Roger Waters es la única persona que parece relajada en la habitación. Un equipo de asistentes serviciales y eficientes, que parecen haber copado todos los pisos del hotel lujoso en el que se hospeda en San Pablo, mira nerviosamente los relojes e intenta que ningún periodista la pregunte sobre política. Los entrevistadores que esperan (esperamos) su turno en la mesa, mientras tanto, se muerden ansiosos los labios para no mencionar a Donald Trump o el boicot activo del ex Pink Floyd contra la política israelí.

Pero Waters está tan calmo, alegre y risueño que da la impresión de que sería capaz de abrazar incluso a David Gilmour si se le ocurriera entrar por la puerta de la habitación. A los 74 años, ya pasó por todos los picos y abismos a los que puede conducir la exposición pública como leyenda del rock y parece, finalmente, en paz con su pasado. No en vano hoy hace buenas migas con Johnny Rotten, el tipo que hace 40 años cimentó parte de su fama al salir con una camiseta que decía "Odio Pink Floyd". Es todo un logro, teniendo en cuenta que incluso en la época de máximo brillo y trascendencia de Pink Floyd hubo tantos conflictos internos que el tecladista Peter Wood -ex colaborador del grupo- la definió como "la banda más miserable del mundo".

Y sin embargo, la amabilidad de Roger Waters no disimula que está furioso. La era Trump le hizo darse cuenta, al igual que sucediera con Neil Young, que estos no son tiempos para sutilezas. Eso explica que en su último disco, Is this the life we really want? (2017), se refiera directamente a Trump como "un idiota sin una mierda de cerebro" o en sus últimos shows coloque la gigantesca frase "Trump es un cerdo" en las pantallas del escenario. Por eso los asistentes están nerviosos y observan la entrevista con la misma atención que si estuvieran encargados de desactivar una bomba. Si alguien le recuerda a Waters el tema, se embarca en un viaje de ida que descalabra todo el cronograma de entrevistas. Al final, sin embargo, la charla fluye y las respuestas del músico, aunque elípticas, tocan los temas que lo obsesionaron toda su carrera y que definen la existencia moderna: la religión, el dinero, la empatía, la alienación, la guerra, la autoridad, el paso del tiempo.

Parte 1: Chanchos

El 3 de noviembre Roger Waters se presentará por primera vez en Montevideo en el marco de la gira Us and them para reinterpretar los discos fundamentales de su banda Pink Floyd, los que expandieron los límites del rock como expresión artística y lo embarcaron en un viaje cósmico sin retorno: The dark side of the moon (1973), Wish you were here (1975), Animals (1977) y The Wall (1979).

El repertorio, cuenta Waters, está armado en base a las canciones que interpretó en el festival Desert Trip en el 2016, donde por primera vez "alguien no usó las palabras que empiezan con P y F" para pedirle que tocara las canciones de Pink Floyd en frente de "ochenta mil ricos en el desierto". Un 75 % del show de más de dos horas en Montevideo estará integrado por esas canciones, más un 25 % del nuevo álbum. Uniendo todo, como pegamento, tendremos el despliegue audiovisual usual que hizo de los shows de Pink Floyd y Waters los eventos en vivo más recordados de la historia del rock, con una historia con "compromiso social y humano" como línea temática en las proyecciones.

"Cuando decidimos hacer este tour, me di cuenta de que la gente aún estaba ligada profundamente al material que creamos en los 70, y que debería tocarlo si todavía significa algo para mí. La gira toma el nombre de la canción ‘Us and them' (de The dark side of the moon) y cada noche que la interpretamos quedo fascinado: me paro al lado del escenario y miro lo que proyectamos en la pantalla. Estoy feliz de poder tocar algunas de esas viejas canciones", dice Waters.

Y la cuestión principal que se planteó para decidirse a hacer este show que recrea su pasado, dice, "es si es humano, interesante, si conmueve, si tiene una chance de conectar con el corazón de otra persona o no". "Hay bandas -sin decir nombres- que pasan de las emociones y se dedican a tocar sus más grandes hits desde hace 50 años, y eso es algo de lo que yo no puedo ser parte. Algunos son amigos y los admiro. Pero eso es una miseria para ellos", señala.

