Entre paredes cubiertas de libros en su apartamento cercano a la playa Malvín, la escritora Ida Vitale va y viene sin que sus 94 años le impidan buscar un título, servir el té o corregir en su computadora "Shakespeare Palace", la obra que espera publicar pronto.
"Yo vivía en la calle Shakespeare, en algo que era lo menos Palace del mundo. Era una casa ruinosa", dice en una entrevista con la AFP evocando la época que residió, entre las décadas de 1970 y 1980, en Anzures, un céntrico barrio de la capital mexicana.
La poeta, que recibirá el 24 de noviembre el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2018 en Guadalajara, ha incursionado en la poesía, la crítica literaria, el periodismo y la traducción.
Galardonada también con el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2015, es autora de "La luz de esta memoria", "Procura de lo imposible" y "Cada uno en su noche".
Frente a su laptop en una mesa llena de libros y notas, revisa ese texto en el que registró los años del exilio en los que tuvo contacto con la élite intelectual mexicana.
Cuando estaba a punto de viajar a México durante la dictadura, un día se topó con Mario Benedetti en Buenos Aires. "Cuidado porque ahí puede ocurrir que te encuentres con Octavio Paz. Ten cuidado", le advirtió él, según recuerda ahora divertida, al reconocer que en ese momento empezaron las "discrepancias ideológicas" con su compatriota.
"A mucha honra yo integraba al grupo de Octavio Paz", señala la escritora mientras lamenta que lo hayan encasillado en la derecha.
Vicios de la historia
A Ida Vitale no le gustan las etiquetas y se niega a meter en un solo molde a los integrantes de la "Generación del 45", en la que se le ubica junto con Idea Vilariño, Benedetti, José Pedro Díaz, Amanda Berenguer y otros.
"Es un vicio ya de la historia literaria juntar a la gente por generaciones", dice. La "generación no marca por su posición frente a la política" porque "eso no es tan importante desde el punto de vista literario".
La poeta recuerda con detalle la relación que tuvo con varios de estos escritores y con otros anteriores como Felisberto Hernández y Juan Carlos Onetti.
"Felisberto era muy lento, muy minucioso", dice, y aclara que le parecía "fascinante".
"Una vez vino a casa y dijo que iba a leernos un libro. Lo invitamos y después lo que nos leyó fue una página y media. ¡Había puesto cuatro meses en escribir eso!, él estaba muy entusiasmado", cuenta.
A Felisberto le gustaba irse a escribir a un sótano que tenía una ventana pequeña al fondo. "Era rarísimo, era un tipo que vivía con su mundo de antes, se cuidaba mucho de que influyeran en él", dice rodeada de viejas fotografías.
"A Onetti lo conocí mucho, tenía muy mala fama, pero era una persona muy íntegra", dice. Y recuerda que Felisberto y el autor de "Juntacadáveres" un día coincidieron en una comida en la que a ella se le deshicieron los ravioles.
"La experiencia de Gutenberg"
Los recuerdos la llevan hasta la casa de infancia donde creció en una familia culta y cosmopolita de Montevideo, más inclinada a las ciencias que a las letras. Creía que para sus padres escribir era "una perdedera de tiempo", entonces "escribía y borraba" a solas.
Se encontró dos veces con la poeta argentina Alfonsina Storni. "Me quedó un recuerdo inolvidable, tenía el pelo muy rubio, debía tener no sé si unos ojos muy claros u oscuros, pero muy luminosos".
"Nunca se sabe por qué uno lee un poema y se impresiona", dice sin mucha pretensión al reflexionar en sus motivaciones como poeta.
"No te puedo decir lo que era una motivación, leía bastante, más prosa que poesía. Donde el lenguaje brille, basta", indica la artista, que a los 12 años leyó "Guerra y Paz" de León Tolstói porque lo encontró en un estante de su casa que cada semana la ponían a limpiar.
El primer libro que publicó, "La luz de esta memoria" (1949), fue editado por La Galatea, un sello casero de los escritores José Pedro Díaz y Amanda Berenguer, una pareja de amigos con los que se reunían todos los domingos a imprimir los textos.
"Era hacer toda la experiencia de Gutenberg de meter las letras. Porque hacer una página nos llevaba una tarde entera incluyendo el té".
La noche empieza a caer e Ida sigue explicando cómo unían letra por letra en bloques de metal para formar frases. "Se atan bien y ahí se empiezan a probar las impresiones". Y también se explaya en la historia del papel, describiendo con detalle el cartoncillo, las hojas de arroz y las que se hacen con hilos de seda.
AFP / Leticia Pineda