Uruguay es un país hecho de paradojas, y me abstengo a medias de citar esa cadena que empieza señalando que tiene una cárcel llamada Libertad. Pitufo Lombardo, por ejemplo, fue protagonista de una de ellas. En 2008, los Premios Graffiti ampliaron su espectro, y comenzaron a galardonar a la música uruguaya en general, sin distinción de líricas, amplificadores y distorsiones. Ese año, Lombardo se hizo de los tres premios por los que estaba nominado, con un disco de música popular llamado ‘Rocanrol’.

“Fue bastante extraño todo”, cuenta Pitufo. “Primero el nombre del disco, que fue bastante sorpresivo, pero no quise tomarlo en el sentido ‘duro’ de la palabra, en cuanto al género, sino por una cuestión de espíritu y de vivencia. Esa canción, además, es una mezcla de tango y de murga, y tiene una convivencia con una instrumentación un poco más ‘pop’. Me pareció que esos dos géneros reunían ese espíritu”.

 

 

“Mostrador, Barrio Sur, en el sótano entonados por el faso y el alcohol (…) Ensayar, los tablados, los murguistas trasnochados de disfraz, Carnaval, bacanal, rocanrol”. Esa canción de la que habla Pitufo rezuma, con su poética austera, una tradición que canta a la bohemia, no sólo carnavalera, sino manifiestamente montevideana, y se inscribe en una línea de continuidad con mojones de la música popular como ‘Los futuros murguistas’ o ‘Colombina’, ambas de Jaime Roos. “Una bohemia que no existe más”, le digo a Lombardo, “porque en los boliches ya no se puede ni fumar”.

Pitufo se ríe del comentario, y apunta que “Jaime es un autor muy importante en mi vida artística. Tuve la suerte de conocerlo a través de Falta y Resto en el 84, en ese año se grabó ‘Los futuros murguistas’ y al año siguiente ‘Brindis por Pierrot’, y su influencia está en el disco. Él es un gran maestro, y en ningún momento traté de esconder las influencias, me parece que, a modo de sentir, y como forma de agradecimiento, esas cosas están puestas ahí, y no puedo desprenderme de ellas. El haber convivido y compartido escenario con diferentes músicos hace que esas influencias estén ahí, y me parecen sanas”

Eterno soñador

Hace unos 30 años, Edú Lombardo decidió que quería hacer música. Todavía no era Pitufo, aunque ya se perfilaba el Futuro Murguista que después pintó Jaime, pero ya le tiraba el escenario, las luces, el maquillaje. “Siempre me gustó la música, el escenario, y soñaba desde muy chico con estar ahí. En casa me ponía a sacar canciones, desde los 12 años, cuando me regalaron una guitarra. Luego tuve la suerte, en ese camino, de integrar una murga, en la que al principio éramos cuatro, en 1979, tenía 13 años. Y más tarde, en el 80, armamos ‘El Firulete’, que después pasó a ser Contrafarsa, y en ese recorrido nos encontramos con músicos populares que tocaban en los mismos escenarios que actuábamos nosotros, como Jorge Lazaroff, Ruben Olivera, Mauricio Ubal, Rumbo, Canciones para no dormir la siesta, Fernando Cabrera… Más adelante me encontré con Los que iban cantando, y ése fue el primer grupo que integré, en el 87. Ya en el 83 me había sumado a Falta y Resto. Por ahí empecé a estudiar percusión con varios docentes, me crucé con otros músicos, y tuve la oportunidad de ser percusionista durante 15 años. Y pasé por las bandas de Olivera, de Ubal, de jorge Galemire, de Jaime Roos, toqué con Jorge Drexler. Todo ese tiempo fue para mí una gran experiencia y aprendizaje, y siento mucha gratitud para con todos los artistas. Estoy contento, no tengo más que agradecimientos a la vida, porque me permitió dedicarme a lo que me gusta, y que desde pequeño quise hacer. Era un sueño, de esos sueños que uno sueña despierto”.

