En el resguardo de las familias candomberas se asienta la tradición y el legado. Los Silva en C1080, los Suárez y Gularte en Integración, los Larraura en Yambo Kenia, los Paredes y Ramírez en Valores, solo por nombrar apellidos que heredan y traspasan el peso de sus historias y de su cultura, y que este año participan del concurso de Carnaval.

En algunos casos se los menciona como guardianes de toques madre; en otros, directamente con el sonido de un barrio, de una esquina, de una sangre.

Sarabanda cerró su participación en el concurso, una parte del Carnaval de las comparsas, pero no la única ni tampoco la más representativa, con el propósito de llevar el legado de los Pintos a lo más alto.

Además, este 2023 tiene la carga emotiva profunda de haber perdido a César Pintos, uno de los caciques sobrevivientes del viejo tiempo de los conventillos.

El sábado 14 de enero desfilamos (incluyo la primera persona en este plural) con Valores y junto a decenas de comparas en las Llamadas de Cordón en homenaje a sus lonjas, a su toque, a Sarabanda y especialmente a César Pintos, quien en la madrugada siguiente falleció.

Alfonso, su hijo, Pablo y Micaela, sus nietos, tienen ahora sobre sus hombros el legado del padre y abuelo.

En el Carnaval 2022 César subió al escenario con su piano. Este año, la comparsa puso el piano en el centro de la escena en la despedida.

El legado del viejo

“El año pasado lo teníamos al viejo actuando con nosotros, y este año ya no. No puedo contener la emoción, porque recuerdo que una de las últimas veces que hablamos le traté de dar ánimo, le dije que comiera y se recuperara porque siempre fue una persona fuerte. Lo veía que se apagaba como una velita. Pero sabía que mamá había fallecido hace unos años, y él estaba en plan: ya me tomé mis vinos, ya toqué los tambores, ya recorrí el mundo con el boxeo. ‘No quiero molestar’, me decía dos por tres. Pero unos momentos antes de fallecer me agarró la mano y me dijo: ‘Sacala bien a la comparsa’. Me estaba diciendo que ya se iba, y eso me partió el corazón y me va a quedar de por vida”.

Alfonso acababa de bajar del Teatro de Verano envuelto en una montaña rusa de emociones.

Su padre le había pasado la posta y esa primera ronda era su primera jornada como cacique de la comparsa.

Pablo y Micaela pasaron a encargarse de la cuerda de tambores y del cuerpo de baile, respectivamente, pero todos se encargan de todo cuando, al comienzo de cada día, hay que poner a Sarabanda en la calle.

“Somos cuatro hermanos y todos tenemos la misma responsabilidad, pero ahora estoy yo al frente de la comparsa. Si alguno de mis hermanos quiere sacar otra comparsa, también tienen su legado y sabiduría para hacerlo. Es lo mismo que los herederos de la familia Silva, que sacaron C1080 y ahora también Lonjas de Cuareim. En algún momento coincidieron con Morenada. Todos tienen el legado de Juan Ángel Silva, saben lo que hacen, son una familia grande y defienden la cultura”, explicó Alfonso Pintos.

“El legado de mi padre siempre fue ‘no golpeen el tambor, tóquenlo; hagan música y disfrútenlo’. Él nos pedía que hagamos ese sonido de piano de los años 50, y nosotros acá estamos, tratando de mantenerlo”, agregó.

De niños, los Pintos acompañaban a la comparsa por Gaboto hasta Uruguay, donde estaba el conventillo, y de ahí a la derecha hasta Tacuarembó, que había otro conventillo. Luego seguían hasta Isla de Flores y se reunían con la cuerda de tambores de la familia Rosa.

“Ahí estaba mi tía, Mirta Pintos, con un montón de tambores. Yo tenía cinco años y me ligaba algunos palazos porque correteaba entre medio de la cuerda”, recuerda Alfonso.

César y Pablo Pintos. Foto: cedida a Montevideo Portal

César y Pablo Pintos. Foto: cedida a Montevideo Portal

El tambor familiar

Los Pintos tocaban los tres tambores, pero como eran de físico grande, Aquiles (tío de Alfonso) y César se dedicaron al piano.

“Papá tocaba más el bombo que el piano. El piano lo tocaba mi tío, que antes tocó repique durante muchos años. Mi padre iba a base de bombo, y mi tío a piano. El tambor que toco yo es el de mi padre. Está clavada la lonja, es el único de los que suben al Teatro de Verano que no tiene tensores. Lo dejo un rato en el parrillero de atrás del escenario y me lo alcanzan para el final de la actuación”, explica Alfonso.

