Leonardo Padura es cubano y habanero de pura cepa. Vive desde siempre en el barrio de La Mantilla, un suburbio meridional, alejado de las playas y malecones que suelen ilustrar las postales de la capital cubana.
Escritor independiente, conquistó a mediados de los 90 la fama internacional gracias a sus novelas, especialmente las de género policial protagonizadas por Mario Conde, un investigador poco ortodoxo y que es, en cierta medida, una suerte de alter ego del propio autor.
Cuenta que décadas atrás tuvo sus más y sus menos con el gobierno cubano, situación que le provocó algún revolcón profesional. Hoy —asegura— es objeto de una política de silenciamiento dentro de la isla, donde su obra y las noticias sobre su carrera circulan mucho menos que en el exterior.
Esta semana, Padura estuvo en Uruguay para presentar su nueva novela, Personas decentes. Sobre dicha obra y otros asuntos —no todos literarios— dialogó con Montevideo Portal.
La de ayer y la de hoy
La nueva novela de Padura transcurre en dos momentos de relevancia histórica para su país. El primero de ellos es el año 2016, momento culminante de lo que —Barack Obama mediante— se llamó “el deshielo cubano”, y que hizo que muchos isleños abrigaran la esperanza de un giro político relevante.
En ese contexto, y con la policía local saturada por los preparativos para la visita del presidente estadounidense y la banda Rolling Stones, se produce el asesinato y mutilación de un antiguo represor de la “vieja guardia”, responsable décadas atrás de tenaces e injustas persecuciones contra artistas e intelectuales. Mario Conde, expolicía, es convocado para echar una mano en la investigación, pesquisa que abrirá puertas hacia un doloroso pasado reciente.
A esta línea argumental se suma una segunda, situada en La Habana de los años 1909 y 1910, que aborda la fascinante existencia de un personaje real de entonces, el acaudalado e influyente Alberto Yarini.
Elegante y refinado, Yarini fue un verdadero zar de la prostitución en aquellos tiempos, pero también un hombre carismático, con ambiciones políticas y un gran ascendente en las clases populares. En esa ciudad que aspiraba a convertirse en la Niza de América, los asesinatos de dos mujeres, brutalmente descuartizadas, sumarán tensión a la ya generada por la inminente llegada del cometa Halley, fenómeno que por entonces despertó temores apocalípticos en todo el mundo.
Separadas por más de un siglo y sin relación aparente, ambas historias revelarán insospechados vínculos.
El año de la ilusión
En cuanto a la elección del año 2016 como momento de la acción de su nueva obra, Padura explica que se trató de un momento único en la historia de Cuba en lo que va del siglo.
“Es un momento histórico en el que suceden en Cuba muchos acontecimientos. Es el punto culminante de una posible convivencia más civilizada con los Estados Unidos, y la llegada del presidente Obama (primera visita de un mandatario estadounidense a la isla desde 1928) marca el clímax”, explica.
En ese mismo año, y casi en seguidilla, se dieron otros sucesos que apuntaban hacia esa nueva convivencia.
“Vienen los Rolling Stones a Cuba a dar un concierto gratuito y multitudinario, viene Chanel a hacer un desfile, viene el equipo de Rápido y furioso a rodar parte de una película, vienen músicos a hacer videoclips”, enumera.
En esa especie de auge alentado por la posible apertura, los cubanos no se quedaron de brazos cruzados. Por el contrario, “la gente se mueve, se hacen negocios, abren restaurantes y hostales, transforman los viejos coches en descapotables para pasear turistas, se mueve el dinero”, cuenta, agregando que, más allá de esa movida comercial, también se produjeron “intercambios culturales, académicos, religiosos, deportivos”, como la firma de un acuerdo entre la Federación Cubana de Béisbol y las grandes ligas de ese deporte en el país norteamericano.
“Fue un momento en el que hubo esperanzas de que tantas cosas pudieran mejorar, pero se desvaneció muy pronto”, con la llegada de Donald Trump al poder.
“Su política fue desmontar todo lo hecho por Obama, incluidos los avances en la relación con Cuba”, lamenta Padura.