No eran días lindos para andar soñando despierto, aunque fuera sólo un pibe. La dictadura ya había hecho gran parte de su trabajo, pero aún le quedaba tiempo para mucho más. “Eran años complicados. Nosotros tuvimos la oportunidad de ir a tocar a las cooperativas de viviendas; en ese entonces, el movimiento cooperativo fue muy fuerte. Eran años duros para tocar, estábamos en plena dictadura militar, y eso, en el caso de la murga, nos hizo crecer, hacernos fuertes en el sentido de ser y sentirnos un grupo, el gobierno lo que quería era que la gente no se juntara, y nosotros pudimos hacer lo contrario, armar un grupo, madurar en lo artístico y decir cosas a una temprana edad

 

 

Y tres décadas pueden ser mucho tiempo. Con esa excusa, Pitufo Lombardo llega al Teatro Solís por partida doble, con lujosos convidados, méritos y sorpresas. La murga Contrafarsa, por ejemplo, volverá a pisar las tablas bajo su tutela. “La Contrafarsa formó 14 años de mi vida, y ahora se reúne, por el hecho puntual de cantar en este espectáculo, no hay otra cosa atrás, pero es una cosa linda volvernos a juntar. Hablé mano a mano con cada uno, y fue una noticia linda que todos dijeran que sí, que no hubiera problema. Estoy muy contento, y además nervioso porque es una responsabilidad, es un escenario muy importante, con mucha historia, además de ser un teatro que suena muy bien, que tiene las condiciones para que salga muy bien el show”.

La murga es una de las pasiones de Pitufo. Cultor, estudioso y profundo conocedor del género, es, siempre, un referente a la hora de evaluar los caminos de una de las máximas expresiones populares. ¿Qué murga es la muerga de hoy?, pregunto.

“Hay varias cosas que hacen que el género vaya mudando. Lo primer es la situación social y política de un país, que hace que los contenidos vayan cambiando. Otra de las cosas es la influencia de la música popular en el género, o lo que es la murga canción, desde el 60, con Los Olimareños, para adelante. También influyó la incorporación de gente de otras áreas a la murga, desde el teatro, la música, la plástica, que genera cambios. Y por último el tiempo que vivimos. La velocidad de videoclip de los tiempos que corren, que se vierte en la dinámica de la murga, y, por supuesto, la influencia de la Murga Joven, por su lenguaje, o, como el caso de la BCG, que La Soberana, en los 80 las murgas llamadas ‘de La Teja’, y también la BCG, a fines de los 80 aparece la Contrafarsa, y en la década del 90 las murgas jóvenes, como Queso Magro, Agarrate Catalina, La Mojigata… eso por un lado. También creo que hace mudar al género el Concurso, que muchas veces ‘fija’ la murga que gana, y después muchas van con ese ejemplo para el año siguiente. Yo intento tener una mirada hacia atrás, volver a la raíz, pero sin sentir de una manera nostálgica, sino de saber de dónde venimos. Creo que para romper los códigos, primer hay que conocerlos, y por otro lado, la observación de las nuevas generaciones. Me parece que las dos miradas son importantes”.

 

 

A la vez, el mentado Concurso “hace girar la cosa hacia otro lugar. Está bueno el poder ver el Concurso, porque el espectáculo en el Teatro de Verano no es el mismo que un tablado de barrio, porque las condiciones son otras, pero también es cierto que está sujeto a un reglamento. Hay gente que no le da bolilla, y gente que sí, es una decisión individual del grupo, muy personal de quienes dirijan la cuestión artística, dentro de la murga. Me ha tocado ganar y perder varias veces, pero siempre traté de hacer un espectáculo para la gente; no creo que haya ningún grupo que haga un espectáculo directamente para ganar el Concurso; eso se da y viene por añadidura, si te fijás los primeros premios de los últimos años no están muy lejos de la opinión de la gente. Cuando armás un espectáculo lo hacés con la cabeza pensando en la gente, y que te puedas divertir; le tiene que gustar al murguista porque si no, no lo puede transmitir. Ese es el primer escalón. Después, donde hay trabajo, dedicación, sí, podés tener mala suerte, hacer un gran espectáculo y que justo la noche del Teatro de Verano te va mal”.

