Ocurrió en Portugal a mediados del siglo pasado y fue dada a la luz esta semana por la periodista Rita Ferreira en las páginas del periódico lisboeta Diário de Notícias, medio del que la traducimos y reproducimos.
Era raro que Antonio estuviera en la peluquería, pero justo el día en que llegaron los clavos, él estaba ahí. “¿Clavos para qué?”, le preguntó a Teresa, que, interrumpiendo el peinado que le hacía a una clienta, con el peine y el aliento detenidos, buscó una respuesta rápida y que no generara sospechas. “Son para Joaquín”, dijo mientras sudaba como testigo falso. António Coelho Lucas le creyó, guardó los clavos y siguió con sus asuntos.
Dentro del Salón de las Artes, en la Avenida D. Carlos I, en Lisboa, Teresa Lucas respiró aliviada. Su marido no había sospechado nada y ella podía seguir adelante con su plan secreto: construir la casa con la que Antonio soñaba —sin que él lo supiera— en A dos Cunhados, una pequeña aldea al noroeste de la capital portuguesa, donde tenía un terreno y donde quizá un día podrían vivir. Tal vez luego de que terminara la Segunda Guerra Mundial, ese conflicto por cuya causa había tenido que poner patas arriba la ciudad para conseguir algo tan sencillo como unos clavos.
Cuando se casaron, Teresa tenía solo 16 años y António era viudo. Ella era una mujer corpulenta, llena de energía y un tanto “explosiva”. Antonio era un hombre tranquilo, bastante pacato, celoso de sus obligaciones y puntual en grado sumo. “Trabajaba en la Imprenta Nacional y siempre llegaba cinco minutos antes de hora”, recuerda João Lucas, uno de sus nietos.
Además de peluquera, Teresa Lucas también era enfermera —la guerra lo hacía obligatorio—, y António, aparte de tener el ya mencionado empleo, era taxista. Ella alternaba los peinados a damas de la alta sociedad con la administración de inyecciones a enfermos. Él, luego de transportar personas por toda la ciudad y cumplir con su horario de oficina, subía al altillo del número 111 de la Avenida D. Carlos I, donde vivían junto a sus hijos, y se entretenía construyendo la maqueta de la casa de sus sueños, esa en la que esperaba vivir alguna vez, rodeado de hijos y nietos y lejos de la agitación de la ciudad.
“Recuerdo estar en el ático y jugar con ella. Estaba ahí, en medio de un montón de cosas polvorientas. Las paredes eran de madera, el techo de cartón corrugado y las ventanas de celofán. Ya estaba medio podrida, pero tenía muchos detalles”, recuerda João Lucas, quien supo de la historia de la casa de la familia a través de su padre, Juvenal Lucas, hijo de los protagonistas.
Mientras António perfeccionaba la maqueta, la casa verdadera se iba alzando a unos 50 kilómetros de Lisboa. Teresa había reunido algo de dinero sin decirle nada a su marido, de quien se dice que era un tanto avaro y jamás habría consentido la “locura” que llevaba adelante su esposa. Además, ella contaba con la complicidad de varios parientes que vivían en A dos Cunhados. Ambos solían visitar el pueblo, viajando en ómnibus o en el taxi de António, en un recorrido que en aquella época llevaba mucho más tiempo que hoy. Sin embargo, durante el proceso de construcción de la casa, Teresa mantuvo a su esposo bien lejos del lugar y continuó operando a escondidas.
Hoy nadie recuerda con exactitud cuándo la casa quedó terminada, solamente es seguro que fue antes de que finalizara la guerra. Tenía paredes de adobe, tejas francesas, bonitas ventanas de madera pintadas de blanco, y una escalinata de acceso que se prolongaba a izquierda y derecha de la puerta principal. El piso de abajo era una bodega y en el de arriba estaban la cocina, la sala de estar y los tres dormitorios, uno para la pareja y otro para cada uno de sus hijos. Originalmente la finca era color rosa viejo, el mismo que tenía la maqueta. Actualmente es verde, y ya nadie sabe quién le cambió el color.
