Álvaro Brechner estudió Comunicación Social en 1999 en Uruguay y en seguida partió a Estados Unidos, donde trabajó en un canal de televisión para luego viajar a Barcelona a hacer un master en documentales. En 2000 realizó un documental que compró la Televisión Española y ese fue el inicio de su relación con el medio audiovisual ibérico.
Más adelante creó “Baobab films”, empresa con la que empezó a producir ficción y otros contenidos. Un viajante sin boleto de regreso, como el Orsini de su ópera prima “Mal día para pescar”, sin planes a largo plazo, que simplemente se va quedando, viendo “cómo suceden las cosas”. Desde hace tres años, a causa de la filmación de su película, ha estado más en Uruguay que en España. Se autodefine como una persona “continuamente en movimiento”. Carga con esa nostalgia del extranjero, esa idea del apátrida que comparte con los personajes de su película. Siente que es la primera “producción cultural que ata a los dos países en una forma sólida” y lo disfruta con ganas.
Imaginar para el cine una ciudad que fue creada por un personaje ideado por Juan Carlos Onetti para una novela, es una aventura compleja, como meterse en un laberinto que lleva a otro e intentar no perderse. Sobre su visión de la obra, evitando el onettiómetro de muchos críticos, sobre su visión del cine, sobre su “western latinoamericano” basado en “Jacob y el otro”, filme que obtuvo el espaldarazo de la propia Dolly -la mujer del legendario escritor-, dialogamos con Álvaro Brechner.
Onetti inventó ese lugar mítico llamado Santa María al cual recurría para contar sus historias, ¿el cine es tu Santa María?
Si, se podría decir así, nunca lo había pensado. Yo siento que una película es una película, si es buena lo es sin importar de donde venga. Por supuesto que cuando proviene de Uruguay, uno reconoce ciertas cosas, pero un filme se tiene que valer por sí solo. No tiene que haber ninguna condescendencia.
Igual la película está llena de pequeñas uruguayeces...
Hay muchísimos elementos, esta es una película uruguaya, filmada íntegramente en Uruguay, basada en cuento de Onetti y que para mí arrastra muchos conceptos esenciales que tenemos acá, por ejemplo el de la nostalgia de un pasado de fábula, un pasado de cuento que nunca existió pero que queremos creer que existió. Está rodeado de personajes secundarios que buscamos recrear en base a una Santa María de fábula. Cuando me preguntan qué Santa María hice, yo digo que nadie sabe como era la Santa María de Onetti, sabemos unas pocas cositas: el río, un astillero, el diario El liberal, un médico y pocas cosas más. Yo hice la Santa María que me inspiraba, quizás distinta al tópico, yo buscaba una de western, que solo puede existir en el cine. Lo más lindo que tiene es que representa un lugar al que no se puede llegar a no ser por el uso de la fantasía, de la ficción y eso es lo que a mi me inspiró cuando lo hice.
¿Y no sentiste ninguna presión, sabiendo que estabas tocando un lugar sagrado de la cultura nacional?
No, la verdad que no me detuve a pensarlo, porque intenté evitarlo. Lo primero que le dije a Dolly fue que era imposible hacer una buena película si uno estaba pensando en ser fiel a cómo adaptarlo, y que para mí la única forma de hacerlo era transformando el cuento. Para mí “Jacob y el otro” es una obra maestra y mi idea siempre fue tomarlo de una manera: como si yo lo hubiera vivido, ya no escrito, ya no escuchado, vivido. Y cuando sucede eso, es imposible que uno no sea honesto.
Tomás del libro pasajes textuales, diálogos como los escribió Onetti...
Hay dos escenas que son textuales, otra que está casi textual y después hay mucha cosa que se inspiró en el cuento y en otras cosas. Hay una gran mezcla, todo en definitiva es una nueva versión de otro hecho artístico anterior. Se dice que Onetti se inspiró en el episodio bíblico de Jacob. Dolly cuenta que Onetti se basó en un amigo para hacer a Orsini. Cuando le presenté a Gary (Piquer, el actor principal, quien hace de Orsini en el filme) ella estaba encantada, pero nos decía: “Juan se lo imaginaba más bajo, más gordito”. En realidad todo no deja de ser una revisión que uno vivió, que uno conoció, que uno soñó. Lo que siento es que si uno quiere hacer una adaptación de algo, tiene que pensar qué va a aportar, si uno no tiene nada nuevo para aportar no tiene ningún sentido hacerlo.
