Por The New York Times | Brad Stulberg
El filósofo griego Heráclito enseñó que no se puede pisar el mismo río dos veces, porque no se es la misma persona en cada visita, y el agua fluye siempre. Es una forma poderosa de representar la realidad de la impermanencia: todo cambia de manera constante.
Sin embargo, muchas personas tienen una relación tensa con el cambio. Lo negamos, nos resistimos a él o intentamos controlarlo, y el resultado es casi siempre una combinación de estrés, ansiedad, desgaste y agotamiento. No tiene por qué ser así.
Sin duda, el cambio puede doler, y a menudo duele, pero con la mentalidad adecuada también puede ser un motor de crecimiento. No es que tengamos elección. Nos guste o no, la vida es cambiante. Haríamos bien en cambiar nuestra postura por defecto de resistencia inútil y mejor dialogar con el cambio.
Un concepto llamado alostasis puede ayudarnos. Desarrollada a finales de la década de 1980 por un neurocientífico, Peter Sterling, y un biólogo, Joseph Eyer, la alostasis se basa en la idea de que, en lugar de ser rígido, nuestro punto de partida saludable es un objetivo en movimiento. Lo veo paralelo al concepto concebido por Richard Rohr de orden, desorden y reordenamiento. La alostasis va en contra de un modelo más extendido pero más antiguo y anticuado de cambio, la homeostasis. Básicamente, la homeostasis dice que los sistemas sanos vuelven al mismo punto de partida tras un cambio: de X a Y a X. Por el contrario, en la alostasis, los sistemas sanos también buscan la estabilidad tras un cambio, pero el punto de partida de esa estabilidad puede ser distinto: de X a Y a Z.
La alostasis se define como la “estabilidad a través del cambio”, lo que capta con elegancia el doble significado del concepto: la forma de mantenerse estable a través del proceso de cambio es cambiando, al menos hasta cierto punto. Si quieres mantenerte firme, tienes que seguir moviéndote.
Desde la neurociencia hasta la ciencia del dolor y la psicología, la alostasis se ha convertido en el modelo predominante para entender el cambio en la comunidad científica. El cerebro está en su estado óptimo cuando se reprograma constantemente y crea nuevas conexiones. Lo que experimentamos como una conciencia próspera y estable es, en realidad, un proceso de cambio continuo. Superar el dolor, ya sea físico o psicológico, no consiste en resistirse (lo que a menudo empeora la experiencia) ni en intentar volver a donde estabas antes del evento o situación angustiante. Se trata de equilibrar la aceptación con la resolución de problemas y avanzar hacia una nueva normalidad. Una respuesta sana al cambio y al desorden, ya sea en nosotros mismos o en nuestro entorno, se basa en el proceso de alostasis. Sin embargo, este concepto sigue siendo poco conocido para quienes no son especialistas. Es una lástima.
Adoptar una perspectiva alostática reconoce que el objetivo de la edad adulta madura no es evitar, luchar o intentar controlar el cambio, sino enfrentarse a él con habilidad. Reconoce que, tras el desorden, a menudo no hay vuelta atrás: no hay una forma de orden, sino muchas formas de reordenamiento. A través de esta transformación, llegas a ver el cambio y el desorden no como algo que te sucede, sino como algo con lo que estás trabajando, una danza continua entre tu entorno y tú. Dejas de temer al cambio, es decir, dejas de temer a la vida.
Para que quede claro, esta transformación no es fácil. Lo sé por experiencia. Me gusta tener un plan y ceñirme a él. Si se trazara una línea, con la estabilidad en un extremo y el cambio en el otro, yo podría situarme a un milímetro del extremo de la estabilidad, y eso sería generoso. Sin embargo, en los últimos años tumultuosos, tras la publicación de un libro, tener un segundo hijo, dejar un trabajo seguro, mudarme al otro lado del país, someterme a una operación mayor en la pierna, dejar de practicar un deporte que había sido una fuente enorme de mi identidad y distanciarme dolorosamente de algunos miembros de mi familia, me he dado cuenta de que no existe tal línea. Si tenía alguna posibilidad de alcanzar la estabilidad, debía sentirme cómodo con el cambio. Al adoptar una mentalidad alostática, me sentí cada vez más estable, incluso en medio de la volatilidad.
