Aida era una prostituta, una africana sin papeles cuya muerte violenta no parece importarle a nadie... excepto a Malika, su amiga, que sabía que soñaba con escaparse. No, Malika no puede olvidar. Por ello arrastra a su novio Dieudonné y a su amigo Armando a investigar el asesinato, ante la aparente pasividad de la policía. Pero no será fácil: Dieudonné quiere olvidar su trágico pasado y Armando está inmerso en la realización de un ambicioso documental.
Pero las tragedias humanas que Armando denuncia en su documental están más cerca de lo que cree, y el rastro de la muerte de Aida conduce a una red de corrupción y violencia que pondrá en peligro sus vidas.
Los Malditos es la primera producción dentro del ambicioso proyecto de los Corredores Culturales, creado por los socios de la Red Eurolatinoamericana de las Artes Escénicas (Redelae) con el objetivo de propiciar y fomentar las coproducciones entre los diferentes agentes culturales de los países que componen esta red internacional.
A propósito de la obra, de los desafíos del teatro al otro lado del charco y de los matices que suponen "reinventarse", charlamos con el actor Gustavo Saffores.
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¿Cómo llegás a Los Malditos?
La produce Una hora menos que es una compañía de la Ias Islas Canarias y la Redelae. Es el primer proyecto que se hace a nivel internacional. Más allá de la temática de la obra, que exigía que hubiese gente de diferentes países, también debía haber componentes de diferentes lugares para producir. Por eso el equipo es de Una hora menos pero los actores somos de varios lugares.
En principio la obra se planteó por la problemática que tienen en Islas Canarias que es la cercanía con África. Después se empezó a eliminar durante el trabajo de ensayo ese primer enfoque para universalizar. Porque si bien el problema de los refugiados es algo muy presente en Europa vimos que en Colombia también existe, por ejemplo. Y si bien en Uruguay y Argentina capaz no tenemos tan clara la figura del "refugiado", sí tenemos la del "exiliado" y encajaba con la temática de la obra. Se empezó a trabajar el tema del tráfico de personas, la inmigración...
¿Qué desafío te supone participar en esta obra?
Es una gran apuesta. Si bien actué muchas veces afuera es la primera vez que trabajo para un producto de afuera. Llegar y saber que vas a encontrarte con actores y concepciones del teatro diferentes, y embarcarte durante dos meses en una especie de Gran hermano, fue un desafío. Si bien en cuanto me llegó el guion me gustó lo que se iba a contar, después lo bueno es que se generó una conjunción entre texto, dirección, equipo... Fue un salto al que era difícil decir que no.
¿Cambia la metodología de trabajo entre Uruguay y España?
Allá se concibe desde un lugar muy planificado y muy resuelto, en cosas que acá se van resolviendo sobre la marcha por una cuestión económica y de producción. Vos llegás y está todo muy entendido, otra dinámica. Supuso escuchar mucho y hablar poco, y llegado el momento aportar lo que humildemente sé. Aunque por algo me convocaron.
¿Qué exporta Gustavo Saffores al teatro europeo?
Me agarró de sorpresa. Yo estaba trabajando en un seminario de actuación en Manizales, Colombia, y fue cuando me contactó Mario [Vega, director] para hablarme de la obra. Ahí me pregunté "¿Por qué me viene a hablar si ni siquiera me vio actuar?". Pero tengo un vínculo muy fuerte con Manizales, he ido a trabajar seis años seguidos, conocen el trabajo de COMPLOT que era la compañía con la que viajaba, y Mario hizo un estudio de campo para determinar qué actores iban a trabajar en la obra. Ahí entendí que no me llamaba porque sí, sino que fue por el tipo de actuación que fui generando durante estos años con los directores que he trabajado.
Hablamos de lo que se puede exportar como exponente del teatro uruguayo. Pero, ¿qué te traés de allá?
