Por The New York Times | Vanessa Friedman
¿POR QUÉ QUERRÍAMOS QUE LO HICIERA?
Madonna ha vuelto a infiltrarse en la esfera de la cultura pop. La cantante de 64 años anunció su duodécima gira mundial —un recorrido por 40 ciudades y cuatro décadas de éxitos titulado Celebration— a través de un video en blanco y negro de cinco minutos que la muestra como anfitriona de una cena con un surtido de amigos famosos tan llamativo como uno esperaría.
Está resplandeciente con trenzas de Heidi y rostro felino a lo Jocelyn Wildenstein, el cuerpo metido en un corsé, pantalones cortos, medias de rejilla y chaqueta con cierres. En el video ella y Jack Black, Lil Wayne, Judd Apatow y Amy Schumer, entre otros invitados, juegan Verdad o reto, que en inglés se conoce Truth or Dare (¿entiendes?), actúan “Sexo” con mímica (¿captaste la referencia?), cantan al ritmo de “La isla bonita”, y en general ofrecen un breve torbellino referencial a través de momentos impactantes protagonizados por Madonna antes de la gran revelación.
Coincidiendo con la noticia, Madonna aparece también en la portada de tres ediciones diferentes de Vanity Fair (italiana, española y francesa), disfrazada de Virgen María, con velos de encaje en blanco y negro y un corazón sangrante. En las páginas interiores aparece en una recreación de “La última cena”.
Y coincidiendo con todo ello, Piers Morgan, avatar de la indignación, se ha levantado en armas, como era de esperar. ¿Cómo se atreve a restregarse en nuestras caras una vez más, haciendo alarde de su cuerpo, de sus chistes obscenos, de su cirugía plástica, de todo su ser, increíblemente descarado e inapropiado para su edad?
Qué pregunta más tonta. Porque siempre se ha atrevido: esa era su verdad, más que el baile, el canto normalito, los documentales, las campañas publicitarias en las que encarnaba a una ama de casa sexy para Dolce & Gabbana y a una poderosa directora ejecutiva para Versace. ¿Por qué iba a ser diferente solo por haber alcanzado la edad de la jubilación?
Madonna jamás iba a despedirse con delicadeza, aunque tuvo una breve etapa en la que vivió como la nobleza terrateniente inglesa (después de su etapa de hippie amante de la madre tierra, inmortalizada en otra portada de Vanity Fair, y de su etapa de Marilyn Monroe). Siempre ha bailado al borde del absurdo y de la autocaricatura, de hecho desde que empezó a bailar por los clubes de Nueva York con enaguas de encaje rotas, crucifijos y guantes sin dedos y la barriga al descubierto. Incluso cuando se cae, como hizo en los Brit Awards de 2015, lo hace con entusiasmo y sin disculparse. Necesitamos que alguien nos enseñe cómo. Más que un choque de trenes ella es el tren que destroza la inmovilidad de la asfixiante cortesía; la mejor mujer para ese trabajo
Solo imagina lo que puede traer. No se ha dado mucho a conocer, salvo que Bob the Drag Queen de RuPaul’s Drag Race, será invitado especial en todas las fechas, pero si el tema son los grandes éxitos, es de esperar que eso signifique que no solamente habrá las canciones —“Like a Virgin”, “Vogue”, “Ray of Light”, etc.—, sino también las rutinas. Los sostenes cónicos. El sexo simulado. Los harenes de jovencitos sudorosos y plenos de abdominales marcados. Tal vez un beso sorpresa preparado con una o dos estrellas invitadas y algo de lengua. (Britney, ¿dónde estás?) Tal vez uno o dos momentos filmados entre bastidores. Ascendiendo desde el infierno y descendiendo desde el cielo. Disfraces fantabulosos con bondage y algo de piel desnuda. Historicismo cursi y religión. El kit completo de los madonnismos.
Su sincronización, como siempre, es impecable. La ropa desnuda, o tendencia naked, está volviendo, no para complacer al ojo del espectador (masculino), sino para anunciar el empoderamiento de la mujer dentro de la piel. También la era del Indie Sleaze: la sinvergüenzada independiente. Los 70 son los nuevos 50. El presidente tiene 80. Maye Musk y otras modelos “maduras” son portada. Mick Jagger sigue pavoneándose con sus llamativos pantalones a los 79 años. En comparación con todos ellos, Madonna es prácticamente de mediana edad.
Además, algo ocurre cuando te mantienes firme el tiempo suficiente: pasas por las etapas de estar dentro y fuera de moda y asciendes al estatus de tesoro nacional. Le ocurrió a la reina Isabel II. Le pasó a Ruth Bader Ginsburg. Tras 40 años de presencia en la cultura pop, Madonna se ha convertido, según Olivier Bouchara, jefe de contenidos editoriales de Vanity Fair Francia, en “una figura tan perturbadora como sagrada”. Pero la verdad es que ya no es perturbadora (la vida real es demasiado complicada para llegarle a los talones). Es ella misma, de un modo que reconforta.
Llegados a este punto, deberíamos estar agradecidos. Probablemente no sea una coincidencia que la mayoría de sus invitados a la fiesta de presentación sean comediantes. Es una pista (como las pistas sobre su carrera) para no tomarse nada demasiado en serio. Sacarle la lengua al mundo es divertido. Y catártico. El espectáculo probablemente también lo sea. Y eso, por encima de cualquier otra cosa, vale la pena celebrarlo.