¿Y vos, como espectador, cómo tomás las adaptaciones?
La gran mayoría del cine que vemos es adaptación de libros. Lo que pasa es que adaptar a un autor canónico como lo es Onetti, es como muy especial. Onetti es un gran escritor de culto, desconocido.
Qué te atrajo de “Jacob y el otro”, ¿por qué este cuento y no otro?
Yo no adapté a Onetti, yo adapté un cuento, una historia que se contaba en ese cuento. A mí me inspiró el humanismo de los personajes, la historia de dos sobrevivientes que solo se tienen el uno al otro y me pareció hermosa la historia de estos dos buscavidas, de estos dos forasteros que pasan por Latinoamérica llegados de la gran Europa. De este “príncipe” que pasea a su compañero de vida, un gigante forzudo, ex campeón de lucha libre, haciendo un espectáculo de mala muerte en un pueblo chiquito, y ve como todo su negocio se le viene abajo porque una joven con su novio decide pelear. Es tan desesperante, tan humano, habla del compromiso, de la necesidad de buscar un sueño de vida, pero también del sueño tangible del dinero.
Jacob, el luchador
¿Y vos con cuál te sentís más identificado, con Orsini o Jacob? ¿Sos el vendedor de ilusiones o al que nadie cree?
Yo fui los dos. Por momentos uno se siente Orsini y por momentos Jacob. La película tardamos cuatro años en estrenarla y durante ciertos años en donde las cosas no iban bien, me prometían que iba a haber dinero, que nos iban a dar tal fondo, que tal televisión internacional iba a invertir y nunca llegaba el dinero y yo le decía a Gary: “estoy como Jacob, todo el día vendiéndome la moto” y por momentos Orsini. Como dice Onetti de forma maravillosa, “había nacido para crear el clima tibio y húmedo en donde florece la amistad y se aceptan las esperanzas”. Orsini necesita convencer al otro, pero al convencerlo de alguna manera lo está engañando, porque le está mintiendo, pero en el acto, por un momento, lo está haciendo sentir único, lo está llenando de vida. Y eso es algo maravilloso, algo de “mentime porque lo necesito”.
¿Y eso no es un poco lo que hace un director de cine?
Tiene mucho de la magia de un gran cuenta cuentos que te está mintiendo mientras te está haciendo vivir un rato, y durante ese rato vos estás en un relato de fábula, pero escapando de la cruda realidad. Tiene mucho que ver.
Hablemos de Gary Piquer y su personaje. Tu relación con el actor nace desde tu primer corto “The nine mile walk”. ¿De allí se vinculan hasta hoy?
Lo conocí allí y nos hicimos muy amigos, compartimos muchos gustos cinematográficos y literarios. De hecho nació con él la adaptación de “Jacob y el otro”. Era su cumpleaños, estábamos en un restaurante uruguayo en Madrid y el me estaba tratando de convencer de algo de una manera tan buena que yo le dije “vos hubieras sido Orsini” y allí surge todo. A los dos días estaba gestionando los derechos.
Orsini es un tipo que nadie sabe realmente quién es. Presume provenir de una familia de sangre azul, italiana, con un apellido ilustre, presume ser un príncipe, cuando puede deja rasgos de su cultura en cualquier lado: dice vestir con un traje Borsalino (Borsalino es una marca de sombreros), canta Funiculí Funiculá. A mi lo que me envuelve de ternura, el personaje de Orsini, es que es un apátrida, es un bastardo que se ha tenido que crear su identidad, su descendencia. Yo no sé de donde proviene, lo que si sé es que el tiene que marcar su identidad. Y esa identidad no deja de ser un manual de cómo ser un italiano con los rasgos típicos. Y allí hay una fachada pero lo de atrás hace agua, es un tipo muy inseguro. Gary en ese sentido ha vivido a salto de mata, él se define como un hombre que juega con pocas cartas y juega con lo que tiene.
¿Trabajaron juntos el personaje?
Yo fui armando el guión y Gary comenzó a aportar puntos de vista y en un momento comencé a proponerle situaciones en donde Orsini se veía contra las cuerdas y Gary se ponía en el papel y buscaba las salidas. Cuando llegó a Uruguay ya era Orsini.
