Fernando Canto está viviendo un Carnaval impensado. No solo porque fue aficionado de niño, sino porque su futuro parecía ligado al fútbol pero no a la actuación, y menos a interpretar sobre el Teatro de Verano guiones escritos por Horacio Rubino y el Gallego Vidal.
Sin embargo, pasadas dos rondas del concurso oficial, Canto se atreve a decir que Carnaval debería ser materia de práctica para los estudiantes de actuación, y si bien este es su primer año, tal vez no sea el último en la fiesta de Momo.
Como un niño chico al que le regalan un juguete, y pasado el susto inicial ante el desafío, Fernando está feliz por la oportunidad que le surgió casi de la nada, o al menos de forma impensada.
Llegó a jugar en la tercera de Peñarol en la época de Fernando Morena, fue transferido al Salernitana de Italia y, gracias a esa experiencia, logró salir de la ruina familiar haciéndose pasar por tano para vender ropa en Punta del Este.
El Carnaval desde arriba del escenario
“Soy un aficionado a Carnaval. Siempre me gustó, desde chico. Por más que trabajo en cine y teatro, siempre tenía la espina de al menos una temporada intentar vivir esta experiencia. El año pasado el Gallego Vidal me dijo que si tenía libre enero y febrero, y quería animarme, que me invitaba a Momosapiens. Y ahora puedo decir que luego de ensayar y de hacer las primeras semanas de tablado, creo que todos los actores deberían pasar por esto”, afirmó Canto unos minutos antes de subir por segunda vez al Teatro de Verano.
“Esto es admirable. Te dan un texto y te dicen esto es para mañana. Es hermoso”, dice entre risas.
“Estoy acostumbrado a otros tiempos, a otra forma de actuar y de preparar las obras. Estoy alucinado con este mundo. Los tablados son algo increíble. Tengo una alegría indescriptible. Vienen los niños a abrazarte, ves a los vecinos ahí, de al lado, disfrutando. Eso no tiene precio y me lleva a la época en la que iba de niño a los tablados que se armaban sobre tablas y tanques que los sostenían. Con mi viejo nos íbamos siguiendo a las murgas a marcha camión por las calles. Estoy fascinado y le estoy recomendando a mis compañeros actores que se sumen a vivir esta experiencia”, afirma con una tranquilidad absoluta, aunque falten 30 minutos para que aparezca sobre el Collazo.
“Al principio fue muy estresante, no puedo negarlo. Pero tengo a un capocómico con Cacho Denis por un lado, y a Paul Fernández por el otro, que me la hicieron fácil. Cacho me agarró el primer día y me dijo cómo eran los códigos. Me empezó a tirar piques, y lo que estoy aprendiendo de él es maravilloso. Además, es un tipo muy sencillo. Con la historia que tiene él en Carnaval, podría haberme dejado ahí a que me arreglara como pudiera. Sin embargo, está siempre en los detalles. Tiene un ángel tan increíble que en los tablados hace apenas un gesto y el público empieza a reírse. Son los capocómicos de verdad, como lo fue Pendota Meneses; tienen una escuela única. Son capaces de sacarte de la galera en un segundo algo que hace delirar. Esas cosas no se compran, se tienen por naturaleza”, afirma Canto.
Quien también lo apoyó en todo fue Paul Fernández. “Me saco el sombreco con él. Me dedicó pila de tiempo. Me explicaba todo, me decía cómo solucionar problemas de escena. Un crá”, dice.
Teatro y Carnaval, mundo paralelos pero cercanos
Hace 20 años que Fernando Canto es actor. Al teatro le sumó desde hace poco el cine, y sigue tomando cursos para complementar sus estudios iniciales con Julia Amoretti.
“Trabajo mucho con el cuerpo, y en el Carnaval está todo un poco más distante. En teatro te miro a los ojos, te hablo a vos. Acá es todo frontal. Yo no estoy en un mundo de competencias; sin embargo, acá te arengan cuando venís a concursar como si fueras a pelear contra alguien. Yo vengo de un mundo donde se analiza el texto, empezamos a ver cómo encarar los personajes y es todo más silencioso. Sin embargo, puedo decir que vine a probar un año de Carnaval pero ya quiero quedarme. Yo soy un pibe de barrio. Me crie en Jacinto Vera mirando a la Gran Clásica del Comba Insúa en el club Victoria”, explicó el actor que forma parte de Espacio Teatro.
Por otra parte, sumarse al equipo de Rubino y Vidal le ayudó mucho a entender el lenguaje carnavalero.
“En los ensayos me decían: ‘Mirá que estás diciendo el texto mal, tenés una palabra cambiada de lugar’. Y para mí era lo mismo, no cambiaba el significado. Y ellos me explicaban que en el tablado funcionaba de esa otra forma y, cuando lo decía, la gente se mataba de risa. Tienen tan aceitado este mundo que todo es más fácil”, recordó Canto.
Las sensaciones de su primer tablado con los Momo serán inolvidables. “El primer tablado me emocionó. Fue muchísima felicidad”, recuerda.
Enseguida cierra los ojos y se le llenan de lágrimas.
“Vinieron niños a saludarame y me sentí como si fuera yo mismo hace años, en el tablado mirando conjuntos. Vino uno de los niños y me decía que era el borracho, recordándome lo que había actuado hacía minutos. Me abrazó con tanta fuerza y cariño que nunca más lo olvidaré. Fue muy fuerte lo que sentí.”
Por otra parte, Canto destacó el trabajo detrás de escena. “Hay decenas vistiéndote, recordándote de apagar la vincha, qué ropa va en qué momento. De pronto te empujan a escena porque si no no da el tiempo de cambios de ropa. Es un mundo mágico”, asegura.
El suplente del suplente de Fernando Morena
Entre los amigos que comparte de fútbol y Carnaval está Mario Orta, exjugador e hijo del legendario Tucho Orta, director de los parodistas Los Gaby’s.
Juntos estuvieron en River Plate, y Mario fue cada ronda a saludar a su amigo antes de que saliera a escena.
“Es que yo era futbolista. Debuté en Primera con 17 años, y a los 21 me fui a jugar al Salernitana de Italia, pero me rompí los ligamentos. Antes había estado un año en la tercera de Peñarol, pero estaba Morena, que era la fiera. Y detrás de él, su suplente era Miguel Peirano, que igual hacía 100 goles por temporada. Era imposible jugar ahí”, confiesa entre risas.
El fútbol y el teatro se juntaron por una desgracia: la familia de Fernando tenía cuatro automotoras, un buen pasar y no sufría necesidades. Sin embargo, en el año 2000 la crisis los llevó a la bancarrota.
“Perdimos todo. Me puse a pensar qué hacer para sobrevivir, y aproveché que mi suegra había traído ropa de Italia y me fui a venderla a Punta del Este. Me hice pasar por italiano y le vendía a los argentinos. Me iba a las playas y les vendía y cantaba ‘O Sole Mio’. Les hacía un show. Ahí fue cuando decidí ir a la escuela de Julia Amoretti”.