En Latinoamérica, los asesinatos de líderes indígenas o activistas por los derechos de los pueblos originarios son algo casi cotidiano. Tanto como lo son el despojo y explotación de sus tierras ancestrales y el avasallamiento de todos sus derechos.

Esa dolorosa realidad suele ocupar lugares marginales en la prensa y los noticieros, y su visibilización es uno de los cometidos del trabajo de Pablo Albarenga, fotógrafo uruguayo que durante varios años ha trabajado y compartido experiencias con diversas comunidades indígenas en Brasil, por lo que conoce de primera mano la angustiante e injusta situación en la que viven.

"Semillas de Resistencia", proyecto por el que acaba de ganar el prestigioso premio internacional Sony World Photo, no es caso cerrado.

"Es un trabajo en proceso, tiene base en que yo estoy trabajando con comunidades originales desde hace ya un tiempo, y una de las cosas que vengo viendo y sintiendo es que en ellas hay una relación muy distinta con el territorio de la que nosotros tenemos", explica en declaraciones a Montevideo Portal. "Este es un intento de visibilizar de una forma muy gráfica ese vínculo que ellos tienen, y poner en el mismo grado de relevancia a esas personas que defienden el territorio, como el territorio mismo", añade.

"Nosotros, cuando pensamos en la Amazonia nos figuramos solamente árboles, oxígeno, el calentamiento global y cómo en él influye la deforestación, pero nos olvidamos de las personas. Ese es uno de los pilares de la intención de este trabajo. Poner a las personas en un lugar de importancia y mostrar esa relación que tienen con el territorio", sostiene.

Cuando el entorno es uno mismo

Familiarizado con las costumbres y culturas de varios pueblos originarios del Brasil, Albarenga señala algunas diferencias importantes entre dichas comunidades y los "civilizados occidentales" urbanitas.

"Nosotros tenemos una visión mucho más economicista del territorio, y siempre estamos viendo la manera de transformar sus recursos en riqueza. Ellos, en cambio, ven allí un sistema que sustenta la vida. Esa es una diferencia sustancial", subraya.

"Ellos dependen de ese territorio para estar vivos, y los mantuvo vivos por miles de años. Han sobrevivido incluso a un proceso muy violento de colonización que sigue sucediendo. Y todo está relacionado con ese territorio que además para ellos es sagrado. Esa tierra, incluso cuando ya fue destruida y transformada, por ejemplo, en campos de soja, sigue siendo el lugar donde descansan sus ancestros. Hay un vínculo muy fuerte".

Contrariamente, "en nuestro caso encontramos el éxito en lo opuesto, con la conquista de nuevos territorios, el viajar, o comprar una casa en otro lugar. No tenemos ese arraigo, y esa diferencia me parece fundamental". Para Albarenga, es sumamente importante tratar de comprender esa cultura de los indios, "y aunque quizá a veces no la podamos entender, debemos respetarla" y "saber que en nuestra búsqueda de riqueza estamos destruyendo esos territorios, y también comunidades enteras. Porque la destrucción de territorios va de la mano de la destrucción de las personas.

La sangre derramada

El avance de las industrias en la amazonia y el consiguiente despojo de las tierras de los aborígenes amenaza a estas comunidades con una sostenida disminución de espacios y recursos, algo que a mediano plazo podría significar su extinción. Además de esta suerte de lento genocidio, hay un bastante más rápido, reflejado apenas en escuetos reportes policiales. Tal como se señalaba al principio de estas líneas, las muertes de referentes de los pueblos originarios y de opositores a la apropiación de sus tierras, son asesinados con alarmante frecuencia.


"Estos conflictos cuestan vidas", afirma el fotógrafo. "Estas historias no sólo son invisibilizadas, sino que hay una naturalización de la violencia. Esta naturalizado que este tipo de cosas pasen cuando no debería ser así", señala. De hecho, él mismo tuvo ocasión de tomar contacto con esa violencia ya en sus primeros trabajos en Brasil, y eso lo impulsó a seguir adelante en el tema. En su primer reportaje al respecto, Albarenga contactó con comunidades de la etnia guaraní kaiowá, en Mato Grosso do Sul. El conflicto territorial de este grupo se remonta a tiempos de la Guerra de la Triple Alianza, cuando la derrota de Paraguay puso sus tierras en manos brasileñas. Allí, el fotógrafo pudo comprobar "las muertes que están enfrentando a manos de los estancieros, de la policía y del gobierno" teniendo este último "una responsabilidad directa en los ataques desde el ámbito legal". Además, recuerda que estos hechos "están pasando a 1.800 km de acá, es cerquita y no tenemos ni idea de las cosas que están sucediendo".

