Por The New York Times | Ed Morales
Sobre una impredecible conexión inalámbrica que parecía simbolizar lo fugaz que se ha vuelto el contacto humano, Natalia Lafourcade sonreía mientras me mostraba con orgullo su jardín en Xalapa, la capital del estado mexicano de Veracruz. Había emergido del estudio de grabación que construyó allí, para enumerar los árboles que rodeaban su casa —guayabo, higuera, mulato— mientras explicaba la génesis de su nuevo álbum, “De todas las flores”, el cual floreció tras una ruptura romántica.
“Las rupturas pueden llegar a ser tan profundas, a nivel celular, que tienes que reconstruir tu vida y volver a conectarte contigo misma”, afirmó Lafourcade mientras paseaba por su casa con un simple cuello tortuga negro. “Es un trabajo difícil, perdonarte a ti mismo, perdonar a la otra persona”, agregó. “Así que me fui a caminar por las montañas y regresé a mi jardín, fue una metáfora del campo de emociones y posibilidades que tenía que explorar”.
Lafourcade, hija de un padre mexicano que toca el clavecín y el laúd y de una madre chilena que enseña música a los niños, saltó a la fama a principios de la década de 2000 como un talento precoz de la escena posrock en español de México. Su música tenía influencias de rock, pop y bossa nova y colaboró con Emmanuel del Real de Café Tacvba y las cantautoras Ximena Sariñana y Julieta Venegas, entre muchos otros.
Pero a partir de “Mujer Divina — Homenaje a Agustín Lara”, en 2012, y luego, con dos discos de “Musas” (en 2017 y 2018) y dos lanzamientos de “Un canto por México” (en 2020 y 2021), su trayectoria tomó un giro más serio. Se enfocó en interpretar canciones tradicionales mexicanas como “La Llorona”, y clásicos latinoamericanos de Agustín Lara, conocido internacionalmente como uno de los grandes compositores y cantantes de bolero, así como del rey de la música ranchera de México, Pedro Infante, y el venerado cantautor folclórico venezolano Simón Díaz.
En una entrevista, el cantante uruguayo Jorge Drexler, con quien Lafourcade colaboró en su disco “Salvavidas de hielo”, expresó su admiración por la manera en que Lafourcade capturaba el sofisticado estilo armónico de Lara; es difícil escribir canciones simples, afirmó, elogiando un talento que ella y Lara comparten.
Lafourcade contó que haber indagado en el pasado le mostró un nuevo camino a seguir. “Comencé a descubrir equivalentes latinoamericanos de Billie Holiday y Etta James, como Violeta Parra y Omara Portuondo, y me volví más rebelde y experimental, con un gran deseo de explorar mis límites”, explicó, mientras regresaba y se ponía cómoda en la habitación en la que suele componer. “En la juventud, a veces uno intenta encajar en ciertos círculos de amigos, y a medida que pasa el tiempo puedes descubrir lo que realmente te gusta y echar raíces en la música”.
“De todas las flores”, el cual será lanzado el viernes 28 de octubre, es su primer disco con material completamente original desde su álbum ganador del Grammy en 2015, “Hasta la raíz”, y un nuevo giro en la carrera discográfica de dos décadas de la artista de 38 años. “Natalia está conectando con ciertas ideas que a veces vienen más del mundo clásico”, afirmó Emilio Dorantes quien, como pianista y arreglista, juega un papel crucial en “De todas las flores”. “Hasta este momento, ella no ha revelado realmente quién es”.
Para el nuevo disco, Lafourcade acudió a un viejo amigo, Adán Jodorowsky —hijo del cineasta vanguardista Alejandro Jodorowsky— quien solía ser su vecino en la Ciudad de México. El joven Jodorowsky, cineasta, actor y músico, fue igualmente ambicioso con el proyecto. “Quise que fuera más allá de los países, más allá de las nacionalidades, más allá de la identidad”, afirmó por teléfono desde la Ciudad de México. Jodorowsky la impulsó a invitar a músicos arriesgados y consumados como el guitarrista Marc Ribot, el bajista Sebastian Steinberg (Soul Coughing, Fiona Apple) y el percusionista francés Cyril Atef; todos aceptaron la invitación.
