Hay historias que parecen tener un imperativo de ser contadas una y otra vez, y de diferentes formas. Ya sea por lo que el relato puede aportar a la sociedad o por lo que el recordar los hechos sucedidos puede hacer en la proyección del futuro. Y la historia de la tragedia ocurrida en los Andes, parece ser una de esas historias que jamás deben morir en el relato de la sociedad; en 1972, un avión uruguayo en el que viajaba un grupo de 45 personas, compuesto por jóvenes jugadores de rugby, sus amigos y parientes, se estrelló en la cordillera, dejando un saldo de 29 fallecidos y 72 días de una espera interminable en deseo de rescate.
El escritor Ignacio Martínez (1955, Montevideo) se subió a la aventura de contar esa historia pero, esta vez, enfocado en un público diferente al que se le suele dirigir el relato: los niños y los adolescentes. Con más de noventa títulos publicados, Martínez, junto al asesoramiento de Gochi Páez, se sumergió en el reto de contar la tragedia de los Andes para niños: Una vez en los Andes... 'Vengo de un avión que cayó en las montañas'.
Martínez dialogó con Montevideo Portal sobre los desafíos que le implicó tratar un hecho con aspectos tan violento y delicados, con la mira puesta en el público menudo.
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¿Cómo surgió el interés por la tragedia de los Andes?
En eso está Gochi Páez. Hacía mucho tiempo que ella estaba con la idea de un libro sobre esto. En alguna oportunidad le había surgido la necesidad de tener una versión para niños por algún trabajo en alguna escuela. La había llevado a alguna editorial que mucho no se había interesado, hasta que tomó contacto con Planeta y rápidamente percibieron la posibilidad de hacer un trabajo así; y en seguida apareció mi nombre como el candidato para meterle pluma al asunto. Entendí la propuesta y la asumí.
¿Cuál fue tu primera impresión cuando te propusieron tratar una historia con aspectos tan fuertes, con momentos violentos, pero enfocada para niños?
Un desafío. Yo tengo varios libros que tienen que ver con hechos históricos y que son tanto o más violentos que esto. No me sentía ajeno a tratar de meterme en tema de estos, pero por supuesto hice dos cosas: por un lado, meterme a estudiar de nuevo, recordar lo que viví, yo tenía 17 años cuando ocurrió todo, soy de la generación de esta gente; y me puse a leer, me ayudó muchísimo el último libro de Fernando Parrado, porque cronológicamente está muy bien narrado, y yo necesitaba ver muy bien la secuencia de esos 72 días. A partir de eso me planteé varios temas: cuáles serían las columnas centrales de la trama, y allí tomé el momento del accidente, la primera noche y los momentos inmediatos de cómo sobrevivir, la primera avalancha de nieve, la forma de sobrevivir, incluyendo las formas alimentarias, el desafío de quedarse a esperar o salir a buscar, algo que fue entre la vida y la muerte. Esos fueron los grandes pilares que fueron armando la historia, en el marco de los hilos que fueron atravesando toda la trama, como la solidaridad, las dudas, el trabajo colectivo pero al mismo tiempo los niveles de individualismo, los desafíos, las contradicciones, las enfermedades; todo eso fue armando el esqueleto de la narración. El desafío estaba en encontrar la palabra justa, para ubicarla en la oración exacta, que tuviera un gran respeto por los 45 protagonistas, los vivos y los muertos, y una inmensa ternura; buscar la poesía por sobre todas las cosas, no hacer poesía, pero sí un lenguaje poético.
Hay momentos en los que queda clara esa poesía. Por ejemplo, estás hablando de la caída del avión y con decir "el avión apoyó su barriga" ya cambiás el tono de los hechos...
