para comprar revistas", lectura a la que era muy aficionado, cuenta Tealde. Entonces, y con un espíritu que hoy algunos calificarían de emprendedurista "puso un canje en el que no mediaba el dinero. Yo te doy dos revistas, vos me das tres, y no te cobro nada". Empezó así una suerte de progresión geométrica, que permitió al pequeño multiplicar su stock y, lentamente, hacerse conocido en el ambiente de la feria.

Pronto el cajoncito fue insuficiente, y Ruben se mudó con sus revistas a las escalinatas del teatro Stella D'Italia, sobre la calle Mercedes y siempre en el ecosistema de la feria dominical. Pero el puesto no dejaba de crecer, y pronto incorporó también libros de todas clases y -lógicamente- el vil metal.

"Yo no conocí el puesto de Ruben, pero dicen que era una cosa increíble, como una empresa entera en la calle. Lo tenía armado con cajones, y entrabas como si fuera una librería. Había un cajero, otros que atendían, etc. A medida que prosperaba, comenzó a alquilar locales en la zona, pero para usarlos como depósitos", narra Tealde, añadiendo que para entonces su actividad no se limitaba a los domingos en Tristán Narvaja, y se extendía a otras ferias durante la semana.

Así, Ruben mantuvo su negocio callejero y trashumante hasta 1964, cuando ciertos factores se confabularon para impulsarlo a instalarse en local fijo. En primer lugar, una línea de ómnibus comenzó a pasar por el sitio donde él instalaba el puesto, lo que lo obligaba a ceder espacio. Por otra parte, el "voluminoso volumen de volúmenes" que manejaba pedía a gritos un sitio más grande y adecuado.

Estudiantes a estudiar

En aquellos años 60, la recién instalada librería se vería beneficiada por un cambio en el panorama educativo del país.

"Hizo algo que le dio un diferencial respecto a la feria: reacondicionar los libros. Había que pegarlos, guillotinarlos, pasarles una lija, alisarles las hojas"

"Ruben agarró la explosión liceal, fue un tiempo en el que empezaron a haber más estudiantes de secundaria y más liceos", cuenta el librero. Además, en esa época "no había tantos textos y no era como ahora, que cambian en cada curso. Tenías libros, como los manuales de Historia de Alfredo Traversoni, que se usaban por veinte años o más".

Joven todavía pero ya veterano en el mundo del texto usado, Buzzetti "hizo algo que le dio un diferencial respecto a la feria: reacondicionar los libros", que a veces venían muy manoseados y rotos, y devolverlos al mercado en buenas condiciones. "Había que pegarlos, guillotinarlos, pasarles una lija, alisarles las hojas, etc", explica Tealde, añadiendo que este tipo de restauraciones no se limitaban al material de estudio.

En esa "edad de oro", la librería sumó a su equipo a decenas de nuevos trabajadores, tanto para la atención al público como para las labores en el taller de restauración, que funcionaba en la vereda de enfrente.

"En la feria podías comprar novelitas de cowboys hechas pedazos. En cambio, él las vendía arregladitas. Empezó a establecer unos criterios para aceptar el material", así como originales estrategias comerciales. "En una época en la que la inflación era muy alta, uno de los eslóganes para los textos era ‘te lo recibo al mismo precio que te lo vendí'", relata Tealde.

Tiempos de zozobra

Así como un cambio en la situación estudiantil del país impulsó a Ruben en un momento, una segunda transformación le pondría la zancadilla.

"En el año 76, la reforma educativa de la dictadura cambió todos los textos y lo mató, ahí casi se funde", rememora Tealde, quien empezó a trabajar en la librería en 1982, "un año malo", tras el que se apreciaría cierto alivio en las castigadas arcas de la empresa.


"Agarraba bolsas negras, se paraba en la caja con la mujer y las llenaban de plata, las cerraban y las metían abajo del mostrador. Cuando llegaba la noche cruzaban a enfrente, que era la casa de ellos, y allí contaban y alisaban los billetes"

"Entre el 83 y el 86 tuvo una recuperación", apunta el actual propietario. Sin embargo, era difícil que ese restablecimiento fuera duradero, dado el modo de hacer negocios que tenía Ruben Buzzetti. Un estilo que-para hacerle justicia- no era excepcional en el empresariado de entonces, y que se veía facilitado por la inoperancia u omisión estatal.

