Jorge Costigliolo | Montevideo Portal
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Pablo Silvera, vocalista de Once Tiros, dice, sin temor a caer en el cliché, que el secreto de la supervivencia de su banda es que es “una familia”, con peleas que no llegan a tragedias y un sentido de pertenencia a prueba de los vaivenes de la industria discográfica.
Hace 15 años, Once Tiros publicaba Parvadomus (Bizarro, 2002), su exitoso álbum debut, que parte de la crítica y el público celebró pero relacionó rápidamente con La Vela Puerca de los primeros tiempos —skas festivos atravesados por furiosos guitarrazos, toques latinos y letras autorreferenciales— para luego separarse estéticamente con el brusco “no” de Glamour y violencia (Bizarro, 2004), su segundo trabajo, que demostró, entre otras cosas, su capacidad de reinvención y su escaso apego por seguir la corriente. Curiosamente, y valga la pena el paréntesis, eso es quizá lo que más los emparenta con La Vela Puerca hasta el día de hoy: la vocación de asumir riesgos y evitar pisar siempre sobre suelo seguro.
Con 15 (Bizarro- Pop Art Discos, 2015), su nuevo trabajo (CD + DVD), un compendio de canciones de toda su carrera grabadas en vivo, mitad en Montevideo y mitad en Buenos Aires, donde el grupo hace también pata ancha, Once Tiros se homenajea y rinde tributo a su coherencia artística que, más allá de los gustos y las modas, es algo que no muchos pueden exhibir hoy como credencial. Y eso vale.
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17 años atrás, cuando empezaron con Once Tiros, ¿les pasó por la cabeza que en 2015 iban a seguir tocando juntos?
Somos de una generación en la que había muchísimas bandas en la vuelta, y una cantidad quedó en el camino. Y sobrevivimos sin ser una banda de estadios. Al ser amigos desde antes, logramos generar un sentimiento de familia. Y no sentimos, “lógicamente”, ese paso del tiempo. Es como tener tu familia.
Pero esa familia fue perdiendo integrantes con el tiempo, y eso repercutió en la música del grupo...
En el momento que suceden cambios, la influencia de los que estaban antes se va perdiendo. Cuando se fue Lucas [Lessa, trompetista], por ejemplo, hubo una parte que se perdió, y no va a volver nunca. Creo que el núcleo igual siempre está, por más que estemos variando cada tanto. Hay una cosa que escuchás y sacás al toque que es Once Tiros. Es algo que ya nos gobierna a todos nosotros. Creemos que Once Tiros ya no es algo que manejemos. Incluso hacemos un montón de canciones y ya sabemos cuáles son para el grupo y cuáles no.
¿Y cómo lo saben?
No sé. Sucede. Y a veces es al revés. Por ejemplo con “Nos dijimos todo”, que es una canción que rotó mucho y se volvió medio clásico ahora, yo la tenía grabada y guardada en la computadora. Ni la mostraba ni nada, porque no pensaba que fuera para Once Tiros. Quizás es una especie de autocensura que a veces me pongo, pero por suerte tengo a los chiquilines que me dicen “vo, esto va”. Aún así, la canción terminó siendo completamente diferente a lo que yo había grabado. Fue tomando forma “Once Tiros”.
¿Qué es ese “espíritu Once Tiros” que los gobierna?
Siempre la mistura libre de los estilos de cada integrante fue bandera. De hecho, después de Parvadomus, nuestro primer trabajo, que fue Disco de Oro y lo tocamos por todos lados, cuando planteamos el segundo [Glamour y violencia] sabíamos que había dos caminos: ir a la segura, que era repetir el anterior, o ser fieles a lo que nos estaba pasando en ese momento y tener libre albedrío al momento de componer. Y fue eso lo que hicimos. El productor fue Fernando Cabrera, y el sonido y las canciones fueron distintos. Después cada uno verá si paga las consecuencias de lo que hace. Pero nunca nos podrán cobrar que hicimos algo para vender.
