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Por The New York Times

Opinión: Tengo una pregunta para las personas famosas que han tratado de disculparse

La palabra importante no es “yo”, sino “lo siento”. ¿Por qué es tan difícil pedir perdón de manera convincente y sincera?

26.09.2023 12:10

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2023-09-26T12:10:00-03:00
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Por The New York Times | Elizabeth Spiers

LA PALABRA IMPORTANTE NO ES “YO”, SINO “LO SIENTO”.

¿Por qué es tan difícil pedir perdón de manera convincente y sincera?

Esa es la pregunta que me hago después de varias semanas de famosos que se disculpan por su mal comportamiento. Se han disculpado por no respetar la huelga de guionistas (Drew Barrymore). Se han disculpado por hablar a favor de un violador (Ashton Kutcher y Mila Kunis). Se han disculpado por menospreciar a músicos que no son hombres blancos (Jann Wenner). Se han disculpado, tarde y a regañadientes, por manosear a su pareja y fumar en un teatro (hola, diputada Lauren Boebert).

A pesar de su supuesto arrepentimiento, ninguna de estas personas habló sino hasta que el clamor —de unos cuantos millones de personas en internet, varios expertos de televisión y las personas que se vieron perjudicadas u ofendidas— se hizo ensordecedor. Hasta mi hijo de 8 años conoce la diferencia entre un “lo siento” despreocupado y un auténtico remordimiento. Y lo que es más importante, él comprende la importancia de reparar el daño causado, sin importar su propia incomodidad o vergüenza.

Es esa última parte la que hace que todos parezcan especialmente superficiales.

Como presentadora de programas de entrevistas, Barrymore ha sido alabada en parte por su empatía. Es vulnerable, y eso hace que sus invitados sientan que ellos también pueden serlo. Pero incluso las personas agradables pueden ser egocéntricas cuando están a la defensiva. Eso es lo que ocurrió cuando la gente se opuso a la noticia de que su programa volvería a producirse a pesar de la huelga de guionistas. En un lacrimógeno y farragoso video en Instagram, que luego borraron, habló de lo difícil que había sido la situación... para ella. “No quería esconderme detrás de la gente. Así que no lo haré. No puliré esto con campanas y silbatos, y publicistas y retórica corporativa. Simplemente saldré ahí fuera y lo aceptaré, y seré responsable”. (Las torpes y confusas frases de Barrymore demostraron sin querer lo mucho que necesita a esos escritores). Por último, incluyó un elemento básico del género de disculpas de personajes públicos: “Mis intenciones nunca han sido las de molestar o herir a nadie”, dijo. “No soy así”.

“Yo no soy así” es un estribillo frecuente de la gente a la que le preocupa que la definan por sus peores momentos. Es una preocupación comprensible, dada la tendencia humana a prestar más atención a los acontecimientos negativos. Las personas siempre son más que lo peor que hicieron. Pero también es cierto que lo peor que hicieron también forma parte de lo que son.

De alguna manera, la disculpa ensayada de Mila Kunis fue mucho peor. Ella y Kutcher fueron criticados por escribir cartas de apoyo a su excompañero de reparto en “That ‘70s Show”, Danny Masterson, después de que este fuera condenado por violación. De cara a su público, Kunis habló con la incómoda cadencia que tiene la gente cuando no ha memorizado sus líneas y no sabe dónde debe recaer el énfasis. “Las cartas no se escribieron para cuestionar la legitimidad [pausa] del sistema judicial”, dijo, “ni la validez [pausa] del fallo del jurado”. Para ser actriz, no fue una actuación muy convincente. Kutcher, su marido, fue menos torpe en su actuación, pero su defensa no fue más convincente. Explicó que las cartas solo estaban “destinadas a que las leyera el juez”, como si el hecho de que la pareja actuara entre bastidores lo justificara. Ambos parecían lo bastante incómodos como para inspirar comparaciones con un video de rehenes.