"Nadie pagaba nada en la DGI o BPS", afirma el librero, recordando que su empleador era un caso extremo. "Ruben no pagaba nada de nada. En la librería llegó a tener cincuenta personas ¿cuánto es eso de aporte? Por más que vendía mucho, sería inviable", señala a modo de ejemplo. Esta evasión, sumado a que los salarios que pagaba tampoco eran opulentos, le era beneficiosa al bolsillo en un primer momento, pero minaba la eficiencia. "No solucionaba los problemas de productividad, lo que hacía era sumar un nuevo empleado, y era negocio porque no pagaba más que eso", recuerda.

"Yo empecé a trabajar por el salario mínimo, que no era un buen sueldo, pero no era tan malo como el de ahora. Entonces, él te prometía que luego te iba a pagar una extra que en realidad durante el año no te pagaba porque no tenía plata. Pero en marzo, con la zafra de textos, te lo daba todo junto. Estaba siempre en esa rosca", evoca.

"En aquella época nadie pagaba nada en el BPS, y Ruben no pagaba nada de nada. En la librería llegó a tener cincuenta personas ¿cuánto es eso de aporte? Por más que vendía mucho, sería inviable"



Esta situación cambio con el retorno de la democracia, momento en el que los inexistentes contralores del estado comenzaron a ponerse en marcha.

Las tres D: Dinero, Deudas, Divisiones

"En zafra de textos, Ruben ingresaba mucha plata, verdaderas fortunas", asegura el actual titular de la antigua librería. "En esos momentos, entre taller y ventas llegaron a haber cien personas trabajando", cuenta, matizando que algunos de esos zafrales "duraban una semana y afuera".

"Entraba mucha plata, pero también había que pagar montones" a las editoriales que proveían los textos, como Barreiro y Monteverde, algo que su jefe de entonces parecía no tener en cuenta. Tealde ilustra el "método contable" de Buzzetti con una imagen harto elocuente. "Agarraba bolsas negras, se paraba en la caja con la mujer y las llenaban de plata, las cerraban y las metían abajo del mostrador. Cuando llegaba la noche cruzaban a enfrente, que era la casa de ellos, y allí contaban y alisaban los billetes".

Así, "de repente te encontrabas con una fortuna, pero después venía el proveedor y había que pagarle también un montón de plata", destaca.

"Llegamos a trabajar sin luz, con velas y faroles. La librería estaba llena, era increíble, como si a la gente le pareciera algo romántico, y venía más"

"El 87 fue el último año más o menos normal", al menos al inicio, recuerda Tealde. También fue el año en que esa suerte de contabilidad demencial que llevaba el empresario colapsó. Faltó el dinero y no pudo hacer frente a los aguinaldos de junio. Tampoco pudo pagar la factura de UTE y le cortaron la electricidad. "Llegamos a trabajar sin luz, con velas y faroles. La librería estaba llena, era increíble, como si a la gente le pareciera algo romántico, y venía más", refiere con una sonrisa.

Por entonces, la situación no era la misma que en los tiempos pioneros. Los trabajadores de la librería estaban sindicalizados, y Ruben había delegado buena parte de sus potestades en su encargado, Omar Díaz, primo de su esposa. El personal acordó con Díaz trabajar a cambio del 40% de las ventas, algo que no alcanzaba para pagar las deudas ni los sueldos, pero "si dejábamos que Ruben dispusiera del 100%, no nos daba nada", recuerda. Por su parte, "él con el 60% tampoco podía cubrir, por eso cortaron la luz".

Ante ese futuro literalmente oscuro, Díaz urdió una argucia. "Se le ocurrió fundar una empresa nueva que operara en paralelo con Ruben, porque si cerraba una y de inmediato abría otra, para el gobierno iba a ser una continuidad. Pero si ambas coexistían por unos años, la cosa era distinta", explica. Ese fue el origen de la Librería Milimás, situada en un gran local junto a Ruben, y que luego se trasformaría en la Librería Cooperativa del Cordón.

El plan original preveía a mediano plazo unificar ambas librerías en la más nueva, quitándose de encima la carga de deudas que acarreaba la primera. Pero en mitad de ese camino, y como dijera Mauricio Macri, pasaron cosas.

En 1989 se produjo el primer cisma verdadero dentro del cisma inventado. En ese momento, según cuenta Tealde, la esposa de Ruben reclamó la primera de las librerías. El librero recuerda que para entonces "ellos supuestamente estaban peleados, pero habían pasado años, y puede haber sido un arreglo para dividirse la cosa".

