Esta nota tiene un título de cinco palabras. Porque todos los títulos de Pablo Ramos tienen cinco palabras. O al menos todos después del primero, Lo pasado pisado, que no lo leyó nadie. El siguiente, El origen de la tristeza, tuvo un éxito tan grande que fijó para siempre este ritual. Uno de los tantos rituales. Cinco palabras. Una máquina de escribir nueva para cada novela. Las hojas de cada capítulo pegadas como una sábana en su casa. Su casa con una máquina de escribir que siempre ofrece una hoja en blanco. Y otro número místico: el tres. La trilogía que cuenta la vida de Gabriel Reyes, que es también su vida, y que trajo a Montevideo como carta de presentación para la Feria del Libro: El origen de la tristeza, Le ley de la ferocidad y En cinco minutos levántate María.
"Mi literatura es muy urbana, muy porteña, nacida de Arlt, de Onetti, de esa mixtura que somos montevideanos y porteños". Pablo Ramos sabe que en Montevideo hay lectores para su ferocidad, descarnada y brutal, pero al mismo tiempo cargada de mística, o de ese espíritu que se hace más ancho que el cuerpo. Ferocidad cargada de humor, o de una forma de contar lo terrible que nos hace reír y preguntarnos de qué carajo nos estamos riendo. Todo al mismo tiempo. La droga, el alcohol, el dolor, la muerte, la violencia. Todo así, feroz, en papeles agujereados por las teclas de una máquina de escribir nueva, cada vez.
¿Te acordás de qué fue lo primero que escribiste en tu primera máquina de escribir?
Recuerdo la máquina, que la compré cuando me decidí a escribir. Y que puse una hoja en blanco y no pude escribir nada. Pero sin embargo, desde ese día en mi casa siempre hay una máquina de escribir con una hoja en blanco puesta. Recuerdo que estaba leyendo un reportaje a Sartre y le preguntaban: "Si tuviera que escribir una novela ¿cómo empezaría?", y él decía "mi novela empezaría 'Me llamo Jean Paul Sartre y pienso esto'". Como inaugurando una respuesta estética a un problema moral del mundo, donde la primera persona se hacía imperiosa. Y yo escribí: "Me llamo Pablo Ramos, pienso esto". Y asumí por primera vez el apellido de mi madre, fue casi inconsciente, porque Ramos es mi apellido materno, que en Argentina no se pone en el DNI.
O sea que adoptar ese nombre fue también adoptar al escritor.
Claro. Vos sabés que mi madre, María, escribe, lleva un diario. Aprendió a leer y escribir de grande y lleva un diario, que yo leí en Berlín cuando tuve una beca y me llevé todo para escribir En cinco minutos levántate María. En ese diario está el día que yo nací, y el sueño de ella era que yo fuera escritor. Sin que me lo dijera yo estaba escribiendo, estaba viajando por primera vez a Europa como escritor, y estaba usando su apellido. Era como el sueño de mi madre.
Y te quedó ese vínculo especial con la máquina de escribir.
Absolutamente. Como me quedó el vínculo en la música, que toco la guitarra, el piano, la trompeta, y puedo tener un teclado, 20.000 guitarras eléctricas, pero hay una guitarra española que nadie puede tocar, o un piano de cuarto de cola que suena medio para atrás pero que es mi vínculo físico con la música. Soy una persona fetichista, de muchos rituales, soy místico, bastante crédulo... y soy de tocar, de sentir el peso de las cosas, el olor de las cosas. Pero también tengo mi e-book, no tengo un conflicto con la tecnología.
Lo que pasa con la máquina de escribir es que adelanto mucho, pese a lo que cree la gente. Porque escribo mi primer borrador, no distraído de nada, con un elemento que huele a tinta, un elemento muy agradable, para una mística personal que es linda a la hora de escribir. De hecho, La ley de la ferocidad empezó acá en Montevideo, en la casa de Alejandro Ferreiro. Estábamos en una fiesta y le dije "¿Tenés una máquina de escribir? Porque tengo el segundo libro, lo tengo que escribir". Me trajo una máquina y me puse a escribir en el balcón de su casa en Pocitos. Y eso con una computadora no podía ser: pedirla, encenderla, se conecta todo a Internet, distrae...
