Se ha vuelto una costumbre que artistas anglosajones asociados al rock hagan, un disco de standards de la canción estadounidense de las décadas de 1940 y 1950 cuando llegan a la edad madura. De Paul McCartney a Iggy Pop, pasando por Rod Stewart, Brian Ferry y un largo etcétera, parecería que siempre llega el tiempo de revisitar el cancionero estadounidense de la era pre-rock.
Es un fenómeno que no se ha dado solo con la música popular estadounidense. La mirada retro también llegó a Latinoamérica e incluyó, desde fines del siglo XX al bolero, a la bossa nova y al tango, entre otros géneros.
Uno podría asociar esas revalorizaciones con un espíritu de rescate de fenómenos culturales olvidados que se dio mucho a principios del siglo XXI. También podría decirse que como todo joven que llega a la edad adulta, los músicos de rock se dieron cuenta que sus papás y abuelos no estaban equivocados y anquilosados en todo. Los crooners de la década del 40, el tango, la bossa, el mambo o el bolero, no eran "música de viejos". Aunque en aquel entonces esas músicas se consideraban solo entretenimiento, su nivel de sofisticación y refinamiento se probó con el paso del tiempo.
Más teniendo en cuenta que el rock es -supuestamente- la música juvenil desde hace más de medio siglo.
De todos los íconos del rock surgido en la década de 1960, el menos probable continuador de esta tendencia nostálgica parecía ser Bob Dylan. Sin embargo el artista editó hace poco más de un mes el álbum Shadows in The Night, una colección de canciones estadounidenses de la década de 1950, popularizadas en su momento por Frank Sinatra.
Si Los Beatles convirtieron el modelo de banda que toca sus instrumentos, compone sus canciones y las canta en el estándar de lo que debía ser un grupo de rock; Dylan reinventó el concepto del cantautor, el artista que interpreta sus propias composiciones, de una forma intransferiblemente personal.
Aunque sus inicios estuvieron vinculados al movimiento de la canción folk estadounidense ya fuera como intérprete de canciones tradicionales o como cantautor, su estilo sonaba rarísimo para la época. Su manera de frasear y acentuar las palabras era inusual, su voz no era la de un "cantante". En verdad Dylan cantaba en el estilo de los cantantes folk de los años veinte y treinta que había descubierto en la universidad. Era algo tan olvidado en 1962 que sonaba completamente nuevo y moderno.
Si bien el disco Another Side of Bob Dylan de 1964 mostraba como se anunciaba desde el título una nueva faceta del compositor, fueron sus tres discos eléctricos de los año sesenta: Bringing It All Back Home (1965), Highway 61 Revisited (1965) y Blonde on blonde (1966) los que convirtieron a Dylan en uno de los artistas más importantes del siglo XX. Nunca antes en la música popular se cruzaron tantas referencias culturales como en esos discos. No fue solo la incorporación de la sonoridad roquera en un nuevo contexto. Dylan trajo al pop la poesía de Walt Whitman y la generación beat de los años cincuenta, el surrealismo, el humor absurdo, el nuevo periodismo, la mitología europea y la bíblica y las técnicas de montaje cinematográficas al armado de canciones. Y, por sobre todas las cosas, la noción de que el rock era una forma de expresión artística.
Pero no solo había rock, blues y folk en su música, también elementos del country, gospel, swing, jazz y de los musicales de Broadway.
Frank Sinatra, por otra parte, era la clase de artista que la nueva cultura rock parecía querer dejar atrás, un intérprete de canciones supuestamente superficiales, dependiente de compositores por encargo y orquestas profesionales.
El propio Sinatra se ganó varios enemigos dentro del rock al definir al género ya en 1958 como "la forma de expresión más brutal, nauseabunda, desesperada y viciosa que he tenido la desgracia de escuchar."
Pero Sinatra fue también un músico fundamental de la música popular del siglo pasado. No solo fue un intérprete increíble, que usando el concepto de la relectura jazzística transformó en propias canciones ajenas. Creó una manera de cantar, sin alardes de virtuosismo, ni grandilocuencia, trasmitiendo emociones desde un estilo cool y distanciado que sería largamente imitado. Su manera de cantar tiene mucho que ver con los desarrollos tecnológicos. El estilo del crooner que él no inventó, pero sí perfeccionó, es impensable sin la invención del micrófono. Hoy el estilo de canto contenido es un clásico, pero en su momento "crooner" era un término peyorativo y no faltó quien lo tildara de "degenerado" y "corrupto".
Sinatra también fue un pionero al usar el entonces novedoso soporte del disco Long Play. Mucho antes que Dylan, Los Beatles o Pink Floyd, creó álbumes conceptuales, basados en climas o temáticas como In the Wee Small Hours (1954), Songs for Swinging Lovers (1955) u Only The Lonely (1956).
También tuvo la inquietud de acercarse a música nueva y revolucionaria en su tiempo como la bossa nova. Su disco junto a Tom Jobim de 1967, es uno de los mejores trabajos de ambos músicos y uno de los grandes álbumes de bossa de todos los tiempos.
Y pese a lo que podría pensarse, Sinatra llegó a alabar -a al menos notar- la particular voz de Bob Dylan. "Me impresiona su tono de voz" dijo a inicios de los años sesenta- "es como un cello".
A Dylan siempre le gustó la música estadounidense pre rock en general y la figura de Sinatra en particular. Según ha dicho, siempre le impactó que Sinatra cantara "para ti, no a ti" -añadiendo: "Yo nunca quise ser un cantante que cantase a alguien. Siempre he querido cantar para alguien".
Sin embargo un disco recreando temas popularizados por Sintra en su voz, parecía a primera vista una ridiculez. Pero, si bien creo que los elogios han sido un tanto desmesurados, el resultado de Shadows in the Night es en verdad bastante interesante. Dylan, no imita en nada a Sinatra -lo cual además de absurdo sería imposible- ni tampoco intenta cumplir el sueño (de muchos roqueros) de hacer un álbum de crooner con orquesta. El disco grabado casi en vivo con la banda estable de Dylan, lleva las canciones a su mundo. Los arreglos son muy buenos, con especial destaque para el pedal steel de Donnie Herron. Y la particularísima voz de Dylan parece la voz ideal para varias de estas composiciones. Aunque el álbum puedes ser un tanto aburrido, escuchado de corrido tiene momentos excelentes como las versiones de "The Night We Called a Day" o "Autumn Leaves".
Curiosamente y con todas las diferencias posibles, el mood generado no es tan distante al de los discos más tranquilos y oscuros de Sinatra, como Only the Lonely, por ejemplo.
Como el propio Bob Dylan ha dicho: "muchas de las cosas que pensamos que habían llegado para quedarse desparecieron, pero Sinatra sigue ahí".
El crooner, al final, les ganó a todos.
Andrés Torrón regresa como colaborador a Montevideo Portal con la columna "Música sin enemigos", tras finalizar su ciclo de entrevistas titulado "Sin casete". Además de ser músico, productor y periodista, es autor del libro "111 Discos Uruguayos", que puede conseguirse aquí.