A ese núcleo creativo, Lafourcade le añadió otra conexión local, Dorantes, de 20 años, quien había tomado una lección de clavecín con su padre. Lafourcade lo vio tocar por primera vez en Cauz, un pequeño club de jazz en Xalapa. “Le pregunté a Natalia: ‘¿estás segura de que quieres que este chico joven toque con Marc Ribot y Sebastian Steinberg?’ y ella me respondió: ‘Sí, es un genio’”, contó Jodorowsky.
Lafourcade y Jodorowsky decidieron desde el principio evitar toda la parafernalia electrónica de las técnicas contemporáneas de grabación, y optaron por grabar las pistas directamente en cintas analógicas en un pueblo fronterizo de Texas cerca de El paso. “Es tan orgánico que puedes sentir la calidad de la cinta cuando ella canta”, afirmó Jodorowsky, quien también decidió no utilizar un metrónomo ni nada similar para mantener el tempo.
“A veces la música pop o moderna… no es que sea rígida, pero tiene estructuras muy predeterminadas”, reflexionó Lafourcade, haciendo pausas, como lo hizo muchas veces durante nuestra conversación, para encontrar las palabras precisas. Mencionó como inspiración a “Kind of Blue” y “Sketches of Spain” de Miles Davis, música que le generó tranquilidad durante la pandemia.
Si bien Ribot, Steinberg y Atef reflejan las aspiraciones transnacionales de Lafourcade, su música conserva una estética latinoamericana profundamente acentuada. La interpretación magistral de Ribot, con incursiones ocasionales hacia crudas disonancias, ha sido nutrida por su intimidad con el son cubano y respaldada por experimentos previos con su banda de principios de la década de 2000, Los Cubanos Postizos, y el espíritu del guitarrista haitiano Frantz Casseus, su difunto maestro. A menudo, la música de Lafourcade gira en torno a procesar la oscuridad hasta que haga brotar rayos de luz. Sus ojos se fijan constantemente mientras habla, como si tratara capturar cada detalle de la memoria para describir ese proceso. Una de las canciones más conmovedoras del disco, “Muerte”, está basada en un poema escrito por el cantautor David Aguilar. Está interpretada en un estilo de palabra hablada, y se adhiere al formato de poesía de la décima ibérica de diez versos octosílabos, en el que los músicos tocan un ritmo híbrido bossa-cubano, que luego se convierte en una especie de suite de loft jazz neoyorquina.
“Quise componer una canción sobre la muerte, para apreciar la muerte porque no hay forma de evitarla, y entender que es algo natural me ayuda a aliviar momentos difíciles de mi vida”, dijo Lafourcade, que decidió abrazar esa oscuridad como un mecanismo de sanación luego de que Aguilar la visitara para escuchar las canciones que había escrito hasta ese momento y dijera que tenían un tono bastante “melancólico”.
¿Había establecido Lafourcade una conexión entre “De todas las flores” y otro disco melancólico de una prolífica cantautora de hace unos 50 años? “¡Oh sí! amo a Joni Mitchell; me encanta ‘Blue’!” dijo, con un grito ahogado. “Es uno de mis 10 favoritos. Es un disco que nace de una grieta, es verdad. De esa grieta nace una florecita y luego un jardín”.
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Natalia Lafourcade estrenará “De todas las flores” en una presentación en directo desde el Carnegie Hall el jueves, junto a los invitados David Byrne, Jorge Drexler y Omara Portuondo. Natalia Lafourcade en Nueva York, el 21 de octubre de 2022. (Dana Golan/The New York Times) Natalia Lafourcade en Nueva York, el 21 de octubre de 2022. (Dana Golan/The New York Times)
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