¿Qué parte de La ley de la ferocidad escribiste ahí?
El principio. Escribí esa idea de Buenos Aires que amanece, tuve ese recuerdo y escribí dos o tres páginas, pero entendí que tenía que escribir una novela.
"Hace casi cinco años, la mañana de julio en que mi padre amaneció muerto, Buenos Aires parecía haberse perdido bajo la neblina. El teléfono suena a eso de las nueve y yo, que no acostumbraba a levantarme antes de las once, lo dejo sonar hasta el cansancio. Me levanto, me pongo una camisa y salgo a la terraza baja. Frío que quema en la planta de los pies. Subo hasta la terraza alta. Cuatro escalones hechos de acero perforado. Hechos por mi padre".
Hay una instancia medieval que me da mucha paz. No quiero estar tan conectado todo el tiempo. Soy de apagar el teléfono, de olvidármelo. Y me funciona, porque el escritor tiene una psicología lenta, demorada. Cuando se habla de un escritor como un intelectual... creo que un escritor puede ser un intelectual, pero no necesariamente, y no necesariamente tiene que ser inteligente. Sí tiene que ser lento, observador, quedarse colgado en algo hasta que esa cosa se le revela. Antiguamente la intuición y la revelación eran métodos de acceso al conocimiento, hoy parece ser sólo la razón lo que impera, pero hay una especie de mística también.
¿Cómo relacionás ese misticismo con lo que termina llegando al papel? Que es muy descarnado, que es brutal.
Porque empieza siendo muy carne blanda y lo voy descarnando. Creo que la respuesta es que para mí corregir es un trabajo espiritual: no corrijo el texto, me corrijo yo. Y desde la corrección de mi persona abordo otra vez el texto, por eso reescribo tantas veces. En un cuento que se llama "Porque el cielo es azul" el personaje va a ver a una prostituta, y la prostituta -que fue como una madre para él- se confunde, piensa que quiere ir a acostarse con ella y hay una situación fea de la cual se sale por una tangente. Y él dice "se habrá dado cuenta de mi manera mezquina de pensar, de mi patética soledad". Cuando le di a leer eso a una amiga me dijo "¿Por qué 'patética soledad'? ¿La soledad de la gente es soledad y la tuya es 'patética' porque sos escritor?". Al principio dije "pah, esta boluda...", pero después llegué a mi casa y me di cuenta que tenía razón, yo de hecho ni siquiera estaba solo, estaba con una chica re linda, una uruguaya, estaba viviendo algo bueno. Entonces esto es una mentira, una mentira mía y una mentira literaria. Y saqué la palabra patética. Y con el tiempo saqué también la soledad. Me di cuenta de que mi personaje, lejos de estar solo, estaba mintiéndole también a la prostituta en el cuento.
A través de cuestionarme a mí mismo, entiendo. Ahí entendí que corregir es un trabajo realmente espiritual. El espíritu vive más allá del cuerpo, pero vive mientras el cuerpo está vivo y uno lo ensancha si lo trabaja, y puede ser mucho más grande que el cuerpo. Algunos le pueden decir ego, pero es distinto al ego. El ego más grande que el cuerpo es algo que los argentinos conocemos bien y que nos trajo bastantes problemas.
Ese proceso de corregir y corregirse, es algo que mencionás en La ley de la ferocidad, de cómo uno hace una corrección...
... "el hombre que lo vive no es el hombre que lo escribe"....
¿Y ahí qué es lo que prima? ¿La verdad del sentimiento? ¿La verdad de la literatura? ¿Las dos cosas? Porque decís "estoy mintiendo"...
Me estoy mintiendo. Clarice Lispector en La pasión según G. H. dice algo así como que la ficción, o mentir, es correr el gran riesgo de poseer la realidad. La literatura no es la memoria fáctica de la humanidad, es también la memoria emotiva, la memoria de un ser humano. Yo nací en Argentina, pero no soy un escritor argentino, soy un escritor que a duras penas se representa a sí mismo. Con respecto al misticismo... como escritor busco el lugar donde fracasa la escritura. Ese es el lugar donde triunfa la novela. O sea, hay un personaje que tiene una tensión narrativa, que va cargando un peso que se acumula, haciendo de cuenta que no pesa. Donde se hunde el personaje, es donde yo sé que está el centro de lo que escribo. Es la búsqueda de una raíz en la fisura.
