José Gabriel Ruiz, conocido como “Chepe”, ha tenido una vida llena de vicisitudes, pero ninguna de las adversidades que enfrentó logró quebrantar su espíritu de luchador.

Nació en el cantón Garita Palmera, en la localidad salvadoreña de San Francisco Menéndez. De niño tuvo que refugiarse junto a su familia en Guatemala debido a la prolongada guerra civil que asoló su país natal.

Cundo cumplió 18 años regresó por primera vez a su país, solo para tramitar un documento de identidad. Luego se mudó a Estados Unidos y allí vivió un año, hasta que las circunstancias lo obligaron a regresar a Guatemala. Su pareja le escribió que no podía continuar con la relación, por lo que debió volver para hacerse cargo de Fabiola, la hija de ambos. Tenía entonces 21 años.

“Lo que sentí era que necesitaba un cambio geográfico y me fui, por primera vez con mi hija, a conocer El Salvador. Y comencé a sumergirme en la gente, en su forma de hablar, en las comidas, y a darme cuenta de lo que somos como pueblo. Yo no pude estudiar porque de pequeño tuve que trabajar; entonces tenía una crisis emocional al verme padre soltero. Un fin de semana dije ‘voy a ir enamorando a la muerte de a poquito’. Colgué el lazo donde amarraba la hamaca y dije, ‘un día de estos se va a acabar; el mundo es tan áspero que no puedo tragármelo’. Me sentía feo, despreciado, miserable. Todo lo negativo que el exterior me hacía sentir, lo había creído”, contó en una entrevista publicada el domingo en el periódico salvadoreño El Diario de Hoy.

Esa visión pesimista cambió en el año 2004, cuando un tío le regaló un ejemplar de Don Quijote de La Mancha. Tras la lectura de la obra de Cervantes, resolvió dar un giro a su existencia: “Dije ‘no quiero ser un Chepe común, no quiero llegar a los 60 años y decir ahora quiero jubilarme para comenzar a vivir, cuando ya estoy enfermo’. Fue eso mi faro y comencé a estudiar, a leer más libros y más libros. Eso de manera empírica me comenzó a dar ideas, sentirme más capaz, a darme cuenta de que el conocimiento saca de la multitud, da tu propia identidad, tu dignidad”, contó.

Archivo personal vía El Diario de Hoy

Cuando su hija tenía 14 años, viajaron a la isla de Ometepe, en Nicaragua, donde él quería estudiar sobre las raíces indígenas. Y en ese viaje se produjo otro hecho capital. Fabiola leyó en un periódico local una noticia acerca de Uruguay, en la que se destacaba el hecho de que en ese lejano país los extranjeros podían estudiar gratis en la universidad pública, al igual que lo hacían los nacionales.

“Ella es ambiciosa al conocimiento”, contó Chepe, y dijo que entonces ella le pidió como regalo de cumpleaños de quince la posibilidad de estudiar en nuestro país.

Deseoso de no fallarle a su hija, el salvadoreño puso piernas a la obra. Volvió a su país, y el 14 de enero de 2018 salió de Garita Palmera rumbo al sur. Cuatro días después, estaba cruzando la frontera con Nicaragua para buscar establecerse en Uruguay.

La travesía de 20.500 kilómetros le llevó dos años, en los que tuvo momentos buenos y malos. Debido al poco dinero del que disponía, en alguna ocasión se vio obligado a revolver la basura para poder comer.

Sin embargo, el esfuerzo dio frutos. Chepe logró afincarse en Uruguay y luego trajo a su hija. Fabiola, hoy con 21 años, cursa actualmente el segundo año de Medicina y aspira a ser pediatra.

Pese a la larga pedaleada desde Centroamérica hasta el Río de la Plata, el amor de Chepe por la bicicleta no cesó. Actualmente se encuentra de paseo por Europa, continente en el que ya rodó 900 kilómetros.

“Cuando llegué a París pensé que somos capaces de todo, que no nos tenemos que limitar a creer que somos tercermundistas, que somos de un país chiquito. El viaje a Europa fue diferente. El viaje a Latinoamérica fue como ‘kamikaze’, sin dinero, un experimento. El viaje a Europa fue un poco más de curiosidad; todo fue en bicicleta”, contó el aventurero, que ya planifica un futuro viaje de un año por África y parte de Asia.