"Empecé a trabajar con Mercado Libre, a comprar mejor, a no recibir determinados libros. Uno de nuestros diferenciales es que nosotros aceptamos material como forma de pago"

Pablo Tealde, ex empleado de Ruben Buzzeti y actual propietario de Librería Ruben

Esta nueva situación dejó a los trabajadores de la librería original en una situación difícil. Agarrados del pincel, podría decirse, y separados -esta vez de verdad- de sus compañeros de la puerta de al lado. "Díaz dijo entonces que a esta librería no le daba ni seis meses de vida", recuerda.

Se firmó entonces un convenio entre las dos empresas. La nueva, dirigida por Díaz, empezó a vender narrativa y textos, mientras que la vieja se dedicaba a las revistas.

"El reparto de personal fue raro", explica el librero, relatando que gente que estaba especializada en determinado rubro quedó trabajando en el local que no lo iba a comercializar. "A él lo bombearon", expresa señalando a uno de sus compañeros. "Era encargado de taller y por lógica tenía que estar en la parte de novelas, pero obviamente, en la cocina que se hizo entre los encargados, quedó de este lado". Y no fue el único. A modo de ejemplo, cuenta el caso de una compañera que se especializaba en textos. "La querían mandar para acá, y ella les hizo un juicio". Según Tealde, las consecuencias económicas de ese litigio significaron uno de los tantos golpes que llevaron a sus vecinos al cierre.

"Yo no puedo competir con lo nuevo, pero sí puedo hacerlo con lo que las demás librerías no tienen"

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"Yo era el encargado de la sección revistas y lo natural era que quedara acá. Mi esposa era cajera y fue para el otro lado", prosigue. De cualquier manera, en teoría esas divisiones no tenían por qué ser algo dramático, ya que la idea original, como ya se dijo, era reencontrase todos luego en la nueva empresa, cosa que nunca ocurrió.

"La Librería Ruben tenía muy buena venta de revistas y todas las semanas llegaban muchas desde Argentina", explica, poniendo como ejemplo las de la editorial Columba, que marcaron época: El Tony , D'Artagnan, Nippur Magnum, Intervalo, entre otras.

"Los clientes hacían canje y pagaban una diferencia. Era algo que hacía mucha gente, y eso sostenía el negocio en épocas malas. Cuando Díaz nota eso, rompe el acuerdo, porque una vez terminada la zafra de textos, la venta de novelas no bastaba para cubrir", señala. Al quedar nulo el pacto, la Librería Ruben incorpora también textos y narrativa. "Arrancamos de cero, no teníamos ni un libro y tampoco teníamos los clientes, porque compraban en la otra librería", explica.

Esta nueva situación duró unos cuatro años, hasta que en la escindida librería hubo una nueva crisis. Díaz "tuvo un problema", y los empleados tomaron las riendas del emprendimiento, formando la Cooperativa.

"Hubo un gran momento de expansión que coincidió con una situación de bajos salarios, se pagaba muy poco. Hoy un buen empleado de librería puede ganar más que el dueño"

"Hemos coexistido mal o bien, con clientes compartidos y los de cada uno", apunta Tealde durante la entrevista, realizada inmediatamente después del cierre de la Librería Cooperativa del Cordón.

De la inercia a la transición

Luego de que la compañera de Ruben se hiciera con la librería original, el sindicato que agrupaba a los trabajadores de ambas compañías entendió que la reunificación prevista difícilmente se concretaría, y se dividió también.

"La mujer de Ruben era muy especial", considera el librero. La poeta Mirta Díaz Gandulia era esposa del propietario y "tenía todos los beneficios que eso implicaba y las ganancias, pero en su vida personal era radicalmente de izquierda. Después de las zafras agarraba una fortuna y se iba a vivir a Brasil", cosa que hacía "con la plusvalía de los empleados". Además, "no sabía manejar el negocio y no tenía autoridad".

Pese a eso, Pablo guarda un buen recuerdo de ella. En ese sentido, cuenta que durante los difíciles años de la dictadura y posteriores "ayudó a mucha gente", incluyendo a ex presos políticos y a los propios trabajadores de la librería. "Nos dejó continuar con el negocio a cambio de muy poco", recuerda, añadiendo que se trataba de "una mujer intelectualmente muy lúcida, poeta, escritora". Y que más allá de las diferencias que pudieran tener -y las tenían- con ella "se podía hablar de muchas cosas". También señala que, años después de todo lo relatado, pasó la última etapa de su vida "en condiciones muy precarias, en unas viviendas del BPS".

