Por The New York Times | Dan Harris

El egoísmo tiene mala fama y, por lo general, bien merecida. A nadie le gusta la gente que no pasa el balón o el cigarrito de marihuana, quizá porque vemos en ellos un reflejo de nuestra propia capacidad de ser egoístas. Decimos que nos preocupamos por los demás, pero como solía bromear el cómico George Carlin, seguimos agarrando el pedazo de pastel más grande.

Además de evitar la hipocresía y los problemas de relaciones públicas, hay muchas otras razones para no ser egoísta. Las investigaciones sugieren que las personas compasivas y generosas son más felices, populares y exitosas.

Y, sin embargo, todos necesitamos tener algo de egoísmo. Si viviéramos en un estado de alarma altruista perpetua, negándonos a defendernos y nos dejáramos pisotear, eso constituiría lo que un maestro budista tibetano llamó “compasión idiota”.

Entonces, ¿cómo encontrar el equilibrio?

Hace poco volé a Dharamsala, India, para pasar unas semanas en la órbita de Su Santidad el Dalai Lama. Fue una oportunidad excepcional, dado que ahora tiene 87 años y no concede entrevistas muy a menudo.

Soy un gran admirador del Dalai Lama, lo cual tal vez no sea sorprendente dado que escribo libros y conduzco un pódcast sobre felicidad. Pero admito que mi relación con él es, en cierto sentido, difícil. Por un lado, su biografía es extraordinaria. A los 2 años fue reconocido como el líder espiritual y político del Tíbet y pronto demostró ser un adepto de la meditación y el estudio. A los 23 años, se vio obligado a exiliarse tras una invasión china. En lugar de desvanecerse en la irrelevancia, se convirtió en una figura global, reuniéndose con líderes mundiales, apareciendo en anuncios de Apple y manteniendo la causa tibetana en los titulares. Y todo ello sin dejar de predicar la compasión, incluso cuando el gobierno chino reprimía a su pueblo y profanaba su cultura. También utilizó su influencia y sus recursos para ayudar a catalizar una explosión de investigación científica sobre la meditación.

Por el otro, su defensa a ultranza de la bondad y la generosidad me provoca una especie de síndrome del impostor. El Dalai Lama es considerado la encarnación de una deidad budista de la compasión llamada Avalokiteshvara. Esta deidad tiene mil brazos, con un ojo en cada mano, que escudriña el mundo en busca de sufrimiento. En mis horas difíciles, a veces me siento como si yo también fuera un ser de mil brazos, salvo que los ojos de mis palmas solo buscan una gratificación egocéntrica.

Tal era el bagaje psíquico que llevaba a mi entrevista con el Dalai Lama. Sin embargo, durante nuestro encuentro, recordé que Su Santidad tenía una teoría que exponía con elegancia el falso binario entre egoísmo y desinterés. Lo llamó “egoísmo sabio”. De manera innata, todos tendemos a ser egoístas. Es natural y no hay por qué avergonzarse de ello. Pero, según él, un egoísmo verdaderamente ilustrado también significa reconocer que actuar con generosidad y altruismo nos hace más felices de lo que nos hace pensar solo en nosotros mismos.

El concepto de egoísmo sabio muestra que la línea que separa el interés propio del ajeno es porosa. Adam Grant, psicólogo organizacional de la Facultad Wharton de la Universidad de Pensilvania, tiene un término adecuado para la mezcla de altruismo y egoísmo: el ‘otroísmo’.

El Dalai Lama me dijo: “Pensar de un modo más compasivo es la mejor manera de beneficiarte a ti mismo”. Añadió que su propia práctica consistía en pensar en beneficiar a otras personas tanto como fuera posible. “¿El resultado? Obtengo beneficios”, exclamó, tras lo cual me sacó la lengua y soltó una de sus carcajadas características.

Luego se puso serio. “El altruismo no significa que uno se olvide por completo de sí mismo, ¡no!”.

Era exactamente lo que necesitaba oír, dada mi afición a la autocrítica. El egoísmo sabio no significa que no pueda tener mis propias ambiciones personales. Hace unos 2600 años, Buda mismo habló largo y tendido sobre lo que constituía un “medio de vida correcto”, uno que no perjudicara a otros seres y este enfoque no excluía el éxito material; algunos de los seguidores más leales de Buda eran ricos comerciantes.

Lo más importante que deben recordar las personas sabiamente ambiciosas es que los estados orientados a los demás, como el altruismo y la compasión (que pueden considerarse simplemente como nuestra capacidad innata de preocuparnos por los demás), nos sacan de los agotadores círculos viciosos de egocentrismo a los que tan a menudo nos empuja la sociedad moderna, con su énfasis en el individualismo, el consumismo y la frenética acumulación de “me gusta” en los selfis.

La investigación psicológica moderna sustenta la hipótesis del Dalai Lama. En su libro, “Dar y recibir”, Grant escribe que, en un contexto profesional, la gente generosa con su tiempo, pero que a la vez tiene en cuenta sus propios intereses suele ser la más exitosa de una organización. En parte, esto se debe a que la generosidad te hace más querido por tus compañeros de trabajo, en parte porque te hace más feliz y más lleno de energía. Se vuelve un círculo virtuoso: ser amable con los demás te hace más feliz, lo que te hace más amable, lo que te hace aún más feliz.

Así que si quieres practicar un mejor egoísmo, trabaja para cultivar una mentalidad compasiva. Las investigaciones sugieren que cualidades como la compasión y el altruismo no son valores predeterminados inalterables, sino habilidades que se pueden desarrollar. Aquí tienes cuatro estrategias para que tú también puedas acceder a ese círculo virtuoso.