Que todo el mundo vea

Para Albarenga, la visibilidad a los temas que su trabajo expone y denuncia "es una de las conquistas más grandes con este premio". En ese sentido, valora positivamente que "en medio de una crisis global por la pandemia, estas historias tuvieron un ratito de prensa en todo el mundo, se les dio un espacio. Estamos acostumbrados a prestar atención a lo que pasa afuera, eso también tiene que ver con la colonización. Hay que tener la voluntad y las ganas de verlo", dice.

En cuanto a su acercamiento a las comunidades indígenas y su relación con ellas, asegura no haber tenido que superar recelos, algo que podría esperarse en pueblos que, además de vivir la tragedia de la violencia, el desalojo y el saqueo, ven a menudo que su vida es retratada por la lente del pintoresquismo.

Sin embargo, el hecho de llegar hasta ellos por contactos de confianza le allanaron el camino, así como el hecho plantarse sobre el terreno como un aliado de su causa.

"La fotografía es el medio que uso para contar mis historias y trasmitir un mensaje, pero hay una cuestión que va más allá, y creo que la importancia de mi trabajo ni siquiera es tanto la foto, que es una llave que abre puertas para que se dé ese encuentro, ese contacto, donde pasa lo más interesante", reflexiona.

"Yo no sé bien donde encaja mi trabajo en todo esto a la hora de hablar de periodismo y demás, porque en esto yo tomo partido. No estoy hablando de fuentes, estoy hablando de personas con las que me vinculo y se establece una relación muy importante. Me paro de un lado de la cancha y comunico desde ese lugar. Porque lo que está pasando con las poblaciones tradicionales de América Latina es completamente injusto. Estamos hablando de pequeños grupos de personas que tienen el poder político y económico y que están avasallando comunidades enteras", lamenta.

De leyes y gobernantes

Si bien el discurso y las políticas del actual gobierno de Brasil son muy perjudiciales para los pueblos originarios, el problema viene de antiguo y no ha habido gobierno, del color que fuere, que tomara acciones que permitieran abordar a una solución real.

"Claramente, el discurso de odio público de Bolsonaro manifiesta cuál es la situación y eso de alguna manera hace más visible este conflicto", apunta el fotógrafo, quien considera que "no hace falta estar demasiado cuerdo para darse cuenta de que lo que hace Bolsonaro es una incitación al odio y está mal, pero esto no es nuevo".

A modo de ejemplo de la perennidad del conflicto, señala lo ocurrido con la con gigantesca represa de Belo Monte. "Es una de las más grandes de América, y fue construida durante el gobierno del PT, y eso tuvo un impacto enorme y significativo en las comunidades riberirinhas", que viven las orillas del río Xingú y de otros cursos de la cuenca amazónica.

Y si de Derechos se trata, Albarenga recuerda que "la Constitución brasileña del año 1988 reconoce los derechos de los indígenas y a ellos como verdaderos dueños de sus territorios, y eso no se está cumpliendo". Esto sucede porque los grandes terratenientes han apelado a "varios artilugios a nivel judicial", para impedir que gocen de ese derecho. Por ejemplo, el denominado marco temporal, que consiste en negarle retroactividad a la norma, que sólo aplicaría para territorios arrebatados a los indios luego de 1988, cuando entró en vigor la nueva carta magna.

El humano detrás del objetivo

Para Albarenga, trabajar y convivir con los indígenas fue más que una experiencia profesional.

"Esto fue un viaje de ida y me cambio la manera de percibir el mundo, e incluso me llevó a cuestionar fuertemente la historia oficial, que no es la de los vencedores sino la de los más sanguinarios, porque no está escrita por los que vencieron, sino por lo que violentaron y diezmaron a otros grupos quizá minoritarios".