En un principio "creímos que nos iba a echar a todos, todavía éramos como quince en este lado,", pero no lo hizo. Tampoco se involucró demasiado en la empresa y "puso a una hermana suya al frente, a la que no le interesaba nada". Comenzó entonces un período acéfalo, donde "la librería funcionaba mal, lo hacía por inercia, sola, era un caos", situación que duró hasta que ocurrió algo que a esta altura del relato ya no asombrará al lector: otra pelea interna. Como resultado de esta nueva disputa, la empresa quedó dirigida por una suerte de administración doble, integrada "por alguien de confianza de Ruben y la familia", y por el propio Pablo Tealde, por su conocimiento del negocio.

"Quedamos como administrando la empresa a partir del 92. Un año más tarde hubo una inspección de BPS y descubrió que había un agujero grandísimo", recuerda. A partir de ese momento, lo extraoficial pasó a ser oficial, y la librería quedó en manos de Tealde y sus compañeros.

"Nosotros la llevamos bastante bien unos cuantos años, pero no teníamos un proyecto propio. Trabajábamos sobre el que había creado Ruben, en el que evidentemente los números no cuadraban", dice. Además, ese modelo de negocio requiere un flujo de material vasto y constante, y estaba ocurriendo lo inverso. Los clientes que solían venir a canjear no concretaban esos canjes porque no encontraban el material que pretendían llevarse. Esto hacía que la librería perdiera stock, tanto para la modalidad de cambio como para la venta.

Renovarse o morir

Ya en el siglo XXI, dio comienzo una etapa de reconversión "Empecé a trabajar con Mercado Libre, a comprar mejor, a no recibir determinados libros. Uno de nuestros diferenciales es que nosotros aceptamos material como forma de pago y la Cooperativa no lo hacía", relata. En efecto, en la ya desaparecida librería, la entrega de libros no podía ser el único medio de pago, y en todas las transacciones había que pagar cierto porcentaje en dinero.

"Tampoco es un negocio rentable. Yo gano un buen sueldo y me sirve, pero no me metería ahora. Mi hija es psicóloga, tiene 26 años y ya gana más que yo, y con muchos menos problemas"

Tealde considera que su modalidad de canje "puro" es viable, si se aplica un filtro de calidad. "El tema es ver con qué me estás pagando", afirma, mientras se levanta un momento de la silla para indicarle a una empleada dónde están las partituras antiguas por las que una clienta acaba de preguntar. Esa variedad que incluye hasta lo insólito es otro de sus puntos fuertes. Puede que la demanda de partituras antiguas no sea muy alta, pero quien las desee tampoco tiene muchos sitios a los que recurrir.

"Mercado Libre es importante como modo de venta", pero lo que más importó en la transformación de la librería "fue ese cambio acerca de lo que recibís, a qué le das valor", explica, poniendo como ejemplo un caso bien fresquito. "Hoy se dio un problema con un canje de alguien que trajo siete libros que no iban a servir para nada y quería llevarse material de Stephen King nuevo o agotado. No era negocio".

"Nosotros recibíamos cantidad de cosas, como revistas Caras que luego no se vendían nunca", publicaciones que, entre otras muchas, comenzaron a rechazar. "Ese cliente que las traía quizá no vino más, o tuvo que traernos mejor material, o comprar. Ese criterio fue el que nos permitió limpiar. Fue como una transfusión, sacar la sangre mala y cambiarla por buena", compara.
"Uno va aprendiendo y a veces hay que aprovechar las casualidades. A veces ni yo sé qué hay guardado, tenemos libros que estaban embolsados en paquetes hace años, y no los veo desde entonces. Son unos 7.000 libros a la venta, algunos que quedan de la etapa antigua".

Otra de las apuestas fuertes de Tealde es trabajar con libros descatalogados por las editoriales, y que se transforman en material inconseguible. "Yo no puedo competir con lo nuevo, pero sí puedo hacerlo con lo que las demás librerías no tienen", señala. En esa labor juega un importante rol el "olfato" y la experiencia del librero, que permite distinguir el libro que va a tener demanda en el futuro, de aquel que caerá en el olvido.

Quien vea trabajar a Tealde y sus compañeros, sabrá que lo suyo no son las bases de datos. Ante una consulta, van directamente a la estantería o mesa donde está -o debería estar- el material procurado. "Vas haciendo mejor la memoria, en base a trabajar con los libros, reordenarlos, revisar los precios, etc", considera.

El presente

La segunda década del siglo no fue fácil para los "herederos" de Ruben. Sin embargo, el trabajo comenzó a dar frutos.

