Por The New York Times | Vanessa Friedman
Ah, la piel. Durante las últimas cuatro semanas, ha estado por doquier en el mundo de la moda: las tetas por un lado, las tetas por debajo, las nalgas, el ombligo, los pezones, los huesos de la cadera, las costillas superiores, la totalidad de la espalda (desde el cráneo hasta la base de la columna vertebral), una auténtica bonanza de partes del cuerpo, sin ropa, con recortes y a la vista de todos en las pasarelas de Nueva York, Londres, Milán y París. La piel, apenas cubierta por tirantes y briznas de encaje, volando libre bajo telas de malla y mezclilla deshilachada, es la memoria deconstruida de la ropa interior descarriada, y esta primavera la verás en tu acera más cercana.
Hace un año, cuando las prendas de vestir comenzaron a desaparecer, se dijo mucho de la libertad pospandémica y de cómo esta oleada de desnudez pública simplemente era la expresión del anhelo reprimido de contacto social y de un deseo por sentir la brisa en la piel. Sin embargo, cada vez está más claro que este tipo de exhibición física —la corporeidad desparpajada, irrestricta y pura— es la expresión más cruda de una conversación nueva sobre el cuerpo y la ropa.
En las pasarelas de la primavera de 2023 hubo un 333 por ciento más de faldas de talle bajo y un 78 por ciento más de pantalones de talle bajo que en la misma temporada de hace un año (la cual a su vez fue anunciada como la más encuerada de los últimos tiempos), con un 15 por ciento más de lencería visible y un 10 por ciento más de prendas transparentes, según Alexandra Van Houtte, fundadora de Tagwalk, un motor de búsqueda de moda.
Incluso en una industria que desde hace mucho tiempo convierte la provocación en un fetiche, y en la que desvestirse es parte del ciclo histórico de toda vestimenta, estas cifras son sorprendentes.
Algunas cosas eran familiares, por ejemplo, la corsetería y las fajas de vendas entreabiertas. En parte, la tendencia estaba relacionada con la nostalgia por el Y2K que estaba en boga en TikTok, con sus ombligueras de antaño y sus pantalones de talle bajo. También se debió a una mentalidad de: “A ver, es que estamos en verano”. Pero más bien se sintió como un fenómeno distinto.
Más que una estética, afirmó Valerie Steele, directora del museo del Fashion Institute of Technology, quizá sea “ideológico”.
Cinco años después del explosivo momento del #MeToo, en las postrimerías de la anulación de la sentencia del caso Roe contra Wade, el tema de los cuerpos de las mujeres, cómo se ven —y quién decide exactamente cuánto de ellos se ve— tiene cada vez más potencia política.
El derecho a exponernos
“Hay una historia muy larga de mujeres que reclaman su propia sexualidad a través de la ropa sexi”, comentó Einav Rabinovitch-Fox, autora de “Dressed for Freedom: The Fashionable Politics of American Feminism” y profesora de Historia en la Universidad Case Western Reserve. “Se remonta a los años veinte, cuando las jóvenes empezaron a enseñar las piernas. Pero lo que está pasando ahora es un poco diferente”.
No es incitación. Los viejos adjetivos como “sensual”, “seductor” y “romántico” no aplican. No tiene que ver con “la mirada masculina”, como lo expresó Sarah Burton antes de su desfile para Alexander McQueen en Londres este octubre.
Tampoco, añadió Rabinovitch-Fox, se trata “del cuerpo femenino, necesariamente. Es solo sobre el cuerpo. Se trata de: ‘Tengo derecho a exhibirme de la manera en que yo quiera’”.
En efecto, el tema de los “derechos” corporales surge una y otra vez cuando los diseñadores hablan de la nueva desnudez.
En Prabal Gurung, Ella Emhoff, hijastra de la vicepresidenta Kamala Harris, desfiló con una minifalda negra que parecía más bien un pañuelo a la cadera y una especie de mascada de chifón verde menta anudada al cuello como un rosetón, con los dos extremos colgando para cubrir cada seno y luego ondear por detrás, al menos en teoría. En la práctica, un seno quedaba al aire. Emhoff ni siquiera parpadeó. Tampoco se ajustó la “blusa”.