Dos orillas

Pitufo Lombardo es parte de un desembarco oriental del otro lado del Río de la Plata, que comenzó en los 60 con casos puntuales como los Shakers, se profundizó en la década siguiente con la invasión de exiliados que buscaron un momentáneo respiro antes del cataclismo, y ya en los 80 se enriqueció con la llegada de Jaime Roos, Ruben Rada y las murgas, que empezaron a animar actos políticos y encuentros sociales. Esa fluidez se mantuvo, pero, en los últimos diez años, el público argentino se volvió ávido de uruguayez. A partir del redescubrimiento de la obra de Eduardo Mateo, de la combustibilidad escénica de La Vela Puerca y del tesonero afán de otros, algunos anónimos, Buenos Aires se convirtió en una suerte de Tierra Prometida, donde, si las cosas salen bien, el reconocimiento no es ajeno.

Pitufo explica el fenómeno señalando que “nosotros tenemos la influencia de la música negra, y ellos no lo tienen. Sí hay cosas bellísimas en el norte, cosas del folklore argentino. Y además es un descubrimiento de parte de ellos. Están muy interesados, pero a la vez están muy instruidos de lo que sucede acá. No sólo con la parte musical, sino de meterse por dentro y a fondo con un autor, conocer sus letras, saber quién grabó en esos discos. No sé si les falta algo, ocurre que nosotros tenemos una manera de ser, y la de ellos es otra. Jaime decía una cosa con la que estoy de acuerdo, y es que Montevideo tiene una cosa más ‘beatlera’, y Buenos Aires es más ‘stone’. Capaz que los argentinos, o más bien los porteños, son más viscerales, más despojados. También se ‘dan muy pa’delante’ en sus cosas, y a nosotros a veces nos falta eso. Confiamos, sí, pero siempre estamos buscando un ‘pero’. Tienen esa cosa de que siempre son Campeones del Mundo, que a veces caen un poco antipáticas, pero tiene un lado bueno. En la década del 80, por ejemplo, asomaban algunas cosas en Buenos Aires, pero también con un público más uruguayo que argentino, por las cosas que se hacían, y porque el momento político social era diferente. Esto no es por sacarle mérito a los artistas, gente como Zitarrosa, como el Sabalero, murgas como Falta y Resto, La Reina de La Teja, Araca la Cana, pero ahora hay un poco más de público local. No sé si es una ‘revancha’, siento que es una consecuencia del paso del tiempo. Acá se hacen cosas muy buenas, y hay un mayor cuidado en los espectáculos; un show uruguayo ahora se escucha bien. Ahora vamos a tocar y exigimos sonar bien, no por una cuestión de divismo, sino por respeto al público”.

Cuánto queda por hacer

La productora El Refugio Films prepara una película, una especie de biopic sobre la vida de Pitufo Lombardo. Para ello, la oportunidad del Solís será alimento. “Me da mucha alegría, y además me pone muy nervioso”, dice.

Un DVD en vivo, una carrera solista que se desprende, un prestigio a prueba de críticas y críticos, un film en camino, un hijo mayor estudiando guitarra. “¿Cuál es el legado, qué queda por hacer, Pitufo?”

“Hacer canciones, cantar para el público, seguir aprendiendo de otra gente con la que, por ahora, no tuve la suerte de juntarme, tocar con músicos de una generación más joven que la mía, observar, ver, seguir intercambiando cosas con los colegas en este corto viaje, uno nunca termina de aprender, y siempre se sorprende”.

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