Yo creo que esto de trabajar afuera y haber viajado mucho te enriquece y te ayuda a ver dónde estás parado. Creo que al teatro uruguayo, desde el punto de vista artístico, no le falta nada. Gozamos de un muy buen teatro. Contamos con actores tremendos, muy bien formados. Con maestros y teatro independiente muy fuerte. Y en los últimos años ha surgido una generación nueva y revitalizada. El tema es que falta información. No podés abrir una cartelera sin saber a qué público va dirigida. Si llevás a un chiquilín de 15 años a ver una obra concebida artísticamente para un público adulto lo estás echando. Hay que educar al público y que tenga poder de decisión. No me sirve que vengan 50 personas a ver mi espectáculo sin saber lo que van a ver.
Creo que a nivel de producción las cosas están mejor. Pero hay una fórmula que no está funcionando, y lo digo como parte del sistema teatral. Uno no puede hacer una obra y después ver cómo la financia, cómo la pone en una sala, cómo les paga a los actores. Ese formato hay que empezar a repensarlo.
Quizás los medios de comunicación tengan que hacer un mea culpa...
Hay una brecha de información. Tenés un bombardeo de lo que viene de afuera, pero una vez por semana promocionan lo que se hace acá. Y hay compañías que están viajando por el mundo entero llevando espectáculos nacionales, con dramaturgia nacional y abrís el diario y no encontrás nada. Me parece un poco ingrato. Miremos un poco más, hay gente que hace las cosas muy bien desde hace años y no ha tenido ni un minuto de difusión.
También está muy relacionado con la formación de públicos y la aproximación del drama a las nuevas generaciones. ¿Estás a favor de adaptar el teatro a las nuevas tecnologías?
Claro. Si vos sabés que vas a ver un clásico de Shakespeare ambientado en el siglo XVI está bárbaro. Pero quizás a un chiquilín de 15 años le gusta más ver a un Shakespeare hablando con un lenguaje más contemporáneo. Nosotros trabajamos una línea de actuación en la que hay que reinventar todo el tiempo. Incluso la introducción de las nuevas tecnologías, hay que adaptarse y no enojarse. Entender que los jóvenes viven con un ojo en la pantalla y el otro fuera. Tenemos que replantearnos para ver qué tipo de público va a venir, y no enojarnos. Yo no me enojo si a alguien le suena el celular, si el celular es parte de él. Entiendo que le moleste a un cirujano, pero a mí no me va a sacar del personaje, si estoy conviviendo con los espectadores.
Quizás va ligado al tipo de actuación
Sí, es una actuación menos representativa, donde el espectador está más cerca del escenario de lo que uno cree. Me parece más interesante que el actor o la propuesta que está tres metros por encima del público, con esa cuarta pared que diferencia y esa luz que ilumina... Me parece que eso aleja más al público. Son lenguajes y búsquedas.
¿Qué te gusta transmitir a los nuevos actores?
Que tienen que opinar. No solo en el proceso, sino en la actuación. Esto me lo enseñó Marina Percovich, no es mío. Pero tenés que entender lo que estás actuando, qué es lo que querés decir. El macro es del director pero el micro es del actor, uno tiene que saber lo que está actuando todo el tiempo. No hay que tener miedo de opinar y fracasar.
¿Cada función es diferente?
Cada función es diferente. Está bueno permitirse el error. Vos te podés equivocar. Yo no me puedo imponer no cambiar. Si se equivoca un cirujano, se complica, pero si me equivoco yo, no pasa nada.
¿Con qué perfil actoral te sentís más cómodo?
Me parece que está bueno tener equilibrio, y es una búsqueda de todos los días, poder llegar a decir "yo puedo hacer todo", desde un clásico y también hacer este otro palo no representativo, en el que me siento más cómodo, donde se difuminan los límites entre el actor y el personaje.
Los malditos llegará a Uruguay a mediados de 2017, como parte de la gira organizada por Redelae.
Lorena Zeballos | Montevideo Portal
lorena.zeballos@montevideo.com.uy