A los temas de locura, alienación, el tiempo, el control social y la avaricia sobre los que giran los álbumes elegidos por el músico, se suman al show los conflictos de religión y política que inspiraron el nuevo trabajo de Waters, su primer disco de rock propiamente dicho en 25 años. Cuando estaba haciendo la gira de The wall, en 2013, compuso una canción llamada "If I had been God" (Si yo hubiera sido Dios), retitulada luego como "Déja vu". "Fue un punto de inicio: habiéndola compuesto, no podía dejarla, tenía que hacer un disco. ¿Por qué 25 años en hacer un álbum? Quizá porque me llevó 25 años darme cuenta de que la verdadera pregunta es qué hubiera hecho si hubiera sido Dios, una pregunta que considero muy importante para todos. Soy un ateo, por lo que puede que no tenga el mismo significado para mí que para los creyentes, que piensan que hay un dios que controla todo", cuenta Waters, para quien "toda la noción judeo-cristiana de que todo esto estaba destinado a ser y que está guiado por un ser superior se vuelve más bizarra día a día".

Algunos versos de la canción no llegaron al disco, pero Waters los recuerda de memoria y los recita en la entrevista. "Si hubiera sido Dios, no hubiera elegido a nadie/ sino dado una mano pareja a todos mis hijos/ y todos habrían estado felices de renunciar al Ramadán y la Cuaresma,/ tiempo mejor aprovechado en compañía de amigos, haciendo pan y reparando redes". Para él, estas palabras "son especialmente importantes" porque en el corazón de los conflictos de hoy en día "está la idea de que este Dios de alguna manera eligió a unos sobre otros, sean los musulmanes, judíos o cristianos".

"Es una idea tan absurda, la de que este ser todopoderoso pierda su tiempo en favorecer un pequeño grupo sobre otro. Es tan ridículo que te da ganas de agarrar al mundo de la garganta, sacudirlo y decirle ‘¿qué mierda te pasa?' Mirá todos los problemas, lo que pasa alrededor, la desigualdad creciente entre los muy ricos y los que apenas se mantienen vivos", explica.

Parte 2: Ovejas

Roger Waters esperó 25 años para sacar un nuevo disco y lo hizo, curiosamente, cuando muchos creen que el álbum como concepto está en vías de extinción. No sólo por la caída de las ventas. Las nuevas tecnologías, con el ascenso de Spotify y Youtube como las plataformas preferidas para escuchar canciones, cambió la forma en que las nuevas generaciones acceden a la música (predomina ahora el zapping de temas sobre el elepé), el entorno en el que lo hacen y la calidad del sonido. Para el hombre que empujó a Pink Floyd a la experimentación sonora y volvió definitivamente populares los álbumes conceptuales (más allá de los éxitos previos del Tommy de los Who o Ziggy Stardust de David Bowie), esto es un sacrilegio.

La forma en que se escucha música hoy "se ha vuelto conscientemente parte de la gran conspiración para mantener el control de las mentes menos fuertes", le dice a Montevideo Portal.

"Soy muy crítico del sistema. Cuando este álbum salió, fui a ver cuánta gente realmente escucha por streaming. Me pregunté qué tipo de cosas se escuchaban. Cuando me fijé, me pregunté: ‘¿quién mierda es Drake?' (rapero canadiense que se convirtió en el más escuchado en Spotify en 2016). No sabía quién era. Pero tenía una canción, no sé qué Bling ("Hotline Bling"), reproducida 1.200 millones de veces. ¡1.200 millones de veces! Y me puse a escucharla, pulsé play y... (Waters finge colocarse un celular en la oreja y hace el gesto de estar chupando un limón o de haber sido atacado repentinamente por un olor inesperado). Me puse a telefonear a amigos para decirles: ¡no tienen idea de lo que está pasando en el mundo! Es increíble. 1.200 millones de veces las personas decidieron escucharlo, y no tiene absolutamente ningún mérito, ninguna clase de contenido musical o lírico; es completamente vacuo", responde.

