Por Valentina Temesio
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Julia (Catalina Silva Bachino) va y viene, camina, se mueve. Sube piedras, transita dunas, discute con su pareja, Pablo (Alfonso Tort), y lucha por un lugar que hizo suyo. Mientras, un Cabo Polonio tomado, amenazado por la hostilidad y el desamparo. Entonces, el trabajo colectivo: la fuerza de los vecinos para evitar que los de afuera toquen ese pueblo que habitan en invierno y en verano.
Con La ruptura, una coproducción uruguaya y argentina, la directora Marina Glezer propone “volver a lo sensorial”. Conectar con los cinco sentidos: oler, tocar, degustar, escuchar, mirar.
A través de su ópera prima, la actriz argentina-brasileña buscó sellar su amor por el balneario “que la vio crecer” en una película, en un proceso que tuvo unos ocho años.
Desde este jueves 12 de diciembre, la película se proyectará por primera vez en cines uruguayos. Después, La ruptura, que tiene como protagonistas a Tort y Silva Bachino, viajará por la costa rochense en enero. Antes de la primera proyección en Uruguay, Montevideo Portal dialogó con Glezer sobre cómo es presentar su arte en un país que también hizo suyo.
En una entrevista con LatidoBEAT, dijiste que hubo varias Marinas durante la producción y rodaje de esta película, que duró ocho años. ¿Qué Marina encontramos ahora?
Cuando empecé a escribir esta película realmente era otra mujer. Primero, tenía diez años menos y la ilusión de dirigir una película y cine. Hoy el goce por la escritura se está volviendo, quizá, un libro que voy a publicar el año que viene; pude escribir un segundo largometraje, que también está en desarrollo de guion, y eso que me parecía de la escritura un proceso angustioso, que muchas veces lo es, encuentra en esta que soy hoy una posibilidad de transmitir ideas, de las que no me siento dueña, sino que busco proliferarlas. Ese cambio de ideas me lleva a un pensamiento sociopolítico. Entonces, me puse a estudiar sociología, porque los análisis cuando una va leyendo van teniendo cadencias mucho más profundas. Nunca es llegar, sino seguir yendo. Pero es todo el tiempo una necesidad de sentirme curiosa y estar predispuesta a la sorpresa, a lo inesperado.
Hay una necesidad de expresión de forma casi compulsiva. Me gusta expresarme; me apasiona, me gusta, lo tengo como una necesidad. Y hacedora. Algo del hacer me provoca mucho placer, me parece mucho más interesante que el decir y que permite que otros encuentren la posibilidad de realización. Porque en el hacer, uno siempre empuja colectivamente. Nunca hace solo, porque no hay manera de hacer solo nada. En el hacer conjunto siempre estás materializando la posibilidad de realización o multiplicando oportunidades para otros u otras.
La ruptura se estrenó el pasado agosto en el cine Gaumont y en espacios del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), que se vieron, de algún modo, vulnerados durante el gobierno de Javier Milei. ¿Qué importancia tiene para ti que haya sido en esos lugares?
Esta gestión de gobierno en Argentina quitó la protección, la promoción, las políticas de exhibición y distribución del cine nacional argentino. Por lo cual, para mí, estrenar en el Gaumont y de manera federal —por las provincias argentinas— fue muy hermoso porque fue de una manera artesanal, como si te dijera que acompaño una obra que está por delante de mí, que tiene ganas de ser mirada. La ruptura se hizo para que la vea la mayor cantidad de gente posible. Siento que ahora, que estoy en Uruguay, y que sí hay políticas de promoción, de protección —porque la película es mayoritariamente uruguaya—, de discusión y que la gente quiere a su cine y lo trata bien, el contraste es muy fuerte. De verdad.
¿Cómo es ahora estrenarla del otro lado del río, en un país con el que tenés un arraigo muy fuerte?
La película es rioplatense. Me une a Brasil [es brasileña], Argentina y Uruguay un mismo amor. Trabajé en los tres países y siento que hay una hermandad muy conquistada desde las personas. Tengo familia en los tres países, por lo cual es una película rioplatense. Venir a estrenarla a Uruguay no solo me resulta fascinante. Siento que estoy de gozadera, de un disfrute, porque nada me haría más feliz que los uruguayos sintieran esta película como propia. Primero, porque es 80% uruguaya, y, segundo, porque la hice para defender este patrimonio que tiene el Uruguay, que es de los uruguayos y de las uruguayas, y que tienen que defenderlo porque son recursos estratégicos y lugares muy potentes.
¿En qué momento te diste cuenta de que había que defender al Cabo Polonio?
Voy al Cabo desde que soy muy pequeña y vi la transformación de la gentrificación del lugar turístico en el que veraneo. Podría ser cualquier lugar turístico del mundo que tiene siempre que defenderse siempre de negocios inmobiliarios o de la actitud depredadora que tiene el ser humano con el mundo que habita, que es nuestra casa común. Yo creo que hay manera de desarrollar y crecer, pero sin dañar, sin usurpar, sin romper. A veces, las cosas que están atravesadas por el mercado, por el dinero o por lo monetario pierden un valor para empezar a tener precio. La película habla un poco de eso. Me fui dando cuenta de que al Cabo le pasaba eso por su inmensa belleza, que le iba a pasar eso en esos repliegues, disputas y cinchadas que tiene el propio pueblo cuando se pelea entre pudientes y no pudientes. ¿Quién se queda con el ser propietario cuando, en realidad, el planeta tierra es de quien lo habita y del cuidado de lo colectivo?
¿Cómo recibieron la película en el Cabo Polonio?
La película es del Cabo Polonio, está hecha por la comunidad vecinal. [Las productoras] Nadador Cine y Habitación 1520 prepararon un esquema de producción que integraba al pueblo vecinal. Actores profesionales y no profesionales son locales del Cabo. Catalina Silva Bachino, que es Julia en la película, es la protagonista y, quien inspiró al personaje, es local, es del Cabo. La música, que es de Nicolás Ibarburu, la canción que compuso particularmente para el film y es interpretada por Noelia Recalde, fue inspirada en el Cabo. Todo lo que la película intenta transmitir es una oda al balneario que me vio crecer, o una reciprocidad de lealtad a dos puntas: de un ir y venir, de un ir y volver e ir.
También de amor.
Sí. Porque la película es de cómo Julia quiere irse y se da cuenta de que se tiene que quedar porque el lugar le da ese sentido de pertenencia. Uno pertenece al lugar donde construye, donde habita.
¿Te pasó eso de sentir que tenías que quedarte cuando te estabas yendo?
Yo necesito irme. Mis hijos también. La gente que quiero está ahí, mi padre está ahí instalado. Ver a mis primos, a la gente. Catalina ya está ahí. Hay algo muy arraigado de disfrute en ese lugar tan energético, de Vía Láctea entera y de dejar el sobreconsumo de energía eléctrica. De estar todo el tiempo necesitando un transporte a combustión, de combustible, petróleo, de todo ese gasto energético que se produce todo el rato; y ahí caminás de un lado al otro. Es ese despojo de poder conectar con la naturaleza es algo que invita a hacer la película cuando vas al cine a verla.
¿Resignificaste al Cabo Polonio?
Representa otra cosa. Creo que le devolví algo que realmente incorporé como propio. Siento que amor con amor se paga y que nuestro ida y vuelta está saldado.
Para ver dónde puede ver La ruptura, haga click aquí.
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