Por Aníbal Falco
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Formado en Humanidades en Argentina, Ramiro Podetti llegó a Uruguay en 1990 y retomó su vida académica en la Universidad de Montevideo, casa de estudios en donde ejerció la carrera docente durante gran parte de su vida.
Aunque ya había citado a José Enrique Rodó (1871-1917) en trabajos realizados en la década de 1980, a partir de su “principal maestro y padre intelectual”, Alberto Methol Ferré, su aproximación a la obra del autor de Ariel (1900) y Motivos de Proteo (1909) fue in crescendo y a partir del 2000 comenzó a leerlo con avidez hasta comprender la importancia del “legado” del ensayo filosófico que planteó la primera visión sobre la autoconciencia latinoamericana, apoyada en una crítica al desarrollo del modelo social norteamericano.
“A partir de ahí me puse no solo a leerlo, sino también a enseñarlo en las clases de Historia del Pensamiento Latinoamericano. Lo incorporé al programa. Y no hay mejor forma de aprender algo que enseñarlo. Empecé a escribir cosas sobre Rodó y comenzó un vínculo mucho más estrecho”, resume Podetti en diálogo con Montevideo Portal.
El licenciado en Humanidades es miembro fundador y el actual presidente de la Sociedad Rodoniana, una asociación civil creada en 2009 con el fin de difundir la obra del escritor uruguayo, que nació a partir de una conversación entre Podetti, el magister en periodismo Daniel Mazzone y el docente de Ciencia Política Romeo Pérez Antón, en un viaje de regreso desde una feria del libro en el departamento de San José. El pasado jueves 13 de julio tuvo lugar un acto con varios disertantes en el Palacio Legislativo en celebración del Día de Ariel, conmemoración que se realiza cada 15 de julio por el aniversario del nacimiento del escritor.
Con respecto al Arielismo como la gran corriente de reacción “humanista e idealista” al impulso material y económico del capitalismo industrial que se erigió a partir de la segunda mitad del siglo XIX, Podetti conversó con Montevideo Portal sobre la respuesta de Rodó a la hegemonía cultural utilitarista que permeaba en la civilización occidental cuando Estados Unidos se comenzaba a posicionar como la gran potencia global.
En palabras de Rodó en Ariel: “La concepción utilitaria, como idea del destino humano, y la igualdad en lo mediocre, como norma de la proporción social, componen, íntimamente relacionadas, la fórmula de lo que ha solido llamarse, en Europa, el espíritu de americanismo. La imagen de esa democracia formidable y fecunda que, allá en el Norte, ostenta las manifestaciones de su prosperidad y su poder, como una deslumbradora prueba que abona en favor de la eficacia de sus instituciones y de la dirección de sus ideas. Si ha podido decirse del Utilitarismo que es el verbo del espíritu inglés, los Estados Unidos pueden ser considerados la encarnación del verbo utilitario. Y el evangelio de este verbo se difunde por todas partes a favor de los milagros materiales del triunfo”.
¿Cómo se paró Rodó frente a la especialización técnico-científica que se da en el siglo XIX con la segunda Revolución Industrial?
Es claro al plantear que hay riesgos en la especialización. No es que esté en contra de la especialización, pero afirma que hay un riesgo en formar personas que saben cada vez más de cada vez menos. “Vamos a ir una sociedad en donde las personas van a estar separadas por helados desiertos”, dice en un pasaje de su obra. Señala que la capacidad de comunicarse, de escucharse y de entenderse se va a ir reduciendo a medida que crezca la especialización. Esto lo señala contemporáneamente Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Weber apunta que el disciplinamiento de la sociedad es lo que permitió el desarrollo del capitalismo (o de la sociedad) industrial, al aceptarse el trabajo y la profesión como parte de la conducción de una vida racional. Racionalizas tu conducción de vida y ya no te guías por el instinto o las ganas. El problema, dice Weber, es si esa racionalización que se debe a la ética puritana desaparece. Si desaparece ese soporte ético, entonces la sociedad se va a convertir en una jaula de hierro. Habla de lo que puede representar una sociedad sin ideales, es una coincidencia estricta con el pensamiento de Rodó, que está desarrollado en Ariel y posteriormente en Motivos de Proteo.