Foto: Montevideo Portal l Gerardo Carrasco
Artísticamente estuvo bien, ¿pero funcionó en términos comerciales?
Depende de cómo miremos el éxito. En términos comerciales, económicos, no fue la mejor jugada. Pero nos dimos cuenta después. Estábamos tan seguros, tan cómodos en el lugar que nos había tocado, que creíamos que todo iba a seguir siendo como tenía que ser. Y punto. Y hubo factores externos que influyeron: fue un disco del 2004, cuando ya se empezaba a vivir la bajada del rock. Pero en el momento estábamos super cómodos, super contentos de poder hacer algo con Cabrera. Y comercialmente no fue lo mejor, pero hace 17 años que estamos juntos y, quién sabe, si eso no hubiera sucedido, si las cosas hubieran sido de otra manera.
Ustedes formaron Once Tiros en el 98, cuando el rock ya venía en alza, por lo que nunca habían vivido un momento crítico, de bajón, como el de 2004; ¿cómo lo vivieron?
Se generó mucha incertidumbre, pero tuvimos un equipo humano alrededor que siempre confió. Y creo que Argentina nos ayudó muchísimo a no depender estrictamente de lo que sucedía acá. Cuando todo estaba medio ahí, en Argentina empezamos un camino que más o menos continúa. Vamos a paso de hormiga, pero es un paso seguro. Todavía sigue valiendo la pena ir. Eso nos ayudó a apostar. Muchas bandas habían intentado, pero allá es muy trabajoso. Y más cuando acá te fue bien, te hiciste un nombre.
Es un mercado muy competitivo. Hay muchísimas bandas. En nuestro caso llegamos a través de La Vela [Puerca] y No Te Va Gustar, bandas que empezaron a ir primero y con las que estábamos en contacto, en el mismo circuito. Acá íbamos a tocar al interior y te cruzabas con la camioneta de Cursi, y doblabas y venía la de Lapso, había mucha interacción siempre. Y los que ya iban a Argentina nos dijeron “Vo, mirá que está bueno, hay que empezar a ir”. Y así fue, a través de un amigo, que tenía conocidos en Argentina, y nos consiguió una fechita en una facultad, y otro toque en el Salón Pueyrredón. Estaba el Parvadomus en la vuelta, le venía yendo bien, y había un par de uruguayos allá que lo tenían. A la vez, logramos hacerlo más a o menos a la par de lo que lo hicimos acá. Acá llevábamos cinco, seis años en la vuelta, pero empezamos a crecer a partir del disco. Así que lo fuimos acompasando, aunque acá fue bastante más meteórico y en Argentina más lento. Pero fue constante: cuando acá bajó, allá seguíamos.
¿Cómo los afectó el post Cromañón?
Fue bastante fuerte, pero nosotros nos movimos siempre en un circuito de teatros, y no de boliches. A muchos les llamaba la atención que, estando todo bastante complicado para tocar, nosotros pudiéramos. Y cada vez que íbamos teníamos buena respuesta, así que era una buena razón para que quienes nos llevaban quisieran seguir apostando. Fuimos saltando, de a poco.
Si el mercado argentino es tan competitivo, ¿por qué creés que Once Tiros puede tocar donde bandas locales no lo logran?
