Por The New York Times | Rory Smith
La estrella revelación del fútbol europeo luce inquieta por un momento. No es el entorno, que es casi perfecto: está apoyado en un barandal de hierro forjado en la terraza del Grand Hotel Parker’s con su elegancia de la Belle Époque, todo de cristal tallado, y la ciudad de Nápoles derramándose hacia el mar debajo de él. A su espalda, oculto entre nubes se observa el monte Vesubio.
Es la pose lo que ha dejado perplejo a Khvicha Kvaratskhelia. No sabe bien qué hacer con los brazos. Si los acerca demasiado, parece rígido, tenso. Si los aleja demasiado, se queda encorvado. No encuentra un punto medio que le haga feliz. Durante un momento, se siente desconcertado. Y en ese momento, está un poco fuera de su zona de confort.
En cierto sentido, eso es bastante tranquilizador. Después de todo, durante la mayor parte de los últimos nueve meses no ha sido evidente de inmediato que exista algo que pueda desequilibrar a Kvaratskhelia. Todo ha sido tanta alegría, de una fluidez tan increíble, que a veces incluso él ha quedado sorprendido.
“Desde que llegué, he sentido como si viviera en un sueño”, comentó.
A menudo, también ha dado la sensación de estar viendo uno. Trayectorias como la de Kvaratskhelia ya no ocurren. En el fútbol moderno, no hay sensaciones de la noche a la mañana. Las próximas grandes estrellas del deporte, la grandeza en ciernes, son escogidos y analizados antes de llegar a la adolescencia.
Tienen representantes a los 10 años, contratos de calzado a los 12 y millones de reproducciones en YouTube antes de cumplir 14. Mucho antes de cumplir los 16 años, ya los han convocado los grandes clubes del deporte y los equipos que se disputan con desesperación su afecto y su firma ponen a desfilar a leyendas delante de ellos. El tipo de talento que puede iluminar una de las grandes ligas de Europa se identifica y cultiva cuando todavía está germinando.
No se encuentra —repito: no— mostrando una promesa discreta a los 21 años mientras juegas en el Rubin Kazán, un equipo ruso de nivel medio en la que tradicionalmente se considera una de las competencias europeas de segundo nivel. Esas no son circunstancias en las que sea posible conseguir un jugador que se convierta de inmediato en una de las fuerzas ofensivas más devastadoras del mundo.
Excepto que fue justamente eso lo que ocurrió.
Kvaratskhelia llegó al Nápoles por poco más de 10 millones de dólares el verano pasado (procedente del Dinamo Batumi, en su país natal, Georgia, tras haber rescindido su contrato con el Kazán). Según se rumora, el equipo italiano le seguía la pista desde hacía dos años. Nueve meses más tarde, Kvaratskhelia sigue sin tener la deslumbrante apariencia de la superestrella ascendente. Tiene el pelo alborotado: no con ingenio ni a propósito, sino por distraído. Tiene la barba espesa, pero con tal irregularidad que otro apodo, Che Kvara, también se puso de moda. Parece un poeta torturado del amor o un ansioso estudiante de Política.
Habla un inglés perfectamente comprensible —lo bastante bueno como para exponer, con detalles razonables, las cualidades saludables del vino georgiano—, pero prefirió que su primera entrevista importante desde que se mudó a Italia fuera con un intérprete en Tiflis. Una amiga de la madre de su novia trabaja en el Parlamento del país, explicó. “Normalmente trabaja con gente importante”, dijo sin un ápice de ironía.
Es típico de la ligereza con la que ha portado su nuevo estatus, de la facilidad con la que ha cargado el peso de la expectativa que se ha fusionado con rapidez a su alrededor. “Tiendo a la gratitud por defecto”, dijo. “Agradezco todas las muestras de cariño y afecto que recibo. Sé que son elogios, pero también motivación e inspiración. Es una gran responsabilidad. Tengo que demostrar en cada partido que puedo hacer lo que he prometido”.
En ningún momento ha parecido que ese pudiera ser un problema. En 21 partidos en su temporada de debut en la Serie A, Kvaratskhelia ha marcado 10 goles y creado 11 más. El último llegó el sábado, un gol de cuento en el que dribló a tres defensas y pateó con potencia una pelota que se elevó para superar a otros tres, así como al arquero.
El tanto encaminó a su equipo hacia una victoria que amplió a 18 puntos su ventaja sobre el Inter de Milán, el segundo lugar en la cima de la Serie A. El Nápoles va rumbo a su primer título italiano en 33 años y el consenso común ha identificado a Kvaratskhelia como la razón.
La Liga de Campeones no ha sido más desalentadora. Su primera contribución en esa competencia fue infundir una crisis de identidad —aún no resuelta— en Trent Alexander-Arnold, el lateral derecho del Liverpool y de la selección inglesa. La más reciente fue una asistencia de tacón moderadamente irreal en la victoria del Nápoles contra el Eintracht de Fráncfort en la ida de los octavos de final.
Esa racha de virtuosismo —la sensación de que su principal activo es una imaginación indomable— se ha convertido en la tarjeta de presentación de Kvaratskhelia. “Esa libertad es mi distintivo”, comentó. “Es algo que reconozco en mí mismo. Es porque amo lo que hago. Cuando estoy jugando, me lleva”. Kvaratskhelia reconoció que ha detectado que los equipos —en particular en Italia— han empezado a defenderlo de manera un poco distinta. Tal vez no actúe como una estrella y tal vez no se sienta como una estrella, pero lo están empezando tratar como tal. “Siento que mi factor se ha incorporado al modo en que los equipos se organizan en contra de nosotros”, afirmó.
No le preocupa. Si acaso, lo considera un cumplido. Nueve meses después de su llegada, todos los equipos que enfrentan al Nápoles saben que, si quieren tener alguna oportunidad, deben tener éxito donde tantos otros han fracasado. Deben encontrar la manera de sacar de su zona de confort a Khvicha Kvaratskhelia, el repentino jugador sensación del Nápoles, la estrella que tiene a Italia y a Europa en la palma de la mano. Figuras recortadas de cartón de Khvicha Kvaratskhelia, en el centro, y otros jugadores del equipo de fútbol del Nápoles en Quartieri Spagnoli, un vecindario de Nápoles, Italia, el 4 de marzo de 2023. (Roberto Salomone/The New York Times) El futbolista georgiano Khvicha Kvaratskhelia en Nápoles, Italia, el 8 de marzo de 2023. (Roberto Salomone/The New York Times)
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