Diario de un museísta
19:59
Puerta del Museo Nacional de Artes Visuales
Ansiedad o puntualidad. O ambas. Lo cierto es que la convocatoria al público para los Museos en la Noche fue a las 20:00, y como sólo son cuatro o cinco (según el barrio) las horas disponibles para la aventura museística, decidí comenzar desde el inicio propiamente dicho.
El trillado debate cantidad vs. calidad no tiene sentido aquí. Es cantidad, obviamente. Es acumulación, es sobredosis. Lo mismo el show de Dani Umpi en el Antropológico, el toque de La Teja Pride en este mismo lugar (pero muchas horas después), lectura de poesía o una colección de sellos antiguos. Todo es diferente porque sólo una vez al año hay museos de noche. Y esa diferencia hace que la gente se vuelque con cierto humilde desenfreno a recorrer esos lugares por los que pasa todos los días sin detenerse, sin pensar que cada día, al igual que esta noche, la entrada es gratis. Amén.
Así que las puertas de este museo, sito en el Parque Rodó, se abren de par en par y dejan entrar a un importante número de tempraneros, que cronograma en mano ya van pensando en la próxima parada, trazando líneas imaginarias y tratando de hacerlas coincidir con las reales líneas de transporte colectivo. Y si son las de los ómnibus gratuitos dispuestos esta noche para este evento, mejor.
Museos en la Noche comienza aquí para la humilde cronista y los abnegados lectores. Comienza, gracias al plan de ahorro energético, con los últimos rayos de sol, esos que iluminan más que los demás, hasta que dan paso a la hora azul y finalmente la noche. Aceptada esta paradoja temporal, sólo falta acumular, atesorar, hacer acopio de patrimonio tangible e intangible. A eso vinimos.
20:45
En tránsito - Ciudad Vieja
La noche propiamente dicha (¡al fin estamos disfrutando una fiesta cuyo nombre se ajusta a la circunstancia!) me encuentra en Plaza Zabala, punto neurálgico del Circuito Ciudad Vieja. En menos de tres cuadras a la redonda hay tres, cuatro museos con distintas ofertas.
En el Museo Romántico hay música. Hay gente coreando las canciones. Ofrecen caramelos en la puerta y el buen humor se reparte generosamente entre los que indican por dónde subir a la terraza, los que guardan los bolsos, los que aplauden a los músicos y los policías que desde la puerta intentan participar de una fiesta a la que vinieron para ver de afuera.
En el Museo Histórico, o la casa de Rivera, van a leer poesía musicalizada a guitarra, pero el plan se retrasa un poco. Parece que no llegó el poeta, y habrá que adelantar la "acción teatral itinerante", de una serie de personajes históricos, caracterizados como miembros de una época que, a falta de conocimientos para definirla con precisión, bien vale decir que era bastante anterior a la actual.
El Palacio Taranco a pura danza. En la terraza, contemporánea a cargo de Montevideo Sitiada. En el salón de piano, clásicos a cargo del cuerpo de baile del Sodre. Arriba y afuera, un hombre de camisa y pantalón de vestir se contonea frenéticamente al ritmo de un ritmo que no parece una música definida. Abajo y adentro, dos ballerinas y un bailarín demuestran su habilidad en el pas de deux y las elevaciones en puntas, acompañados de un piano que habla en acordes de otros tiempos. Para todos los gustos, para todas las edades.
22:15 al final
Museo Blanes Prado
Quizá por estar más apartado del sistema nervioso central de Montevideo, quizá porque en el Prado y aledaños son pocos los museos para visitar, el Blanes reunió en cuatro horas el compendio más ecléctico de manifestaciones artísticas.
Cuando la humilde cronista llegó al predio, ya había sonado el tango de orquesta y Gabriel Peluffo había dado una conferencia. En el patio cerrado del museo se desarrollaba, en medio de una nutrida concurrencia, un show de "tango villero". Y aquí el lector distraído no debe interpretar que el término villero tenga algo que ver con malevaje o arrabal. Es tango en la versión de un par de jóvenes de brillantes championes Nike de última generación, gorritos de visera y todo otro complemento que se puede encontrar en el estereotipo del ser denominado "plancha". Una mezcla de tango (o intención de tango), hip hop y cumbia villera inundó el patio del Blanes. El cantante recitó con pasión arrabalera, intercaló temas rapeados que se valían sólo de la palabra "fuck" y variantes, y hasta hizo su propia versión (única e irrepetible) del tema de Ruben Rada "Hay que cuidarse los dientes".
En el salón interno del Blanes, se preparaba una acción teatral y un show de percusión. El público, tan variado como las propuestas, se dispuso a sorprenderse, pero no tanto como debería haberse dispuesto. Una música que fácilmente conducía al trance, y cuatro mujeres vestidas de blanco impoluto llenaron la escena. Cuando la música fue in crescendo, y las damas de blanco fueron quitándose cada una de sus prendas de vestir, jugando con su cuerpo al natural, se abrieron como platos los ojos de los niños de la primera fila, los de los veteranos escandalizados, los de los jóvenes desprejuiciados, y hasta los de los guardias de seguridad, que por el tiempo que duró el artístico desnudo a cuatro cuerpos lograron distraerse de su tarea: "que nadie se apoye en las paredes ni toque los cuadros". Y al concluir, mientras afuera se escuchaban los comentarios más diversos, desde el pacato "qué valientes" hasta el guarango "qué fuertes que estaban", las cuatro muchachas recluidas en el baño contaban (a unos pocos oídos casuales) los distintos modos en que cada una había manejado su vergüenza ante un público mucho más numeroso (y diverso) del que esperaban.
Última parada. De nuevo al patio y a por tango, del de veras: Piazzola puro y duro, a manos de cinco jóvenes integrantes del grupo La Mufa. Tangos picaditos algunos, otros desgarradores, tangos para aplaudir hasta llegar a la casa, después de una caminata en silencio, para resumir y hacer balance, bajo el manto de una noche fresca, que se portó a la altura de la circunstancia.
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