La verdad, no lo sé. No tengo la certeza. Tengo miedo a veces de caer en estereotipos y estar equivocado. A veces me parece que mis respuestas son un conjunto de cosas que escuché, y no algo que yo haya analizado. Los argentinos dicen, muchas veces, que es nuestra manera de decir, nuestra idiosincrasia, nuestra manera de ser… Que después de tocar nos quedamos mucho rato charlando con la gente, teniendo una conexión muy real con el público. Es importante. Tenemos muchos amigos en Argentina. Mucha gente que nos iba a ver al principio, hoy por hoy organiza un bondi para venir a Uruguay, o nos reciben allá, o nos resuelven algún problema puntual. Hace poco un argentino me decía que veía que las bandas uruguayas no podían vivir de Uruguay. Ningún tipo de artista. Siempre, por ser un mercado chico que se satura muy rápido, tenías que tirarte a otro lado. Empezando por Jaime [Roos], o [Ruben] Rada. Y Argentina siempre ha sido un puente para los artistas, para generar masividad. Como que los tipos ven que, cuando las bandas acá se arman, se arman sin pensar en vivir de esto, sino por el solo hecho de que les gusta tocar, hacer música; y en Argentina siempre fue al revés, se piensa que, si te va bien y la pegás, te parás para toda la vida. Siempre hubo bandas masivas, que llenaron estadios y vivieron de eso. En el colectivo se generaba muchísimo dinero. Y los uruguayos saben lo que es dormir en el piso, comer cualquier cosa. Entonces pasa que muchos grupos en Argentina se forman, no la pegan y desarman. A otra cosa. Porque el éxito para muchos es mansión y limusina. Eso me lo dijo una persona allá, y me parece válido.
Foto: Prensa Once Tiros l Mika Álvarez
¿Les interesa vivir de la música?
Y... me encantaría.
¿Pero qué pasa cuando de las canciones que hacés depende que comas o no? ¿Dónde queda el compromiso con tu arte? ¿Transás y hacés un hit por disco o hacés lo que realmente te gusta?
Todos trabajamos aparte para no pervertir la parte artística de la historia. Conozco muchas bandas que se terminaron separando por la moneda, pero por algo real. Porque tenés que pagar el alquiler, el colegio de tus pibes, lo que sea, y dedicarle 24 horas a la banda, y no te da. Es muy bravo exigirle al grupo que te banque la vida. Y a veces pasa algo que no se contempla, y es que cuando a las bandas grandes les va bien, no viven de la música solo los músicos, sino que generan fuentes de trabajo. Mucho laburo para mucha gente que está alrededor. Eso implica que, si te bajás de ese tren, estás dejando al sonidista, al iluminador, al técnico sin laburo. Nunca nos pasó, pero me imagino que esa situación de tener que tomar esa determinación debe ser muy extrema. Es para conversar ratazo de esto...
Debe ser distinto también tomar esas decisiones cuando tenés 17 años y vivís con tus viejos a tener que hacerlo cuando se supone que tenés, o deberías tener, otras responsabilidades...
Creo que el éxito de la continuidad pasa por saber separar las cosas. No voy a ser ingenuo de negar que alguna vez lo fantaseamos, pero fuimos lo suficientemente rápidos para darnos cuenta que no era nuestro camino exigirle a Once Tiros que nos diera de comer. Y entonces tratamos de adaptar todo para poder seguir adelante. Y ahí salió a la luz el amor que había por mantener viva la banda. Podríamos haber dicho “ya fue”, pero hicimos lo contrario. Conseguimos laburos flexibles que nos permiten tocar y seguir adelante. Tenemos paseadores de perros, profesores de música, uno que trabaja en un negocio familiar, yo repartí volantes durante cuatro años, después pasé a lavar en un restaurant y ahora estoy de mozo en otro.
¿Y nunca se plantearon seguir una carrera profesional o tener una vida normal, de acostarse a una hora decente, o hacer lo que los padres quieren de uno?
No. En nuestro caso no había nadie que mostrara interés por seguir un camino rutinario, de estudiar algo. Si nos terminamos juntando fue porque nos gustaba la música, y, dentro de todo, con sus grises, tuvimos la fortuna de que nuestras familias nos apoyaran. Eso fue muy importante. Pero que yo sepa, ninguno se lamentó nunca de no haber sido ingeniero. Además empezamos muy jóvenes. Teníamos 14, 15 años, y mientras algunos se juntaban para jugar al fútbol 5 nosotros nos reuníamos a ensayar. Ninguno sabía tocar un carajo, pero mostrábamos facilidad. Y nos gustaba la música, y nos gustaba mucho estar en la calle.