La ciencia contundente demuestra que cuanta más angustia —lo que los investigadores denominan carga alostática— experimente una persona durante los periodos de cambio, mayor será su probabilidad de enfermar y morir. Afortunadamente, la misma ciencia está de acuerdo en que también podemos fortalecernos y crecer a partir del cambio y que gran parte de la forma en que afrontamos el cambio es conductual, es decir, puede desarrollarse y practicarse.
El momento de empezar a practicarlo es ahora. En los últimos años, el río del cambio ha fluido sin piedad y no muestra señales de disminución.
Socialmente, hemos sufrido una pandemia y sus consecuencias económicas, cuya combinación ha cambiado nuestra forma de vivir y trabajar. Apenas una década después de la adopción generalizada de las redes sociales, se vislumbra en el horizonte una nueva tecnología que puede ser mucho más poderosa: la inteligencia artificial. En nuestras vidas personales, seguimos haciendo lo que siempre hemos hecho: mudarnos, empezar a trabajar, dejar el trabajo, cambiar de trabajo, ascender, jubilarnos, casarnos, divorciarnos, sufrir enfermedades, tener hijos, convertirnos en nidos vacíos, enterrar a seres queridos y así sucesivamente.
Es como aconsejaba nuestro amigo Heráclito: lo único constante es el cambio. No se trata solo de que las cosas difíciles sucedan sin previo aviso y en poco tiempo; es que muchas cosas suceden sin previo aviso en un corto periodo. Nuestra capacidad para trabajar en estos cambios está directamente relacionada con la satisfacción en nuestra vida.
Teniendo en cuenta todo esto, el simple hecho de normalizar y crear una expectativa firme en torno al cambio ayuda mucho. También es útil darse cuenta de que la mentalidad de la alostasis no nos pide que sacrifiquemos toda nuestra capacidad de acción. Más bien nos pide que participemos en el cambio concentrándonos en lo que podemos controlar y tratando de dejar ir lo que no podemos. Cuando me sorprendo resistiéndome o cerrándome en respuesta al cambio, en mi cabeza digo alguna versión de lo siguiente: Esto es lo que pasa en este momento. Hago lo mejor que puedo. ¿Qué acciones hábiles puedo llevar a cabo, si acaso puedo emprender alguna? Repite esto una y otra vez y, con el tiempo, empezarás a hacerlo mejor.
Navegar por este abismo requiere a partes iguales fuerza y flexibilidad. Ser fuerte es ser firme, decidido y resistente, conocer tus valores fundamentales, lo que defiendes. Ser flexible es responder conscientemente a las circunstancias o condiciones cambiantes, adaptarse y doblarse con facilidad sin romperse, evolucionar, crecer e incluso cambiar de opinión. Si unimos estas cualidades, el resultado es una resistencia valiente, que te ayuda a mantener tu fortaleza incluso en los momentos más frágiles. Te permite entrar en el ciclo alostático de orden, desorden y reordenamiento —que es, por supuesto, lo mismo que adentrarse en el río de Heráclito— y navegarlo con habilidad y, siempre que sea posible, en beneficio propio.
Para prosperar a lo largo de nuestra vida —y no solo sobrevivir— tenemos que transformar nuestra relación con el cambio, dejar atrás la rigidez y la resistencia en favor de una nueva agilidad, una forma de ver lo que la vida nos depara más como algo en lo que participar, en lugar de luchar contra ello. Siempre estamos formando el cambio y siendo formados por él, a menudo al mismo tiempo. Este artículo se publicó originalmente en The New York Times. Deja de resistirte al cambio (Julia Schimautz para The New York Times).
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