La "jaula de hierro" es un concepto propuesto por el sociólogo alemán que refiere a la idea de que la sociedad moderna está atrapada en una estructura burocrática y racionalizada que limita la libertad y la creatividad de los individuos. Weber argumenta que esta jaula de hierro es el resultado de la creciente racionalización y burocratización de la vida social, donde las reglas y procedimientos formales dominan todos los aspectos de la vida moderna. Esta jaula de hierro impide la espontaneidad y la acción individual, creando una sensación de alienación y falta de sentido en la sociedad contemporánea.
¿Cuál es la visión sobre el Utilitarismo que hace Rodó?
La crítica al Utilitarismo que hace Rodó se parece extraordinariamente, más de 50 años antes, a los cuestionamientos a la razón instrumental que se realizan desde la Escuela de Fráncfort. Hubo una suerte de reivindicación humanista frente al avance de lo científico-técnico en las universidades y la generación arielista es la que vive ese debate. Se defendía que la universidad no perdiera el ideal humanista, de formación ciudadana. Rodó plantea que una sociedad, cualquiera sea, es una mezcla de necesidades, de intereses y de ideales. El problema es cuando los intereses (es el momento que estamos viviendo) se hacen tan grandes que los ideales pierden todo valor. A nadie le interesan los ideales, empezando por los jóvenes. Lo único que vale es la guita. Eso que se vive y soporta, y no sabes bien cómo salir, resulta que cayó un tipo con un librito de 90 páginas en el que sostiene que los ideales están bien. Que te hacen mejor, que no podés vivir ensimismado solo por el dinero.
En palabras de Rodó: “La civilización de un pueblo adquiere su carácter, no de las manifestaciones de su prosperidad o de su grandeza material, sino de las superiores maneras de pensar y de sentir que dentro de ellas son posibles… Aspirad, pues, a desarrollar en lo posible, no un solo aspecto, sino la plenitud de vuestro ser. (...) Cuando cierto falsísimo y vulgarizado concepto de la educación, que la imagina subordinada exclusivamente al fin utilitario, se empeña en mutilar, por medio de ese Utilitarismo y de una especialización prematura, la integridad natural de los espíritus, y anhela proscribir de la enseñanza todo elemento desinteresado e ideal, no repara suficientemente en el peligro de preparar para el porvenir espíritus estrechos, que, incapaces de considerar más que el único aspecto de la realidad con que estén inmediatamente en contacto, vivirán separados por helados desiertos de los espíritus que, dentro de la misma sociedad, se hayan adherido a otras manifestaciones de la vida”.
“La alienación”, diría Marx.
Por supuesto. Eso fue lo que prendió fuego. Si revisas la historia de México, de Perú, de Chile, todos tuvieron entre 1850 y 1900 una explosión de demanda. Y de repente, estábamos arriba de una montaña de guita con democracias frágiles en las que no importaba mucho cómo se distribuía la riqueza, pero irrumpían las primeras clases medias. Ese era el mundo de Rodó, un mundo en el que el ideal había quedado atrás. Y Rodó no era un romántico, invitaba a la acción. Rodó dice que hay ideales, lo dice con autoridad y con convicción. Este pensamiento provocó entre 1900 y 1920 que una cantidad de centros y revistas (en Latinoamérica) se pasaran a llamar Rodó o Ariel. El Arielismo es el hijo no reconocido de Uruguay. Acá nadie lee Rodó, pero además el Arielismo se mira con desconfianza. Incluso el Sandinismo en su origen tiene un nexo con Rodó.
En ese triángulo que plantea sobre necesidades, intereses e ideales, ¿hoy estamos parados ante un mundo en el que predominan las primeras dos?
Las necesidades materiales y espirituales están en la base de todo. Pensemos en los intereses y los ideales. En una sociedad razonablemente armónica y con proyección tiene que haber un balance. Los intereses corrigen a los ideales para que no te conviertas en un utópico y los ideales corrigen a los intereses para que todo no sea simplemente satisfacción de ese interés.
¿Cuál es la particularidad intelectual que hace especial el pensamiento de Rodó?
Le puso musculatura al Hispanoamericanismo y al Latinoamericanismo. Lo primero es la reivindicación de esta idea de unidad moral e intelectual de Hispanoamérica. Al pensar desde el punto de vista de las ideas, lo que primero piensa es en la unidad moral. En el sentido de construir el hábito de reconocernos entre nosotros, como mexicanos, brasileños, uruguayos, chilenos, etcétera. Sin esa construcción, nada va a suceder. Si lees Ariel, a pesar de su retórica del 1900, te hace preguntarte cómo esa obra armó el quilombo que armó, que sigue motivando a investigadores de los lugares más distintos y generando nuevas interpretaciones.
