Por The New York Times | Andrew Keh
Alyssa O’Reilly nunca había escuchado tanto silencio en un estadio deportivo como en el Paycor Stadium de Cincinnati el lunes 2 de enero, cuando Damar Hamlin de los Bills de Búfalo yacía inconsciente en el suelo.
O’Reilly, de 35 años, aficionada de los Bills de toda la vida, podía escuchar a la gente llorar en las gradas. Podía oírlos rezar. Estaba sentada cerca de un grupo de familiares y amigos de los jugadores, y se le revolvió el estómago cuando notó que el miedo ocupaba sus rostros. Su esposo, Randy, que estaba en casa viendo el partido por televisión con su hijo de 7 años, Finn, le contó que había sacado al niño de la habitación.
Lo más probable es que O’Reilly nunca deje de amar a la NFL, semana tras semana: contiene el drama interpersonal predefinido de los programas de telerrealidad y el encanto narrativo de una novela popular. Pero hay días, y ella lo sabe, en los que la NFL se siente más como una película de terror. El lunes fue uno de ellos, y un día después, O’Reilly seguía lidiando con la confusión emocional de apoyar con entusiasmo a atletas aunque sabe que los mismos están poniendo sus cuerpos en enorme riesgo.
“Me estremece”, afirmó O’Reilly el martes por la tarde. “Me hace contener la respiración. Siento que se van a romper en pedazos. Es aterrador”.
En la tarde del miércoles 4 de enero, los Bills de Búfalo declararon que Hamlin permanecía en estado crítico, “con señales de mejora notados ayer y durante la noche”, tras colapsar de manera repentina durante un partido televisado a nivel nacional el lunes 2 de enero contra los Bengalíes de Cincinnati. El equipo tenía planeado realizar una práctica sin derribos, el miércoles. A la NFL no le faltan las lesiones brutales, pero la naturaleza inquietante de la sufrida por Hamlin —el hecho de que haya sucedido tras un derribo en apariencia cotidiano, el modo en que se desplomó el jugador después de aparentar estar bien por un segundo, el haber visto a los otros jugadores de ambos equipos quebrándose emocionalmente— sacudió todos los niveles del fútbol americano.
Personas vinculadas con el deporte afirmaron que sentían parte de un trauma colectivo. Uno que obligó a los encargados de garantizar la seguridad de los jugadores a volver a mirarse en el espejo. Hizo que algunos aficionados reafirmaran su amor por el deporte y por la comunidad que lo rodea. Causó que otros revaluaran su apetito por la violencia inherente del fútbol americano. Fue el derrumbe de una cuarta pared que intenta mantener el juego, con todos sus riesgos físicos, en el ámbito del entretenimiento.
El día después del incidente, mientras los jugadores de la NFL continuaban publicando mensajes de apoyo en las redes sociales, algunos equipos cancelaron las conferencias de prensa programadas regularmente y decidieron que no era el momento de seguir como si nada hubiera pasado. Por otro lado, el entrenador de los Acereros de Pittsburgh, Mike Tomlin, luego de iniciar su propia rueda de prensa con un poderoso discurso sobre Hamlin, a quien conoce desde hace más de una década, les dijo a los periodistas que prefería hablar únicamente sobre el próximo partido.
“Le tengo mucho amor a ese muchacho”, afirmó Tomlin. “Tanto él como esa organización están en nuestras oraciones”. Cuando los reporteros intentaron hacerle preguntas sobre Hamlin, Tomlin agregó: “¿Alguien tiene alguna pregunta sobre el partido de esta semana?”.
En Hanover, Nuevo Hampshire, Buddy Teevens, entrenador jefe de fútbol americano en el Dartmouth College, le pidió al médico del equipo que se dirigiera a su personal en una reunión del 3 de enero por la mañana, la primera desde las vacaciones navideñas. Teevens pidió lo mismo para una reunión de jugadores esa noche. El incidente había perturbado a muchos de ellos y planteado todo tipo de dudas. Teevens pensó que lo mejor era abordar sus preocupaciones directamente.
“Era imposible ignorarlo”, afirmó Teevens, quien ha defendido la seguridad de los jugadores en el deporte. “Todos estaban pensando en eso, así que había que tener una conversación al respecto. La manera en que lo hago es solicitando opiniones y aportes, y para mí eso es algo catártico”. Roy McIntosh, de 70 años, aficionado de los Bengalíes que ha tenido abono de temporada desde 1988, estuvo en el estadio de los Bengalíes en 2017 cuando Ryan Shazier, un apoyador de los Acereros, sufrió una lesión en la columna que lo dejó temporalmente incapacitado para mover las piernas. McIntosh también estuvo en el estadio el 29 de septiembre, cuando el mariscal de campo de los Delfines de Miami, Tua Tagovailoa, tuvo que ser trasladado al hospital tras golpearse la cabeza violentamente contra el suelo.
Sin embargo, McIntosh aseguró que nunca había visto algo como lo del juego del lunes, con la preocupación por la vida de Hamlin, la suspensión del juego y la multitud saliendo del estadio casi en completo silencio.
“Hemos visto algunas cosas devastadoras y lesiones en los últimos 35 años, pero lo de anoche fue diferente”, afirmó. “El tiempo se detuvo”. Dobie Moser, director de la Organización Juvenil Católica, la cual gestiona programas deportivos que incluyen fútbol americano para Catholic Charities en Cleveland, ha reflexionado por mucho tiempo sobre cuál es la mejor manera de mantener protegidos a los jugadores jóvenes del programa.
La lesión de Hamlin, afirmó, se convirtió en un momento para detenerse a evaluar el progreso que la organización había tenido en la mejora de los protocolos de seguridad —muchos de ellos implementados en los últimos años para abordar la creciente inquietud en el fútbol americano juvenil— y en el desarrollo de la confianza entre los padres. Moser también tuvo una reunión de personal a primera hora, un día después del incidente.
“Fue desconcertante para la gente”, afirmó Moser sobre la lesión. “Estamos hablando de personas que han estado involucradas con los deportes entre 5 y 45 años y para cada una de ellas fue algo perturbador”.
O’Reilly contó que a menudo sentía un “gran conflicto” en cuanto a dejar que su hijo jugara fútbol americano algún día y admitió que era “un pensamiento aterrador”. Sin embargo, aseguró que tampoco podía imaginarse evitando que lo hiciera, siempre y cuando entendiera los riesgos. O’Reilly tiene una hija de 11 años que practica gimnasia y afirmó que es un deporte que tiene sus propios riesgos.
A raíz de la lesión de Hamlin, O’Reilly se detuvo a pensar si podía imaginar un día en el que dejara de ser aficionada al fútbol americano.
“A menos de que toda la liga colapsara, no lo puedo imaginar”, afirmó finalmente O’Reilly. “No puedo imaginar no amar el fútbol americano”.