PRUEBA LA MEDITACIÓN DE LA BONDAD AMOROSA

Siéntate en silencio, cierra los ojos y piensa en varias personas. Comienza con alguien fácil de amar, como una mascota o un niño. En cuanto tengas una imagen mental de ese ser, envíale en silencio cuatro tipos de pensamientos: que seas feliz; que estés a salvo; que tengas salud; que vivas a gusto. A continuación, piensa en ti mismo, en un mentor, en una persona neutral, en una persona difícil y, por último, en todos los seres del mundo. Aún están surgiendo investigaciones sobre esta práctica, pero los estudios han demostrado que la meditación de bondad amorosa puede aumentar los sentimientos de conexión social y disminuir la depresión. Se trata de un clásico ejemplo de egoísmo sabio: cultivas la capacidad de cuidar de los demás y te vuelves más sano y feliz en el proceso. Te sugiero que empieces poco a poco, de uno a cinco minutos algunos días a la semana y vayas avanzando.

Al principio, me resistía a este tipo de meditación porque, además de ser egoísta, también soy escéptico y nada sentimental. Pero una vez que la incorporé a mi práctica, me ayudó a tranquilizarme. La calidez y la compasión son omnidireccionales. No puedes excluirte.

Con el tiempo, la práctica de la bondad amorosa me ha hecho darme cuenta de que mi egoísmo está motivado por el miedo. En los viejos tiempos, solía volver al autodesprecio cada vez que, por ejemplo, me desconectaba de una conversación porque estaba revisando de manera compulsiva el lugar que ocupaba mi programa en la clasificación de pódcasts. Ahora, a veces puedo ver este tipo de egoísmo reflejo como un impulso natural, aunque no muy hábil. Es el organismo tratando de protegerse, pero no tengo por qué obedecerlo ciegamente. Tener una actitud más amistosa conmigo mismo también me ha ayudado a juzgar menos a los demás, lo que ha mejorado mis relaciones y me ha dado más felicidad.

HABLAR CON OTRAS PERSONAS

Concéntrate en aumentar la cantidad de interacciones positivas que tienes a lo largo del día, incluidos los extraños en una cafetería y en los elevadores. Los estudios han demostrado que estos “micromomentos” son un motivador poderoso felicidad. Esta práctica es un correctivo potente a la falta de conexión social que tantos de nosotros experimentamos.

Incluso antes de la pandemia de coronavirus, la soledad iba en aumento. Sabemos por las investigaciones psicológicas que la solidez de nuestras relaciones es quizá la variable más importante cuando se trata del florecimiento humano.

DEDICA TUS TAREAS COTIDIANAS A LOS DEMÁS

Antes de comenzar una actividad, tómate unos segundos para dedicar lo que vayas a hacer al beneficio de todos los seres. Lo digo en serio. Antes de cepillarte los dientes, dormir la siesta o comerte un sándwich, di para tus adentros algo como: estoy haciendo esto para poder estar fuerte y sano, no solo para mí mismo, sino para poder ser útil para las demás personas. Al igual que con la meditación de la bondad amorosa, al principio esto me costó un poco de trabajo, pero ahora lo considero una manera útil de elevar mis actividades cotidianas y activar mi altruismo latente. Así que, antes de hacer ejercicio o meditar, intento recordarme a mí mismo que lo hago no solo por razones egoístas, sino también para ser un padre, un marido y un compañero de trabajo más sano, feliz y útil. Y lo que es más importante, no hay problema si empiezas esta y todas las demás prácticas que he enumerado aquí con una intención egoísta. Es probable que tu motivación cambie con el tiempo.

APROVECHA LAS PEQUEÑAS OPORTUNIDADES DE SER GENEROSO

La ciencia nos dice que ser generosos beneficia al que da y al que recibe por igual. Imágenes obtenidas por resonancia magnética funcional muestran que ser generoso activa las mismas partes del cerebro que un postre. Esto se conoce como “la euforia del que ayuda”. Y el gesto no tiene por qué ser grandioso. No tienes que entrar corriendo a un edificio en llamas. Puede ser tan sencillo como abrirle la puerta a alguien, hacerle un cumplido o enviarle un mensaje de texto a alguien que está pasando por un momento difícil.

El cambio puede ser un proceso lento. Nuestro condicionamiento hacia el individualismo y el materialismo es muy profundo, por eso me resultó útil sentarme con el Dalai Lama y que me recordara el egoísmo sabio. Llevo años trabajando en estas habilidades y todavía se me olvidan y caigo en el acaparamiento y las consiguientes tandas de autocrítica. Pero con el tiempo, he aprendido a cambiar el rumbo hacia el altruismo.

Un ejemplo es este artículo que estás leyendo. Por supuesto, una parte de mí está motivada por el deseo de promocionar mi trabajo y que mi madre me vea en el New York Times. Pero otra parte de mí se siente motivada a compartir esta información porque sé, por las investigaciones y la experiencia personal, que es probable que mejore tu vida. He llegado a la conclusión de que no tiene nada de malo obtener placer de la gratificación egoísta, sobre todo cuando estimula el trabajo orientado a los demás. ¿Por qué el egoísmo y el desinterés no pueden coexistir en una doble hélice benéfica?

No se trata de alcanzar la perfección. Algunos días, tu brazo de Avalokiteshvara puede tener bursitis. En lugar de compararnos con el Dalai Lama, podemos utilizarlo como una estrella polar útil, un recordatorio de que todos podemos entrenar nuestras mentes para dar pasos marginales pero significativos. Incluso la gente como yo, que teme ser malvada sin remedio. E incluso tú. Las investigaciones sugieren que las personas compasivas y generosas son más felices, populares y exitosas. El concepto de egoísmo sabio muestra que la línea que separa el interés propio del ajeno es porosa. (Geoff McFetridge para The New York Times).