¿La definición de un clásico?
Exacto. Siempre encontrás nuevos significados porque lo lees desde tu tiempo, tu lugar. Vas a obtener una lectura diferente a la que tuvieron otros, desde otra perspectiva. La literatura es más lectura que escritura. Hay un Quijote, pero hay infinitos Quijotes leídos. El misterio de la literatura es que solo existe en la recreación de cada lector. Si no, es papel manchado. Esa recreación siempre es diferente, aún en un mismo lector. La virtud de los clásicos es que son obras que fueron capaces de meter en un texto una cantidad tan variada y compleja de significados que se van develando con el tiempo.
¿Su obra tiene características más universales que la de otros autores uruguayos o latinoamericanos, por eso sigue siendo importante más de 100 años después?
Rodó no hizo uruguayismo, sino que pensó la región, pensó el mundo. En la segunda mitad del siglo XIX se da el auge del capitalismo y la segunda Revolución Industrial. Los años 1890, 1900, se parecen extraordinariamente a estos por un auge del hipercapitalismo, el crecimiento desenfrenado y veloz, la formación de grandes capitales, una demanda explosiva de materias primas que hizo que países periféricos proveedores como nosotros creciéramos todos y progresáramos, entre comillas, porque seguimos siendo proveedores de materias primas. En ese contexto, se producen reacciones frente a esa primera globalización de apelación a los círculos culturales de pertenencia. Surgen el panarabismo, el paneslavismo, el pangermanismo frente al mundo anglosajón y el panlatinismo, que plantean los franceses tras la derrota de Napoleón. Todos movimientos culturistas que reivindican la tradición cultural frente a una globalización avasallante. No solo desde el punto de vista del poder o militar; además tienen la ciencia y la técnica que necesitás, así que te rendís en parte.
¿Desde dónde se paró Rodó frente a ese fenómeno?
El hispanoamericanismo rodoniano es la respuesta hispanoamericana a ese fenómeno. Es primo hermano de todos esos movimientos. Representa una apelación frente a la irrupción avasallante de los Estados Unidos, que se ve nacer como gran potencia. Rodó plantea que los admira (a los norteamericanos), pero no los ama. Señala que están haciendo un camino formidable, pero el asunto es qué hacemos nosotros. El problema no es el triunfo, el crecimiento y el desarrollo extraordinario de Estados Unidos, sino de quienes creen que los tenemos que imitar. En lugar de eso, dice que tenemos una tradición, una riqueza y una diversidad (mestizaje) que permiten construir nuestro propio camino de progreso. No echar para atrás con relación a las sociedades industriales, al desarrollo de lo científico-técnico, sino que lo hagamos recuperando y partiendo de nuestra propia tradición.
¿Hay en la obra un cuestionamiento a la conquista moral y la imposición del modelo cultural anglosajón, de los centros de poder del norte, en esa época?
Se cruzan varias cosas. Hay que ubicarse en 1900 y lo que representaba la república democrática en ese momento. En 1850, 1860, 1870, en Francia e Inglaterra votaba entre el 1% y el 2%. La república democrática era todavía una idea, una entelequia. La experiencia norteamericana e hispanoamericana con todo el desorden que tuvo chocaba con esa concepción de que estaba todo bien con la república democrática. A ver, los que decidían eran los que estaban en condiciones de hacerlo, que eran muy poquitos. Esa percepción de que la democracia tiene que ir a más es muy hispanoamericana, muy uruguaya también. Desde ese punto Rodó piensa la democracia.
¿Qué cuestiona?
Los que tienen miedo de que las masas irrumpan al sistema político tienen alguna razón de ser, porque evidentemente la complejidad del ejercicio ciudadano requiere no masa, sino ciudadanos. Adolfo Garcé (politólogo e integrante de la Sociedad Rodoniana) planteó el otro día que, si tenemos en Uruguay la democracia que tenemos, pese a las críticas que tenemos para hacerle y más allá de sus interrupciones, es porque hay una tradición. El argumento fue que cuando hay mala performance política es porque ha habido malas ideas. Y viceversa. Ligó muy directamente la fortaleza de la democracia uruguaya a las ideas de Rodó y de (Carlos) Vaz Ferreira. A principio del siglo XX Uruguay contó con dos filósofos potentes que diseminaron su pensamiento.
