¿Cómo encarar la crítica de esta película? Esa pregunta que vino a mi mente a poco de prenderse las luces de la sala, hurgaba un poco contra mi voluntad entre las emociones y sensaciones encontradas que el documental de Juan y Facundo de León me habían provocado. Esas sensaciones no tenían relación con que si lo que había visto me había gustado o no, ya que tuve muy claro que la película tenía —tiene— sobradas virtudes, por lo tanto las dudas no partían desde ahí. Al seguirla pensando durante varios días caigo en la cuenta de que la razón de mis contradicciones estaba esencialmente en que me encontré con un trabajo totalmente distinto al que a priori esperaba.
Lo que había escuchado y lo que el tráiler que había visto mostraba era a un enfermo terminal con ELA (esclerosis lateral amiotrófica) que mantenía diálogos por Zoom con un médico y que, a poco de saber sobre su enfermedad en 2018, había hecho campaña por la legalización de la eutanasia. Con este panorama tendí a pensar de antemano - gran error – en una película que resultó todo lo contrario a lo que me había imaginado, quizás algo bastante común en esto de escribir sobre cine, el tema es que lo no habitual en películas de este tipo son la naturalidad y la honestidad en el planteo.
Fernando Sureda, el paciente, y Enric Benito, el oncólogo español especialista en cuidados paliativos, se contactaron por Zoom por primera vez el 20 de octubre de 2019. Durante 9 meses sostuvieron 11 horas de grabaciones por dicha aplicación e intercambiaron innumerables audios de WhatsApp y correos electrónicos. Luego de la muerte de Fernando ocurrida en setiembre de 2020, y siempre en contacto y en acuerdo con Benito, su familia decide hacerle llegar todo ese material a los directores que de inmediato cayeron en la cuenta de que estaban ante algo digno de hacerse conocer. Al principio pensaron en una serie, luego en varios formatos de película que no se concretaron hasta que llegaron a la conclusión de que lo mejor era presentar esas charlas por Zoom lo más despojadas posible. Y vaya que acertaron.
Al principio del contacto entre ellos, Fernando estaba muy enojado, y su casi único propósito era morir con ese enojo a cuestas. Enric ya de entrada no se compadeció de su estado y poco a poco fue logrando que ese Fernando tan enojado empezara a dejar salir un sentido del humor inteligente, realista que encontró en el médico una justa y deliciosa correspondencia; sentido del humor que fue la llave para que el vínculo entre médico y paciente descubriera una química tal que hasta sin estar frente a frente se llegara entre ellos a una genuina amistad; también para que los propósitos de Benito de que Fernando pudiera liberar su carga emocional, aceptando su dolor y soltando lo que no le favorecía, empezaran a dar sus frutos. Vale precisar que hablamos de un sentido del humor que respeta el tema que trata, a las personas y sus estados de ánimo, y que no es utilizado de exprofeso —como pasa seguido— para tratar de atenuar escenas dramáticas.
Este detalle va de la mano de otro elemento fundamental para que la película sea lo que es: la naturalidad que se respira y trasunta a cada momento. Seguramente el hecho de que esos diálogos de Fernando y su familia con Benito no estuvieran pensados para mostrar en una película tuvo gran incidencia para que la franqueza y la confianza se mostraran tal como se vivió en aquellos momentos. La efectiva y pensada hasta en su más mínimo detalle edición del propio Juan Ponce de León y de Guillermo Madeiro, así como la música de Luciano Supervielle, suman excelencia a la propuesta.
En síntesis, estamos ante una película llena de humanidad, que emociona sin golpes bajos, que hace reflexionar, que puede interpelar también y que habla de cómo aceptar lo mejor que se pueda ese hecho que nos iguala a todos. Por otra parte, es un ejemplo más del notable año del cine uruguayo en el rubro documental.