¿Cómo fue el trabajo en Uruguay?
En la filmación fue muy interesante la conjunción con todo el equipo de uruguayos y españoles. Fue muy interesante la relación que se dio entre Gary y Jouko (el actor que representa a Jacob) que solo habla finlandés e inglés y entonces siempre estaban juntos; de alguna forma se convirtió en Jacob. Se paseaba por Montevideo y si le hablaban a él, le preguntaba a Gary: “¿Prince?” como en la película y allí iba Gary-Orsini y contestaba “Si, campeón”. Se formó una relación de dependencia como en el filme.
A mí me gustaba llevar la historia para el terreno del género. Eso de los forasteros que llegan y que primero son recibidos con expectativa y luego todos los del pueblo tratan de sacar alguna tajada, esa cosa sórdida es la que quería rescatar de Santa María. A “Mal día” siempre la imaginé como un western latinoamericano. Por supuesto que no hay cowboys, no es el siglo XIX, pero que tuviera esa atmósfera del destino inevitable e inamovible, la idea de la proximidad de la muerte. El cuento para mi tiene todo eso del mito y la fábula, la tragedia y el duelo.
La fotografía y el arte pueden ser de las cosas en las que los onettianos noten mayor distancia respecto al cuento...
Cuando yo leo “Jacob y el otro” me despierta personajes llenos de vida en durísimas circunstancias, patéticas por momentos, en donde el humor nace como supervivencia. Yo no sentí jamás que el color fuera el gris, lo sentí siempre como en una atmósfera de cuento, de fábula, de “érase una vez en Santa María”
¿Y tu idea del cine de western es más John Ford o Sergio Leone?
Los personajes son bastante clásicos, pero creo que hay una combinación. Soy un fan absoluto de ambos. Tarantino dice que no se puede ser igual fan de Ford que de (Howard) Hawks, yo soy por razones diferentes, igual fan de Ford que de Leone. Por supuesto Ford es dios, de hecho el póster tiene un homenaje a Henry Fonda en “Pasión de los fuertes”. Lo que más me gustaba es eso que tienen los “spaghetti westerns”, que los tipos sudan, no son blancos y limpios, hay moscas, hay olores, hay ruidos.
A mi lo que me interesa como espectador es que te sientes en tu butaca y durante dos horas te evoquen otro mundo, que por supuesto puede tener miles de conexiones con el tuyo, con tu realidad, pero lo que quiero es que me cuenten con pasión algo que me haga olvidar mi mundo real. Para eso el universo que me están relatando tiene que tener una gran unidad de colores, fotografía, sonido, música, por supuesto actores y esa es la riqueza del cine: un arte de colaboración, en donde todos esos elementos están para conseguir un fin
¿Viste alguna película de boxeo buscando alguna referencia visual?
Vi infinita cantidad de filmes de boxeo. Es un deporte que me apasiona, y de hecho hice documentales sobre boxeo. Es que se presta mucho para el cine, mucho más que otros deportes, tiene toda la metáfora a flor de piel. De alguna forma en todos los deportes ganarle al contrario es aniquilarlo, pero en el boxeo es realmente aniquilarlo, la metáfora es mínima. Lo que a mí me interesa es que cuando la gente vea “Mal día” no esté viendo una película de luchas, vea más una película de personas buscando supervivir, de tipos apoyándose uno al otro para salir adelante. De hecho creo que no es una película de luchas.
¿Si no te hubieras ido del país, hubieras hecho esta película?
Todo lo que hacemos es producto de nuestra experiencia, “Mal día” es el resultado de una experiencia larga de formación en Uruguay, no tanto curricular, sino la Cinemateca por ejemplo, también la conjunción de gente que conocí por trabajar en España y también la de acá. Yo espero que esta sea una película muy local, muy uruguaya pero con una mirada universal.
¿Y ahora lo que queda es salir a promocionar la película por festivales y países?
Después de este estreno en Uruguay, se va a Finlandia, Suecia, Turquía, Israel, Polonia, España, Inglaterra, Corea del Sur, Cuba, Brasil, Argentina, México, Canadá, Grecia, Alemania. Ahora la fantasía de aquella idea en el bar se convirtió en realidad, luego de cuatro años, y da como un poco de pánico pensar que “Mal día para pescar” es grandecita y se tiene que valer por sí sola.
Por Ernesto Muniz
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