El conventillo, mi casa

Gaboto era muy parecido al Mediomundo. “Entrabas al corredor largo, de unos 30 metros, y luego una pared con una canilla de la que todos los que vivían allí sacaban el agua que necesitaban, porque no había agua en cada pieza”, explica Alfonso.

Abajo estaban los baños, a la derecha había dos y a la izquierda otros dos, y a través de dos escaleras de hierro, con barandas de hierro, se llegaba hasta el piso más alto, en el que estaban las habitaciones donde vivían las diferentes familias.

“Era lindo, recuerdo que estuvo Alberto Castillo alguna vez de visita, que además fue a conocer los tres conventillos”, dice Alfonso Pintos, y agrega: “Se lo recuerda menos al conventillo de Gaboto respecto al Mediomundo, seguramente porque allá abajo, en Cuareim, había muchas más familias negras en Barrio Sur y Ansina que en Cordón, que éramos capaz que 15, y allá eran 200”.

Alfonso vivió el desalojo del conventillo del Cordón durante la dictadura. Él vivía en un predio lindero que pertenecía al conventillo, un espacio en el que en la parte alta había otras cuatro piezas, y abajo, pegado a su casa, estaba el almacén de Higinio.

“No me olvido más que Higinio sacaba como 120 damajuanas de 10 litros de vino San Ramón, que era de uva de verdad. Apilaban las damajuanas a medida que quedaban vacías. Yo era muy chico y no entendía mucho. De grande me di cuenta que se tomaba mucho”, recuerda.

“La dictadura le erró cuando quiso sacar los tambores de los conventillos porque hacían mucho barullo, como decían ellos. Lo que hicieron fue multiplicarlos por todos lados”, opina.

“Todo era muy sano, salíamos al día siguiente de las fiestas a tocar por el barrio. Había algún griterío, pero se tomaban unos vinos y todos quedaban abrazados de nuevo”, recuerda.

Dice Alfonso que a Pablo y Micaela les interesaba mucho más saber la historia del abuelo que la suya propia.

“Pablo sufrió mucho la pérdida de César. Por suerte le contó muchas cosas y le hablaba de personas que yo no conocí. Mi viejo te decía cómo formaban las cuerdas, el nombre de todos. Le contaba que salíamos con unas latitas de yerba, porque no teníamos tambores. Y volvían con sus monedas de pasar la gorra”, recuerda Alfonso.

Pablo, el jefe

Pablo Pintos es el jefe de cuerda de Sarabanda. Ya fuera del fútbol profesional, el exlateral derecho de Defensor Sporting, San Lorenzo, Tigre, Getafe, Kasimpasa de Turquía, entre otros, le dedica todo el amor y el tiempo a Sarabanda, comparsa con la que alguna vez tocó en Llamadas camuflado para no ser reconocido.

“Es un peso tremendo el legado de los Pintos en el candombe. Mi abuelo, con 90 años, iba a vernos a todos los espectáculos y me generaba una emoción que me resultaba incontrolable. Me entra un calor en el pecho por lo que significa para mí y para mi familia”, dice Pablo.

“No me olvido de dónde salí, de dónde nací. Hay mucha gente que me conoce porque jugué al fútbol y se piensa que por haber estado en Europa muchos años uno se olvida de las raíces. Decidí volver al barrio, volver con la gente, dejar de lado el tema del dinero y ese mundo medio vidrioso al que te hacen entrar más que nada por interés, y no hay nada real. Hoy por hoy estoy viviendo cosas reales, estoy rodeado de gente que me da afecto, y venir a tocar al Teatro de Verano es algo que me llena el alma. No tiene nada que ver con la profesión que tenía”, dice Pablo, contundente, y agrega: “Me costaba contarles a algunos compañeros en otros países lo que significa el candombe para mí. Logré varias metas económicas, pero más que nada para sustentar a mi familia y poder estar más tranquilo al día de hoy”.

El mundo real

A punto de cumplir 34 años, Pablo Pintos sabe que “se te arrima todo el mundo y quiere figurar contigo cuando te va bien”.

“Cuando tenía 17 o 18 años quería ir a bailar, salir con mi novia o ir a un cumpleaños. En ese momento estuvieron arriba mis viejos y me cortaron todo. No entendía por qué, pero me cortaron todo, y hoy estoy disfrutando al máximo porque tengo una hermosa familia y estoy disfrutando Carnaval”, repasa.

