Nacida en Lisboa en 1974, Mafalda Arnauth es una de las principales voces de una nueva generación de fadistas surgida tras la restauración de la democracia en Portugal, luego de cuatro décadas de opresiva dictadura.

En un fenómeno similar al ocurrido en España con el cante flamenco, esta nueva camada de creadores e intérpretes sacudió la ortodoxia del folclore- cosa que escandalizó a los más puristas,- pero sin forzar sus límites al punto de desdibujarlos. Simplemente, y tal como lo ha afirmado la propia Mafalda, realizaron su propia búsqueda sin dejar de abrevar en las fuentes originales, dando así origen a un fado "posmoderno".

En la noche del domingo, Mafalda Arnauth se presentó en la sala Zitarrosa, escenario donde se había presentado en 2006. Al igual que en aquella ocasión, fue el músico argentino Ramón Maschio quien guitarra en mano comandó una banda compuesta esta vez por Carolina Cajal en contrabajo, Jerónimo Aceituno Peña en percusión y Pablo Bronzini en piano y acordeón. A diferencia de lo ocurrido en su recital de hace ocho años, en esta ocasión nadie ejecutó la pequeña guitarra portuguesa, uno de los instrumentos clásicos del fado.

El fado está en el corazón

Tal es la convicción de Mafalda Arnauth, y así lo expresó en el escenario, asegurando que hay fado allí donde se producen ciertas emociones, más allá de que exista una música específica que los exprese. Y fiel a su estilo heterodoxo ya mencionado, se despachó con un repertorio que incluyó una encomiable versión de La Bohème, con un francés taladrado por las sonoras eses portuguesas, que se ganó una merecida salva de aplausos.

No fue ese el único cruce de géneros de la velada, ya que la cantante sorprendió a todos con un curioso mix de fado y candombe, en cuya ejecución el público colaboró replicando con las palmas la típica clave del ritmo afrouruguayo. También supo mezclar fado y sonidos rioplatenses a la hora de cantar la "Milonga de Chiado", canción que recuerda el gran incendio que en 1988 consumió buena parte de ese tradicional y animado barrio lisboeta.

El resto del recital recorrió buena parte del repertorio de Mafalda, desde temas de los inicios de su carrera como "Serás sempre Lisboa", hasta el reciente "E se nao for fado?", donde alude de manera lúdica a su propia costumbre de saltarse las fronteras musicales. Coherente con tal actitud, abordó también "una canción compuesta por un portugués que no compone fados, ni es fadista, pero a mí me da fado", dijo refiriéndose a "Tinta Verde", de Antonio Victorino.

"La cosa más importante en la vida es el amor, y la segunda es la audacia", expresó antes de lanzarse a interpretar el fado del mismo nombre, pieza en la que demostró que, al igual que Gardel, ella "tiene una lágrima en la garganta". Finalmente, y a pedido del público, Mafalda cerró su presentación con el clásico por excelencia del género: "Coímbra é uma liçao", llamado a menudo simplemente "Coímbra", compuesto en 1947 por Raul Ferrão con letra de José Galhardo, y que inmortalizara la inmortal Amalia Rodrigues.

Defender la alegría desde la tristeza

Amante del tango de la guardia vieja, aquel que quizá encerraba una canción de gesta en versos que hablaban de peleas callejeras, mujeres de burdel y duelos a cuchillo, Jorge Luis Borges abominaba del "tango canción", cuya voz señera era el ya nombrado Gardel, en el entendido de que "lo había hecho sentimental y llorón".

Similar dictamen pesa en ocasiones sobre el fado, que ha sido tachado más de una vez como una música deliberada y exageradamente triste. Para refutar ese cargo, bastaría con recordar la "pregunta terrible" de Franz Schubert: "¿Ustedes oyeron alguna vez una música alegre? Yo no". O sin remontarse tan lejos, preguntarle a la propia Mafalda, quien responde: "el fado no es tristeza, es sobre todo superación".

Por otra parte, pretender despojar al fado de su carácter elegíaco y sentimental sería ir en realidad contra la propia esencia de la nación portuguesa, esa que inventó la sonora e intraducible palabra "saudade", vocablo tan unido al sentir lusitano, que el poeta Fernando Pessoa lo describió así: "Saudades, só portugueses/ Conseguem senti-las bem/ Porque têm essa palavra/Para dizer que as têm".

A esa intraducible saudade nacida del sentimiento de pérdida que los humanos experimentamos al menos alguna que otra vez en la vida, se refirió Mafalda Arnauth anoche al describir la ya mencionada Milonga de Chiado. "Es la historia de alguien que, quizá parado en lo alto de la Rua Garret, mira las cenizas del Chiado y sobre ellas llora todo lo que se ha perdido allí", narró.

Evidentemente, no hay fado que pueda suplir una ausencia. Pero como expresión musical que, sin ser triste trabaja a menudo con arcilla de tristeza, servirá para darle a esa ausencia norma de palabra, pronunciarla y quizá conjurarla. Instalar una canción allí donde no había quedado nada, puede considerarse un logro mayor, y que no suele estar al alcance de músicas más "alegres".