Jack el Destripador es sin duda alguna el asesino más famoso de toda la historia, pese a no haber sido en absoluto el más letal. Las razones de su siniestra vigencia son numerosas, y están relacionadas entre otras cosas a que jamás fue identificado a cabalidad y sus crímenes quedaron impunes.
Más allá de los registros policiales y de las investigaciones sobre sus atrocidades- pesquisas que continúan hoy- los actos de Jack tuvieron una consecuencia de tipo social sin duda inesperada por el ignoto criminal: la Londres victoriana, capital del mundo y punto de confluencia de todas las riquezas de un imperio, se vio obligada a fijar los ojos en el miserable caserío de Whitechapel, sitio dejado de la mano de Dios donde los parias de la era industrial sobrevivían de forma miserable.
Mutatis mutandis, el triple crimen de la Isla del Infante (situada en el río Negro, al noreste de Villa Soriano), ocurrido hace más de cien años, tuvo en Uruguay un efecto similar: un país todavía más macrocéfalo de lo que lo es hoy, concentrado en su capital puerto y cuya economía se encontraba en ascenso, descubrió súbitamente un ámbito marginal y -de diversas maneras- fronterizo. Un territorio cerril de hombres de río y orilla, regido por sus propias y violentas normas de supervivencia.
En diálogo con Montevideo Portal, Sebastián Panzl cuenta que el caso del crimen de la Isla del Infante llegó a sus manos sin buscarlo. Periodista y aficionado a la historia, es autor de libros como ¡Tiren, cobardes! Uruguayos en la Segunda Guerra Mundial y Cartas desde las trincheras, los uruguayos en la Primera Guerra Mundial.
La documentación para esos trabajos le valió conocer gente idónea en diversas áreas, y de una de ellas llegó el impulso inicial para una nueva obra. Un buen día, Panzl recibió una llamada del arqueólogo uruguayo Alejo Cordero, integrante de la Comisión de Patrimonio Cultural de la Nación, y con décadas de experiencia en su campo.
"Llevábamos tiempo sin hablar y me sorprendió con una llamada en la que me contaba que estaba apoyando a un grupo de investigadores locales de la zona de Villa Soriano, Mercedes, Dolores y Cañada Nieto, buscando unas pistas sobre un viejo crimen que había quedado con un final trunco. Hasta ese momento jamás había oído hablar del crimen de la Isla del Infante", explica el autor de Muñecas en el río.
Posteriormente, el cronista visitó Villa Soriano y se entrevistó con "un grupo de personas que apenas se conocían entre sí, pero tenían interés de investigar lo que había pasado". Finalmente, estas personas terminarían por "convertirse en personajes del libro", en cuyas páginas se plasma "cómo y por qué se despertó su interés, qué pasos dieron para conseguir nuevas pistas sobre un crimen ocurrido un siglo atrás, con información confusa, muchas leyendas", recuerda.
"Nos encontramos una tardecita en Villa Soriano, todos los personajes que aparecen mencionados en el libro e hicimos una ‘entrevista - conversación' todos juntos, una cena larga. Y luego tuvieron la amabilidad de llevarme a la Isla del Infante y al lugar exacto donde se había cometido el crimen el 2 de enero de 1920.
El trabajo contó con el aporte de un entusiasta investigador local: Emilio Hourcade, presidente del Centro Histórico y Geográfico de Soriano, y editor de la revista digital Soriano Fluvial. Poco tiempo antes de que Panzl decidiera abordar el tema, Hourcade había publicado por sus propios medios en Mercedes el trabajo ¿El triple crimen de la Isla del Infante?, donde plasmaba las conclusiones de sus pesquisas sobre el caso.
Hourcade formó parte de aquella "cena larga" y "se transformó en un personaje del libro" de Panzl, que entre otras cosas, narra la trama de cómo ese investigador local "ha logrado conseguir tanta información sobre este tema, cómo trajo del olvido un caso que nadie conocía", un proceso que comenzó hace unos veinte años "cuando se encontró con un recorte de prensa en el archivo del Centro Histórico y Geográfico de Soriano, que preside".
"Al haber ya un libro publicado me pregunté cuál podía ser mi aporte, y después terminé descubriendo el camino de narrar en dos líneas de tiempo. Por un lado, lo que sucedió entre 1920 y 1925" (el crimen, su investigación y su tratamiento judicial) y por otra parte "incluir una línea de tiempo en la que, en el presente, estos aventureros van en busca de nuevas pistas".