¿Qué rescataría sobre la obra de Rodó para Uruguay en el presente?
Rodó hizo algo así como una antropología de la tolerancia. Sobre todo, en Motivos de Proteo, reivindica el valor que tiene la escucha del otro. No solo por lo que aprendas del otro, sino para saber que no estás vos solo. Que tu conocimiento es apenas un fragmento de una totalidad mucho más grande. Esa prudencia y tolerancia que reivindica Rodó es lo que le da valor a la discrepancia. La discrepancia, que es una virtud de la democracia, si no está contenida y moderada por la tolerancia se convierte en una herramienta destructiva. Hay un pendiente rodoniano para todas las democracias, desde México hasta Uruguay. Tal vez Uruguay el que menos, pero también. Se trata de reconocer que tenés solo una parte de la verdad y necesitás al otro porque tiene la parte que a vos te falta. Eso es un mensaje rodoniano de absoluta actualidad. Lo segundo es que el nacionalismo no alcanza. No alcanza el chinismo, el norteamericanismo, el uruguayismo, el italianismo [sic]. Todos queremos a nuestros estados, a nuestros países, pero tiene una parte negativa. Hoy necesitamos sentir lo mismo con todo el mundo. Un uruguayo cosmopolita es mucho más uruguayo que un uruguayo solo uruguayo. Esto vale para todos los países. Hoy el mundo es uno. Hay que hacernos cargo de que Uruguay es parte de un todo más grande, pero no como designio político o de integración. Somos parte de un todo desde México. Seiscientos millones de personas que comparten una tradición, que no es mejor que ninguna, pero tampoco peor. Es la nuestra y punto. No hay ninguna parte del mundo que te subas a un avión, hagas 10.000 kilómetros y estén hablando tu misma lengua (México-Uruguay). En Europa haces 400 kilómetros y pasaste cuatro lenguas.
Subyace de la obra de Rodó como uno de sus pilares la idea del mestizaje latinoamericano como rasgo distintivo.
En 1910, 1920, 1930 son los momentos de mayor auge del racismo en Europa. Mientras eso ocurría, los discípulos de Rodó elaboraban una antropología sobre el mestizaje, reivindicando esta cualidad de contener la diversidad racial étnica. Es una riqueza, no un lastre. En América Latina no podemos decir ni que somos blancos, ni que somos indios, ni que somos negros. Eso también representa cosas, quizás no todas buenas, pero es nuestra identidad. Para todo el mundo somos una misma unidad (Latinoamérica), salvo para nosotros mismos. Estados unidos está viviendo en este sentido hoy lo que vivió América Latina desde el siglo XVI.
En palabras de Rodó: “Tenemos -los americanos latinos- una herencia de raza, una gran tradición étnica que mantener, un vínculo sagrado que nos une a inmortales páginas de la historia, confiando a nuestro honor su continuación en lo futuro. El cosmopolitismo, que hemos de acatar como una irresistible necesidad de nuestra formación, no excluye ni ese sentimiento de fidelidad a lo pasado ni la fuerza directriz plasmante con que debe el genio de la raza imponerse en la refundición de los elementos que constituirán el americano definitivo del futuro”.
¿Cómo se para ese mestizaje en la actualidad para mirar al mundo?
La principal crítica que se puede hacer en la actualidad a América Latina, de México a Uruguay, es la falta de ambición. Nuevamente hay una pelea por el mundo entre dos grandes potencias (Estados Unidos y China) que aparentemente quieren repetir la horrible experiencia de la Guerra Fría. Pero Rusia no está de acuerdo, Turquía e India tampoco. El mundo vive un momento de reacomodamiento y nosotros no solo lo miramos de afuera, sino que, salvo Brasil, pareciera que no nos interesa. Somos tan chiquitos, que parece que estamos esperando que cuando se dilucide cómo queda cada uno de ellos, quedaremos nosotros acá y listo. Uruguay, y mucho más Argentina junto a toda Hispanoamérica, podríamos dar un salto adelante enorme si “rodonisáramos” un poquito nuestra política. El punto es nueva escucha, nueva capacidad de acuerdo. Afinando el lápiz, políticas de Estado que atraviesen gobiernos de distintos partidos políticos. Salvo la honrosísima excepción de Uruguay, en América Latina un cambio de gobierno con cambio de partido implica una crisis.
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