"Parece mentira, todo junto, hace unos minutos; y ahora estoy así: susurrándole a la oscuridad, en una noche sin tiempo porque el tiempo se detuvo a las dos y diez de la mañana en mi reloj. Una noche que se me figura larga, que tiene ganas de ocuparlo todo. La noche más larga del mundo, de mi mundo, de mi casa, de esta pieza".
Después de leer a Onetti miro a la gente de otra manera. El primer concurso literario que gané fue a los 16 años, de la revista Playboy. El jurado era Homero Alsina Thevenet. Y cuando el viejo me dio el premio le dije: "Dígale a Onetti, cuando lo vea, que hay un pibe acá del otro lado que lo quiere mucho, a quien le cambió la vida". Que miraba a la gente de una manera muy negativa. Porque todos piensan que esa tristeza, o esa misoginia de algunos personajes de Onetti, es una oscuridad, pero es asumir la oscuridad de todos para ser luminoso. Por eso es uno de los más grandes escritores. Ahí hay un misticismo. Hay un lugar que yo busco y que no se puede enseñar.
¿Te cabe la expresión alter ego?
Sí, lo que no me cabe es la expresión autobiografía, porque es incorrecta, es una burrada. Porque la autobiografía es atenerse a los hechos. Alter ego me cabe pero creo que es mejor un yo literario, que se puede agregar al ello, al yo y superyó. Está construido de mí, pero es otra persona. Porque María también soy yo, es mi madre pero soy yo. Y Andrea, la puta, también soy yo. En mi último libro hay un cuento en el que Gabriel tiene 63 años y tiene alzheimer... pero estoy yo. "Todo lo que escribo me pasó o va a pasarme", dijo Carson McCullers. Bueno, espero que eso no me pase... me asusté con ese cuento.
¿Esas cosas te interpelan, te asustan, te dan ternura?
Sí, yo estaba escribiendo un libro sobre la muerte de Gabriel y una escritora me dijo "¿No tenés miedo de estar escribiendo tu propia muerte?". Y dejé el libro. Porque cuidado, que pasa, que existe, que la palabra tiene poder. Para la tradición judía Dios creó al universo de tres maneras: el número, la palabra y la escritura. La escritura es tan distinta de la palabra como lo es del número, y la vida tiende a ordenarse hacia la palabra. "Las palabras llevan a las acciones, alistan el alma, la ordenan y la mueven hacia la ternura", dijo Santa Teresa, y es brillante.
Cuando estaba tratando de salir de las drogas -que mis primeros intentos fueron malos, hasta que logré internarme y salí-, yo me hacía "el diario de mañana". Si hoy por ejemplo es 4 de octubre, yo escribía: "hoy, 5 de octubre, me levanté, desayuné, a las doce fui a un grupo..." y todo así. Y al otro día me dedicaba a cumplirlo. Nunca me fue tan bien. ¿Qué vas a poner en ese orden? ¿Que te va a pasar algo malo? No, vas a poner un día tranquilo pero ordenado. Y al proponerlo, es muy posible que lo hagas.
¿Alguna vez te sentiste traicionado por la literatura?
Considero literatura a la de los demás, ¿vos decís por lo que yo escribo? Me sentí traicionado por lo que hablaba, a veces, en los primeros momentos. Yo no tenía nada, me hago esa justificación. A mí la escritura me ordenó mucho. De no haber sido publicado igual estaría agradecido a la escritura. Pero sí me sentí traicionado por lo que dije, sobre todo en las primeras notas, sentí que podía ser un traidor de mí mismo si me descuidaba. Cuando trataba de ser agradable, decir algo para un diario, porque temía que se me escapara eso que me nacía. Y me cuidé de la peor manera posible, siendo alguna que otra vez obsecuente, que es algo que me destruye, porque es lo que no soy. Recuperé la confianza después y tuve tiempo de desdecirme. Y también es parte de ese recupero poder decir esto ahora. Entonces, es lo que yo escribo. Ojalá sea literatura para los demás. Pero me mido mucho. Me desaparezco, vuelvo a ser Pablito. Y desde ese lugar vuelvo a intentar escribir, otra vez, una historia sincera.