Por The New York Times | David Mack
Menos de tres semanas después de los cierres por confinamiento de marzo de 2020 en Nueva York, mi novio se dirigió a mí con una revelación que estaba teniendo mientras estaba en la acogedora sala que se había convertido en nuestro lugar de trabajo compartido, vinatería y cámara carcelaria.
Aunque es un abogado especializado en finanzas que solía vestir de traje, últimamente había estado usando una serie de pantalones deportivos y sudaderas holgadas para trabajar. (Sin juzgar: yo usé la misma sudadera con capucha color verde y sudaderas grises durante más de tres días seguidos). Mientras nos preparábamos para ponernos unos pantalones de mezclilla para ir al supermercado, me dijo que no recordaba la última vez que se había puesto “pantalones rígidos”.
Compartí esta afirmación en Twitter, el sitio en el que he malgastado gran parte de mi vida, y la frase “pantalones rígidos” se hizo viral. Dictionary.com incluso nos atribuyó la popularización del término, aunque el mismo existe de alguna manera al menos desde 2009. Quizá fue mi más grande contribución cultural a la pandemia, y puede que sea el escrito más influyente de mi carrera.
Tres años después, aunque en su mayor parte he dejado de usar cubrebocas, mis prendas blandas permanecen. Todas las piezas hacia las que gravito se sienten más ... casuales. Si un pantalón tiene cintura elástica, lo compro. En un día ideal, no se deberías poder distinguir si voy al club o al sofá. Es como la elegancia del aeropuerto.
No creo que esto me convierta a mí o a mis compañeros de ropa suave en holgazanes. No nos hemos rendido. Simplemente hemos renunciado a lo que antes se esperaba de nosotros. En todo caso, hace falta cierta dureza canosa para salir del caos de la COVID y abrazar la suavidad. Es liberador, tanto para mi espíritu como para mis piernas.
La línea divisoria entre espacios formales e informales, entre lo profesional y lo no profesional, se ha vuelto tan fina y tenue como la línea de una prueba COVID. He pasado gran parte de los últimos años mirando las habitaciones de mis colegas y viendo cómo sus hijos pequeños aparecían en las llamadas de Zoom, algo que antes era tan inimaginable que, cuando ocurrió en 2017, en la BBC se convirtió en noticia internacional.
No tuvimos más remedio que permitir que otros entraran en nuestros espacios privados. Y a medida que los días se convirtieron en meses y años, cualquier pretensión de formalidad se fue por la ventana. Por favor, recordemos que alguien alguna vez aparentemente tiró de la cadena del inodoro durante los alegatos orales del Tribunal Supremo, cuyos miembros llevan más de dos siglos vistiendo togas holgadas.
La oportunidad de reevaluar antiguas normas sociales ha sido uno de los pocos efectos secundarios positivos de la COVID. Y decir adiós a los pantalones ajustados es solo otro modo en que la pandemia alteró el tejido —literalmente, en este caso— de nuestras vidas.
No es ningún secreto que, para muchos de nosotros, las preferencias a la hora de vestir cambiaron durante la pandemia. Mientras que el gasto de los estadounidenses en ropa descendió un diecinueve por ciento en 2020, las ventas de pantalones deportivos aumentaron un diecisiete por ciento, según NPD Group, una empresa de investigación de mercado.
De hecho, ahora que hemos entrado en una nueva era, como demuestra del estado de emergencia en Estados Unidos establecido por el COVID que expira el jueves, la comodidad sigue reinando.
“La gente quiere vestir bien después de la pandemia”, declaró Daniel Grieder, director ejecutivo de la marca de ropa de lujo Hugo Boss, en The Business of Fashion en noviembre. Pero, añadió, “ya no quieren usar algo que no sea cómodo”.
Para satisfacer esta demanda, Hugo Boss se ha concentrado en lo que Greider denominó moda “dressletic”, “trajes de alto rendimiento” más cómodos que los pantalones de mezclilla y que, según dijo, han demostrado ser tan populares que se agotan habitualmente en las tiendas de la marca. Hugo Boss también renovó su identidad visual para hacerla más informal y, me atrevería a decir, más “grunge”. Según Greider, una sudadera negra de 228 dólares con el logotipo de Boss en blanco se ha convertido en el artículo más vendido de Hugo Boss. La comodidad vende, y evidentemente, vende mucho.
Alcancé la mayoría de edad en una época en la que se suponía que todos debíamos comprar “camisetas para salir”, como si nuestra ropa habitual pudiera agredir la vista cuando llegara la noche. Eso también se trasladó a mi vida laboral. Al entrar en la oficina de BuzzFeed, usaba religiosamente un uniforme autoimpuesto de camisas Oxford abotonadas y pantalones de vestir o de mezclilla. No sabría decir exactamente por qué sentía la necesidad de mantener una apariencia de profesionalidad mientras escribía artículos sobre nubes que se parecían a genitales masculinos, pero supongo que había algo agradable en mantener una distinción entre quién era yo en el trabajo y quién era en casa (donde hablaba de nubes que se parecían a genitales masculinos sin que me compensaran).
Cuando me uní a las masas apiñadas que se aventuraban a volver al Midtown algunos días cada semana, tras la remisión de la pandemia, mi uniforme cambió. Quería que los colegas que durante años solo veían mi parte superior en los chats de video se maravillaran de lo relajado que me veo en ropa de playa o pantalones cortos. (Por supuesto, esto fue hasta el sorprendente anuncio el mes pasado de que BuzzFeed News se acabaría).
Para los que quieren mantener cierto decoro, lo último son los pantalones deportivos que no tienen esa apariencia. Rag & Bone vende unos “Trompe L’oeil Cotton Jogger” que parecen pantalones de mezclilla y cuestan 225 dólares. Lululemon vende un par con forro polar y un pliegue en la parte delantera por 148 dólares.
Aunque este declive de los pantalones rígidos en el trabajo, en efecto, fue acelerado por la pandemia, se estuvo gestando años antes. El término “workleisure” parece haber entrado por primera vez en el uso popular a finales de 2016, cuando el sitio web de estilo de vida Well+Good afirmó haberlo inventado en un artículo de predicción de tendencias.
No es de extrañar que saliéramos de 2016 buscando comodidad y la sensación de estar arropados. Después de esas elecciones presidenciales, quizá necesitabas un abrazo. Después de 2020, tal vez sentiste que necesitabas una lobotomía.
Y entonces llegaron los pantalones. O más bien, se fueron los pantalones.
En muchos sentidos, siento como si ahora exigiéramos de nuestros pantalones atributos que también buscamos en los demás y en nosotros mismos. Queremos que sean tolerantes y nos tranquilicen. Queremos que nos cuiden. Queremos que digan: “Yo también viví eso. Yo lo experimenté”. Salí del otro lado más despreocupado y menos rígido. Y aprendí la importancia de la ventilación durante el proceso”. Este artículo apareció originalmente en The New York Times. Lo mejor que ha surgido de la pandemia es el permiso para usar pantalones cómodos (Brendan Conroy for The New York Times).