Trascendiendo lo meramente policial, La obra también pone en evidencia el uso político de un crimen que escandalizó a la opinión pública, convirtiéndose en arma arrojadiza en manos de una prensa muy partidizada. La sangre que literalmente había llegado al río con los asesinatos, lo hizo después en sentido metafórico. Y en suficiente cantidad como para que algunos de los involucrados encomendaran a sus padrinos pactar duelos.
"La intención no era sólo narrar el crimen, la historia mínima del asesinato, por más terrible e intrigante que sea, sino también contextualizarlo en un lugar y una época. Allí aparece un Uruguay presidido por Baltasar Brum, y su ministro del interior, Gabriel Terra, que se ocupó personalmente del caso. Y también las particularidades de cómo era la investigación policial. No sólo en ese momento histórico de principios del siglo XX, sino los escenarios donde los policías debían buscar información. Entre las islas, los montaraces, entre personas que vivían bastante excluidas y apenas aparecían en los pueblos para vender pescado o pieles de nutria. Luego volvían a sus refugios y parecían regirse más por las leyes de la supervivencia que las de la civilización", describe.
"El libro también aspira a ser un fresco de un Uruguay de comienzos del siglo XX, alejado de Montevideo. Creo que más que la historia del crimen, la originalidad la aporta Villa Soriano como escenario y esa vida rudimentaria" de la gente de ribera.
Un crimen y una leyenda
El triple asesinato del 2 de enero de 1920 se conoció días después de cometido, cuando un hombre que se estrenaba como capataz en la isla avistó en el agua los cuerpos de los dos adultos. Si bien las técnicas forenses disponibles en aquel sitio y momento resultan risibles comparadas con las de hoy, no hacía falta ser un experto para notar que Sebastián Soria y María Rodríguez habían sido masacrados con saña desmedida. Similar suerte debió correr la pequeña María Luisa, hija de María pero no de Sebastián, cuyo cuerpo no fue devuelto jamás por el río.
Más allá de que el caso cayó lentamente en el olvido, Panzl relata que su memoria pervive en forma de leyendas y hasta de rito. Menudean en el lugar los relatos de apariciones fantasmales, y los pocos que se arriman a la isla pueden ocasionalmente toparse con muñecas o fragmentos de juguetes, formas de tributo u homenaje a la niña de la que nunca más se supo.
"Como ha sucedió en otras ocasiones, el crimen se ha transformado en leyenda y el relato oral se ha encargado de hacer nacer por generaciones historias macabras, fantasmagóricas y por momentos sobrenaturales", explica el escritor.
"Creo que le aporta a la historia que se genere eso, que tanto tiempo después continúe siendo incómoda para la región y aparezcan leyendas de almas en pena", expresa.
¿Caso cerrado?
Sin ingresar en el terreno de los spoilers (o destripes, como prefiere la RAE), puede decirse que, tras idas y venidas que duraron años, el caso tuvo finalmente una conclusión desde el punto de vista de judicial. Sin embargo, esta no satisfizo las dudas de todos.
"Para ser honesto, yo no tengo una hipótesis propia sobre como transcurrieron los hechos. Emilio Hourcade sí la tiene y yo la recogí en el libro", admite Panzl.
Desde el punto de vista jurídico "la Justicia en dos instancias falló y condeno y encarceló a quien determinó culpable", recuerda. Sin embargo "quedaron muchas suspicacias porque la investigación fue larga y caótica. Los interrogatorios fueron tardíos, confusos y por momentos contradictorios. Incluso varios años después seguían apareciendo en la prensa de Soriano artículos de prensa en los que se planteaban dudas sobre la resolución a la que se había arribado".
A más de un siglo de sus violentas muertes, María y Sebastián continúan en la isla, en una fosa improvisada que ordenó a cavar el juez el mismo día del hallazgo de sus cuerpos, sepulcro que quizá debió ser provisional y se convirtió en definitivo. Esta tumba permaneció olvidada desde entonces, y su localización se debe a los trabajos particulares del ya mencionado grupo local.
Así las cosas ¿Está Villa Soriano (y el país) en deuda con estas personas?
"Yo creo que sí, que el Uruguay entero y el pueblo en particular les debía algo a estas víctimas", afirma el autor. Deuda que ya podría estar saldada en parte "gracias al aporte de Emilio en primer lugar por rescatar del olvido este caso, y por esos aventureros que fueron a buscar nuevas pistas".
De hecho, la obra recoge el debate existente en Villa Soriano acerca de la pertinencia de levantar algún tipo de monumento o memorial al respecto, iniciativas que hasta ahora no se han concretado.
"El pueblo ha debatido sobre de qué manera honrar la memoria de sus muertos. Se trata de un debate que no es el mío (no por desinterés, sino por forastero), pero al que sigo con interés", concluye.