"Veníamos cayendo muy rápidamente, pero luego empezamos a levantar. El año 2017 fue clave", sostiene el empresario, a pesar de que fue seguido por un 2018 complicado. "Ruben odiaba el futbol y siempre decía que los años de mundiales eran malísimos. Y el 2018 fue de mundial y fue muy malo", cuenta, como dándole la razón a su antiguo jefe.

"Sin embargo, a partir de noviembre no paramos de crecer", tendencia que se mantuvo durante todo el 2019 y hasta el 13 de marzo de 2020, cuando la llegada del coronavirus lo cambió todo. "Marzo fue espantoso y abril también, pero en mayo, con la promoción por cierre que hicieron al lado, se vendió pila. En diez días vendimos más que en un mes", relata.

Ahora, queda por develar la incógnita de cómo impactará el cierre de esa librería hermana en las finanzas de Ruben. Como se dijo antes, históricamente hubo gente que no distinguía una librería de otra, pero otros clientes sí lo hacen. Puede que los compradores de la Cooperativa se vuelquen al comercio de al lado, pero también existe el riesgo de que "no vengan más" a Tristán Narvaja.

Y precisamente, el contexto actual de esa calle, conocida por su abundancia de libreros y anticuarios, es otro de los elementos a tener en cuenta.

"Ruben odiaba el futbol y siempre decía que los años de mundiales eran malísimos. Y el 2018 fue de mundial y fue muy malo"

En el ecosistema de las librerías de Tristán Narvaja, la cooperación supera a la competencia. "Nos ayudamos entre todos, sabemos más o menos qué material tiene cada uno y nos derivamos los clientes" . Y saben que ese sistema funciona porque no es raro que sea el propio cliente el que entra una librería diciendo que lo "recomendaron" los colegas del barrio.

Además, cada librero ha procurado desarrollar cierto perfil que le permita diferenciarse. "Uno va aprendiendo que hay otras vetas, y supongo que a los otros libreros les sucede lo mismo. Unos se van perfilando para autores uruguayos, otros apuestan por el comic, etc. Tenés que vender de todo, pero podés hacerte fuerte en un rubro", asegura.

El futuro

"La calle ha cambiado, y también la feria", apunta Tealde. En ese sentido, apunta lo que sucede cada domingo en la calle Paysandú, donde se concentran la mayoría de los puestos de venta de libros.

"Se desmoronó, hubo épocas en las que no había lugar, había que ponerse en Fernández Crespo". Sin embargo, esos vendedores "empezaron a irse, a dejar los puestos", algo impensable en épocas en las que hacerse con un lugar en la feria era un triunfo. Esa retracción es extrapolable a las librerías de la zona.

"Hubo un gran momento de expansión que coincidió con una situación de bajos salarios, se pagaba muy poco. Hoy un buen empleado de librería puede ganar más que el dueño", asevera.

Para Tealde, en tiempos de una acentuada recuperación salarial, cuyo pico él sitúa hacia el año 2014 "yo tenía acá encargados que ganaban más que los dueños de algunas librerías ¿Para qué meterse en un negocio, con todos los problemas que implica, para ir a pérdida? plantea.

"En Tristán Narvaja nos ayudamos entre todos, sabemos más o menos qué material tiene cada uno y nos derivamos los clientes"

"Muchas cerraron, quedaron algunas", la mayoría de las cuales funcionan en locales propios. "Si yo tuviera que pagar alquiler acá, no podría seguir", afirma.

Sin sumergirse en las aguas de la futurología, Tealde entiende que "en esta librería, la duración probablemente sea la misma que nuestra duración laboral", dice mientras señala a sus compañeros, que se mueven por el local. Casi todos ellos son veteranos, procedentes de la época de Buzzetti.

Para manejarse con solvencia en el variadísimo y casi infinito mundo del libro usado "se requiere mucho interés, preocupación, dedicación, que no veo en otras personas". Unas cualidades y una entrega que podrían tener mejor recompensa en otro ámbito.

"Tampoco es un negocio rentable. Yo gano un buen sueldo y me sirve, pero no me metería ahora. Mi hija es psicóloga, tiene 26 años y ya gana más que yo, y con muchos menos problemas", sentencia.

Pese a ello, mientras el negocio sea todavía viable, Tealde y sus compañeros de ya tantos años, continuarán ejerciendo esa profesión en la que se desempeñaron toda la vida.

"Me gusta el libro y me gusta estar pensando en la librería", concluye.

Por Gerardo Carrasco
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