A partir de su vinculación con estas comunidades "entré en un proceso de transformación muy grande", cuenta, reconociendo que los encuentros que ha podido mantener con esos grupos "son la parte más rica de mi trabajo, terminan moldeándome y haciendo que vea el mundo desde otra perspectiva". Una mirada "que se basa más en la diversidad, nos solo de personas y de pueblos, sino de cosmovisiones distintas. Es una manera de ver cómo un montón de conocimiento ancestral está siendo borrado por estos asesinatos, la persecución de los líderes y el despojo de sus territorios", señala, un conocimiento que solemos no tener en cuenta porque "no fue concebido a través de nuestro método científico, aprobado por nosotros. Estamos perdiendo una riqueza muy linda que nos hace, como seres humanos, algo más complejo e interesante", afirma.

Esta suerte de genocidio cultural puede apreciarse en el retroceso de las lenguas nativas, un fenómeno que no es exclusivo de América, sino que se aprecia en diversas regiones del planeta.
"Pasan generaciones, miles de años, para que se forme una lengua, y es un reservorio cultura muy valioso", que los indígenas van perdiendo "al verse obligados a hablar español o portugués, porque es la única forma de dialogar con sus colonizadores y defenderse".

Una forma de plasmar

Las fotografías que integran Semillas de resistencia son una suerte de dípticos en los que las personas se funden con su territorio ancestral. Interrogado acerca de las razones que lo llevaron a escoger ese formato, Albarenga cuenta que "quería viabilizar de manera muy gráfica ese vínculo y su relevancia. En ese momento pensé en utilizar el dron, y si fotografiaba a las personas desde arriba se vería el territorio de fondo, pero faltaba algo más". Fue entonces que surgió la idea de "jugar con imágenes dobles que formaran una".

"Siempre que es posible hay un elemento, como una carretera, por ejemplo, para que esas imágenes se fundan", detalla.

"A mí me ayudó a entender que el territorio no es sólo un pedazo de tierra, hay muchos territorios en disputa hoy en día. Conocí mucha diversidad de historias, muchas veces el territorio es el cuerpo, hay una lucha por el cuerpo de la mujer indígena, o contra el tráfico de niños. Hay montones de luchas y disputas que no sólo tienen que ver con la deforestación, con ese estereotipo según el cual generalmente vemos los árboles" y no más allá de ellos, insiste.

"No todas las historias son trágicas, esa es la parte linda de esto. Esta serie, y los proyectos con los que trabajo junto a Rainforest Defenders, pretenden ser una especie de mapa de la resistencia de los pueblos tradicionales de la amazonia", explica.

Lo que vendrá

"Proyectos encaminados tengo muchos", cuenta. Sin embargo, la pandemia hizo que muchos de ellos quedaran aplazados sine die.

"Hay una financiación de National Geographic para continuar con esto y hacer más retratos, que quedó en pausa por motivos obvios", apunta. También maneja la idea de que "estos retratos se vuelvan una publicación impresa y que sea distribuida también por los indígenas". Para ello, la idea es usar como referencia el proyecto Héroes del brillo de Federico Estol.

Asimismo, la situación de pandemia saboteó la venta del libro Retomada, que publicó a través de la editorial Alter. Se trata de una especie de compendio de muchas de esas historias que Albarenga conoció y fotografió, y es también una recopilación de imágenes de la lucha indígena en Brasil y América Latina en los últimos años, desde que comencé a contar estas historias hasta hace unos meses. Tanto el fotógrafo como los editores "donamos un montón de horas para hacer este libro, que nos va a ayudar a financiar el otro proyecto", cuenta.

En cuanto al premio, además de conllevar una retribución de 25.000 dólares y una satisfacción personal, Albarenga aspira a que marque un precedente y constituya un estímulo para sus colegas.

"Es una alegría que caiga en Latinoamérica, un continente históricamente narrado por extranjeros, desde lo exótico y desde la miseria. Ojalá que muchos fotógrafos y fotógrafas de esta comunidad preciosa de narradores visuales que tenemos en América Latina, se sigan sumando a las filas", concluye.