Esta nueva, maravillosa película de Aki Kaurismäki es el mejor ejemplo del cine como refugio. Refugio literal. De todo el cine industrial, ruidoso, impersonal y formateado que abunda en salas y plataformas. Pero también refugio en un mundo caótico, frío, pospandémico, preelectoral, preapocalíptico (bueno, en algún momento va a suceder), marcado por el individualismo, la inmediatez y el fuego cruzado de las redes sociales y las guerras.
En el universo cinematográfico de Aki Kaurismäki, los seres solitarios se encuentran, se acompañan, se rescatan unos a otros. Se les interpone el azar, que les complica un poco la vida, pero de eso se trata en definitiva: de ver cómo sortean los obstáculos, casi siempre azarosos, que se les interponen en su camino. Está poblado de personajes increíbles, que podrían ser estereotipos si no estuviesen cargados de humanidad. Los diálogos y las situaciones están entre el absurdo y la melancolía, y podemos reírnos y emocionarnos de igual manera a lo largo de casi todo el relato.
El universo particular de esta película tiene su anclaje en el cine clásico, particularmente en el cine clásico de Hollywood que el director homenajea, no sólo en los afiches de esa sala de cine (una especie de Cinemateca nórdica) sino en la estructura del relato que remite a la fórmula más clásica de la comedia romántica: chico conoce chica, se enamoran, hay obstáculos, se desencuentran, terceros interceden, el destino les juega en contra, etcétera. ¿Acaso no remite a Algo para recordar esa serie de desencuentros que conspira contra una historia de amor que uno desea por todos los medios que funcione?
Porque ese es el otro gran mérito de Kaurismäki: no solo crea un universo con reglas propias, con situaciones y personajes encantadores que dialogan permanentemente con el cine de Jarmusch, los hermanos Coen, David Lynch y el propio Kaurismäki, un universo que parece suspendido en el tiempo, por más que haya celulares y los protagonistas vayan al cine a ver una película de 2019; sino que sus personajes generan una empatía inmediata en el espectador. Uno quiere que a Ansa y Holappa les vaya bien desde el minuto uno, que logren salir de sus vidas solitarias y apagadas y superar sus dificultades. Que lo intenten, que no se rindan, que encuentren su propio refugio en un mundo que parece haberse olvidado de ellos. Para ello cuenta con dos aliados esenciales en Alma Pöysti y Jussi Vatanen, dos intérpretes perfectos para su pareja protagónica.
Uno sale del cine feliz, agradecido, renovado en la esperanza de descubrir algo de belleza en este mundo. De nuevo, un refugio. Si tuviese que elegir una película para esperar el apocalipsis (zombi, climático, bélico o del tipo que sea) Hojas de otoño sería una perfecta candidata.