"Un tipo pegándole a una lata de cerveza durante tres minutos y cantando 'la la la', podría tener más valor, porque al menos podría ser una declaración política sobre lo jodido que está todo. Pero no, creen que eso es genial. Eso no ayuda a la gente a comunicarse unas con otras, no ayuda a que la raza humana avance a algún lugar -no sé dónde, pero quizá a proteger a nuestro pequeño planeta. Ahora todo se trata solamente de hacer plata, y si uno pregunta le responderán: ‘sí, ¿qué tiene de malo eso?' Eso es lo que está mal, esa actitud de creer que escuchar cualquier cosa que quieras es libertad. Werther, de Goethe, sigue resonando: ‘Ninguno está más irremediablemente esclavizado que aquellos que creen falsamente ser libres'. Bueno, la gente a la que le gusta Spotify cree falsamente ser libre. No lo es. No tiene nada que ver con la música, creatividad, el espíritu humano o cualquier cosa excepto mantenerte esclavizado", dice Waters a Montevideo Portal.

Parte 3: Perros

Para dejar en claro que no lo dice por reaccionario ante las nuevas tecnologías, Waters aclara que se sentía igual con MTV "y lo feo que era el formato, esa idea de tener videos de tres minutos de diferentes artistas". "Individualmente podían tener algo de valor, pero cuando colocás uno detrás de otro se vuelve una cháchara sin sentido. Pero los poderes dominantes son los mismos que destruyeron la radio FM, que era impulsada por a) una audiencia a la que preocupaba la música y b) programadores a los que les importaba la música. Pero no, al final entró a terciar la plata. Podían hacer más dinero cantando 'la la la'..." (Waters vuelve a tomar imaginariamente un celular y pone los ojos en blanco).

La alusión a Goethe no es casual. Durante la gira Us and them, mientras interpreta la canción "Dogs" del disco Animals (un álbum conceptual y orwelliano sobre el capitalismo, en el que los perros representan a empresarios) se despliega un cartel que dice "Ayuda, estamos atrapados en una pesadilla distópica", y luego otro con la frase de Goethe sobre la esclavización y la libertad.

Aunque ser cumplieron 40 años de aquel disco, Waters cree que su denuncia sobre los efectos del capitalismo no envejeció. "Nos obsesionamos con el paso del tiempo porque solo vivimos entre 1 y cien años, y tendemos a creer que cuarenta años es un montón de tiempo, pero no, es un pestañeo. Orwell escribió 1984 en 1949, Aldous Huxley escribió Un mundo feliz en 1931. No me sorprende que sigan vigentes", dice.

Tocar el disco Animals nuevamente le permite volver a referirse a "esta pesadilla distópica" que vivimos hoy, en la que la ley, en vez de "expresar la necesidad de la gente de tener libertad y autonomía" ha sido retorcida por los gobiernos de tal modo que hoy en día permite las detenciones policiales sin justificación alguna.

Y los que creen que pueden cambiar la situación a través de Facebook, o que se dedican a opinar sobre todos los asuntos desde las redes, no cuentan con la simpatía del ex Pink Floyd. "Eso es lo que está mal con Facebook y toda la interacción en redes sociales. Es un montón de gente expresando sus sentimientos a lo que ellos creen es el mundo. A nadie le importa un carajo lo que pensás", se ríe.

Sin embargo, cuarenta años después Waters sí logró reconectarse con su público en los mismos estadios que en los setenta no toleraba. Hoy ya no necesita construir un muro físico entre él y su audiencia como metáfora de su alienación en los recitales multitudinarios, ni escupir a los fans más recalcitrantes de la primera fila como hizo en 1977 en Montreal (hoy batiría un récord Guiness). El 3 de noviembre probablemente se verá en las pantallas gigantes del Centenario su sonrisa de caballo, invitando a todos a un viaje en el tiempo y el espacio.

Por Martín Otheguy, desde San Pablo