Es que esa poesía, esa ternura va acercando el libro al niño, no le genera estridencias y mantiene el respeto, y muchas veces te acerca mucho más a la realidad. Cuando tienen que tomar esa decisión tremenda de "cómo vivimos", se plantean: "Bueno, necesitamos proteínas y minerales, eso es lo que nos da la vida. ¿Sabés dónde está la vida? Ahí", y señalan el montículo que habían preparado para los que ya no estaban. Y suficiente. No hay más que decir.
Contabas que cuando te enfrentaste a este trabajo te pusiste a investigar y recordar, ¿hablaste con alguno de los protagonistas?
No, en ningún momento. No tuve ningún contacto con ellos. No tengo una relación personal. Gochi, a quien yo no conocía, fue el nexo. Ella tiene un fluidísimo contacto con los sobrevivientes y sus familias. Lo que yo pedía era que ellos manifestaran sus puntos de vista, porque yo estoy habilitado a escribir sobre cualquier hecho histórico, pero, en este caso en particular, con mis connacionales tan cerca, me parecía importante su aval; no el permiso, un "dale para adelante". Y eso fue lo que pasó. Ella consiguió algunas de las expresiones de los familiares y están en las primeras páginas. Y la que más me conmovió era la que yo más necesitaba, que era la de la familia de Javier Methol, que en dos líneas dice lo que yo quería que dijeran. Tenía que resolver cómo narrar el libro, que está narrado en dos tiempos. Por un lado está el personaje, que es Javier, que lo va contando "hoy". Y por otro lado estoy yo como escritor, que voy contando cómo se van sucediendo las cosas en el 1972. Por la presencia tan fuerte de Javier, era importante que contara con un aval expreso, porque Javier murió el año pasado, siendo un señor mayor.
¿Por qué elegiste la voz de Javier para contar la historia?
Me parecía que en la medida de que la idea es contar la historia para niños, por qué no llevar a uno de los propios sobrevivientes, ya abuelo, contando la historia para sus propios nietos. Y ese fue un mecanismo que me dio mucha utilidad, mucha soltura para la narración. Incluso cuando habla de su esposa, Liliana, que muere en la primera avalancha, era importante que lo contara desde ahora. Esto no es un libro de historia, no es una crónica de un hecho acontecido, sino que es una novela para niños y jóvenes, basado en un hecho real, y por lo tanto hay mucho de ficción.
¿Cuál fue el criterio para saber cuánto poner de ficción y cuánto de realidad?
Por ejemplo, el hecho de que caminaran por los Andes es una realidad, pero la forma en la que lo hicieron, o lo que sintieron, o lo que pensaron, qué vieron, eso va por cuenta mía en la descripción que voy haciendo. En un momento aparece ese "hilito de agua" que ellos ven y ahí sienten que ahí está la vida. Y esa agua que se terminó convirtiendo en un río enorme es parte de la narración, y que tiene que ver con mi idea de los sucesos. Borges decía que a veces la historia es un montón de cosas que los libros no dicen. Y es eso, es imaginarse qué sentían, cómo estaban, cómo se miraban.
Vos tenías 17 años cuando pasó todo. ¿Cuánto te afectó volver a tocar el tema ?
Hay un nivel profesional que uno tiene como para abordar incluso los temas más tremendos. De todas maneras, confieso que yo vivo lo que escribo y escribo lo que vivo, de manera que lloré y vibré con lo que iba escribiendo. En algún momento cuando releí y me conmoví dije: "Bueno, quizás algún lector también se conmueva"; esto debe quedar, tiene que estar. Lo mismo con algún momento en el que me sonreí. Obvié algunas cosas que me parecen tremendas, como por ejemplo el garrón que se comen los que viajan por el simple hecho de aprovechar el chárter, y se mueren. Eso estaba fuera del contexto, eran hechos más puntuales. O aspectos más de discusiones. Tampoco es una novela psicoanalítica. Me parecía interesante verlo como grupo, y obviamente que hay personajes que se destacan más que otros.
