Los interminables recuerdos del “polifacético” Carlos Maggi (1922-2015), integrante de la generación del 45, cobran vida para su centenario en una sala donde, a través del arte, las marcadas huellas del Pibe se hacen más frescas que nunca.
Escritor, ensayista, periodista, dramaturgo, narrador, letrista, libretista radial, abogado, crítico, historiador, polemista, tertuliano, tanguero o director de cine; estos son solo algunos de los epítetos con los que se lo podría nombrar.
Es que, si de oficios creativos se trata, el Pibe, como lo apodaban, no dejó prácticamente ninguno sin explorar.
Polifacético y exitoso
“Él está ahí: escribe. Piensa. Construye. Entraña. Se oyen sus manos mover la pluma. Saltar de una tecla a la otra”, narra en la presentación de la muestra “El Pibe: arte vivo de Carlos Maggi”, María Arrillaga Maggi, quien evoca allí el espíritu “libre”, “polémico” y “entusiasta” de su abuelo.
Es que, como señala a EFE la también cineasta cuando se cumple un siglo del nacimiento de Maggi, fue convocada por el Instituto Nacional de Letras (Inlet) para ser curadora de una exposición colectiva —con 10 artistas— dedicada al “ser extraordinario” de quien recuerda tanto la “sonrisa franca” como las ideas “originales y desafiantes” que llevaban a un “hacer sin pausa”.
“Todo lo que acometió en su vida como actividad fue exitoso”, dice por su parte Ricardo Pascale, amigo de Maggi y artista visual que participó del proyecto.
Para Pascale, que coincidió con Maggi en el Banco Central del Uruguay —donde el escritor fue jefe en la Sala de Abogados—, no solo era “muy polifacético”, sino que su talento se lucía siempre y tanto como “brillante” abogado, pues sacaba “más puntas” a las leyes que los demás, como en su hacer creativo.
“Por eso es un hombre tan destacado en el horizonte de personalidades de Uruguay. Se debe a ese polifacetismo que tuvo su vida, sea trabajando para el Estado y luchando a favor de él en momentos muy difíciles como la vuelta a la democracia, o desde su rol de hacer una película, narrativa o teatro”, remarca.
La escalera y la carta
Unos 23 escalones de madera que se hacen más pequeños al ascender y que proyectan sus sombras encuentran lugar en la sala donde cada rincón esconde un homenaje.
Se trata de Para el Pibe, obra que, dice Pascale, dio más trabajo de pensar que de ejecutar, porque implicaba condensar allí reflexiones y sentimientos sobre un hombre que se volvió “como un mito” en Uruguay.
“Con su muerte perdimos a uno de los grandes pilares intelectuales y referentes nacionales en el pensamiento filosófico, académico, económico, jurídico y en su despliegue literario”, reflexiona, y anota que intentó plasmar esto en la obra con “potencia” y “sutilidad”.
En otra pared de la sala hay un sobre en el que se lee “Dr. Carlos Maggi” y la dirección de una casa de veraneo en el balneario Las Toscas junto a un bloque de palabras escritas a mano alzada que salta a la vista y que, como explica la artista Magela Ferrero, es “una carta de renuncia”.
Oyente habitual de La Tertulia, programa de la emisora El Espectador del que Maggi fue fundador y tertuliano, Ferrero, que no lo conoció personalmente, se topó con un episodio en la vida del escritor que la cautivó, pues en 1985 este asumió la dirección del Canal 5, pero renunció a los 40 días.
“No tenía toda la libertad necesaria para llevar adelante ese informativo de la manera que él consideraba que debía desarrollarse […], había un tipo de censura, entonces él presenta su carta de renuncia”, detalla la artista, quien dice que esa postura de renunciar “en pos de mantener la voz” le pareció tan vigente como “inspiradora”.
“Eso fue lo que quise rescatar escribiendo inspirada en él mi propia carta de renuncia, en la cual renuncio a una serie de actitudes […], conductas que no están dentro de mi ética”, explica sobre la instalación que acompañan una pieza musical y tanto una fotografía como un azulejo de la piscina de la casa de Maggi a la que envió la carta antes de recuperarla para la muestra.
La raya amarilla
Lejos de ser un descuido del montaje, una raya de pintura amarilla se cuela en el museo, donde, frente a un compendio de objetos personales del autor —desde un sombrero a un clarinete o una radio familiar—se proyecta la única película creada por Maggi, La raya amarilla.
Según el coordinador del Inlet, Nicolás der Agopián, ese corto de 18 minutos de 1962 fue “de vanguardia para la época”, pues se trata de un homenaje a los cortos mudos de Harold Lloyd o Charles Chaplin cargado de humor que llegó a ganar, además, el Gran Premio del Festival de Bruselas en 1964.
A lo que lo define como “un entusiasta de la cultura y de la vida”, Der Agopián no duda en destacar que la muestra, a la que seguirá un conversatorio sobre él, será un espacio donde acercarse al “exitoso” Pibe, que, con 100 años, revive en su arte.
Alejandro Prieto - EFE