Generación oprimida
Tal como se lee líneas arriba, el factor desencadenante de la intervención de Mario Conde, el detective que protagoniza varias novelas del autor, es el homicidio de un elemento antaño dedicado a la represión. Se trata de Reynaldo Quevedo, un personaje ficticio que representa a ciertos funcionarios que se dedicaron a la persecución de artistas e intelectuales que, desde el punto de vista del régimen, reprobaban en conducta en el carné de calificaciones.
Eso ocurrió en los años 70 del pasado siglo, momento que se denominó como “quinquenio gris” o —todavía peor— “decenio negro”. Padura, a la sazón apenas un muchacho, no sufrió de manera directa esas persecuciones que significaron el ostracismo y la muerte civil de numerosos cubanos.
“Hay en Cuba una generación cultural que sufre mucho ese periodo, que es de dogmatización absoluta, de persecuciones”, recuerda.
Todo comenzó en el año 1971, cuando “hay un Congreso de Educación y Cultura en el que se dictan unas medidas llamadas ‘parámetros’, y el consiguiente ‘proceso de parametrización’. Los que no cumplieron con esos parámetros quedaron fuera del sistema”, rememora.
De ese modo, refiere el novelista, “son marginados muchos escritores, músicos, artistas plásticos, cineastas, profesores. Y todo por cuestiones como sospechas de homosexualidad, creencias religiosas, o pensamientos no totalmente acordes a lo que se esperaba en ese momento”.
En ese proceso fueron castigados “escritores como José Lezama lima y Virgilio Piñera, por decir dos nombres muy importantes de la cultura cubana. Ambos mueren en ese ostracismo, a fines de los 70”, refiere.
“Con el paso de los años esa política se alivió, pero no desapareció. Siempre ha habido una política restrictiva y fundada en principios de una mirada politizada con respecto a la creación artística, al comportamiento de los intelectuales. Eso se manifestó en formas de censura, de control, de preferencias de unos intelectuales sobre otros, y sigue así hasta hoy”, sostiene.
De la mano de Mario Conde
En sus novelas, Padura retrata la vida cotidiana en Cuba en general y en La Habana en particular, y lo hace incluyendo todas las luces y sombras que se presentan ante sus ojos. Tales narraciones le hubieran costado caro de haberlas publicado en la época antes descrita. Sin embargo, y a pesar de ese “alivio” al que hacía referencia, contar su verdad tampoco le salió del todo gratis.
“Yo me gradué en filología hispánica en 1980 y es en ese año cuando comienza mi carrera como escritor”, recuerda.
Por aquellos tiempos “comienzo a trabajar en una revista cultural, y en 1983 sufro uno de los coletazos de aquel periodo, porque me pasan de la revista a un periódico, a causa de mis presuntos problemas ideológicos”, relata.
En el año 1991 surgió la primera novela protagonizada por el detective Mario Conde, que fue publicada en México. En 1993 llegó Vientos de cuaresma, segunda novela de la serie de Conde, y que marcaría un hito en la carrera de Padura. “Esa novela, que tenía elementos bastante críticos, gana en Cuba el premio de la Unión de Escritores, lo que quiere decir que las cosas comenzaban a cambiar”.
En 1995, Padura obtuvo en España el premio Café Gijón, y desde entonces su trayectoria editorial transcurriría en la Madre Patria. “Mis libros salen de mi computadora en La Habana, directo a la de mis editores en Barcelona”, explica.
Vivir y escribir en Cuba
Si bien la literatura de Padura no es un libelo contrarrevolucionario, tampoco se aproxima en absoluto al discurso oficialista. En sus libros, el lector puede ver una Cuba muy real, algo que podría granjearle dificultades al autor, que —a diferencia de muchos de sus compatriotas— jamás se radicó fuera de la isla.
“Mi posición en Cuba es la de un escritor que vive ahí, un ciudadano que trata de ser una persona decente, que cumple con sus obligaciones y que cree tener los derechos de ciudadano en un país”, resume de carrerilla.
En cuanto a su profesión, recuerda que en 1996 se instituyó en Cuba la categoría de escritor independiente, en la que él está incluido desde entonces.