Hay momentos del libro que hacen acordar a El hombre en busca del sentido, de Viktor Frankl, porque tiene ciertos aspectos más filosóficos, para pensar. ¿Aconsejás una lectura acompañada por los padres?
No sé. Ahí dependerá de cada lector, de con qué voracidad lee, con qué capacidad de entendimiento. La literatura es un arte; que el niño agarre lo que le entre por sus ojitos. Es como quien ve una pintura: no tiene por qué saber de cromatismos. Que sienta. Y lo que dijiste tú, eso de "me hizo acordar", "me hizo pensar". Creo que sería maravilloso si el lector en la última página se queda pensando en lo que le dejó el libro.
Cuando te enfrentaste a la historia como escritor, ¿hubo algún momento en el que dijiste "pah, cómo voy a encarar esto"? ¿Pensaste en obviar algún tema?
Hay una primera parte de creación, en la que no pienso ni en los puntos ni en las comas. Y ahí salió un primer original, que lo descarté, después un segundo original, que también lo descarté, y por último salió el que podemos leer. Hay una lectura que tiene varias partes; una técnica, y otra sobre los significados de las cosas. Si esto termina siendo leído en clase, en grupos familiares, donde quiera que sea, encantado. Y si de esto se saca ese valor de la solidaridad, del empeño, de que la vida vale mucho más que cualquier otra cosa, y que la estamos reventando todos los días, y un mensaje para ese niño que está creciendo: ¡por favor, no la revientes! Ojalá que así se entienda.
En el capítulo Decisión trascendental llega el tema de la alimentación...
Empieza con una frase categórica: Todos habían pensado sobre el tema. Y es así. Alguien dice en el libro que "no es una decisión fácil" y otro le responde "nada de lo que hagamos lo será, sí es una decisión trascendental". Hasta que en un momento aparece esa parte más poética: La noche llegó, afuera, la espléndida luna iluminó con su color plateado la nieve, que entre grietas, barrancas, picos, pendientes y riscos, mezclaba su claridad con tonos celestes y grises, o definitivamente negros, marrones y ocres. Solo las cumbres blancas parecían suspendidas en la altura, colgadas del cielo nocturno estrellado. [...] En la intemperie, a pocos metros del fuselaje, la luna también dejó ver el improvisado cementerio congelado, tapado por la nieve. Esa es la metáfora. No voy a usar otras palabras porque no las preciso. La poesía puede dar más claridad que una frase tajante y brutal. Y no tengo ninguna censura con respecto a lo que sucedió; al contrario, los aplaudo. Porque creo en la vida y, por lo tanto, feliz de mí si algún día yo, fuera ya de mi existencia, puedo servirte para algo.
Hay una figura que se repite en varios momentos del libro; la figura de un pájaro, de un cóndor, que aparece en diferentes momentos. Teniendo esta oportunidad de hablar con el autor de la obra y pudiendo saber de primera mano "qué quiso transmitir" con una imagen que aparece en pasajes que parecen muy significativos, te pregunto, ¿qué significa para vos ese cóndor?
Es el único animal que aparece en la historia. Es la vida. Es el "miren que es posible". El recurso lo he usado en otras obras, no en pájaros, pero sí en una especie de muletilla literaria como para que vaya marcando algo. Es una presencia subliminal, que aparece dos o tres veces, como un complemento más de la metáfora de la vida. Ahí no hay nada, a 4.200 metros y en octubre no hay nada; solo nieve, cielo y frío. Que en ese lugar aparezca un ave, para una persona que está ahí condenada a morir o conviviendo con la muerte a cada minuto, creo que es un halo de esperanza. Para que el lector, si la siente, se agarra un poquito de eso. Es como en el "Relato de un náufrago", de Gabriel García Márquez, cuando ve la primer ramita flotando y aparece una gaviota. Solo se puede pensar: "¡Si está esto acá, voy a vivir! Hay tierra cerca".
Sebastián Rodríguez | Montevideo Portal
[email protected] | @sebarodriguez_
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