La congresista Boebert, expulsada de un teatro junto con su pareja por comportamiento inapropiado, tachó en un principio el incidente de diversión inofensiva. “¡Me declaro culpable de reír y cantar demasiado alto!”, escribió en X (la red social antes conocida como Twitter). Pero apenas salió a la luz un video en el que se la veía fumando y manoseando a su pareja, se retractó. Culpando al estrés del divorcio, dijo: “Simplemente no estuve a la altura de mis valores”, otra variante de “yo no soy así”. En cuanto al incómodo hecho de que su respuesta inicial ni siquiera reconociera las acciones por las que ahora pedía perdón a la gente, comentó: “No era mi intención ni la de mi campaña engañar, pero entendemos cómo nos hace parecer la situación”.

Luego está Jann Wenner, cofundador de Rolling Stone y figura sobresaliente de la música popular. En una entrevista con el Times, sugirió que las mujeres y las personas de color no merecían figurar en su libro sobre los maestros del “rock and roll”. Eso no sentó bien en la Fundación del Salón de la Fama del Rock and Roll, que él ayudó a fundar. Tras ser expulsado de la junta de directores, se disculpó diciendo que el libro no reflejaba su “aprecio y admiración por una serie de artistas totémicos que cambiaron el mundo, cuya música e ideas venero”.

Decir que tu libro no refleja tu manera de pensar no es más que una variante más especializada y aún menos lógica de “yo no soy así”.

No todos los famosos que supuestamente se portan mal fracasan al pedir disculpas. Algunos no se disculpan en absoluto. Como Barrymore, Bill Maher anunció hace poco que su programa de entrevistas reanudaría las grabaciones durante la huelga de guionistas. Pero cuando él también se retractó, no dijo que había cometido un error, sino que la huelga de guionistas podría terminar pronto. Cuando cuatro mujeres acusaron al carismático provocador Russell Brand de agresión sexual, él negó cualquier culpa y afirmó ser víctima de un ataque mediático coordinado, lo que inspiró a Andrew Tate, Elon Musk y Tucker Carlson —tres títeres de la derecha en línea, a quienes les gusta describir a las personas acusadas de mal comportamiento como víctimas de una turba “woke”— a vitorearlo. Cuando Luis Rubiales, exdirector de la Federación Española de Fútbol, besó a la fuerza a la jugadora Jenni Hermoso, siguió el ejemplo de Donald Trump, que se negó obstinadamente a disculparse por casi cualquier cosa, incluso cuando fue presionado por su familia y sus colaboradores más cercanos. Rubiales no solo no ofreció una disculpa convincente sino que, con vehemencia, insistió desafiante en que no había hecho nada malo.

Por muy malas que sean las disculpas deficientes, no disculparse en absoluto es mucho, mucho peor: una especie de luz de gas que permite al agresor posicionarse como la parte perjudicada. Es un comportamiento profundamente antisocial, a menudo perpetuado por hombres que ven cualquier tipo de responsabilidad como opresión.

Pero las malas disculpas también son desafortunadas, porque las buenas disculpas son muy sencillas. En español y portugués, “lo siento” es “disculpa” y “desculpe”, que conectan con la idea de culpabilidad. En francés es “je suis désolée”: estoy desolado, triste. Me gusta más “culpabilidad”. Es la diferencia entre “siento haber hecho lo que hice” y “siento haber herido tus sentimientos”, que hasta los niños saben que es una evasiva y que resulta exasperante cuando la dicen los adultos.

El primer paso de una buena disculpa es reconocer el daño. El segundo es expresar verdadero arrepentimiento y, en la medida de lo posible, reconocer nuestra falta. Nuestras intenciones no siempre son buenas. A veces somos egoístas. A veces no sabemos lo que hacemos y a veces no tenemos en cuenta las consecuencias. Si podemos admitir estas cosas, contribuye a reparar la confianza.

Entonces prometemos, de buena fe, no volver a perpetuar el mismo daño.

El último paso es la reparación. Esto significa abordar directamente el daño causado, no a través de la autoflagelación en YouTube ni con ninguna expectativa de perdón.

Muchas disculpas públicas han sido deshechas por personas que se quejan de que, a pesar de su arrepentimiento, fueron canceladas. El supuesto remordimiento a menudo se transforma en indignación y resentimiento. ¿Por qué no se les permite volver de inmediato a lo que hacían antes? “¡Pero si dije ‘lo siento’!”, exclama mi hijo de 8 años cuando se disculpa y aun así tiene que afrontar las consecuencias de sus actos. ¿Quién puede culparlo? Muchos adultos piensan que una disculpa debería bastar; rara vez es así.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.