Pintos reconoce que en el ambiente del fútbol no le dan mucha pelota al candombe. “Una vez desfilé y me tuve que bañar tres veces antes de ir a entrenar al día siguiente porque estaba en equipos que no entendían lo que significaba para mí. Estaba re perseguido de que se dieran cuenta y que no me quedara purpurina. Pero no me importaba. Yo iba igual. La gente que me conoce bien sabe que mi vida es el candombe y va más allá de todo”, explica.

“Cuando estaba en San Lorenzo, en el momento de auge de mi carrera, eran las Llamadas y no tenía cómo llegar porque jugaba a las dos de la tarde y a las nueve era el desfile, y Sarabanda arrancaba nueve y media. Hice lo imposible y me tomé un avión, creo que llegué ocho y cuarto al aeropuerto, me tomé un taxi y me estaban esperando en el arranque de las Llamadas, en Barrio Sur. Me llevaron las alpargatas, el bombachudo y las medias. La gente no entendía nada. Era como ver a Nicolás de la Cruz ahora. Lo disfruté, y cuando terminó me volví para Argentina”, confiesa.

Cuando jugaba en el Kasimpasa, no solo miraba la comparsa por televisión, sino que mandaba desde allá las telas para vestir al conjunto. “Empecé a recorrer ferias de Estambul, hasta que un día me metí en una como los techitos verdes y entré en una casa que había una tela que hasta el día de hoy la tenemos. Es un dominó, que es de un color y cuando lo movés o lo tocás, cambia. Pensé: ‘Si mando esto para Uruguay, mata, ganamos’. Dicho y hecho. Compré no sé cuántos metros y mandé tres valijas para Montevideo. Ese año ganamos en el Teatro de Verano porque era algo que te partía los ojos, impresionante”, recuerda Pablo.

El barrio es todo

“Para mí el barrio es todo, es donde me crie y sigo ahí. El corazón está ahí, aunque me haya mudado. Logré acercar nuevamente a muchos tocadores del Cordón que ya no estaban, y todos los fines de semana saco la comparsa de Paysandú y Gaboto”, finalizó Pablo Pintos.

“Cae mucha responsabilidad sobre Pablo y sobre mí”, dice Micaela Pintos, hija de Alfonso, nieta de César, hermana de Pablo. “Todo el grupo está pendiente de nosotros, y me pone un poco nerviosa, pero la asumo con mucho placer”, agrega quien sobre el escenario en la Liguilla festejó sus 32 años.

“Estoy orgullosa de representar a Sarabanda y a mi abuelo, dejando bien parado su legado”, dice enfática quien está a cargo de las bailarinas, de los fichajes de los componentes, y de todo lo que pueda colaborar.

A los siete años subió por primera vez al Teatro de Verano con la comparsa de la familia. También ese año, cuando Sarabanda salía desde el Club Yaguarón, Micaela desfiló por primera vez en las Llamadas.

“Estela, la hija de Cocoa, el gramillero que salió muchos años con nosotros, tenía mi misma edad y también debutó ese año. Ese fue mi primer recuerdo. Ella dejó, pero yo sigo”, dice Micaela, quien recuerda a su abuelo, César, caminando a su lado en las Llamadas, yendo a todos los ensayos, y con quien se reunía a comer papas fritas y escuchar las historias familiares.

“Mi abuelo tenía tremenda memoria, y en este último tiempo en el que estaba en cama, pero muy consciente, con Pablo le preguntamos muchas cosas. Queríamos saber la historia de la comparsa. Le grabé charlas en video y se las regalé a mi padre. Mi abuelo nos contaba que eran cinco amigos que salieron a tocar los tambores y así fue creciendo la comparsa”, dice con emoción.

“Toda la familia está muy metida en la comparsa. Todos nos apoyamos mucho. El abuelo le dijo a mi padre ‘sacala bien’, y nosotros queremos que se sienta orgulloso de lo que estamos haciendo. El candombe es mi vida. Estoy en la comparsa, pero además durante el año doy talleres y, aunque a mí nadie me enseñó a bailar candombe, trato de transferir lo que he vivido. Intento regalarle a la gente lo que sé para que también se enamoren del candombe”, afirma Micaela, quien fue mama vieja hasta que un día le dieron la chance de bailar junto a Lola Acosta y Helen Larrañaga, entre otras grandes vedettes.

“A veces me dicen ‘ah, sos la vedette’, y no lo siento así. Lo hago porque me gusta y porque disfruto pegar cada pluma de mi traje, cada lentejuela. Me encanta la adrenalina de bailar delante de los tambores de mi comparsa. Amo escuchar el sonido de mi barrio, del Cordón. Es mi lugar en el mundo, tanto la comparsa, como el barrio”, finalizó Micaela.