“Soy un escritor independiente y practico esa independencia respecto a cualquier política. Mi compromiso es con una realidad de la que hablo y de la que no soy responsable, porque no soy yo quien la crea, pero puedo asegurar algo: tal vez las verdades que digo en mis libros no sean las únicas posibles, porque la verdad es muy amplia y puede ser relativa, pero lo que sí es seguro es que en mis libros no hay ninguna mentira con respecto a Cuba. Ese es un elemento que me da una fuerza moral, porque no miento cuando hablo de la realidad cubana”, asevera.
Acerca de la difusión de su obra en su propio país, comenta que se dan situaciones paradójicas.
“Afortunadamente, casi todos mis libros se publican en Cuba. Se hacen pequeñas ediciones que hasta se han reeditado” y a veces “circulan de forma poco normal, pero lo hacen”. A modo de ejemplo, cuenta lo sucedido precisamente con Personas decentes, que “salió el 31 de agosto en España, y el 1º de setiembre ya estaba la versión pirata en sitios cubanos”. Asimismo, las singularidades de la industria cubana tampoco lo favorecen. En ese sentido, recuerda que la edición cubana de una de sus novelas está aplazada desde hace tres años por falta de papel.
Además de tales desventuras editoriales, el escritor lamenta un tangible ninguneo en su propia tierra. “Mi trabajo se publicita y difunde poco en Cuba. He ganado premios en el extranjero sin que en Cuba se dijera nada al respecto. Hay una invisibilización”, critica.
“Ser persona”
“... nada más de pensarlo, me vuelvo a sentir persona. En este país hasta eso a veces es difícil. Vamos a sentirnos personas... y vamos a comer como personas”.
La anterior oración es pronunciada por Mario Conde en un pasaje de la novela en el que planea aprovechar un dinero inesperado para invitar a almorzar a un par de personas queridas.
Para Padura, esa dificultad para ser persona mencionada por su personaje “es una realidad que se vive en Cuba en estos momentos”.
“Me han preguntado muchas veces a qué aspiro para el futuro de Cuba, yo digo que aspiro a que un médico pueda vivir dignamente de su salario, y con eso creo que sintetizo un poco la situación de los ciudadanos cubanos. Una persona que entrega su conocimiento para salvar la vida de los otros, creo que merece el mayor respeto y reconocimiento social”, afirma.
“Una doctora que trabaja en el hospital donde está el CTI más importante de La Habana comentaba en Facebook que su salario equivalía a 49 dólares al mes, y desde que escribió eso se devaluó a la mitad, ya deben ser unos 25 dólares. En un país donde una caja de cigarrillos cuesta entre 1 y 2 dólares, los médicos no pueden fumar, afortunadamente”, comenta con sarcasmo.
Un hombre parado en la esquina
En Personas decentes, el pesimismo de Mario Conde sobre una posible apertura en la isla contrasta con el entusiasmo de otros personajes que, ilusionados, sueñan con cambios largamente anhelados.
Interrogado acerca de si comparte la desencantada visión de su creación, Padura aclara que “Conde tiene la ventaja de ser un personaje literario que ve esa realidad desde la perspectiva del autor, que es alguien que ya vivió el final del proceso” y por esa razón “su pesimismo está justificado”.
“Conde mira la realidad desde la perspectiva de un hombre parado en una esquina de La Habana. Esa mirada, desde esa altura, es muy reveladora de lo que es la vida cubana, y es el modo en que yo utilizo a Conde para hacer esa crónica cercana de la realidad cubana contemporánea”, revela el escritor.
Lo que el mañana traerá
Consultado acerca de cómo se ve el futuro cubano desde esa esquina de La Habana en la que se para Mario Conde, su creador reconoce no ser capaz de hacer demasiados pronósticos.
“No lo sé, ese futuro es un gran signo de interrogación. En algún momento debe haber necesariamente grandes cambios, económicos, sociales y quizá políticos, porque la situación actual es muy tensa y dramática”. Para ilustrar semejante coyuntura, menciona las graves carencias de suministro eléctrico que el país afronta desde hace meses, y otros problemas que se arrastran desde antes.
“Hay escasez de alimentos, escasez de medicamentos y escasez de esperanza”, resume.
“Es muy difícil plantearse un panorama de futuro si no se producen determinadas transformaciones. Es un túnel a cuyo fin cuesta ver una luz”, concluye.