Estábamos todo el tiempo juntos. Nos enteramos que se podía alquilar unos lugares que se llamaban salas de ensayo, y que había equipos y batería, y fuimos a ver qué era. Me acuerdo que íbamos a Elepé, de Alvin [Pintos, baterista de Cuarteto de Nos], ahí en Hugo Pratto [esquina Juan Paullier], y ensayábamos de 1 a 3 de la mañana. Estaba de más. Era una salida, comprábamos unas birras, y pasábamos ahí. Había veces que ensayábamos y había 15 personas sentadas. Amigos que nos iban a ver. Para nuestros viejos estaba de más también, porque estábamos contenidos. Nos podríamos mamar, o lo que fuera, pero estábamos en un lugar, con nuestro grupo de amigos, y no andábamos gileando por la calle haciendo despelote o exponiéndonos a que nos pasara algo. Nosotros somos fruto del amor y el apoyo de la gente del barrio. Nuestra génesis es muy “rock chabón”, por decirlo de alguna manera.
Yo iba al liceo, y tenía amigos, pero no era mi lugar, y a otros les pasó lo mismo. Y esa diferencia te hace correrte, y te terminás uniendo con gente con la misma sensibilidad, los mismos intereses que vos. Por eso el tema de estar todo el tiempo en la calle. Y ahí conocí a Mengano, y a Fulano. Nos juntábamos en la plaza. Y a curtir, a curtir, a curtir. Y al no haber redes sociales, ni nada, había que estar ahí. Salir y encontrarse, una y otra vez.
Foto: Montevideo Portal l Gerardo Carrasco
¿Qué es diferente ahora?
Nos volvimos más reflexivos, no solo viejos. Venimos teniendo etapas de reflexionar sobre nuestra historia y sobre lo que somos. Y estamos contentos con haber generado un lugar de pertenencia. Eso es un sentimiento que tenemos en común. Antes quizás vivíamos las cosas más vertiginosamente, y no nos dábamos cuenta de qué era lo que teníamos entre nosotros. Creo que, después de haber pasado momentos de incertidumbre y miles de cosas juntos, nos dimos cuenta de que somos una familia. Se trata de eso.
¿Y qué es lo que son?
Eso, una familia. En todo sentido. Desde el tío borracho a la tía que a veces no tenés ganas de ver. Somos eso. No hay grandes peleas entre nosotros. Sí hay discusiones, pero ya nos conocemos. Es como “ah, la tía Marta salió otra vez a pelear por Peñarol”. Y todos somos tíos borrachos por momentos. Sin ánimo de caer en un cliché y hablando desde el corazón. Quizás venga porque nos faltaban cosas, y las encontramos en la banda. Capaz que ese análisis es más freudiano, pero está bien. Creo que las bandas y aún los grupos humanos que permanecen tanto tiempo juntos lo hacen al encontrar algo que cubre las carencias que tenían en otros vínculos. No lo tengo muy claro, pero me gusta pensar que nos atrae eso, que, juntos, logramos sentirnos en casa.
¿Habrá Once Tiros dentro de 15 años?
Yo creo que sí. El desafío de acá a 15 años es que la mitad de la banda siga viva. Por lo menos (risas). No considero que Once Tiros sea una banda de reemplazos. Ya tanto tiempo los mismos... Los que estamos, estamos. Es un núcleo que permanece, es una cosa fuerte que está ahí. El desafío va por mantenernos en esta línea de seguir siendo fieles a nosotros, de hablar todo lo que nos suceda. Y después, pisar el escenario y divertirnos como hasta el día de hoy.
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Once Tiros y De La Gran Piñata (Argentina) se presentarán los días 14 y 15 de agosto, desde las 20:30, en Montevideo Music Box (Larrañaga y Joanicó), en el marco de Lo que separa el río lo une el rock II.
Jorge Costigliolo | Montevideo Portal
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