¿Qué hace que una banda de rock se transforme en un clásico? El paso del tiempo, obviamente. También la popularidad, la influencia cultural y una cantidad de imponderables que tienen que ver mucho más con criterios de programación de los medios (y su conservadurismo extremo, más cuando hablamos de rock) que con lo estrictamente artístico.

La banda estadounidense Red Hot Chili Peppers tiene todos los elementos para estar en la categoría de "clásica" aunque siga activa. Más allá de gustos, es indudable que siguiendo la lógica de antigüedad, influencia y popularidad, son una de las grandes bandas del rock estadounidense de todos los tiempos.

El grupo comenzó en 1983, cuando se juntaron el bajista Michael "Flea" Balzary y el cantante Anthony Kiedis, músicos con un pasado punk pero con un gran amor por la música negra, especialmente el soul y el funk. En sus primeros álbumes fueron desarrollando una propuesta que juntó esos amores explosivamente, en discos llenos de adrenalina, virtuosismo musical (especialmente del bajista Flea) y letras violentas y sexualmente explícitas. Se convirtieron en un grupo de culto gracias a su muy buena música, pero también gracias a sus excesos (en escena y en la "vida real"), que los llevaron a alguna tragedia como la muerte del guitarrista Hillel Slovak en 1988 por sobredosis de heroína.

Fueron pioneros en juntar el rock pesado con el funk y con el entonces naciente hip hop, aunque tuvieron compañía en bandas más o menos contemporáneas como Fishbone, Faith No More o Living Colour. En los primeros Peppers pueden verse rastros de Jimi Hendrix, Led Zeppelin, Sly and the Family Stone y George Clinton, pero también de los Dead Kennedy's y de Black Flag.

La muerte de Slovak fue un parteaguas en la banda. Con nuevo guitarrista y baterista, grabaron su cuarto disco en 1989. El nuevo baterista era Chad Smith, a partir de ese momento un miembro permanente del grupo y el novel guitarrista era el entonces jovencísimo (19 años) John Frusciante.

Mother's Milk, el álbum que editaron con la nueva formación, continuaba en parte el sonido del grupo, pero tenía algunas novedades, como un sonido más cercano al hard rock y a la vez más melodía en sus canciones. Fue su álbum más popular hasta ese momento.

Pero el gran cambio se dio en 1991, con el quinto disco del grupo: Blood Sugar Sex Magik, su obra más importante y uno de los discos fundamentales de la década de 1990.

¿Que hizo a ese álbum tan distinto? La respuesta más directa y obvia son sus canciones. Desde la súper rítmica y contagiosa "Give itAway" a la bellísima balada "Under the Bridge", pasando por el increíble swing de "Funky Monks" o la potencia de "The Power of Equality", hay muchos temas buenísimos en ese álbum.

Por el otro lado está el sonido y la propuesta musical en sí. Es increíble cómo una banda hasta ahí reconocida por la potencia y la contundencia de su sonido, desnudó su propuesta y llevó su funk metal y su punk rap a un minimalismo extremo, pero sin perder nada de su potencia y ganando muchísimo swing en el camino. Es un disco donde cada nota y cada participación instrumental parece pensada al extremo y donde el silencio juega un papel muy importante, algo raro en un álbum de rock "pesado".

Sin sacarle méritos a los integrantes históricos del grupo, tuvo mucho que ver en estos cambios el productor Rick Rubin (con un pasado con los Beastie Boys) y el guitarrista John Frusciante, un compendio de buen gusto, talento y virtuosismo en dosis justas.

Mucha gente vio en aquel entonces el camino emprendido por los californianos como una revelación. Se podía ser roquero juntando el punk con Jimi Hendrix, tomar muchas cosas del hip hop, sin dejar de tocar "de verdad", y ser artístico y vanguardista sin dejar de ser popular. Porque además de todo ese álbum fue un éxito comercial impresionante, vendiendo cerca de ocho millones de ejemplares.

Y ese disco editado hace 25 años no ha perdido en nada su atractivo. Sigue sonando hoy tan poderoso como en 1991.

Frusciante abandonó al grupo saturado por la inesperada masividad de la banda, pero volvió en 1998 para grabar un disco que fue aun más exitoso que Blood Sugar Sex Magik, el muy bueno (aunque menos novedoso) Californication (1999).

El álbum que más se alejó de intentar un nuevo Blood Sugar.. fue By the Way, editado en 2002; un disco más pop, con excelentes arreglos vocales y una deuda grande con la música californiana de Mamas and The Papas y los Beach Boys.

Frusciante volvió a dejar el grupo en 2009, siendo reemplazado por el guitarrista Josh Klinghoffer.

Hace unos días el grupo editó The Getaway, su álbum número once. The Getaway es el primer disco desde Mother's Milk que no tiene producción de Rick Rubin. El productor fue Brian Burton, más conocido como Danger Mouse (Gnarls Barckley, Black Keys, Gorillaz, Norah Jones) y la mezcla corrió a cargo de Nigel Godrich, productor de todos los álbumes de Radiohead desde Ok Computer y también responsable de grandes discos de Beck como Mutations y Sea Change.

Rubin fue un factor fundamental en el sonido de los Peppers en todo este tiempo por lo que sustituirlo era un paso arriesgado. El cambio ayudó a refrescar el sonido el grupo. El disco no cambia radicalmente el sonido de la banda pero tiene un toque distinto, que mezcla influencias de los 70, del sonido psicodélico inglés de las bandas de Manchester y muy sutiles toques de música electrónica de inicios de los 2000.

Klingoffer parece el reemplazo ideal de Frusciante, Anthony Kiedis vuelve a estar en un buen momento como cantante y la dupla Flea- Chad Smith es tan sólida como siempre. Flea es, además, el único bajista que puede seguir tocando slap y no sonar ridículo a esta altura.

Más allá de todo esto hay muy buenas canciones en el álbum como la que da nombre al disco, "Dark Necesities", La excelente "Sick Love" (con una insólita y muy buena participación de Elton John —co-compositor de la canción— en el piano), "Encore" o la larga y ‘pinkfloydiana' "Dreams of the Samurai" que cierra el álbum de la mejor manera.

El disco, claro, no llega a la cumbre de su obra maestra, pero muestra cómo una banda "clásica" puede mantenerse vigente haciendo buena música, tratando de mantenerse fresca sin apartarse tanto de sus raíces. Con más de tres décadas de carrera, no es poca cosa.

Por Andrés Torrón