La alfombra de romero y la gran sorpresa
Semejante obra no podía ser presentada a su involuntario diseñador así como así. Terminada la construcción, Teresa Lucas comenzó a organizar el gran día. Compró los boletos de bus, envió a sus hijos primero a modo de heraldos e hizo avisar a toda la aldea. Cuando el bus arribó a la plaza del pueblo, António comenzó a notar que algo extraño sucedía.
Desde la plaza, una alfombra de junco y romero subía calle arriba, y estaba flanqueada por todos los vecinos del lugar. La pareja salió del ómnibus del brazo, como novios caminando por la nave de una iglesia, y recibían aplausos y vivas de todos los presentes. El corazón de António latía cada vez más fuerte, y si bien nadie puede dar testimonio de la sonrisa de Teresa, seguramente era la más amplia y radiante. Una vez superado el repecho, António la vio. La casa que él había construido en su altillo estaba allí, en pie, idéntica a la maqueta. En cada una de las ventanas saludaban sus hijos. Juvenal en la izquierda y José, el mayor, en la derecha.
António no soportó la emoción y cayó desmayado a los pies de su esposa. Súbitamente se hizo un silencio mortal. Si bien estaba asustada, Teresa reaccionó rápido porque iba preparada. Conocía a su marido y sabía que su corazón era frágil. Abrió su maletín de enfermera, tomó una jeringa y aplicó de inmediato una dosis de adrenalina, que afortunadamente hizo el efecto esperado.
Regresó el homenajeado al mundo de los vivos y la fiesta regresó a A dos Cunhados. António y Teresa finalmente dejaron Lisboa y se mudaron a su nueva casa de jardines frondosos y amplio terreno. Con el tiempo, sus hijos se fueron del hogar y formaron sus propias familias. José se casó y tuvo dos hijos, Juvenalinho y José. Este último tuvo a su vez tres hijos. Juvenal también se casó y tuvo a Pedro, Paula y João. Los dos más pequeños tuvieron a su vez a Rita, Miguel, Rafael y Thiago.
João llegó a conocer a sus abuelos, pero no recuerda que ellos le hayan contado la historia de la casa. Fue su padre, Juvenal, quien un día le explicó el origen de aquella maqueta con la que jugaba, y que terminó por desaparecer en una de las limpiezas del altillo realizadas luego de la muerte de los abuelos.
“Cuando mi padre me contó la historia de la casa lo hizo casi como si fuera algo común, no valoraba demasiado aquel hecho, pero después de que comencé a hacer preguntas me lo contó todo de una forma más completa. Se acordaba de muchas cosas”.
Hoy la casa es habitada por Rita y Miguel, bisnietos de António y Teresa y sobrinos de João Lucas. Está un poco deteriorada, necesita de mantenimiento y de mucho trabajo de limpieza por los tantos objetos que se van escondiendo en los recovecos de una casa todavía llena de secretos. La cocina original, situada en el primer piso, ya no está en uso. Allí hay un enorme armario empotrado desde el techo al suelo y con tres grandes puertas. En una hay sartenes y ollas, en la otra debería haber provisiones, pero la tercera oculta una escalera. Por ella se llega al altillo, el lugar donde João, todavía niño, encontró aquella maqueta. Una casita con paredes de madera, cartón corrugado y ventanas de celofán. La misma casa donde estaba jugando.
Leé aquí el reportaje original en portugués
Acerca de los comentarios
Hemos reformulado nuestra manera de mostrar comentarios, agregando tecnología de forma de que cada lector pueda decidir qué comentarios se le mostrarán en base a la valoración que tengan estos por parte de la comunidad. AMPLIAREsto es para poder mejorar el intercambio entre los usuarios y que sea un lugar que respete las normas de convivencia.
A su vez, habilitamos la casilla [email protected], para que los lectores puedan reportar comentarios que consideren fuera de lugar y que rompan las normas de convivencia.
Si querés leerlo hacé clic aquí[+]