Según Zoe Latta, fundadora de Eckhaus Latta, una modelo se probó un vestido de malla totalmente transparente que iba a llevar en el desfile y fue su idea no usar ropa interior debajo. Tal vez, dijo Mike Eckhaus, cofundador de la marca, eso se debió a que “la forma en que jugamos con el atractivo sexual no pretende realzar el cuerpo. Se trata de tener el control de tu identidad”.
Los diseñadores que están a la vanguardia suelen ser jóvenes e independientes y no se suscriben a las viejas ortodoxias del sistema. (En su mayoría, también son estadounidenses). Hablan de comunidad y les rehúyen a los modelos tradicionales de las pasarelas, optando por sus propias amistades, cuyos cuerpos no se ajustan a ninguna norma concreta de edad o medida, ni siquiera de género. Su corporalidad es más del tipo de Lucien Freud que de Jessica Rabbit.
La moda se presenta a menudo como una herramienta de transformación, para moldear y remodelar la carne en una nueva forma, lo cual implica que el original no está a la altura. Pero al mismo tiempo se postula como una especie de armadura que transmite fuerza y confianza mediante una cubierta protectora: hombros gigantes, chamarras exageradas, pantalones, maxifaldas y a veces incluso pecheras metálicas.
El nuevo vestir nudista subvierte ambos cánones, sugiriendo que la exhibición no equivale a vulnerabilidad sino a fuerza, y que el cuerpo, tal y como es, es perfecto. Al revelar lo que Steele llama “piel desconocida” o “piel en movimiento” —pliegues y partes del cuerpo que por tradición no se ofrecen para el consumo público—, estas prendas sacan a los espectadores de su zona de confort y desafían las convenciones vigentes. Es algo absolutamente procaz. ¿Para placer de quién?
“A lo largo de la historia ha habido muchos diseñadores interesados en la alteración y vestir a la persona como si fuera un lienzo en blanco”, sostuvo Latta. “Usar la ropa para hacer que el cuerpo se viera de una cierta manera para el placer del prójimo”.
Según ella, la intención de esta nueva desnudez no es provocar placer a los ojos del otro, sino un placer personal.
Es el momento anti-Ángel de Victoria’s Secret por antonomasia: el anverso de las ropas que exigen que te prives de comida o que te ejercites hasta el cansancio o que ocultes la verdad de ti mismo para encajar en la fantasía de otra persona. (Por supuesto, ni siquiera Victoria’s Secret es ya tan Victoria’s Secret, pues ha cambiado los ángeles por la inclusividad, y por una ropa interior menos llamativa y estrafalaria). “Aceptar quiénes somos y no preocuparse del ‘qué dirán’ ha sido un tema y tendencia relevante”, dijo Van Houtte de Tagwalk.
Eso suena como un momento de liberación genuina, tanto física como psicológica, excepto que, como señala Steele, de FIT, todo el mundo es siempre “sujeto y objeto, y ser una persona corpórea implica que nunca puedes controlar lo que la gente piensa de ti”.
Ella, por su parte, no está del todo convencida de que el movimiento para recuperar el cuerpo vaya a durar. Históricamente, como ocurre con casi todo lo relacionado con la moda, para cada acción hay una reacción igual y opuesta. La década de 1920 condujo a la estructura y las hombreras de la Segunda Guerra Mundial; los años sesenta, a los trajes sastre de los ochenta.
“A lo largo de la historia”, explicó Steele, “no hay ninguna cultura que esté 100 por ciento desnuda o que no se interese por la moda. Incluso en una playa nudista, la gente lleva lentes de sol y protección solar. La literatura antropológica está llena de tribus que lucen abalorios y pintura facial aunque no lleven ropa”.
Incluso ahora, continuó, “no estamos para nada tan desnudos como podríamos estarlo”. A su manera, el acto de (des)vestirse te tiene cubierto. Una modelo presenta un ‘look’ en el desfile de Collina Strada en Nueva York, el 9 de septiembre de 2022. (Dolly Faibyshev/The New York Times)